Declaración
de la corriente internacional Socialismo o Barbarie,
20/06/2013
La
rebelión en Brasil desborda al gobierno
reformista-neoliberal del PT
Un
gigante despierta
En
el momento que escribimos esta declaración, nuevamente las
ciudades del Brasil están rebalsando con movilizaciones
multitudinarias: más de un millón de personas se
encuentran en las calles de las principales ciudades.
Semanas atrás explotó Turquía, también con
manifestaciones de masas. Ambos han impactado vivamente en
los analistas de todo el mundo, que no esperaban semejante
explosión de indignación en países estratégicos del
capitalismo mundial, y que además eran modelos de
“estabilidad”.
Ambas
explosiones han venido a renovar de manera impactante el ciclo
internacional de rebeliones populares que se vive desde
el 2011 sobre el trasfondo de la crisis económica mundial.
Durante los últimos meses no había sumado novedades
rutilantes. Ahora, las circunstancias parecen haber dado un
giro de 180 grados y puesto las cosas en su lugar: nada más
y nada menos que con el fenómeno de la rebelión extendiéndose
en países que son grandes potencias económicas mundiales.
La moraleja es que la dinámica de la lucha de clases tiene
sus tiempos históricos. Muchos marxistas han señalado que,
en la dialéctica de la historia, las rebeliones y
revoluciones parecen llegar siempre a “destiempo”, como
para señalar que no tienen una fecha fijada de antemano. Y
esto, en general, sorprende a sus propios actores.
Tendencias
estabilizadoras
Arrancamos
con esta reflexión porque la realidad es que Brasil estaba
dando lugar a todo tipo de “elucubraciones” acerca de
las razones de su estabilidad, ahora perdida brutalmente. No
es que el inmenso país latinoamericano fuera históricamente
siempre estable. En la segunda mitad de los años 1970 y
durante toda la década de los 1980, Brasil vivió un
proceso histórico de surgimiento de una nueva clase obrera,
de grandes luchas y de su organización.
En
medio de todo eso fue fundada la Central Única de
Trabajadores (CUT), alternativa al viejo sindicalismo
burocratizado –los “pelegos”– vinculado al viejo
nacionalismo burgués del país. Surgió también el Partido
de los Trabajadores (PT), que inicialmente expresó un
avance progresivo hacia la independencia de clase –si bien
bajo estándares reformistas– de amplias sectores de la
clase obrera.
Lamentablemente,
esos rasgos reformistas que desde el inicio tuvieron ambas
experiencias, con mucho peso de la Iglesia Católica en su
interior, y la caída del Muro de Berlín con sus
consecuencias de desmoralización y falsas conclusiones
antisocialistas sacadas del derrumbe burocrático, llevaron
a una rápida adaptación de la CUT y el PT a los mecanismos
de la democracia burguesa. Fue toda una escuela de “socialdemocratización”,
por así decirlo.
Paralelamente
a esa experiencia, en Brasil se procesaron en las últimas décadas
dos inmensas movilizaciones populares. La primera es la que
se conoce como la lucha por las “Direitas
Ya”, dónde un amplio movimiento democrático buscó
romper la salida pactada de la dictadura militar que venía
gobernando el país desde 1964 e imponer la elección por
voto popular del presidente. Diez años después, hubo una
segunda movilización de masas, el “Fora
Collor”. Ésta ocurrió en 1992, cuando Collor de
Mello fue echado de la presidencia por la corrupción
rampante de un plan privatizador demasiado virulento, que
chocó contra los cánones tradicionales del Estado brasileño.
Pero
esa movilización democrática triunfante, la del “Fora Collor”– coincidió con un momento general descendente de
la lucha de clases a nivel internacional. Además, fue
acompaña por la creciente adaptación del PT y la CUT, que
colaboraron en “planchar” la lucha de clases en Brasil.
En
1995, ya con un nuevo presidente, Fernando Henrique Cardoso
(ex intelectual progresista coautor de la “teoría de la
dependencia”), se desata lo que sería el epílogo de todo
este proceso: la famosa huelga petrolera que termina en una
estruendosa derrota.
Cardozo
llevó adelante un plan privatizador algo más mediatizado
que el que se proponía Collor, así como un ajuste económico
para parar la inflación rampante y estructural, el llamado
“Plan Real”. A partir de allí, la lucha de clases se
acható terriblemente, casi hasta el día de hoy. En medio
de eso, hubo esbozos de peleas, como la lucha contra el
ataque a las jubilaciones del sector público, en los
inicios del primer gobierno de Lula. Pero nada de eso cambió
la situación.
El
estallido del Argentinazo en el 2001, tuvo un importante
impacto en el país vecino. Aún recordamos como la joven
delegación de nuestra corriente en el Foro Social Mundial
del Porto Alegre a comienzos del 2002, era recibida por los
brasileños manifestando que “tenían orgullo por la
Argentina; que en Brasil debería pasar algo igual”.
Al
parecer la burguesía escuchó esas opiniones populares y
organizó una salida preventiva, posibilitando la llegada al
gobierno de Lula y el PT en el 2003. Ese año se alzarían
con la presidencia, luego de dos intentos anteriores
fallidos y habiendo dado ya sobradas pruebas de adaptación
completa al régimen de la democracia de los millonarios, y
de transformación del propio PT en el partido de una capa
social de nuevos ricos y altos funcionarios.
La
llegada del PT al gobierno fortaleció las tendencias
estabilizadoras. Es que el PT tenía la dirección o por lo
menos el control indirecto de los principales organismos de
masas del país. En primer lugar, la CUT, pero también del
MST (Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra) y las
organizaciones estudiantiles.
Brasil
potencia
Junto
con los elementos políticos que explican la estabilidad
hasta hoy –o, mejor dicho, detrás de ellos– han estado
diversos elementos y factores económico-sociales.
En
primer rasgo, muy general pero de importancia, es que a
diferencia de la Hispanoamérica, Brasil se mantuvo, después
de la independencia de Portugal, como un inmenso territorio
unificado. Andando el tiempo, vivió un primer proceso de
industrialización en torno a los años 1930 y luego, a
diferencia de otros países de la región, la dictadura
militar de 1964 fue industrializadora (aunque en íntima
vinculación con el imperialismo yanqui).
Todo
eso dio lugar a la creación de un inmenso mercado,
fortaleciendo la base económica del país aunque con
tremendas desigualdades sociales. La distribución del
ingreso en Brasil es una de las desiguales del mundo.
Así
y todo, los años 1990 estuvieron marcados por una recaída
económica y un proceso inflacionario casi descontrolado. El
gobierno de Cardozo vino a “domesticar” eso, aplicando
un ajuste económico similar a los del FMI, pero siempre más
mediado por la potencialidad económica del país y las
características de su Estado.
El
gobierno de Lula (2003-2010) tuvo la suerte de empalmar con
el ciclo ascendente del precio de las materias primas que aún
se está viviendo. El país ha sufrido, de todos modos,
modificaciones estructurales, con un achicamiento relativo
de su enorme aparato industrial, y una “primarización”
de su economía con un giro hacia la agroexportación y el
agronegocio.
Estas
bases económicas colocaron al Brasil como uno de los
grandes exportadores mundiales de materias primas, y se
acompañaron de planes sociales “redistributivos” del PT
para paliar la miseria extrema, así como créditos a la
vivienda y automotores, que dieron una sensación de un
nivel de vida ascendente en la última década.
Con
un PBI superando el billón de dólares, Brasil entró por
derecho propio entre el grupo de los países BRIC (Brasil,
Rusia, India y China). El PT pudo cambiar su ideología
inicial de “inclusión de la clase obrera” por una de
hacer de Brasil una “potencia económica y política
mundial”.
¿Todo
por 20 centavos?
Pero,
cuando nadie se lo esperaba, el país estalló. Las razones
de fondo parecen ser dos. Una primera es político–democrática,
por así decirlo.
La
brutal represión a los jóvenes participantes de las
primeras movilizaciones contra el aumento del pasaje de ómnibus,
fueron llevadas adelante bajo la supuesta legitimidad de un
régimen político con rasgos reaccionarios crecientes. Con
el pretexto de “la Copa del mundo” (el mundial de fútbol
del año próximo), se viene avanzando en la limitación y
represión de los derechos de huelga y manifestación. Lo
usual es que cualquier protesta, incluso pacífica, es
salvajemente reprimida por las “policías militares”,
cuerpos militarizados pertenecientes a cada Estado de
Brasil.
En
ocasiones anteriores, tanto los medios burgueses como
sectores amplios de las clases medias justificaban hechos
represivos como los reiterados ataques de la policía
militar a los estudiantes de la Universidad de São Paulo
(USP) o, en ese mismo Estado, el salvaje desalojo de un
asentamiento popular.
Esta
vez no fue así. El vaso se rebalsó ante las imágenes de
la llamada “policía más represiva del mundo”
repartiendo palos, gases y balas a diestra y siniestra a jóvenes
que reclamaban contra ese aumento del transporte. La
indignación estalló en multitudinarias movilizaciones de
cientos de miles, sino millones, en todo el país con picos
en Río de Janeiro, San Pablo y Belo Horizonte.
Junto
con la represión, este inmenso estallido tuvo otra motivación
que a primera vista parece insignificante. Unos céntimos de
aumento del transporte público en São Paulo y otras
ciudades, aunque en Brasil es uno de los más caros del
mundo en relación a los ingresos.
Como
en Turquía, que explotó contra un proyecto del gobierno de
destruir un parque cercano a la plaza Taksim, es evidente
que el motivo del estallido tiene raíces más profundas que
la reivindicación inmediata que lo desencadenó. Los
movilizados en Brasil lo dicen con todas las letras cuando
rechazan el argumento gubernamental de que todo sería
“por 20 centavos”. No es así: existe un trasfondo
material mucho más amplio que explica la explosión.
Lo
primero, es el drama del transporte público. São
Paulo, Rio, Belo Horizonte, etc. son megalópolis. ¿Qué quiere
decir esto? Significa que se trata de ciudades con tal
cantidad de población que se tornan inmanejables. Sus
servicios de transporte, públicos en general, de agua, gas,
etcétera, viven colapsados porque no hay presupuesto que
alcance para abastecer como corresponde la demanda.
Recorrer
cualquier trayecto en São Paulo es un suplicio dónde
se avanza a pasos de tortuga, para llegar a la fábrica, a
la oficina, a la universidad. Además, está también
colapsado, como otras partes del mundo, el sistema del
autotransporte individual, el automóvil, que en desmedro
del transporte público eficiente es absolutamente
improductivo. Y, para colmo, es causa de una brutal polución.
Tan es así, que los burgueses en Brasil van de compras a
los hipermercado en helicóptero. Mientras tanto, el
ferrocarril, el medio de transporte más eficiente, ha sido
dejado de lado como en otras partes del mundo.
Al
colapso del transporte público, se le agrega que es fuente
de inmensos negocios privados, de capitalistas que cobran
tarifas siderales. Esta es la fuente de movimientos como por
un “pase libre” en el transporte público, contra las
tarifas abusivas.
Pero
ahora todos señalan que ya no se trata sólo de la pelea
sobre los aumentos. La realidad es que para descomprimir las
cosas, la mayoría de las prefecturas –gobiernos de las
ciudades– han anulado los aumentos que originaron la
protesta. Pero las movilizaciones continúan.
¿A
qué se debe esto? Sencillamente, a que las razones del
descontento son mucho más profundas que la cuestión del
transporte. Se ha visto, por ejemplo, el repudio a los
gastos faraónicos en obras para el mundial de fútbol del
2014 y las Olimpíadas del 2016. Estos derroches contrastan
con los ajustes económicos crecientes que está imponiendo
el gobierno de Dilma Rousseff en materia de salud y educación.
Pero
además, hay algo aún más de fondo. A Brasil parece haber
llegado, finalmente, la crisis mundial. O mejor dicho:
parece estar comenzando a llegar. El país no está en
recesión todavía, y la tasa de desempleo oficial es la más
baja de la serie histórica (aunque hay que considerar que
regiones enteras se encuentran fuera de la estadística).
Pero se vive ya un estancamiento económico. Esto parece
haber generado un profundo cambio en la percepción de las
marcha de la economía por parte de la mayoría.
Dolores
de parto
¿Cuáles
son, a primera vista, las características sociales y políticas
de los sectores que han salido a la calle?
Los
rasgos sociales y generacionales hablan de una inmensa
rebelión juvenil. Se ve a una nueva generación que por
primera vez sale a las calles, un poco al estilo de las
movilizaciones de los indignados en los países del primer
mundo.
Sin
embargo, conforme las movilizaciones se han profundizado y
extendido a todo el país, el componente social se ha
“masificado” y amplios sectores populares y de
trabajadores comienzan a hacerse presentes. Es verdad que no
se han decretado “huelgas generales”, y que los
trabajadores –por el momento– no están participando
como clase organizada en las movilizaciones. La gran mayoría
de los sindicatos son controlados por la burocracia petista
y sus aliados, y esto hace más difícil una confluencia
movilizadora entre los que ocupan las calles y los lugares
de trabajo. Sin embargo, indiscutiblemente la simpatía de
la clase obrera, a pesar de su filiación mayoritaria en el
PTm está con los que llenan en las calles.
Otro
elemento importante es el componente estrictamente político
de la movilización. El PT y sus acólitos en la región,
como el chavismo y el kirchnerismo, han salido a decir que
se trataría de una movilización “por derecha, tipo los
escuálidos de Venezuela y los caceroleros de Argentina”.
Esto
es una mentirosa provocación: se trata de inmensas
movilizaciones de masas progresivas que, por el contrario,
están cuestionando por la izquierda al gobierno
procapitalista, social-liberal y proimperialista del PT. Una movilización que está desbordando un gobierno
que ha frustrado las expectativas transformadoras que había
despertado en su momento la figura de Lula. El gobierno
petista se
encuentra ahora frente al “espejo” de una inmensa movilización
de masas que lo desnuda como lo que es realmente: ¡un
gobierno neoliberal al servicio de los intereses del Brasil
capitalista!
Lo
anterior no niega que, tratándose de la emergencia de una
nueva generación, de un recomienzo de la experiencia histórica
de la lucha, no haya entre los sectores movilizados todo
tipo de limitaciones y “telarañas mentales”. Esto ha
sucedido siempre al inicio de cualquier movimiento de masas.
Seguramente, con el desarrollo de la experiencia, esas
limitaciones de la conciencia se irán decantando. Esto
requerirá, también de manera imprescindible, de la actuación
correcta de las corrientes socialistas revolucionarias.
La
corriente Socialismo o Barbarie Internacional, por intermedio
de nuestros compañeros y compañeras del grupo Práxis en
el Brasil, trataremos de actuar en ese sentido, intentando
aportar al desarrollo de una experiencia que ya marca un
giro histórico en la lucha de clases del mayor país de la
región. Por su propio peso, esta movilización vuelve a
mostrar la vitalidad del ciclo de rebeliones populares
abierto regional e internacionalmente.
En
cualquier caso, la puesta en pie de una alternativa desde la
clase obrera y la izquierda revolucionaria frente al PT y
demás grupos y direcciones reformistas, así como la
entrada a escena de la clase obrera en la lucha, requerirá
de una dura pelea que recién está en sus inicios pero que
tendrá seguramente dimensiones históricas. El gigante
brasilero se pone de pié. La clase obrera más grande de América
Latina está despertando. ¡Que los poderosos, los
explotadores, los opresores, los capitalistas de Brasil y
del mundo, tiemblen!
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