Bolivia Arde

 

La "democracia colonial" en cuestión

 

La rebelión del pueblo boliviano que acabó con el gobierno de Sánchez de Losada tiene profundas raíces en la historia política y económica del país (ver nota aparte). Sin embargo, sería un error perder de vista que lo que pasa en Bolivia es también parte de un fenómeno más global, que abarca a América Latina y en particular a Sudamérica. Se trata del debilitamiento y adelgazamiento del régimen de la democracia capitalista en la región, y de su creciente incapacidad para servir como barrera de contención al descontento y las luchas independientes de la población trabajadora y los sectores oprimidos.

Después de la década neoliberal de los 90, consideremos la dinámica política del siglo XXI en América Latina. Lo primero que llama la atención es que los presidentes de Ecuador, Perú, Paraguay, Argentina y Bolivia (cinco de los diez países de la región) no cumplieron su mandato y fueron eyectados de su cargo como consecuencia de movilizaciones populares. Por su parte, Venezuela tiene una sociedad partida en dos y ya hubo un frustrado intento de golpe de estado; Colombia es una democracia militarizada; el presidente Batlle de Uruguay soportó ya varias crisis políticas y huelgas generales, mientras que Chile y Brasil gozan todavía de relativa estabilidad. Los actuales gobiernos de Perú y Paraguay, herederos de crisis anteriores, también andan a los tumbos y fueron obligados a retroceder en algunas de sus iniciativas más agresivas.

Una conclusión es evidente: el margen de las democracias coloniales en América Latina para garantizar tanto un "normal" desenvolvimiento de la explotación capitalista local y (especialmente) extranjera como un mínimo de estabilidad social y política se vuelve cada vez más estrecho. Como reconoció un funcionario de la administración Bush, "la democracia está siendo desafiada. El problema es cómo hacer para satisfacer las enormes demandas de la población en el marco de las instituciones democráticas" (Clarín, 21-10-03).

Pasemos por alto el cinismo imperial que denomina "enormes demandas" a los derechos elementales de poder comer, tener un trabajo, no ser saqueado por las grandes empresas capitalistas y ser escuchado en vez de ser reprimido y asesinado como en Bolivia. El problema que señala con preocupación el gobierno yanqui es muy real, y no sólo no aparecen soluciones, sino que la situación se vuelve cada vez más aguda, y las contradicciones, más violentas.

 

Un diálogo entre las rebeliones boliviana y argentina

 

Esta tendencia, ejemplificada las crisis sociales y políticas que mencionábamos, muestra que el deterioro de la "institucionalidad democrática" es muy profundo y ha pegado un salto en los últimos años. Existen profundas razones estructurales, orgánicas, en el modo de funcionar del capitalismo de la región, que explican una parte de este proceso. Los países de la región se han visto integrados a la dinámica de la globalización capitalista durante los años 80 y 90 de la manera más conveniente para los intereses de las grandes corporaciones imperialistas. Es sintomático que en ese período los presidentes más mimados por el FMI, Estados Unidos y los ideólogos neoliberales hayan sido Salinas de Gortari (luego procesado por lavar dinero), Alberto Fujimori, Carlos Menem... y Gonzalo Sánchez de Losada. Las políticas de privatizaciones, los ajustes fiscales para beneficio de los acreedores, el desmantelamiento de servicios públicos, el crecimiento de la pobreza y la desocupación, fueron elementos comunes en toda la región y constituyen uno de los fundamentos de la crisis de los regímenes y partidos políticos del continente (1).

Sin embargo, existe otro elemento esencial para entender el proceso político latinoamericano, y es el desarrollo de toda una serie de amplios movimientos sociales (o, mejor dicho, político-sociales) que se fueron construyendo en respuesta a una doble carencia: la de la respuesta estatal o gubernamental a demandas cada vez más elementales y acuciantes, por un lado, y la de representación social y política que la crisis o transformación de los partidos tradicionales dejaba vacante. Frente a un estado que se desentiende de los problemas de las masas para atender los reclamos de los acreedores imperialistas, y frente a partidos políticos convertidos en cáscaras vacías, maquinarias electorales o agencias de cobro de coimas, los movimientos sociales independientes (de una enorme heterogeneidad) se convirtieron en instituciones que cubren ambos roles.

Es en este terreno de la construcción o reconstrucción de la subjetividad del movimiento de masas en el que un diálogo entre las experiencias más recientes y profundas de la lucha de clases en la región, la argentina y la boliviana, puede resultar más fecundo. Los movimientos, los trabajadores y las corrientes políticas revolucionarias de ambos países tienen planteado el desafío de aprender de estos procesos e ir madurando conclusiones.

En varios sentidos, el proceso boliviano es más profundo y más global en sus implicancias que el Argentinazo; por otra parte, las mediaciones, los ritmos y los obstáculos al progreso de la lucha son bastante diferentes. Aquí no podemos más que dejar señalados algunos elementos para desarrollar en otra oportunidad, pero que tienen su importancia.

En primer lugar, está muy claro que la rebelión en Bolivia es de alcance auténticamente nacional, por más que el epicentro fuera La Paz y El Alto. Además, y a pesar de que la coordinación haya estado prácticamente ausente, el hecho de que hayan entrado en escena los sectores populares, los campesinos e indígenas como el destacamento de vanguardia de la clase obrera boliviana, los mineros, muestra la potencialidad de una alianza entre las clases oprimidas y explotadas, con pocos antecedentes incluso en la propia Bolivia. Otro aspecto muy notable es que el detonante de la rebelión haya sido un reclamo de orden antiimperialista (el rechazo al saqueo del gas por parte de las grandes multinacionales).

Y, por supuesto, uno de los rasgos distintivos del levantamiento es el complejo tramado de organizaciones populares, campesinas y obreras de las masas bolivianas. Conviven allí organizaciones territoriales, otras que son étnicas (que agrupan sobre todo a aymaras y quechuas), otras basadas en un criterio de clase (obreras o campesinas), y casi todas ellas revisten un carácter "mixto": a la vez político, reivindicativo y asociativo, en grados diversos. Estas organizaciones son las que hacen del proceso boliviano uno de los más profundamente enraizados en las masas, y algunas de ellas parecen asumir al menos en parte ciertas características de organismos de "doble poder", de instituciones de poder alternativas a las de la "democracia" capitalista y su estado.

En el terreno estrictamente político, también hay un desarrollo en Bolivia superior al Argentinazo en el sentido de que, si bien el objetivo inmediato era echar a Goñi (tal como aquí lo fue echar a De la Rúa), en amplios sectores de las masas la cuestión del poder se plantea de manera menos negativa que con la consigna "¡Que se vayan todos!". Existe una conciencia mucho más clara de que los trabajadores y el pueblo no pueden limitarse a desalojar del poder al representante enemigo que circunstancialmente lo detenta, sino que deben ocuparlo ellos. E inclusive cuentan para ello (a diferencia del Argentinazo) con formas embrionarias de poder propio y herramientas políticas más concretas (aunque éstas últimas presentan, como veremos, problemas importantes). Lo decisivo es que, como consignaba aterrado el conocido periodista burgués de La Nación y TN, Joaquín Morales Solá, las masas de Bolivia "han olido el poder".

 

La trampa de la "institucionalidad" y la necesidad de un punto de vista clasista

 

En estos momentos, y pasada la legítima euforia de haber obligado a escapar como una rata al carnicero Sánchez de Losada, es cuando hay que intentar poner en claro los desafíos y los peligros que afrontan las masas bolivianas. Y en este sentido, la peor trampa en la que puede caer el proceso es la de estancarse en el marasmo de la "institucionalidad" de una democracia colonial podrida hasta el hueso.

Después de haber intentado sostener hasta el final a Sánchez de Losada, la gran preocupación de Bush y de los gobiernos burgueses de la región (en primer lugar los de Lula y Kirchner, como lo demostró su "mediación" que tratamos en nota aparte) es que todo transcurra por carriles "normales". Nada les produce más pánico que la perspectiva de un movimiento de masas independiente que, con su propia organización y su propia perspectiva política, gane las calles, las conciencias y el poder. Al revés; quieren que toda la furia de las masas se canalice y se diluya por la vía de los partidos, el Parlamento, la Justicia y el estado capitalistas. Por eso salieron todos en masa a apoyar al "nuevo" presidente (que ya era el vice), Carlos Mesa, un periodista del riñón del establishment boliviano.

Por desgracia, ese debilísimo presidente cuenta ya con la anuencia y la tregua de los referentes de oposición más importantes: Evo Morales, del MAS; Felipe Quispe, del MIP, y los dirigentes de la COB (Central Obrera Boliviana), Jaime Solares y Roberto de la Cruz. Morales directamente se puso en el rol de "control institucional" de Mesa. Y por su lado, Quispe, que inicialmente había calificado de manera lapidaria al nuevo presidente ("otro gringo", había dicho), el lunes 20-10 se abrazó con Mesa en una asamblea masiva y le prometió una tregua de seis meses. Lo propio hicieron los dirigentes de la COB. ¿A cambio de qué? De nada; de discursos y gestos simpáticos. La escuela "K" de demagogia vacía también tiene alumnos bolivianos...

Lo peor que puede pasarle a este grandioso proceso revolucionario es que se meta en el callejón sin salida de las "instituciones" que han engañado, hambreado y masacrado al pueblo boliviano. Ya están los voceros y plumíferos del imperialismo y de la burguesía agitando el fantasma de las Fuerzas Armadas de Bolivia y los 170 golpes de estado que dio en su historia. Verso. El peligro nada fantasmal al que le temen es al de la organización política y social independiente de las masas que se plantee el problema del poder.

Pero en el camino de la construcción de las herramientas políticas y de poder que la revolución boliviana necesita para progresar, hay dos vigas maestras que no pueden faltar (y que, desgraciadamente, la oposición no aporta). La primera es que, como lo enseñó el Argentinazo, toda confianza que se deposite, todo espacio que las masas cedan en aras de las instituciones del régimen de la democracia colonial (partidos burgueses, Parlamento, estado) será usado en contra de ellas. Esto significa que las únicas instituciones en las que los trabajadores, campesinos e indígenas pueden confiar son aquellas que ellos mismos construyan, ocupen y controlen.

Y la segunda es que, precisamente, las únicas fuerzas con las que pueden contar las masas son las suyas propias, y la única alianza válida es aquella que estreche lazos entre la clase obrera de las ciudades, los campesinos y los indígenas. Con toda la enorme importancia numérica y política de la población indígena, sería un tremendo error reducir los objetivos de la rebelión boliviana a la reivindicación de los aborígenes. Porque no habrá salida revolucionaria para este proceso, ni se logrará hacer justicia a los reclamos seculares de uno de los pueblos más sufridos y combativos del continente, sin la fuerza decisiva y las organizaciones de la clase obrera. Es desde la tradición de la clase trabajadora que aflora el programa histórico de los explotados y oprimidos, que la revolución boliviana plantea con una crudeza y una actualidad tremendas. El de un camino construido desde abajo, contra la explotación capitalista, contra el saqueo imperialista, contra la humillación y por la dignidad de los pueblos: el del socialismo.

Marcelo Yunes

 

1) Para un análisis más elaborado, se pueden consultar los artículos sobre el tema publicados en revista SoB Nº 12.