Hace poco, presencié un estupendo documental español
llamado “Comprar, tirar, comprar”, producido en el 2010. Comienza el
documento fílmico con un hombre que llega a su casa, prende su computadora, y
se dispone a imprimir su trabajo, pero a la tercera copia, aparece en la
pantalla un mensaje avisando que la impresora presenta un problema en sus
partes internas, no puede seguir funcionando, y se debe de recurrir al
servicio técnico para su reparación. Eso es algo con que muchos de nosotros
nos enfrentamos frecuentemente. En el documental, el hombre acude a varios
centros de ventas y servicio y en todos le sugieren que le sale más barato
comprar una nueva impresora, a que reparar la vieja.
Y eso es por lo que también se opta aquí, en México, a
pesar de contar con un menor ingreso por habitante que en España o en
cualquier otro país de los llamados “ricos” (que ahora, con la brutal
hecatombe económica que enfrentamos, esa acepción queda muy en duda, con países,
como los mismos EU, de plano quebrados). Esto responde simplemente a la actual
tendencia que en todo el mundo ha impuesto el capitalismo salvaje de emplear técnicas
que nos lleven a consumir, si no compulsivamente, sí a hacerlo porque se deba
de reponer un producto que inesperadamente falla, como es el caso de la
impresora.
Y partiendo de la historia del hombre al que le falló su
impresora y la alternativa que él prefiere, en lugar de cambiarla (que es
finalmente buscar en la red un programa que la desbloquee), es que el
documental refiere un infame recurso tecnológico, ya hace años implementado
por el capitalismo, que es el de la llamada obsolescencia programada.
Sí, la obsolescencia programada es sencillamente el
empleo de la tecnología para deliberadamente diseñar tanto los materiales de
los que están hechos los productos que se fabrican, así como a éstos
mismos, para que en un tiempo breve (a veces incluso semanas), fallen y
dependiendo del precio que hayamos pagado por ellos, que se deban reparar,
cambiando algunas piezas o, lo más extremo (muchas veces la única solución),
reemplazarlos completamente por otro nuevo.
Esa situación, diseñar los productos para que a propósito
fallen, se dio como “solución”, en vista de que durante los albores del
siglo veinte, muchas cosas se fabricaban para que duraran digamos que para
siempre. En el documental, por ejemplo, se muestra un foco que está en una
estación de bomberos en EU y que lleva más de cien años prendido y aún no
tiene para cuándo se funda. Esa situación fue la causante, según las
corporaciones de la época, de la igualmente brutal crisis de 1929, que
sencillamente fue una de tantas crisis que la absurda sobreproducción
capitalista constantemente crea. Esta tendencia, la de producir más de lo que
la sociedad en conjunto puede consumir, si no va acompañada de mecanismos que
realmente logren que dicha sociedad se vuelque al consumo, es, en efecto, la
base de las constantes crisis económicas, como precisamente imaginaron los
industriales de la época.
Por tanto, crear una estrategia que aliente el consumo
frecuente que, digamos, equilibre de alguna manera a la anárquica
sobreproducción, es siempre bienvenida.
Justamente hacia 1932, cuando aún no se recuperaba la
economía mundial del crack bursátil de 1929, Bernard London, un mercenario
del capitalismo, escribió un trabajo titulado “Terminar con la depresión
mediante la obsolescencia programada”, una especie de libelo en el cual argüía
que mientras la economía estaba quebrada, los almacenes y fábricas estaban
llenos de mercancías, y que sólo se requería de la “voluntad” del
gobierno para que comenzaran a venderse y a usarse y que así se reactivaría
la economía y se “terminaría” con la crisis. Planteaba London que cuando
en los viejos tiempos, principios del siglo veinte, los estadounidenses no
esperaban a que las cosas dejaran de funcionar para deshacerse de ellas,
durante la depresión las usaban hasta que realmente dejaran de funcionar, por
lo que proponía, muy dictatorialmente que el “gobierno habría de
asignar un periodo de tiempo a zapatos, máquinas y casas, a todos los
productos manufacturados, mineros y agrícolas, desde la primera vez que se
hicieran, y se venderían y usarían sólo dentro de dicho plazo de
existencia, que el consumidor conocería de antemano. Después de que el
periodo de vida expirara, todas esas cosas estarían legalmente muertas y
serían recolectadas forzosamente por la estricta agencia que el gobierno
hubiera asignado para tal tarea y destruidas si existiera desempleo
generalizado. Nuevos productos estarían saliendo masivamente de las fábricas
hacia los mercados para llenar el espacio de los obsoletos y los motores de la
industria seguirían funcionando, el empleo regularizado y asegurado para
todas las masas trabajadoras”. Como se ve, esta draconiana especie de
“mundo feliz” para el capitalismo era, sin duda, una irresponsable
declaración, pero a pesar de ello, la industria, es decir, las
corporaciones, se la tomaron tan en serio, que a partir de entonces, con mucho
más ahínco, se dedicaron los departamentos de diseño de las distintas
empresas y firmas manufactureras a implementar una forma de que, en efecto, la
ley London se aplicara en la práctica, desde luego que quitando el
enfoque dictatorial y apelando, simplemente, al desgaste inducido de los
materiales empleados y las piezas de las que constaban los distintos productos
vendidos.
Sin embargo, eso se ha logrado desde entonces de distintas
maneras, no sólo haciendo que a propósito fallen las cosas, sino induciendo
otro tipo de factores, como los psicológicos, muy efectivos, por cierto, pues
mediante estrategias mercadotécnicas, que involucran el estatus, así como la
categoría y, sobre todo, “estar a la moda”, a la gente se le induce que
debe de cambiar constantemente sus cosas, como autos, aparatos electrónicos
(celulares, computadoras, dvd’s, etc.), ropa… lo que sea, pues el no
hacerlo, implica el riesgo de quedar como una especie de inadaptado social, de
renegado del consumo, con lo que la sociedad estigmatizará a ese sujeto, dándole
la penosa categoría de paria, de perdedor, incapaz de cumplir con los
estándares impuestos.
Puede resultar absurdo, pero ha resultado el factor psicológico
tan efectivo para cumplir con la ley de la obsolescencia programada, que la
gente olvida o pasa por alto la función primaria que tiene un producto al ser
adquirido. Por ejemplo, uno de los directores de la empresa automotriz General
Motors, Alfred P. Sloan, declaró ya en 1941, acerca de los autos que la
empresa fabricaba que “Hoy en día, la apariencia de un automóvil es uno de
los aspectos más importantes al ser vendidos, quizá el más importante, pues
todo mundo da por sentado que ese auto funcionará”. Y, en efecto, basta ver
que desde entonces, los autos se venden por su apariencia, por su diseño, que
guste, resulte atractivo, agresivo, deportivo, rudo, femenino… según sea el
gusto del consumidor. Por esa razón, las firmas automotrices cuentan con
varios modelos, los cuales apelan al gusto de los compradores para ser
ofrecidos, y lo de menos son sus especificaciones técnicas, que digamos que sí
importan, pero una vez que logran “enamorar” al potencial comprador.
Entonces, ya luego se le informa, como algo adicional al diseño, por
ejemplo, el “potente motor con que cuenta, sus seguros frenos, su equipo
deportivo, su economía en el combustible…”, lo que sea, que ya se
presenta, como dije, adicional al enamorador diseño.
Eso sucede también, por ejemplo, con otros productos,
tales como los teléfonos celulares, los que, es lo de menos, se da por
sentado, sirven para hablar, eso ya no es lo importante entre los
consumidores, sino que estén equipados con cámara, juegos, Internet o modem
para conectarse al facebook… se usan muchos ya incluso como pequeñas
computadoras más que, propiamente, como teléfonos para llamar.
Y así, se podrían citar tantos ejemplos en donde, gracias
a la manipulación psicológica mencionada antes, se logra que los productos
no sólo pasen de moda, sino que vayan evolucionando sus características.
Y no deja de acompañarse, por supuesto, lo psicológico,
con la limitada durabilidad de los productos, que muchos de plano llegan al
nivel de ser simples baratijas que, cínicamente, se reconoce que se
descompondrán muy pronto debido a eso, que son productos sumamente baratos
que servirán para un muy limitado empleo (por ejemplo, los productos chinos,
la mayoría son emblemáticos de dicha característica, tanto por los
materiales empleados, así como por las partes que los forman. ¡Quien no ha
experimentado enojo al usar un desarmador que se despunta al tratar de girar
un tornillo medianamente apretado o una llave española que se rompe al primer
intento de aflojar una tuerca! Hace poco adquirí una motobicicleta,
ensamblada con un motor chino que, en menos de un año de uso esporádico, ¡ya
comenzó a fallar!).
Varios supuestos “defectos de fabricación”, que han
implicado graves peligros en autos, por ejemplo, se deben a que en el
deliberado acto de hacerlos fallar en determinado tiempo, a los fabricantes se
les ha, digamos, “pasado la mano”. Hace poco ciertos vehículos de Toyota
tuvieron que ser llamados masivamente debido a que tenían un grave defecto en
los sistemas de frenado, que ya había provocado incluso varios accidentes. En
un foro sobre los famosos autos Jeep, un quejoso escribió: “Tengo un Jeep
Wrangler Sahara 2008 y es un auto que me ha decepcionado bastante, pues con sólo
tres años de uso, tiene un grave problema de $500 dólares, pues el módulo
de control integral falló, el auto simplemente se rehusó a arrancar. Ha
estado en la agencia durante una semana. Aparentemente esa pieza fue
pobremente diseñada y necesita cambiarse toda la caja de fusibles por una
nueva, con diferente y mejor diseño. He hablado con personal de Chrysler, el
fabricante del auto, señalándoles que deben de hacer un llamado urgente a
todos los propietarios del modelo, pero me han respondido que no hay
demasiados dueños que se quejen de dicho problema, como para que se deba de
hacer un llamado de emergencia. Sin embargo, mi parte para cambiar está en
lista de espera y mi orden es ¡la número 220! Y para empeorar las cosas, me
han dicho que ¡puede ser que pasen semanas o meses antes de que la pieza
llegue! ¡Así que convoco a todos los propietarios de esos malos vehículos a
que si tienen problemas similares, que se comuniquen con Chrysler e insistan
en que se debe de hacer un llamado urgente a todos los dueños de ese modelo
pero ya!”.
Como este testimonio hay miles, no sólo de autos, sino de
productos tales como laptops. Existe varios foros en donde los dueños de
laptops fabricadas por Apple que han resultado defectuosas, suben sus quejas
acerca de las constantes fallas que esas computadoras tienen, desde calentarse
demasiado y dejar de funcionar súbitamente, hasta pantallas que se apagan,
circuitos que se funden, discos duros que fallan. En efecto, las prácticas de
esa empresa, de fabricar casi la totalidad de sus productos fuera de EU, sobre
todo en China, además de usar componentes mal diseñados o de material muy
pobre, son parte de los problemas (sólo hay que ver por dentro una laptop o
computadora de dicha marca, como he hecho algunas veces, y se ven partes, como
cables, pegadas con simple tela adhesiva). Pero aquí también la empresa del
ya fallecido Steve Jobs, es un buen ejemplo de cómo sus artículos son dignos
representantes de la obsolescencia programada, ya que combinan, como dije,
cuestionables diseños y pobres materiales con el manejo mercadotécnico, pues
cada dos años, digamos, se lanza un upgrade, una versión
“mejorada” del iPod, del iPhone, del iPad… y así, con tal de que los fans
de dicha marca desechen la vieja versión, acudan en tropel a las
tiendas y compren el artículo mejorado con tal de no quedarse atrás y
estar up to date, es decir, a la vanguardia tecnológica (sin
embargo, no siempre ha sucedido, pues hace unos días que fue presentado el
nuevo iPhone, el iPhone 4, no resultó tan innovador entre los fans, pues además
de costoso, tiene problemas técnicos, como la baja vida de la batería, no
sirve para captar señales wifi, caros accesorios… incluso que el modelo
anterior era mucho mejor en muchos aspectos. Algunos usuarios que han probado
el nuevo celular, de plano declararon “no pierdan su tiempo y ni malgasten
su dinero en adquirirlo”. También, es
muy conocida la práctica de Apple de cerrar sus productos a adelantos
tecnológicos y de software, con tal de evitar que sus gadgets digamos
que se democraticen y hasta puedan abaratarse, como, por ejemplo, usar
software libre, accesorios genéricos y así. Incluso, alguna vez la empresa
pensó en no ofrecer baterías de reemplazo, con tal de que los consumidores
de sus productos tuvieran que comprar uno nuevo forzosamente).
Una consecuencia de la obsolescencia programada, quizá la
peor, es que tanto consumo compulsivo genera brutales cantidades de desechos
cada año, sobre todo de productos electrónicos, lo que se ha dado en llamar
“basura electrónica” (e-waste). Los países ricos, son los que más
contribuyen a las montañas de cuanto producto obsoleto se va
desechando. En enormes pilas se acumulan, muchos de ellos aún funcionando, y
son irresponsablemente exportados a países pobres, de África o de Asia, por
ejemplo, que son más vistos como tiraderos que, irónicamente, compran toda
esa peligrosa basura (aunque algunos países suelen hacer donaciones,
con tal de que se vea qué tan filantrópicos son, pero en realidad se
deshacen de su chatarra electrónica). El argumento de los países
exportadores es que son productos que pueden reciclarse, pero sólo una
fracción de todos esos desechos, realmente funcionan, un 30%, cuando mucho.
En el documental que comento antes, hay escenas de barcos con muchísimos
contenedores que cargan exclusivamente tales desechos, y a la hora de
descargarlos, se forman cerros y cerros de computadoras, laptops, celulares,
impresoras, monitores…
Las empresas exportadoras, muy mañosamente, ponen los
productos que aún funcionan al principio de los cargamentos, para que las
compañías que los importan vean que todavía pueden usarse, pero luego ya
viene realmente la chatarra. Así, los compradores adquieren todo por bulto,
digamos, a precio de ganga, seleccionan lo mejor, que a su vez lo
revenden, y que es de donde sacan su inversión y su ganancia, y ya lo peor lo
venden más barato y así, eso va pasando de comprador a comprador, hasta que
ya lo que realmente no puede repararse o que es inútil, la mayor parte, se
tira.
En el sitio de la organización pbs.org/frontlineworld, se
exhibe el video:
www.pbs.org/frontlineworld/stories/ghana804/video/video_index.html
que muestra las infames, brutales consecuencias que el
desecho de la basura tecnológica está provocando en países muy pobres, como
en este caso, Ghana, nación africana a donde llegan cada año miles de
toneladas de tales desperdicios (de por sí que África, un pobre continente
con vastos recursos, siempre se ha usado como el basurero mundial, a donde
llegan todo tipo de desechos, de cosas que ya no sirven o ya no son permitidas
en sus países de origen, como maquinaria, vehículos, ropa, medicina y
alimentos caducos… y más desechos). Lo que ya no puede “reciclarse” se
tira en lugares baldíos en donde niños y adolescentes acuden para recoger,
apilar y quemar esa chatarra, cuyo contenido plástico genera densas y negras
columnas de negro, venenosísimo humo, que van
a dar a la ya muy contaminada atmósfera y, claro, a los pulmones de
esos jovencitos, quienes ya apagadas las peligrosas fogatas, recogen los
restos de alambres y de metales con magnetos, que van acumulando en cubetas,
para luego venderlos y ganarse un miserable ingreso. Un chico que se acomide a
acompañar a los reporteros, les enfatiza a que sientan cómo ya todo el
tiradero huele permanentemente a plástico quemado y a otros incinerados
desperdicios, siendo difícil respirar (lo peor es que ese tóxico humo y
otros peligrosos desperdicios generados por la combustión, no se quedan sólo
en Ghana, sería ingenuo pensar eso, sino que se esparcen por todo el planeta,
siendo su efecto persistente y bioacumulativo en el ecosistema mundial, o sea,
no se degradan y terminan integrándose a la cadena alimenticia).
Un reportero local, Mike Anane, ha estado haciendo
reportajes sobre el problema que eso ha generado, pues con tristeza señala que esos tiraderos, cercanos a la
laguna Korle – uno de los cuerpos de agua más contaminados del planeta –,
eran antes sitios prístinos, con tierras fértiles y ríos limpios, en los
que él, de niño, solía jugar pelota con sus amigos. Pero ahora se han
transformado en infectos basureros, corrientes de aguas negras, contaminada
atmósfera… los locales le llaman al sitio Sodoma y Gomorra, en clara
alusión al apocalíptico fin del mundo.
“Es triste e irresponsable lo que países como EU,
Inglaterra o Alemania, están haciendo aquí”, comenta, mientras muestra que
uno de los monitores desechados pertenecía a una escuela elemental de
Filadelfia. Ha estado tratando de reunir cuanta evidencia pueda, para tratar
de demostrar el grave problema causado tanto a la salud de la población, así
como al medio ambiente de su país – y de otros –, con tal de que se tomen
medidas verdaderamente enérgicas para detener dicha situación.
China, muestra también ese excelente testimonio fílmico,
es otro muy demandado sitio para exportar basura electrónica. Al puerto de
Hong Kong, llegan a diario decenas de barcos con cientos de toneladas de esa
basura, “importados legalmente”. Cerca de allí está la ciudad sureña de
Guiyu, en donde al recorrerla, durante kilómetros y kilómetros, lo único
que se ve es basura y más basura electrónica. El activista Jim Puckett es a
quien se le acredita haber descubierto esta ruta del e-waste, que sigue
floreciendo, debido a que es un excelente negocio, sobre todo porque pueden
obtenerse materias primas para la industria electrónica china de forma mucho más
barata. Claro, barata porque se gasta menos dinero, pero muy cara porque
se daña irreversiblemente al medio ambiente y a la salud de los pobres chinos
que se dedican a “reciclar” tan contaminantes, venenosos residuos. Declara
Puckett en una parte del documental que “la primera vez que vine aquí, en
2001, esto estaba mal. ¡Ha ido de peor a verdaderamente horrible! Realmente
lo que está sucediendo aquí es más bien apocalíptico”.
Claro, si por apocalíptico, Puckett se refiere a que, en
efecto, estamos preparando nuestro pronto exterminio, así es. Si ven el
documental, se darán cuenta cómo las calles de Guiyu, las banquetas, las
casas… todo está lleno de esa basura, y gente que está desarmando las
viejas computadoras, las consolas de videojuegos, quebrando los monitores…
para sacar los componentes electrónicos, como las tarjetas madres, los
procesadores, los circuitos. Y luego, en una muestra del poco respeto que
tienen los dueños de los locales en donde eso se recicla a la salud de sus
necesitados trabajadores, se ve a pobres jóvenes mujeres “cocinando”
todos esos componentes para que se funda todo el metal – oro y cobre,
principalmente –, que contienen, teniendo que respirar el nocivo humo blanco
que despide la fundición. Lo peor es que se hace en sitios cerrados,
empeorando el daño a la salud de por sí provocado.
Un peligro adicional, se señala en el documental, que más
tiene que ver con problemas de seguridad, que ambientales y de salud, es que
mucha de la basura electrónica contiene discos duros, la mayoría de los
cuales se desechan así, sin haberse borrado su información, y para los
llamados cybercriminales eso es oro molido, ya que pueden
enterarse de jugosos secretos de la gente o incluso de compañías, de sus
estados financieros, de los códigos de sus tarjetas de crédito o débito, de
su intimidad. De hecho, Ghana está clasificado como uno de los países en
donde más ha florecido el cybercrimen. Pues cómo no, se puede
concluir, con tantos millones de computadoras desechadas, sin el menor
cuidado, cómo no habría de darse ese digamos “daño colateral”. Hay una
escena en que se muestran archivos muy delicados de millonarias compras de
armamento del gobierno a la empresa armamentista Northrop Grumman, que podrían
haber provocado “serios problemas” al caer en “malas manos”. En ese
mismo disco duro, había secretos de la NASA e incluso del Departamento de
Seguridad Doméstica. Pues vaya que si son descuidados los estadounidenses,
pero, dirán, pues algo hay que sacrificar, con tal de deshacernos de tanta
chatarra que generamos, ¿no?
Y se muestran también los intentos digamos que
responsables que se hacen en países como India, que también recibe
desperdicios electrónicos, y está generando los suyos propios (debido a una
incipiente clase media que se ha occidentalizado y ya está siendo dada
también a tirar sus chatarra, al más puro estilo estadounidense).
Hay una planta que recicla el e-waste, esa sí, de
manera responsable y tecnológica, y con el oro que obtiene, por ejemplo, hace
relojes y joyería, a los que se etiqueta de ecológicos por estar hechos con
materiales reciclados. Pero como se señala, ese es un muy limitado intento,
porque cuesta mucho y es más barato hacerlo de forma irresponsable y dañina
al medio ambiente y a la salud.
En efecto, la última escena muestra a un joven hindú, de
19 años de edad, que se ve mucho mayor, y que trabaja en un lugar
precariamente construido, de piso de tierra y tabiques mal pegados y sin
aplanar. Se le ve echando en barriles con ácido tabletas electrónicas para
que se deshaga el plástico y obtener los pocos gramos de oro o cobre que
contienen. Se le pregunta si no le hace daño estar respirando tanto tóxico
humo. Y responde “sí, yo sé que estoy terminando aquí con mi vida, pero
no tengo otra cosa qué hacer para ganarme un salario, y no deseo que mis
hijos terminen con su propia vida, y por eso estoy aquí, matándome día a día”.
Sí, matándose día a día, como el capitalismo salvaje
está matando al planeta y la humanidad entera a diario.
Contacto: studillac@hotmail.com