Brasil

Un millón y medio de cariocas malviven en cerca de 600 favelas – Los barrios
están construidos sobre precarias cloacas y montañas de basura

Fango y muerte en Río

La tempestad amenaza con derivar también en una tormenta política

Por Abel Gilbert
Enviado especial
El Periódico, 10/04/10

Río de Janeiro.– Sobre esta ciudad cayeron unos 300 litros por m2 en escasas horas. Por la avenida Atlántica, frente al mar, se veían ayer escenas inéditas: vendedores de paraguas en vez de protector solar. La lluvia moja por igual a todos, pero es en las favelas donde el agua puso en escena la enorme distancia social que separa a los morros [colinas] del asfalto. A los pobres de la clase media y alta.

Los corrimientos de tierra en las colinas que rodean y se esparcen más allá de los contornos de la ciudad maravillosa instalaron otra vez las preguntas incómodas. ¿Qué hacer con ese mundo paralelo que habitan 1,5 millones de personas, en su mayoría inmigrantes del noreste? Los medios –cosa rara– casi no hablan de la violencia que castiga diariamente a los favelados, a pesar de que una disputa entre dos hermanos de una familia mafiosa por el control del juego hizo que Río se emparentara con Irak en el uso de bombas que se activan al poner en marcha encender un automóvil. Así murió el hijo de Rogelio Andrade. El caso quedó relegado por los aludes de barro.

La discusión gira ahora alrededor de la misma constitución de esos cerca de 600 barrios, muchos de los cuales están sometidos no solo a la amenaza del narcotráfico sino de un desprendimiento, o se han construido con sistemas de cloaca y de drenaje precarios, y en medio de montañas de basura.

Las primeras favelas se levantaron a fines del siglo XIX. Su proliferación, sin embargo, comienza a mediados de los años 60. Por entonces, el gobernador de Río, Carlos Lacerda, llevó adelante traumáticos desplazamientos de favelados de la zona sur y los expulsó hacia el oeste. Nació, entonces, Ciudad de Dios. Paulo Lins escribiría una novela perturbadora sobre ese proceso. Luego, en el 2002, Fernando Meirelles la llevaría a los cines del mundo.

Según Gerônimo Leitão, director de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal Fluminense, la favela es el resultado de «años de ausencia de políticas de vivienda». Todos los presidentes brasileños y gobernadores del estado quisieron entrar en la historia como aquellos que lograron la paz de los morros y le cambiaron el rostro. Y todos, a su modo, fallaron.

A fines de los años 80, se puso en marcha el programa de saneamiento Favela Barrio. En un principio se creyó que era eficaz, hasta el punto de que fue mencionado como ejemplo por las Naciones Unidas. Una de las comunidades que se benefició en su momento de esa iniciativa fue el Morro dos Prazeres, en el barrio de Santa Teresa. Allí, los bomberos y equipos de rescate acaban de retirar más de 20 cuerpos sepultados por la avalancha de lodo que destruyó las casas.

El Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva ha lanzado también ambiciosos proyectos de redención de las favelas. El tiempo medirá su eficacia. Por lo pronto, y para evitar nuevas tragedias provocadas por las lluvias, las autoridades cariocas se decidieron a acelerar la reubicación de las familias que viven en zonas de riesgo (laderas o áreas con tendencia a anegarse). Son unas 13.000.

La tempestad amenaza con derivar también en una tormenta política

La tempestad que ha castigado a Río de Janeiro amenaza también con una tormenta política. Por eso, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva pidió a sus adversarios que no busquen rédito de un episodio que enluta al país. Para el mandatario, los brasileños deben aprender la lección de estas lluvias. «Pienso que a partir de ahora aumentará el nivel de conciencia de los dirigentes. No se puede permitir que los más pobres construyan sus casas en las laderas porque cuando ocurre una desgracia no aparece el responsable que permitió que se instalaran allí», señaló.

Lo que parece quedar claro para casi todos a estas alturas es que la tragedia carioca excede las explicaciones medioambientales. Según el semanario Época, las intensas lluvias y vientos no tienen la culpa de que el Estado carezca de una política preventiva eficiente. El dinero federal existente para la prevención de los desastres naturales no solo se destina de manera irracional sino que está muchas veces sujeto a los intereses electorales.

En los dos últimos años, el estado de Bahía se llevó el 65% de esa partida presupuestaria sin que existieran fundamentos técnicos que lo justificaran. La razón era otra. El ministro de Integración Nacional, Geddel Vieira Lima, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), aliado de Lula, dejó su cargo para presentarse como candidato a gobernador de Bahía.


El desprendimiento del Morro do Bumba, en Niteroi, estaba escrito desde que se construyó un barrio entero en un antiguo basural

Río de Janeiro llora por las muertes causadas
por el diluvio

Por Abel Gilbert
Enviado especial
El Periódico, 09/04/10

Río de Janeiro. –Llueve otra vez en una Niteroi incrédula. De repente, el chaparrón se toma un respiro. El cielo amaga con abrirse, pero la claridad es apenas una promesa electoral, y el agua reanuda su embestida contra lo que queda del Morro (colina) do Bumba. Una decena de máquinas escavadoras Hyndai retiran allí toneladas de una tierra negra, negrísima, como el presente que se abatió sobre Río de Janeiro y la periferia carioca.

En la noche del miércoles, una avalancha abrió un tajo en este cerro del barrio Cubango. Cuarenta casas, en las que vivían unas 200 personas, quedaron sepultadas. Los bomberos han rescatado apenas 19 cadáveres. Ya no hay esperanzas de encontrar a alguien con vida. Lo único que resta es encontrar sus cuerpos inertes. Es tanto el barro acumulado, hay tantos escombros y desperdicios, que, ha reconocido el subcomandante de los Bombeiros José Paulo Moreira, esa búsqueda puede durar más de dos semanas.

Los temporales han matado 185 personas en Río y sus alrededores. En Niteroi fallecieron 108 personas. La cifra no da cuenta aún de todos los que desaparecieron en Morro do Bumba, al norte de esa ciudad. "Nunca me olvidaré de esos gemidos", le dice a este cronista un policía que, esta madrugada, iluminado por un generador eléctrico, ha colaborado infructuosamente en las tareas de rescate.

En lo alto de la ladera

La avalancha comenzó en lo alto de la ladera. Descendió 900 metros por la calle Aurelio Cardoso y llegó hasta Viçoso Jardim. A su paso destruyó, además de los hogares, una iglesia evangélica, dos guarderías infantiles, una pizzería y un salón de belleza. "Salí de mi casa semidesnuda, pero estoy viva. Hay otras madres que no paran de llorar", dice Luciene da Hora.

El fango se escurre del morro y llega hasta una Viçoso Jardim hedionda. Los bomberos utilizan mascarillas. Los demás ––familiares que esperan un milagro detrás del cordón de seguridad, vecinos solidarios, voluntarios que ofrecen comida–– se cubren de vez en cuando sus narices, cuando ya no soportan el aroma de la desolación.

Colina convertida en cráter

El ruido de las excavadoras llega más allá de esa colina convertida en cráter. Los motores rugen y se dejan escuchar a las puertas del Colegio Machado de Assis y las iglesias donde han dormido parte de los evacuados. El cronista escucha historias. Casi todas se parecen. La de los hermanos Monteiro Carvalho que, con los ojos apuntando a la tierra, esperaron el milagro que les devuelva al padre, la hermana y el sobrino de seis años. La de Verónica Cardoso, que se quedó sin siquiera sus documentos.

El barrio Cubango de Niteroi había sido construido sobre un antiguo basural que funcionó hasta 1981. El desprendimiento del Morro de Bumba estaba, en ese sentido, escrito desde el momento que comenzó la invasión de los terrenos. Las casas se construyeron sobre una colina donde las toneladas de deshechos depositados durante décadas impedían absorber el agua. El suelo siempre fue inestable y peligroso. El déficit de origen fue siempre soslayado por las autoridades comunales.

Cloaca a cielo abierto

"Yo pagaba mis impuestos. Todos aquí los pagaban. Y aunque estoy aquí desde 1999, nunca he visto una obra de saneamiento. La cloaca pasaba a cielo abierto", recuerda Marlene Pinheiro.

La urbanización de esas alturas donde suelen desembocar los pobres inmigrantes nordestinos no solo fue tolerada. Se convirtió en una constante oferta electoral a los desamparados de siempre. "Pavimentación Morro do Bumba. Cada vez mejor", rezaba un cartel olvidado. Su tragedia no es solo natural. Esconde una matriz demagógica. Desnuda un modelo de gestión.

Riesgo permanente de explosión

Edson Antônio do Nascimento, un ingeniero de la Universidade Federal Fluminense (UFF), fue convocado años atrás para hacer un estudio del lugar de la desgracia. "El gas metano acumulado constituía un riesgo permanente de explosión", avisó. A esa misma conclusión llegó cinco años atrás la urbanista Regina Bibenstein. "Ha sido una tragedia anunciada", considera en ese sentido el presidente del Consejo Regional de Ingeniería y Arquitectura de Río, Agostinho Guerreiro.

La lluvia, al entrar en contacto con los viejos y nuevos desperdicios, aumenta un 30% la producción de un metano que es tóxico y explosivo. Para la secretaria estadual de Medio Ambiente, Marilene Ramos, el deslizamiento es obra de esa combinatoria. "Por eso, los supervivientes escucharon un ruido extraño", ha señalado.

Única ciudad fundada por un indígena

Niteroi está del otro lado de la bahía de Guanabara y fue la capital del estado de Río de Janeiro entre 1903 y 1975. Es la única ciudad brasileña fundada por un indígena. En la lengua tupí, el nativo Araribóia la bautizó, proféticamente, "agua escondida".

"¿Quién va a pagar por todo lo ocurrido?", pregunta el influyente diario O Globo. El prefecto de Niteroi, Jorge Roberto Silveira (PDT–socialdemócrata), que ya había asumido ese cargo en 1989, se hizo presente en Morro do Bumba 15 horas después del deslizamiento letal. "Ese es el Brasil real, el de la gente pobre", dijo, en un arrebato sociológico.

A media tarde, el cielo de Río ha vuelto a azularse. En Copacabana, Ipanema y Leblon, los turistas regresan alborozados a las playas. Los cariocas retoman sus caminatas a la vera del mar. En Niteroi, en cambio, las casas de velatorio están saturadas.


El riesgo de nuevos corrimientos amenaza a 10.000 hogares en las favelas

La tierra sepulta a 200 personas más en Río

Por Abel Gilbert
Enviado especial
El Periódico, 09/04/10

La noche del miércoles 7 escondía su ferocidad bajo un engañoso manto de apacibilidad. Pero, de repente, los vecinos de la favela del Morro de Bumba, en el barrio de Cubango de Niteroi, la ciudad satélite de Río de Janeiro, intuyeron el peligro. Un sonido grave, como el de una catarata, los sobresaltó. La tierra comenzó a desprenderse. «Cuando miré hacia atrás, mi casa ya no estaba. Y mi familia tampoco», dijo un superviviente. El corrimiento arrastró a otros 50 hogares. Unas 200 personas quedaron enterradas.

Los equipos de bomberos habían rescatado ayer 10 cuerpos sin vida y rondaba el pesimismo. «Vivo aquí desde hace 25 años: nunca he visto nada igual», relató Georgina Neves a la prensa brasileña.

A la espera de conocer la suerte de los desaparecidos, los nuevos episodios en la periferia carioca elevaron a 154 el número de muertos desde el momento en que el cielo maldijo a la ciudad maravillosa con tormentas sin precedentes. En 24 horas cayeron 288 litros por m2, superando los 245 litros del diluvio caído en 1966. El número de heridos asciende al menos a 161. Según Defensa Civil, unas 14.000 personas han tenido que abandonar sus casas. La mayoría se fueron a vivir con familiares. Un porcentaje menor duerme por ahora en lugares públicos.

Favelas en peligro

En Niteroi se consumó la peor tragedia de estas lluvias de las que todo Brasil habla con miedo a que puedan ser recurrentes. Lo ocurrido redobló la sensación de alerta. El alcalde de Río, Eduardo Paes, insistió en su llamamiento desesperado a quienes viven en zonas de riesgo para que se pongan a salvo. Las autoridades calculan que hasta 10.000 hogares corren peligro de quedar sepultados por nuevos corrimientos. La mayoría de estas casas se encuentran en las favelas.

Algunas zonas de Río mostraban aún ayer un aspecto desconocido. Las olas de cinco metros que golpeaban el aeropuerto Santos Dumont se erguían como amenazas.

El alcalde Paes aseguró que el estado de las principales avenidas y carreteras ha mejorado. No obstante, solicitó a los cariocas que se abstengan de transitarlas. «Todo el que se arriesgue a entrar por ellas correrá un enorme peligro», subrayó.

Los servicios sanitarios empezaron a distribuir 70.000 paquetes de ayuda con comida, ropa y medicinas para quienes se quedaron sin hogar o aislados. El Gobierno decidió destinar unos 75 millones de euros al Estado de Río de Janeiro para auxiliar a los afectados por las lluvias, los deslizamientos y las inundaciones.

Las autoridades estiman, sin embargo, que esta cantidad de dinero no será suficiente para dejar la ciudad tal y como estaba antes de la tempestad.


El desastre causa al menos 108 muertos y muestra las carencias de la ciudad

Río de Janeiro se debate en el caos tras el diluvio

Por Abel Gilbert
Enviado especial
El Periódico, 08/04/10

El agua turbia todavía dejaba ayer su marca brutal en Río de Janeiro. En medio de chaparrones esporádicos, que hicieron temer otra vez lo peor, los cariocas trataban de recuperar su normalidad. El cielo había escupido en un solo día las lluvias de un mes. La situación fue tan extraordinaria y desconcertante que llevó al presidente Luiz Inácio Lula da Silva a pedir «clemencia» a las fuerzas de la naturaleza, que dejaron al menos 108 muertos bajo el lodo. Otras 60 personas seguían desaparecidas y los evacuados eran casi 3.000. El desastre volvió a mostrar el rostro oculto de una ciudad que, con los Juegos Olímpicos del 2016, renueva sus sueños de esplendor y opulencia, pero descubre que esos anhelos a veces tienen los pies de barro.

La televisión saturó sus pantallas con imágenes de calles convertidas en ríos y casas destrozadas, primeros planos de hombres, mujeres y niños y sus lágrimas de desconsuelo, y grupos de bomberos y equipos de rescate buscando víctimas.

Los automóviles circulaban con recelo y parsimonia por las principales avenidas de Río. Unos temían encontrarse con el agua. Otros, ser asaltados. Las oficinas públicas volvieron a abrir sus puertas, pero no así la mayoría de los comercios. Las autoridades todavía no resolvieron cuándo se reanudarán las actividades en las escuelas. En al menos 11 barrios faltaba ayer la luz. La radio informaba de que las lluvias podían continuar de manera intermitente hasta el domingo. «Seguimos en estado de alerta», advirtió el alcalde, Eduardo Paes. Y mientras la vida cotidiana intentaba retomar su ritmo, muchos se preguntaban por qué la ciudad se había mostrado tan vulnerable frente a la inclemencia.

La lógica de la parálisis

Hacía 30 años que la ciudad no afrontaba una tempestad de estas proporciones. «Lo del lunes no tiene precedente», aseguraron los meteorólogos: 300 litros por m2 en 12 horas, vientos de hasta 75 km/h. Todo fue tan rápido que la mayoría de sus habitantes, por una u otra razón, quedaron sometidos a la lógica del caos y la parálisis. «La humanidad no puede controlar la intemperie y cuando llueve tantas horas seguidas, como ahora, los trastornos son demasiado grandes», trató de explicar Lula.

En Río volvió a corroborarse que los desastres no son solo naturales sino también sociales, porque golpean con mayor saña a los sectores de la población más desprotegidos. No fue casualidad que la mayoría de las víctimas y de los destrozos ocurrieran en los barrios marginales, las favelas. En Vila Isabel, en el oeste de la ciudad, cinco personas de una misma familia quedaron sepultadas por el fango.

Desde los años 60 se vienen levantando sobre los morros [colinas] esas colmenas de la exclusión donde la violencia y el narcotráfico son el credo cotidiano. El Estado a veces está ausente sin aviso. Allí, sobre esas tímidas alturas que, en algunas ocasiones, tienen una vista privilegiada de la ciudad, la precaria urbanización tuvo un verdadero efecto corrosivo: se destruyó la vegetación que históricamente ayudaba a absorber el agua. Los desprendimientos tampoco son obra de la casualidad.

Río y sus alrededores tienen actualmente unos 14 millones de habitantes. Pero la infraestructura que la sostiene no se ha modificado en lo sustancial respecto a lo que era en 1970. El agua del lunes recordó otra vez las asignaturas pendientes. La ciudad maravillosa y su periferia han desnudado su vulnerabilidad. La ciudad satélite de Niteroi fue de la más afectadas por los temporales y por los corrimientos de tierra que deglutieron decenas de viviendas.

«Metrópoli del tercer mundo»

El Brasil de Lula está orgulloso de ser una potencia emergente. El país cobra cada vez mayor protagonismo mundial. Su economía se expande y genera una mayor clase media. Pero el país dual sigue en pie. «Río es una ciudad increíble, extremadamente honesta, transparente. Siempre que nos dejamos llevar por su belleza embriagadora, ella se encarga de hacernos recordar que estamos en una metrópoli del tercer mundo», señaló Marcelo Miglaccio en el Jornal do Brasil.

«¿Estamos entonces en condiciones de organizar el Mundial y los Juegos?», se preguntaban ayer muchos cariocas. El propio presidente se vio obligado a responder. «No llueve todos los días. Tampoco hay terremotos todos los días en Chile y Haití. Usualmente, los meses de junio y julio son más tranquilos. Río está preparada para recibir con mucha tranquilidad a los Juegos Olímpicos y al Mundial, los mejores que habrá visto el mundo», prometió Lula.