Las elecciones se encuentran
bajo el control del gran capital, pues el otrora contestador PT se encuentra más
domesticado que cachorro de circo. El candidato de la oposición, José Serra,
pertenece al confiable PSDB, partido responsable por la consolidación del
modelo liberal–periférico o neocolonial, en curso en el país desde el
atribulado e inestable gobierno de Collor.
Delfim Neto, el ex zar económico
de la dictadura, y consejero informal del actual presidente, ya afirmó más
de una vez que “Lula salvó el capitalismo en Brasil”. Exageración. Lo
que Lula, el PT y sus aliados históricos hicieron fue salvar justamente el
modelo económico basado en la llamada dictadura económica y que se traduce
en el continuado proceso de apertura financiera, comercial, productiva y
tecnológica del país.
Otra aberrante característica
del momento es que los medios dominantes ya realizaron una especie de previa
electoral. Además de los candidatos principales (Dilma Rousseff y José
Serra), la oligarquía que controla los medios de comunicación del país,
incluyó entre sus electos a la eco–capitalista Marina Silva (1). Tal vez,
por mostrar su buen comportamiento frente a los dueños del dinero, de la
tierra y de los poderes mediáticos.
Marina, en la búsqueda de su
bien comportada imagen, se coloca capaz de – caso de ser electa – de
incluir al PT y al PSDB en su gobierno, y venir a ser también “una gran
solución para el agro–negocio”. Parece que está lejos el tiempo en que
los verdes se posicionaban a favor agro–ecología.
Quien lee cualquiera de los
diarios de mayor circulación, o asiste a los noticieros de la TV, puede
percibir con claridad la existencia impuesta de esos tres candidatos citados.
Es dentro de ese contexto que debemos comprender el esfuerzo realizado en los
últimos días por intelectuales considerados de izquierda y que procuran
justificar el apoyo a Dilma como la mejor opción para el país. Más que eso,
buscan marcar el inmenso error que representa no apoyar al PT y sus aliados.
Hasta la misma célebre división entre la socialdemocracia alemana y los
comunistas de aquel país, el inicio de los años treinta, que acabó por
facilitar el ascenso de Hitler al poder, es recordada para justificar la
posición a la candidata del Planalto.
Intentando respaldar esa visión,
de forma más consistente, encontramos análisis que destacan que el actual
gobierno promovió la reinserción internacional de Brasil en la economía
global, con una activa política de integración regional y alianzas estratégicas
con países del hemisferio sur. Como ejemplo, citan que de hecho, China se
volvió nuestro principal socio comercial, con América del Sur en segundo
lugar y los Estados Unidos pasando a un modesto tercer lugar.
Ese tipo de abordaje no
considera que el capital busca su valorización de acuerdo con condiciones
objetivas de rentabilidad lo que no debe ser confundido con cualquier tipo de
interés ideológico o político. China hoy, además de promover una
formidable expansión de su infraestructura económica, lo que demanda la
importación, por ejemplo, de nuestro hierro, abriga un diversificado sector
de bienes de consumo durables y no–durables, que descolocó de los Estados
Unidos. Hay, inclusive, analistas que consideran que las más de setenta mil
filiales de empresas norteamericanas operando en territorio chino, consolidan
una integración productiva sino–americana que conforma una solidez estratégica
entre esos dos países, que en mucho extrapola la conocida relación del
Estado chino con la deuda pública del Tesoro norteamericano.
Pero, especialmente, ese análisis
busca esconder nuestra real inserción en la economía global. Nuestra
presencia comercial en el mundo se basa en el modelo
agro–mineral–exportador, tan criticado históricamente por la izquierda y
por todos los sectores que alimentaban la esperanza del establecimiento en
Brasil de un auténtico proyecto nacional de desarrollo.
Al mismo tiempo, con nuestra
estructura productiva cada vez más desnacionalizada, importamos máquinas,
equipamientos, piezas y componentes industriales al sabor de las definiciones
estratégicas de las matrices de las corporaciones extranjeras, aquí
presentes a través de sus filiales.
Y para financiar todo eso,
para sustentar esas importaciones y las elevadas remesas de lucros y
dividendos para los controladores externos de nuestra economía, la devastación
por el agro–negocios, por mineras y siderúrgicas de productos semi–elaborados
gana en funcionalidad, a través de nuestras exportaciones.
En cuanto a la importante
agenda de integración latinoamericana, un mínimo de cuidado analítico también
es necesario. No podemos confundir aspectos de la política diplomática del
gobierno Lula – efectivamente importante para varios gobiernos
reformista–revolucionarios de nuestra América – con el conjunto de
nuestra política exterior.
En América Latina, el furor
y ímpetu de las multinacionales brasileras ya pusieron en ruta de choque al
gobierno Lula con gobiernos efectivamente comprometidos con la transformación
de sus países. Fue el caso, por ejemplo, del conflicto entre el gobierno de
Ecuador y la Constructora Odebrecht, en ocación del rompimiento de una
represa construida por la empresa en aquel país, donde el gobierno brasilero
y sus líderes en el Congreso, asumieron la firme defensa de los intereses de
la constructora brasilera.
Otro ejemplo importante es
dado por la política de financiamientos BNDES (2) para grandes proyectos, de
interés de las empresas constructoras brasileras. Además de que el BNDES es
hoy el principal agente financiero de la depredación ambiental en nuestro país,
en América Latina el papel del Banco sigue los mismos pasos.
Solamente en la Amazonia
peruana, la previsión es que se construyan seis usinas hidroeléctricas, de
total de interés de las empresas brasileras, en la búsqueda de alternativas
de negocios que escapen de los controles que nuestra legislación ambiental
procura establecer. Además de eso, son proyectos que obedecen a las
estrategias de infraestructura elaboradas por el Banco Mundial para la región,
dentro de la concepción de crear mejores condiciones para la exportación de
productos primarios para las economías centrales.
Esa política del BNDES en América
Latina no puede ser desvinculada de los obstáculos que el gobierno brasilero
pone para la consolidación del Banco del Sur. Es sabida la oposición
brasilera a esta propuesta de una institución de fomento relevante en la región
como instancia para una mayor y necesaria integración financiera entre
nuestros países, fuera del área de intervención del FMI, Banco Mundial,
BID, instituciones ellas que encarnan de sobremanera los intereses
norteamericanos.
Todo eso, sin dejar de
mencionar la presencia de las tropas brasileras en Haití, o el reciente
acuerdo militar Brasil–Estados Unidos, interrumpido desde el gobierno Geisel,
y ahora restablecido – sin un mínimo de transparencia – por el actual
gobierno.
Son muchos los ejemplos, por
lo tanto, que ponen en jaque la ingenua u oportunista visión que simplifica
el análisis más sustantivo de la política externa brasilera. Finalmente, no
podría dejar de mencionar el argumento que se destaca por encima de todo,
esto es, que el gobierno Lula priorizó lo social.
Las prioridades del gobierno
se reflejan, necesariamente, en sus respectivos presupuestos. Y es imposible
creer que un gobierno que prioriza el pago de los intereses y amortizaciones
(3), como es el caso actual, tenga condiciones de colocar las políticas
sociales en un plano relevante.
Lo que tuvimos, de hecho, fue
la profundización de la otrora también criticada focalización de las políticas
sociales en los sectores más vulnerables de nuestro pueblo. Políticas
importantes, para la atención de los más carentes, más miserables. Pero
absolutamente insuficiente para lo que precisamos: políticas universales y de
alta calidad para el conjunto de nuestro pueblo.
Por el contrario, continuamos
asistiendo – en términos de educación, atención de la salud, transportes
públicos, seguridad o vivienda popular – a una peligrosa degradación.
(*)
Paulo Passarinho es economista y miembro del Consejo Regional de Economía de
Río de Janeiro.
Notas
de la traducción:
1)
Ex ministra de Medioambiente del gobierno Lula, candidata presidencial del
Partido Verde.
2)
BNDES, Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social.
3)
Se refiere a los intereses y amortizaciones de la deuda pública.