Las negociaciones sobre cambio
climático han llegado a la encrucijada decisiva. Aquí en la ciudad de Durban
se juega el destino del régimen regulatorio sobre el calentamiento global y
la suerte de la humanidad. Las perspectivas para concluir un buen acuerdo no
son buenas.
La concentración de CO2, el
principal gas de efecto invernadero, alcanzó las 389 ppm (partes por millón)
este año y las emisiones globales crecieron 5.9 por ciento (a pesar del freno
en la actividad económica debido a la crisis). Estas noticias no son buenas.
Seguimos en una trayectoria de incrementos de temperatura superiores a los dos
grados centígrados, con consecuencias extremas en materia de sequías,
inundaciones, deshielo de glaciares, aumento en el nivel del mar y, en
general, impactos severos sobre agricultura y formas de vida de millones de
personas. El momento de actuar pasó hace años, pero aún hoy se podría
hacer algo para evitar lo peor. Y sin embargo, en Durban seguimos enredados en
el egoísmo y ceguera de los poderosos.
Hay dos grandes temas marcando
la Conferencia de las partes COP 17 en Durban. El primero concierne los
compromisos sobre reducciones de emisiones de gases invernadero. En este
terreno lo importante es el futuro del Protocolo de Kioto (PK) y sus metas
obligatorias. El PK expira el año entrante y lo único que se ha propuesto es
una serie de promesas y compromisos voluntarios introducidos en Copenhague en
2009 por los países que más han contaminado.
El segundo tema es el del
financiamiento para cubrir los costos de adaptación al cambio climático y de
reducción de emisiones de GEI. En Cancún se presionó para abandonar las
metas obligatorias de Kioto a cambio de la constitución de un Fondo verde
para el clima (FVC) con miras a cubrir los costos de adaptación al cambio
climático y a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
La Unión Europea anunció hace
tiempo que extenderá sus obligaciones en el marco del PK. La UE mantiene su
compromiso de reducir las emisiones de GEI en un 20 por ciento para 2020 (con
respecto a los niveles de 1990). Pero el ofrecimiento no va sin condiciones y
hay indicios de que Europa no hará más esfuerzos sin compromisos
equivalentes de los otros países con más emisiones (una clara referencia a
Estados Unidos y China). De todas formas, intereses poderosos en Europa siguen
empujando con todo el desarrollo del mercado mundial de bonos o créditos de
carbono. Y eso a pesar del desastroso estado en el que se encuentra dicho
mercado en Europa.
Por su parte, Xie Zhenhua, el
principal negociador de China, anunció que su país está dispuesto a aceptar
metas vinculantes en un tratado si se aceptan sus condiciones: extensión del
Protocolo de Kioto para un segundo periodo, cumplimiento de las promesas para
cubrir efectivamente los cien mil millones de dólares del FVC y el respeto al
principio de la diferente capacidad de los países para reducir emisiones.
China mantiene su compromiso de
reducir sus emisiones en 17 por ciento para el próximo quinquenio y, según
Zhenhua, el gigante asiático reducirá su intensidad de carbono hasta en 45
por ciento con respecto a los niveles de 2005 para el año 2020. Esas metas
difícilmente se van a respetar y están diseñadas a dar una buena impresión
aquí en el Centro de conferencias de Durban. La realidad es que China busca
colocar a Estados Unidos en una posición incómoda para obtener concesiones
en otros terrenos.
La realidad es que nadie aquí
piensa que se llegará a un acuerdo con metas y compromisos vinculantes. El
tiempo de una extensión de Kioto ya pasó. En ese contexto, lo único que se
puede esperar de la COP 17 es un nuevo paquete de promesas sobre
financiamiento. Pero si uno analiza las promesas y los desembolsos efectivos,
se puede llegar a la conclusión de que hay un abismo que será difícil
colmar en los próximos meses. Tomando en cuenta el giro que ha tomado la
crisis financiera y económica global, será difícil convertir en realidad
las promesas que se han prodigado con gran generosidad desde Cancún.
De todos modos, las sumas de las
que se habla para cubrir los costos de adaptación en los países pobres
provienen de graves subestimaciones. La cifra de cien mil millones de dólares
anuales está relacionada con estimaciones sobre costos a partir de una errónea
metodología que diseñó el Banco Mundial. El resultado es una brutal
subestimación de los costos verdaderos en este terreno. Pero la cifra ha
servido para diseñar el absurdo Fondo verde y dar la impresión de que se está
avanzando en la lucha contra el impacto del cambio climático.
Aquí en el puerto sudafricano
lo que se discute es dinero. Las preocupaciones por la acumulación de gases
invernadero han sido reemplazadas por las inquietudes sobre la asignación de
dineros prometidos. La consecuencia: se rebasará el umbral de las 450 ppm,
con aumentos en la temperatura promedio de hasta 3 y 5 grados C. El cambio
climático traerá consecuencias terribles, especialmente para los más pobres
y vulnerables del planeta.
(*) Alejandro
Nadal es economista, profesor investigador del Centro de Estudios Económicos,
El Colegio de México, y colabora regularmente con el diario mexicano de
izquierda La Jornada.