La
insurrección de las piedras y los palos
Por
Roberto Sáenz
Socialismo
o Barbarie (periódico) Nº 31
"Ahora
es cuándo, carajo". Esta ha sido una de las principales consignas de
la insurrección popular, obrera y campesina de Bolivia que culminó en el
derrocamiento de Sánchez de Lozada el pasado viernes 17 de octubre (1).
Esta
caída revolucionaria del gobierno es un triunfo de las
masas populares, obreras y campesinas que se pusieron de pie a lo largo de
cuatros semanas y que realizaron así una acción histórica
independiente de alcance nacional (2), llegando hasta tomar casi por
asalto la ciudad capital del país, La Paz, y cercando el Palacio de
Gobierno. La multitud de unas 250.000 personas, trabajadores, vecinos y
campesinos de casi todos los barrios populares de El Alto y La Paz, es inédita
en la historia contemporánea del país.
Se
trató de una acción de una dimensión e importancia que la asemeja
a otros grandes momentos revolucionarios de la historia contemporánea de
Bolivia, como la revolución del ’52, la Asamblea Popular del
‘70/’71 y la ocupación por parte de los mineros de La Paz en marzo de
1985 (ver notas aparte).
"Ahora
es cuándo" fue la hermosa consigna de El Alto insurrecto, y
que resume la conciencia de un pueblo, la búsqueda histórica de
acabar con su explotación y opresión secular.
Esta
insurrección no fue un rayo en un cielo sereno. Desde la
"guerra del agua" en Cochabamba (abril de 2000), pasando por el
levantamiento de la policía y popular en La Paz (el 12 y 13 de febrero de
este año), lo que se ha venido viviendo es un verdadero nuevo ciclo
político marcado por la reversión de la profunda derrota
sufrida por los trabajadores desde marzo de 1985 y la instauración del
feroz ataque capitalista neoliberal a partir de la ley de privatizaciones
en ese mismo año.
La
"guerra del agua" abrió una nueva situación que ahora
ha tenido un punto culminante en la rebelión popular de septiembre y
octubre. Se abre en Bolivia un nuevo proceso revolucionario, aunque
cabe aclarar que, al escribir desde la Argentina, nuestra evaluación
tiene más bien el carácter de hipótesis de trabajo a confirmar o
corregir.
Una
acción histórica independiente
"Los
que nos consideramos revolucionarios no nos podemos mentir. Ningún líder
y ningún partido político dirigió este levantamiento. Ni Evo (Morales)
ni Felipe (Quispe), ni nosotros (la COB) encabezamos la rebelión. Este
conflicto, lamentablemente, no tuvo una dirección unitaria. Los
trabajadores bolivianos, desde abajo, fueron los que echaron a patadas del
poder al asesino de ‘Goni’. Fueron las masas enfurecidas las que le
dieron un sopapo al imperialismo norteamericano. Nadie, individual y
partidariamente, se puede adjudicar el liderazgo de este conflicto"
(Jaime Solares, secretario ejecutivo de la COB, citado por
Econoticiasbolivia, 19/10).
Mas
allá de los intereses que puedan estar en juego en estas declaraciones
del actual secretario general de la COB, la descripción del proceso es
convincente. Porque lo que se ha vivido en Bolivia en estas semanas ha
sido verdaderamente una acción histórica de las masas explotadas y
oprimidas de Bolivia, independiente del Estado y de los partidos
patronales. Una acción independiente y espontánea, que
adquirió la forma de una insurrección popular, obrera y campesina, en
rechazo a la pretensión de Sánchez de Lozada de ahogarla a sangre y
fuego.
Esta
insurrección tuvo su epicentro en las masas urbanas desheredadas
de La Paz. Más precisamente, de la ciudad de El Alto, un enorme
"dormitorio de trabajadores", cruzado por unas
condiciones de vida de una pobreza extrema. Como dice el enviado de Clarín
a Bolivia: "No conviene subestimar demasiado lo que significa la dinámica
de la fuerza popular arrojada a la acción si se quiere entender lo que
paso en Bolivia en estos días (...) Ha sido ante todo producto de un masivo
levantamiento popular, con escasos antecedentes en los últimos 50 años
de vida política boliviana (Clarín, 18/10).
El
Alto insurrecto y los mineros inclinaron la pelea
"Alteños
y mineros echaron a Sánchez de Lozada. Un movimiento social denominado
‘paro cívico vecinal’ de la ciudad de El Alto, que duró 10 días
continuos entre el miércoles 8 y el viernes 17 (...) Son miles y miles,
son tantos que la gigantesca Plaza San Francisco no da abasto. La Plaza
está que revienta. Miles de campesinos vienen de los vallecitos del sur,
han roto el cerco y ahora se abrazan con los cinco mil cocaleros de Yungas
que han trepado desde el trópico hasta las cumbres nevadas. Y desde ahí
han bajado hasta la ciudad. Se juntan con los mineros de Huanuni, con los
guerreros aymaras campesinos de Achacachi, con los vecinos que han bajado
de El Alto, con los estudiantes, fabriles, maestros, amas de casa, con niños
y jóvenes (...) Desbordante de alegría, el pueblo rebelde del Altiplano
derramó lagrimas y se abrazó en las calles y esquinas en las que luchó,
sufrió, sangró y venció a los tanques y a la metralla. ‘Éste es el
triunfo del pueblo boliviano’, dijo el principal dirigente de la COR
(Central Obrera Departamental), rodeado de hombres, mujeres, viejos y niños
forjados en la pobreza y la dignidad: ‘El Alto de pie, nunca de
rodillas’. El festejo de El Alto se repite en las calles de La Paz,
regadas de sangre de los más pobres, de los más humildes" (Econoticiasbolivia,
19/10).
Como
señalamos en la cronología, si bien el proceso de conjunto comenzó el día
15 de septiembre, lo que terminó inclinando la situación y detonando la
verdadera insurrección que se vivió en la última semana fue el levantamiento
del pueblo pobre y trabajador de El Alto, que se puso de pie
ante la masacre y la represión del ejército. Este pueblo pobre y
trabajador –que no dejó una comisaría en pie en la región– se
organizó alrededor de juntas vecinales y de la COR (Central Obrera
Regional de El Alto, rama territorial de la Central Obrera Boliviana,
la COB).
Apoyándose
en la "insurrección" de este componente popular y de
trabajadores pobres, se articularon el resto de los sujetos sociales
explotados y oprimidos, en particular los mineros, llegados de las
minas próximas a Oruro, como así también diversas expresiones indígenas,
campesinas, estudiantiles y sectores de las clases medias. La COB se
convirtió finalmente, con la convocatoria de la huelga general indefinida
(muy parcialmente acatada, sin embargo), en la representación
indiscutible de la sublevación popular.
Vale
la pena recalcarlo: si por un lado los campesinos aymaras -organizados
alrededor de la CSUTCB y del liderazgo de Felipe Quispe- venían
realizando cortes de rutas, si por el otro -muy tardíamente, recién
desde el 3/10- se fueron sumando los cocaleros del Chapare, lo que aportó
el carácter insurreccional que venimos señalando fue el levantamiento
de las masas de El Alto, y su confluencia con las delegaciones de
trabajadores mineros, estatales y cooperativos (de Huanuni y otras
regiones). Unos 5000 mineros que fueron llegando en camiones, que dejaron
varios muertos en el camino, que fueron arribando obstinadamente a La Paz,
uniéndose al pueblo de El Alto. Y que reafirmaron el enorme
reconocimiento, tradición y valor simbólico que tienen entre los
explotados y oprimidos de Bolivia.
Un
rebelión popular, con epicentro urbano, de trabajadores y campesinos
El
Alto es la región de barrios populares que reúne unos 800.000 habitantes
en las afueras de la capital, La Paz. Viene a ser algo así como el gran
Buenos Aires respecto a la Capital Federal en nuestro caso. Todas las crónicas
resaltan el rol del El Alto. Esto requiere una explicación, que
desde aquí sólo podemos formular como hipótesis.
Creemos
que se entiende este rol de los pobres de las ciudades (con un gran
componente juvenil en las acciones) a partir de las condiciones de desestructuración
social y barbarie a la que ha sido conducida la economía boliviana en los
últimos 15 años. Es conocida la destrucción de una parte importante
del movimiento obrero minero. Decenas de miles de ellos perdieron su
trabajo cuando se privatizaron o cerraron varias minas; muchos de ellos se
transformaron en cocaleros. Esto fue parte de la des industrialización
del país desde el año ’85 (3).
En
estas condiciones, no es casual este masivo componente popular en
situación de "semi- proletarización", de trabajadores que
intermitentemente trabajan por un salario, a medio camino entre la ciudad
y el campo, y que hoy, en esta primera fase del proceso, estuvieron en
el centro de esta insurrección triunfante.
En
este marco, se dio una particular "unidad social" de hecho
–característica de los comienzos de los grandes procesos
revolucionarios, un "arco iris social"– entre las clases
sociales explotadas, las naciones oprimidas, las clases medias postergadas
y la juventud estudiantil.
Las
organizaciones de masas
Una
variada y muy rica tradición de organización tienen los explotados y
oprimidos en Bolivia. Probablemente la más importante de América Latina.
Con
alzas y bajas sus organizaciones son –como tales– inmensas conquistas
de los obreros, campesinos y vecinos.
Tradicionalmente,
la COB es la organización de la clase trabajadora por excelencia, la
organización "madre" de todas las demás. No tenemos un análisis
exhaustivo de su evolución en los últimos años, pero en esta crisis se
ha podido ver nuevamente que es más que un mero sindicato: tiene
elementos que apuntan a transformarla en una organización política de
lucha de las masas trabajadoras. En su seno están contenidas formas
de organización no sólo por lugares de trabajo sino también
territoriales: es el caso de las COD y las COR (las centrales
departamentales y regionales), de tanta importancia en el levantamiento.
En
el campesinado, la organización principal es la CSUTCB (con fuerte peso
en el campesinado aymara), fundada a fines de los ’70 expresando el paso
progresivo de ruptura de los campesinos con la subordinación al Estado. A
su frente está hoy la corriente indigenista de Felipe Quispe, que a la
vez tiene organizado un "brazo político", el Movimiento
Indigenista Pachakuti (MIP).
En
otro sector, aparecen las 6 Federaciones Cocaleras del Trópico de
Cochabamba, integradas en muchos casos con ex mineros que debieron migrar
al campo, encabezadas por Evo Morales. El brazo político de los
cocaleros, el MAS, resultó segundo en las elecciones presidenciales que
ganó Sánchez de Lozada el año pasado.
Entre
los organismos de base que se destacaron en la rebelión, fueron de gran
importancia una serie de organismos territoriales con una larga
tradición: las "juntas vecinales", organizaciones
de los barrios populares, de gran importancia en el levantamiento de El
Alto y que se agrupan en la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE) y que
se enlazan con los organismos de la COR de dicha ciudad. Al mismo tiempo, al calor
del enfrentamiento a la represión tendieron a formarse organismos
elementales de autodefensa.
¿Porque
la rebelión popular no se transformó en revolución social?
Con
un Congreso desprestigiado y un foco de poder alternativo disperso
en su dirigencia, pero real y tangible entre la población, cuya
vigencia, seguramente, no se agotará con el recambio presidencial, la
pregunta es porqué la insurrección popular no fue más lejos.
Porque
es un hecho que el Congreso está "atrapados" en el medio de un
agudo enfrentamiento entre el pueblo insurrecto organizado y el otro poder
real, el de la burguesía sustentado en los grandes intereses
transnacionales del gas y el petróleo, defendidos hasta ahora por la
metralla y los tanques del ejército. Por otra parte, en el ejército hubo
elementos de desmoralización y se debió recurrir al extremo de torturar
y asesinar a soldados que heroicamente se negaron a reprimir a sus
hermanos en El Alto. En Bolivia la burguesía tiene el problema de que el
ejército está compuesto esencialmente de conscriptos.
Los
límites del proceso tienen que ver, básicamente, con las
direcciones del movimiento de masas. Porque aunque existen
organizaciones de masas de enorme importancia y tradición, y aunque se
expresaron a lo largo de las jornadas métodos revolucionarios de lucha e
incluso el surgimiento incipiente de organismos de democracia directa
desde abajo (de tipo territorial) como las "juntas vecinales",
sigue candente un verdadero problema de dirección.
Según
todos los informes, ni la CSTCB, ni los cocaleros, ni la COB se plantearon
establecer una coordinación nacional de la lucha. Cada una salió
separadamente (incluso en fechas distintas) y si bien existían dos
reivindicaciones comunes (el rechazo a la venta del gas y el planteo de la
salida del presidente), en ningún caso se levantó durante la rebelión
popular un pliego programático común que estableciera la unidad
explícita de trabajadores, campesinos y sectores populares.
Esto
se relaciona con que al reclamo de la renuncia de Sánchez de Lozada, a
este reivindicación de tipo negativo, no se planteó una verdadera salida
por la positiva (salvo el recambio "institucional" que defendió
explícitamente Evo Morales).
Esto
es, estas direcciones no trabajaron ni trabajan en la perspectiva de un
gobierno de las organizaciones de masas, de las organizaciones de
trabajadores, populares y campesinas: de la COB, las CODs y CORs, la
CSUTCB,
los cocaleros y las juntas vecinales. Por el contrario, hoy le han
dado un plazo de "tregua" al nuevo gobierno, alimentando las
expectativas y la confianza que depositan en el las masas populares. A
esto le agregan el planteamiento de una Constituyente que en principio el
nuevo presidente Mesa se habría comprometido a convocar, aunque sin fecha
cierta. A nuestro modo de ver, esa Constituyente convocada por el régimen
puede cumplir hoy el tramposo rol de relegitimar la democracia
capitalista.
Esta
es, creemos, la razón esencial por la cual la triunfante rebelión
popular ha podido ser, hasta ahora, expropiada. Sin embargo, este
mismo problema volverá a ponerse a la orden del día. Este limite deberá
ser resuelto mediante el surgimiento de una alternativa de dirección y
política a estas expresiones.
"La
misma chola con otra pollera"
"Un
cachorro de la burguesía". "Cayó ‘Goñi’, pero no
derrotamos aún al modelo neoliberal capitalista". "Hemos ganado
una batalla, pero no la guerra". Así se refieren a Carlos Mesa lo
que tienen mas claridad. Esto es, se trata de un gobierno continuista
del anterior, no sólo capitalista, sino con figuras que vienen siendo
parte del mismo esquema neoliberal desde el ’85.
La
asunción de Carlos Mesa significa el intento de expropiación a
los trabajadores y el pueblo de su rebelión popular. Asume sin bases
sociales ni políticas sólidas, con el apoyo del Ejército en crisis,
de la embajada yanqui, de la misma vieja coalición "neoliberal"
mayoritaria en el parlamento. Y, fundamentalmente, como producto de la
"tregua" otorgada por las direcciones de las organizaciones de
masas, que a pesar de su incendiaria verborrea no se plantearon el
problema del poder: Y esto a pesar de que estuvo planteado de
manera "objetiva" ante los primeros elementos de desmoralización
del ejército y la existencia de verdaderas organizaciones de masas que,
aunque no fueron la dirección efectiva del proceso, sí son ampliamente
reconocidas.
Pero
la falta de objetivos claros de la rebelión popular (estas mismas
organizaciones se habían hecho la misma "autocrítica" luego de
los acontecimientos del 12 y 13 de febrero) es la principal causa por
la que, ahora, otro neoliberal tome el gobierno, en el marco de las
reaccionarias instituciones de la democracia de ricos.
Como
ha dicho muy gráficamente un dirigente de la COR de El Alto, Carlos Mesa "es
la misma chola con otra pollera". Porque el nuevo presidente no
va resolver verdaderamente ninguno de los problemas colocados sobre la
palestra política por la rebelión popular.
Al
contrario, sus declaraciones son extremadamente continuistas. Por ejemplo,
ha dicho que "se van a respetar las inversiones extranjeras". A
lo sumo, lo que buscaría sería ensayar un engañoso "camino
intermedio" entre respetar esas inversiones y volcar más ayuda
social a los sectores populares. El viejo truco del "gatopardismo":
cambiar algo para que todo siga igual. Esto es, en un sentido
similar –aunque a todas luces con mucho menos margen– que el juego que
pretende hacer aquí el gobierno de Kirchner.
"El
gobierno de Carlos Mesa debe encontrar la manera de dar respuestas a los
sectores más empobrecidos, mostrar un cambio de actitud que genere
confianza y cumplir con lo acordado con empresas y organismos
multinacionales" (enviado de La Nación en La Paz, 20/10). El
problema es como resolver esta cuadratura del círculo. Más aún
luego de una insurrección popular de carácter nacional y del aliento
en la nuca de estas masas triunfantes, que seguramente sentirá a cada
paso el nuevo gobierno.
Mientras
tanto, desde los sectores burgueses de Santa Cruz de la Sierra, llegan a
la Capital permanentes advertencias para que no haya un cambio en las
reglas de juego. "Es necesario cumplir con lo acordado con los
organismos internacionales y también con las empresas extranjeras",
dicen los grandes empresarios.
Esto
plantea que con este gobierno "ilegítimo" producto de un
parlamento totalmente desprestigiado, no se pueden descartar nuevos
momentos de crisis e inestabilidad, más temprano que tarde, más allá de
que la dirigencia de las organizaciones sociales y de los trabajadores le
haya dado una tregua de al menos tres meses. Porque aparentemente en
amplios sectores existe la certeza que la sublevación popular que ha
derribado a pedradas y palo, dinamita y barricadas a Sánchez de Lozada aún
no ha logrado nada sobre el gas, el petróleo, la tierra, el
territorio y la coca. Es decir, las cosas que verdaderamente importan: las
reivindicaciones que de hecho apuntan no sólo contra el régimen político,
sino contra el capitalismo semicolonial de Bolivia.
Las
perspectivas
La
COB, en su último Ampliado, ha fijado un programa que, de levantarse
consecuentemente demandaría trabajar en la perspectiva de un gobierno de
las organizaciones obreras, populares y campesinas. Porque ni Carlos Mesa
ni ningún gobierno llegado por la vía de las elecciones dentro de la
democracia burguesa lo podría llevar adelante.
Se
trata de las exigencias de: "renacionalizar, estatizar y socializar
todos los hidrocarburos; anular globalmente el decreto neoliberal 21.060,
y todos los contratos de privatización de hidrocarburos, mineros y de
empresas del estado; libre cultivo e industrialización de la hoja de coca
para los campesinos; liquidar la ley de reforma educativa impuesta por el
Banco Mundial; llevar a cabo el juicio de responsabilidades a Sánchez de
Lozada y ocupación de sus minas". Estas exigencias anticapitalistas
están más allá del alcance de cualquier gobierno burgués, por
"progresista" que se declare, y pueden ser parte del programa de
la revolución socialista en Bolivia.
Por
lo tanto, la crisis no se ha resuelto. Por el contrario, el
proceso revolucionario boliviano recién comienza. Los
intereses en juego son demasiados, muchos más de los que hay a la vista.
En las calles de Bolivia se juega, por ejemplo, parte del futuro de la
Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA). La renuncia de Sánchez
de Lozada ha sido un primer triunfo de un pueblo que demuestra su
capacidad de movilización, pero que no debe abandonar su lucha, sino profundizarla
y organizarla.
Porque
el gobierno de Carlos Mesa intentará abrir un período de transición que
reabsorba el "bolivianazo", en el que se enfrentarán intereses
contrapuestos. Insistimos: no sólo se disputa una crisis estructural
y política orgánica de la Bolivia capitalista semicolonial, sino parte
del equilibrio de fuerzas de un subcontinente que despierta y que hay que
enlazar conscientemente con nuestro Argentinazo. Un nuevo ciclo político
se ha abierto. No está descartado que de madurar este ciclo político,
la clase trabajadora pueda "tomar el cielo por asalto", porque
en cualquier momento, las calles de la ciudad y los caminos de Bolivia se
convertirán nuevamente en barricada. Pero ahora no les alcanzará con
piedras y palos: deberán aspirar al poder obrero, campesino y popular
Notas
1)
En realidad se trata de una "semi-insurrección", porque si bien
de hecho se llegó a plantear el problema del poder político, la rebelión
popular fue básicamente espontánea y careció de una verdadera dirección.
2)
Abarcó no sólo El Alto y La Paz, sino prácticamente todo el país:
Cochabamba, Oruro, Chuquisaca, Potosí, la región campesina de El
Chapare, Los Yungas e incluso, en menor medida, Santa Cruz de la Sierra,
Beni, Pando y Tarija.
3)
Bolivia es el segundo país (detrás de Nicaragua) más pobre de América
Latina. Algunos índices sociales la igualan a países del África
subsahariana, la región más pobre del mundo. El 20% de su población está
desnutrida. Su Producto Bruto Interno, de escasos 7900 millones de
dólares, es menor que el de Camerún. Mientras tanto, su deuda externa
alcanza los 4300 millones de dólares. Asimismo, el 20% más pobre de la
población obtiene sólo el 4% del producto, mientras que el 20% más rico
se lleva el 55%. El gas es, posiblemente, el último recurso natural
importante que le queda luego de cinco siglos de saqueo, lo que se combina
con la relación cultural del pueblo boliviano e indígena con sus
recursos naturales. Esto hace más fácil entender, dadas las tremendas
condiciones de miseria y expoliación, por qué estalló el pueblo
boliviano.
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