La
doble crisis de la Iglesia Católica
Por
Roberto Ramírez
Socialismo
o Barbarie, periódico, 14/04/05
El
abrumador show televisivo montado a escala mundial con motivo
de la muerte del papa ha servido, entre otras cosas, para que el
“gran público” continúe en la santa ignorancia acerca de los elementos
de crisis que se vienen desarrollando en la Iglesia Católica y
que ahora, en la era post-Wojtyla, amenazan pasar a primer plano.
Karol
Wojtyla –que cuando era un joven polaco vaciló entre las vocaciones
de ser actor o sacerdote (y luego fue incluso autor teatral)–, si
ahora está sentado a la diestra del Señor y desde allí ve la CNN (o
por lo menos Crónica TV), debió sentirse conmovido con la magnitud
del espectáculo que lo tuvo de primera figura. En verdad, no sólo su
último episodio sino todo su papado fue un largo reality-show.
Pero, como toda estrella del show-bussines, sabe que en algún
momento baja el telón y se vuelve a la realidad, marcada por la
antigua frase: “la commedia è finita”.
Efectivamente,
la función ha terminado. Luego del reality-show llegó la hora
de la realidad-real. Aunque ya están en rodaje las partes 2 y 3 de
esta super-producción (cuyos títulos podrían ser “El nuevo
papa” y “Los milagros de San Wojtyla”), la situación
de la Iglesia es bien diferente (y mucho más desagradable) que la
pintada en las pantallas.
Allí,
los cientos de miles de asistentes a sus funerales dieron la imagen de
una apoteosis triunfal. El espectador desprevenido pensaría que nunca
la Iglesia de Roma estuvo tan fuerte y sólida. En verdad, Juan Pablo
II deja en herencia una maraña de problemas y serios elementos de
crisis. Paradójicamente, en buena medida, esos problemas críticos
se fueron generando y/o agravando a partir de los indiscutibles
triunfos reaccionarios que marcaron su gestión al frente del Vaticano.
Entre esos triunfos reaccionarios se destacan dos de primera magnitud.
Por
un lado, el papado, en estrecha alianza con el gobierno de EEUU, jugó
un papel de cierta importancia para que la crisis de la burocracia
rusa y de otros países del Este derivara en la restauración
capitalista. Concretamente, el peso de la Iglesia sobre la oposición
obrera, popular y nacional en Polonia (y en menor medida en otros países
del Este), influyó para que ésta no siguiera un curso independiente
y revolucionario, en una perspectiva auténticamente socialista frente
a la caricatura burocrática. Aunque éste no fue, por supuesto, el único
factor ni el decisivo, Wojtyla apareció en escena como el papa que
había vencido al demonio socialista.
Por
otro lado, Juan Pablo II intervino brutalmente en la Iglesia
latinoamericana para aplastar las corrientes de la “teología de la
liberación” (más conocidas en Argentina como
“tercermundistas”). Ellas involucraban a un masivo sector de
sacerdotes y laicos comprometidos en las luchas sociales y políticas
del ascenso revolucionario de los años 60 y 70.
Pero,
como define bien Leonardo Boff –ex franciscano y, junto con Hans Küng,
uno de los pensadores católicos más descollantes de la segunda mitad
del siglo XX, condenado a guardar “silencio obsequioso” por el
Vaticano– éstas no fueron operaciones meramente “políticas”.
Juan Pablo II encabezó una contrarreforma global, que “representó
la tentativa de detener un proceso de modernización que irrumpió en
la Iglesia desde los años 60”. [1]
Si
en el plano político esto significaba que la Iglesia a escala
mundial se alineaba completamente con Reagan y Margaret Thatcher, en
América Latina con los Pinochet y los Videla y en el Este de Europa
con promover la caída de los regímenes burocráticos (pero para
llevarlos hacia el capitalismo e impedir una regeneración
socialista), a nivel doctrinario esta contrarreforma
implicaba adoptar y/o ratificar las posiciones más cavernícolas.
La
cerril oposición al uso de anticonceptivos, el mantenimiento del
rechazo al divorcio, la ratificación de las condenas medievales sobre
gays y lesbianas, la negación del derecho de la mujer a decidir sobre
su propio cuerpo (lo que incluye el derecho al aborto) y en general,
como señala Hans Küng, “tratar a la mitad de la humanidad, la
mitad femenina, como una segunda categoría” [2], la consecuente
negación del ingreso de la mujer al sacerdocio y la obstinada
ratificación del celibato eclesiástico son sólo parte de una larga
lista.
Quizás
el ejemplo más delirante de todo esto ha sido la actitud del Vaticano
frente al sida (HIV), que estalló como epidemia mundial precisamente
bajo el pontificado de Juan Pablo II. Oponerse al uso del preservativo
(condón), cuando es hasta ahora el único medio para evitar el
contagio, sólo puede calificarse como un hecho criminal. Es que, además,
el papado no se limitó a dictar esta absurda norma a sus fieles. La
Iglesia, donde pudo, presionó a los gobiernos para que no hicieran
campañas de educación sexual ni distribuyeran preservativos entre la
población, fuesen católicos o no.
Lógicamente,
esta contrarreforma doctrinaria y política debió
ser acompañada de medidas orgánicas para imponerla:
restauración del poder absoluto del papa y la Curia romana sobre las
iglesias nacionales, los obispos, los sacerdotes y los fieles en
general, vuelta al “pensamiento único” a través de la publicación
del Catecismo Universal, persecución de los disidentes (que en América
Latina, como está plenamente documentado, llegaron a ser entregados a
la represión de las dictaduras o los paramilitares), etc. [3]
La madeja de la crisis y sus hilos
El
hecho es que hoy cada uno de esos elementos doctrinarios, políticos y
orgánicos que constituyeron la contrarreforma de Juan Pablo II son
otros tantos hilos en una madeja de crisis de la Iglesia. Esta
crisis se manifiesta (en combinaciones muy distintas) en los dos
pilares históricos sobre los que se asienta socialmente el
catolicismo: Europa y América Latina.
Como
parte del mismo show triunfalista que se expresó en los funerales de
Wojtyla, se suele remarcar el crecimiento del catolicismo en algunos
países del África negra y de Asia-Pacífico, como la India, Corea
del Sur, etc. La Iglesia romana estaría entonces con algunos
problemas, pero en plena y saludable expansión.
Pero
toda esa historia tiene aspectos dudosos. En el caso del Asia-Pacífico,
el catolicismo, salvo en Filipinas, sigue siendo una ínfima minoría.
Crece, pero a partir de cero. Aun con la Santa Madre Teresa, llega
apenas a un 1,75% en la India y un 0,18% en Bangladesh. Aunque estas
proporciones son mayores en ciertos países de África negra (Nigeria
17%, Uganda 40%, Congo 42%, RD del Congo 52%, Angola 52%), existe la
duda de si eso refleja mucho más que la desesperación por encontrar
un refugio material a la brutal crisis social.
Antes
de la Revolución China de 1949, los misioneros de todas las ramas del
cristianismo también lograban allí conversiones masivas. Eran los
llamados “cristianos de arroz”, porque bautizarse era el medio
para recibir un tazón de comida. Por supuesto, cuando vino la
revolución y la gente pudo alimentarse sin necesidad de ir a la
iglesia, en China quedó muy poco de los “cristianos de arroz”.
La
expansión del número de seminaristas en Asia y África es aún más
impresionante, en contraste con su descenso vertiginoso en Europa y su
estancamiento en América Latina. Pero es obvio que, en medio de las
atroces condiciones de vida de las masas populares de la India o de África
negra, ingresar a un seminario (o a una orden en el caso de las
mujeres) es una vía de escape y al mismo tiempo de ascenso social. Es
lo que sucedía en algunos países pobres de Europa hasta hace poco
tiempo.
En
todo caso, es evidente que la Iglesia Romana no puede, ni siquiera a
largo plazo, sustituir con Nigeria, el Congo o la India a sus dos
cimientos históricos, Europa occidental y América Latina. Si éstos
se agrietan, todo el edificio cruje... y
eso es lo que está
pasando.
Como
decíamos, la crisis presenta combinaciones y se desarrolla a través
de hechos muy diferentes en ambas regiones. Diríamos que en Europa
se expresa a través de una “descristianización”, en el
sentido de un alejamiento masivo de la Iglesia y en general de la práctica
religiosa, mientras que en América Latina se manifiesta en el
retroceso del catolicismo frente a lo que podríamos llamar las
“religiones de la barbarie”.
“Descristianización” en Europa
El
citado Hans Küng sintetiza bien lo que está ocurriendo en Europa
occidental: “La situación actual es seria. En la mayoría de los
países hay una rápida declinación no sólo de la ordenación de
sacerdotes, sino de la identificación de la generación más joven y
de las mujeres con la Iglesia y, en términos generales, de la
influencia de la Iglesia en la gente”. [4]
Esto
no sólo sucede en países de tradición anticlerical, como Francia.
En la antes muy católica España, las iglesias también se están
vaciando, especialmente de jóvenes. En Bélgica, otro tradicional
bastión del catolicismo, pasa lo mismo. Incluso en la fiel Polonia y
otros países del Este –“salvados del comunismo gracias a
Cristo”– la tendencia es la misma, aunque la caída ha comenzado
desde más alto.
Aquí
el factor decisivo de esta crisis masiva de las nuevas generaciones
con la Iglesia son las normas morales retrógradas que Juan Pablo II
quiso imponer a toda costa, especialmente en el terreno de la
sexualidad. La condenación de los condones cuando existe el peligro
del SIDA, el anatema sobre los anticonceptivos cuando al mismo tiempo
se condena el derecho al aborto, sobre las relaciones
prematrimoniales, sobre la plena igualdad de la mujer con el hombre en
todos los órdenes, etc., son cosas cada vez más incomprensibles e
inaceptables, especialmente para la juventud.
Así,
el joven o la joven, aunque hayan sido criados en hogares católicos,
desarrollan cada vez más contradicciones: las normas oficiales de
la Iglesia ya nada tienen que ver con su vida real, donde
los novios hacen el amor antes de casarse, las parejas utilizan
anticonceptivos, y donde en general la gente cuerda prefiere usar un
condón (aunque sea pecado) antes que correr el riesgo de infectarse
con HIV.
Este
alejamiento masivo explica, por ejemplo, que en un país antes tan católico
como España la forma más barata que tiene el gobierno del PSOE de
lograr popularidad es tomar a la Iglesia de “cabeza de turco”. Un
día, propone sacarle los subsidios que recibe del estado. El otro,
dispone liquidar, de hecho, la enseñanza religiosa en la escuela pública
(una triste herencia de la dictadura de Franco). Y la mayoría aplaude
este veranito anticlerical de los socialistas.
Un
tema especialmente grave es el descenso vertiginoso de seminaristas.
Si se mantiene el actual ritmo de caída, en una generación casi no
habrá sacerdotes europeos, por lo menos de Europa occidental. ¡La
cuna del cristianismo se quedaría sin curas propios! Aquí, junto con
el alejamiento masivo de la juventud, se combina la obstinación del
papado en mantener el celibato eclesiástico.
La
norma del celibato para el clero secular (es decir, para los
sacerdotes que no son monjes de convento) es algo que sólo la Iglesia
Católica sostiene entre las distintas corrientes del cristianismo.
En
verdad, el celibato del clero secular no deriva ni de las enseñanzas
ni de las prácticas originarias del cristianismo (los apóstoles,
como luego los obispos y sacerdotes en el mundo antiguo, eran
casados), sino que es una norma relativamente tardía. Tuvo que ver,
entre otros motivos, con la organización peculiar que fue adoptando
la Iglesia en el curso de la disolución del Imperio Romano de
Occidente a partir del siglo V, y la posterior constitución y
desarrollo del feudalismo en los últimos tramos del primer milenio.
Mucho
después, con la Contrarreforma del siglo XVI para combatir al
protestantismo, la Iglesia ratificó el celibato (que de hecho se había
venido deteriorando, en primer lugar con papas, obispos y cardenales
que tenían mujeres e hijos sin disimulos). En esos momentos de grave
peligro, reimponer el celibato le permitió a la Iglesia afirmarse
como un sólido aparato burocrático y militante, cuyos miembros, en
principio, no estaban atados a lazos ni compromisos civiles o
familiares, y por consiguiente mucho menos sometidos a los poderes
estatales. Pero esto, que dio fuerza a la Iglesia en el siglo XVI para
sobrevivir a la Reforma Protestante, en el siglo XXI puede ser su talón
de Aquiles, por lo menos en los países centrales.
Un
párrafo especial merece la situación de la Iglesia en EEUU, la otra
región del centro imperialista donde existe el catolicismo. Allí
siempre fue minoritario (e incluso discriminado), pero en la segunda
posguerra la Iglesia fue ganando terreno. La consagración inédita de
un presidente católico, Kennedy, fue algo más que una anécdota.
Después de un período de anticomunismo rabioso en la época del
maccartismo (en los años 50), la Iglesia norteamericana ganó espacio
al identificarse con algunas causas “progresistas”, como por
ejemplo oponerse a la segregación racial.
Ahora,
en la era Bush, el avance del archirreaccionario fundamentalismo
“neoconservador” no ha favorecido al catolicismo estadounidense.
Las corrientes religiosas que ganan terreno con las campañas antigay
y con la islamofobia son las expresiones más retrógradas del
evangelismo. Bush se apoyó en ellas para ser reelecto y son ellas las
que han ocupado a nivel religioso el espacio “neoconservador”, no
los católicos.
El
papa vino a complicar las cosas con su oposición a la invasión de
Iraq y a la política rabiosamente pro-Israel de la Casa Blanca. Los
intereses de la Iglesia Romana (coincidentes en eso con los del
imperialismo francés y alemán) no son los de alentar un “choque de
civilizaciones” (o sea, una “guerra mundial” contra el Islam).
Por supuesto, el Vaticano condena solemnemente al “terrorismo
internacional”, como lo hacen todos los gobiernos. Sin embargo, a
partir de allí comienzan los “sí, pero...” Han pasado los buenos
tiempos de la trinidad Reagan-Thatcher-Wojtyla, cuando había una coincidencia
completa, tanto en la estrategia como en las tácticas, para
combatir al “Imperio del Mal”, en esos años con domicilio en Moscú.
Por
otro lado, la Iglesia norteamericana en los últimos años se ha visto
envuelta en escándalos masivos de pedofilia. Éste es un problema que
la Iglesia arrastra desde tiempos inmemoriales y en todos los países.
Pero en EEUU, por causas que no están claras, tomó dimensiones inéditas.
Además, como en EEUU los diversos cultos actúan como empresas que
pelean duramente por el mercado, este escándalo fue obviamente
aprovechado por la “competencia” para alentar una campaña
abrumadora en los diarios y la televisión. Durante largo tiempo
machacaron un lema en la cabeza de la gente: “cura católico =
violador de menores”.
Internamente,
la evidente extensión de la pedofilia en su seno dio un matiz propio
a la discusión del
celibato en la Iglesia norteamericana. En EEUU hay una crisis de
vocaciones sacerdotales como la de Europa, situación en parte
atribuida al celibato. Pero aquí se tiñó además con los colores de
estos terribles escándalos.
En
resumen, en el otro (y principal) centro del mundo, los EEUU, el cielo
de la Iglesia también presenta nubarrones.
Las “religiones de la barbarie” en América Latina
Ya
hemos visto el papel jugado por el Vaticano en la derrota del ascenso
revolucionario de las décadas del 60 y 70, que al interior de la
Iglesia latinoamericana se expresó en la purga de los partidarios de
la “Teología de la Liberación” y, en general, la imposición de
la “contrarreforma” doctrinaria y el sometimiento a los dictados
del Vaticano contra las veleidades de “autonomía”.
Seguramente,
el papado esperaba que todo esto iba a permitirle retomar un control
directo sobre las masas de fieles, presuntamente soliviantadas por las
“herejías marxistas” que transpiraba la “Teología de la
Liberación”. Las medidas disciplinarias que llovían sobre los
comprometidos con esa orientación (con el complemento nada desdeñable
de la represión estatal) iban a poner “la casa en orden” desde
Argentina a México.
Pero
el resultado final ha sido decepcionante para el Vaticano, y de
consecuencias graves para la institución. La “Iglesia de la
contrarreforma” que emergió en esos años no ha resultado muy
atractiva para las masas. En cambio, comenzó a costa del
catolicismo el crecimiento vertiginoso de las sectas, especialmente de
las más delirantes corrientes evangélicas, pentecostales, etc.
Aunque
con ritmo muy desigual según los países, regiones y sectores
sociales, lo constante en los últimos 20 años ha sido el progreso de
todas esas corrientes, que invariablemente se alimentan de sacarle
fieles a la Iglesia Romana. Mientras el catolicismo en América Latina
se muestra incapaz de conquistar ningún terreno nuevo (o reconquistar
alguno perdido), el resto de cultos religiosos crece a costa suya.
Brasil
es el país católico más poblado del mundo. Hace algo más de 20 años,
sólo el 6% de la población se definía como no católica. Hoy esto
llega al 25%. Si este ritmo se mantiene, en una generación la Iglesia
Católica sería minoritaria en Brasil. Situaciones parecidas se dan
en otras zonas de América Latina.
Por
supuesto, no estamos aquí en condiciones de desarrollar un análisis
completo de las causas y consecuencias de este crecimiento de las
sectas (en algunos sectores vertiginoso). Ésta es, en buena medida,
una asignatura pendiente en el marxismo latinoamericano. Sólo haremos
algunas consideraciones.
En
primer lugar, pensamos que el desembarco y crecimiento de estas
“nuevas” religiones no puede explicarse sin tener en cuenta lo
que ocurrió con la Iglesia. No es porque estas corrientes
religiosas hayan venido a ocupar el espacio a la izquierda que dejó
el giro reaccionario promovido desde el papado. Estas sectas son tanto
o más reaccionarias que el mismo Vaticano. Las cosas, por supuesto,
no han sido tan simples y directas, aunque este giro significó que la
Iglesia terminaba dando la espalda a amplios sectores populares que se
habían sentido atraídos en los años sesenta y setenta por la tan
proclamada “opción preferencial por los pobres”. [5]
Sin
subestimar los efectos “directos” de este cruel desengaño, nos
parece que lo principal es que esto fue “mediado” por las derrotas
de los años 80 y 90, la crisis de alternativas al capitalismo que ganó
la conciencia de las masas tras la caída del (falso) socialismo
burocrático y, sobre todo, por la catástrofe social que la
globalización neoliberal provocó en América Latina.
Esto
significó en primer lugar una brusca disgregación social, un
terremoto que afectó directamente a decenas de millones de
latinoamericanos e indirectamente marcó a la sociedad en su
conjunto, a todas las clases e ideologías: millones de
asalariados sin trabajo y sin posibilidad de conseguirlo, otros
millones con trabajos precarios, millones de ex campesinos en los
suburbios miserables de las ciudades, millones y más millones de
excluidos de todas sus antiguas funciones sociales y/o productivas.
Una de sus consecuencias ha sido un descenso notable del nivel
cultural promedio. Otra, un ascenso no menos notable de la
criminalidad, de la drogadicción, el alcoholismo y de la ruptura de
las estructuras familiares tradicionales (pero no en un sentido
progresivo, sino degenerativo).
No
es que en la mayoría de los países de América Latina (con la sola
excepción hasta los años 80 de Argentina, Venezuela y en alguna
medida Uruguay) no existieran importantes sectores de la población
hundidos en la pobreza. Pero la mayoría de esos pobres, tenían, al
mismo tiempo, “su lugar en la sociedad”. La globalización
neoliberal acaba en cierta medida con eso.
Las
“nuevas” religiones –que podríamos calificar como las “religiones
de la barbarie”– son más adecuadas que el catolicismo
tradicional para responder a esa catástrofe social y más hábiles
para operar y prosperar en medio de la descomposición general de la
sociedad.
Por
supuesto, el catolicismo tradicional también se dirigió hacia los
sectores pobres. Pero podríamos decir que era apto para “los pobres
de antes”, integrados como tales de una u otra forma a la sociedad.
Incluso para el católico no practicante, cumplir con el ciclo de
bautismo, confirmación, primera comunión, casamiento, bautismo de
los hijos, extrema unción y funeral, presupone y refleja una cierta
“estabilidad social-familiar”, aunque sea en la pobreza. La práctica
de la religión católica exige además un mínimo de nivel cultural.
Su liturgia es un elaborado producto intelectual de dos mil años de
orfebrería.
Las
“religiones de la barbarie”, en las condiciones actuales, son más
adecuadas y eficaces que el conservador catolicismo para cumplir la
función que Marx ya había agudamente advertido: “La miseria religiosa
es, al mismo tiempo, la expresión de las miserias reales y la protesta
contra la miseria real. Es el gemido de la criatura afligida, el alma
de un mundo desalmado... Es el opio de los pueblos”. [6] Marx
emplea la palabra “opio” no el sentido actual de
“drogadicción”, sino de calmante del dolor (tal como se
usaba en la medicina de su tiempo). Calmante, por supuesto, imaginario,
ya que no resuelve “las miserias reales”.
Estas
nuevas “religiones de la barbarie” apelan a eso directa y
brutalmente. Al ingresar al canal de TV de una de las sectas de más
éxito, La Iglesia Universal del Reino de Dios, un cartel permanente
lo exhorta: “Pare de sufrir”. Abajo, un número teléfonico
para llamar de inmediato. A los que llaman, sean cuales fueren sus
“sufrimientos”, se les informa que son víctimas de “un daño”:
alguien les hizo un “trabajo”. Debe venir a la Iglesia para que
los pastores le expulsen los demonios. Luego, otras vistas muestran a
los pastores vociferando en portuñol: “¡Fora demonio! ¡Va
embora!” Los poseídos vomitan, los diablos se retiran, y los ex
endemoniados informan que ahora se sienten bien. Luego, pasa al
escenario una señora que informa que la semana pasada el “Bispo”
Roberto la curó de un cáncer terminal mediante la “imposición de
manos”. ¡Aleluya! En cada sesión se producen siempre tres o cuatro
milagros de este calibre.
La
liturgia nada tiene que ver con la culta (pero aburrida y siempre
igual) misa católica, cuyo sofisticado simbolismo teológico-filosófico
no lo capta cualquiera. Por el contrario, aquí todos los días hay
cambio de programa. Un día, está el “Manto de la Descarga”. La
gente se pone bajo una inmensa tela que va progresivamente cubriendo
la platea, mientras todos con las manos levantadas para sostenerla, aúllan
como locos. Otro día la liturgia consiste en el “Camino de la
Sal”: se tiran al pisos montañas de cloruro de sodio para caminar y
revolcarse allí. Parece que esto también limpia los gualichos. Si ya
se aburrió de esto, puede volver el día en que se reparten
botellitas con el “Óleo Sagrado de Israel”, cuya unción aleja
los demonios, cura las más diversas enfermedades y da prosperidad en
los negocios...
En
resumen, es este tipo de religiones las que están devorando la
influencia de la Iglesia romana en América Latina. Hemos citado una
particularmente estrafalaria. Otras sectas y corrientes son más
“discretas”; pero todas, de una u otra manera, tienen que ver con
el desarrollo de los diversos elementos de barbarie y descomposición
social. El Vaticano tiene una responsabilidad fundamental en eso,
porque fue uno de los factores de las derrotas de los 80, que
posibilitaron al capitalismo imperialista hacer este desastre social.
Pero
“en el pecado está la penitencia”. No fue Roma quien capitalizó
esto, sino las sectas que le están ganando a sus antiguos fieles.
Notas:
1.-
Leonardo Boff, “Juan Pablo II, el gran restaurador”, www-socialismo-o-barbarie.com
(edición del 10/04/05).
2.-
Hans Küng, “El nuevo peregrino: Carta de Küng a los cardenales
que designarán al nuevo pontífice”, Clarín, 10/04/05.
3.-
Uno de los casos más notorios fueron las matanzas de sacerdotes y
fieles en El Salvador, de la que fue víctima el 24 de marzo de 1980
el mismo arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero. Meses antes,
Monseñor Romero había viajado a Roma a pedir el apoyo del papa
frente la creciente represión. Wojtyla lo rechazó de mal modo. Ver “El
Vaticano y la Teología de la Liberación: Diálogo
entre monseñor Oscar Arnulfo Romero y el papa Juan Pablo II”,
www.socialismo-o-barbarie.com (edición del 10/04/05).
4.-
Küng, cit.
5.-
Lema del famoso Documento de Puebla (1979), uno de los textos
fundamentales de la Teología de la Liberación.
6.-
Marx, Zur Kritik der Hegelschen
Rechtsphilosophie. Einleitung [Introducción a la crítica de
la filosofía del derecho de Hegel],
http://www.mlwerke.de/me/me01/me01_378.htm
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