Pandillas
y maras
Protagonistas
y chivos expiatorios
Por Dennis Rodgers (*)
Revista
Envío Nº 309
Managua,
diciembre 2007
Enviado
por Correspondencia de Prensa, 28/01/08
Pandillas en Nicaragua y maras en El Salvador, Honduras y
Guatemala. ¿De qué o de quiénes son herederos estos jóvenes,
violentos y organizados? De lo que no hay duda es que son
actores sociales protagónicos en la Centroamérica que dejó
atrás los conflictos militares. De lo que no debe quedar
duda es que son chivos expiatorios de quienes concentran el
poder en sociedades muy injustas, con profundas
desigualdades, sin oportunidades para ellos.
Aunque
el último conflicto militar en Centroamérica fue
formalmente resuelto en 1996 en Guatemala, la región sigue
estando muy afectada por altos niveles de violencia: las
tasas de homicidio se encuentran hoy entre las más altas
del mundo y los actuales niveles de violencia superan, en
muchos casos, los que hubo durante las décadas de
conflictos militares, aun cuando se puede argumentar que
existe una diferencia significativa, ya que la violencia de
hoy es fundamentalmente delictiva y criminal y la de ayer
fue principalmente política.
En
Guatemala, la tasa anual de homicidios excede las muertes
relacionadas con la guerra. El costo económico de la
delincuencia en El Salvador en 2003 fue estimado por el PNUD
en unos 1 mil 700 millones de dólares, un equivalente a
11.5% del PIB del país, una cifra mucho mayor que la pérdida
del 3.3% del PIB que se estima perdió El Salvador
anualmente durante los años de guerra. Un informe de la
Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito,
publicado en 2007, ha identificado la violencia criminal
como el principal obstáculo al desarrollo sostenible en
Centroamérica.
¿Son el problema mayor?
La
nueva violencia criminal en Centroamérica se asocia con la
juventud, y más específicamente, con la población
masculina. No es una novedad: estadísticamente, la mayoría
de los actos criminales que se cometen alrededor del mundo
tiene como protagonistas a varones entre los 15 y los 24 años.
Más de la mitad de la población de Centroamérica tiene
menos de 24 años. Lógicamente, cuando una mayoría
poblacional pertenece a este grupo demográfico, mayor será
la vulnerabilidad a la violencia de esa sociedad. Son específicamente
varones agrupados en pandillas los que han emergido como
protagonistas de la violencia en la Centroamérica de hoy.
Aunque
las pandillas han estado presentes en las sociedades
centroamericanas desde hace mucho tiempo, han venido
desarrollándose de formas sin precedente durante las últimas
dos décadas. Esto las ha colocado en la mira de los análisis
y hoy son acusadas de toda una gama de delitos, desde hurtos
y asaltos hasta violaciones sexuales y narcotráfico.
Incluso, se ha intentado ligarlas a actividades de oposición
armada y al terrorismo global. Un informe del Instituto de
Estudios de Guerra del Ejército estadounidense publicado en
2005 sostiene que las pandillas centroamericanas constituyen
una "nueva insurrección urbana" que tiene como
objetivo "derrocar a los gobiernos de la región".
Anne Aguilera, encargada de asuntos antinarcóticos para
Centroamérica del Departamento de Estado de Estados Unidos
afirmó en una entrevista publicada en "La Prensa Gráfica"
de El Salvador el 8 de abril de 2005 que las pandillas son
"el problema de seguridad más grande que hay en estos
momentos para la región centroamericana".
Una definición
Las
pandillas juveniles son un fenómeno social muy común que
puede encontrarse con frecuencia en casi todas las
sociedades del mundo, aunque mayoritariamente son grupos efímeros
de jóvenes que se juntan en las esquinas de las calles de
sus barrios para expresarse con comportamientos etiquetables
como "antisociales" que hacen parte de su proceso
de crecer y desarrollarse.
Las
pandillas centroamericanas actuales son claramente otra
cosa. Son organizaciones colectivas mucho más definidas,
que exhiben una continuidad institucional que es
independiente de su membresía. Tienen convenciones y reglas
fijas, que pueden incluir rituales de iniciación, una
jerarquía, y códigos que pueden hacer de la pandilla una
fuente primaria de identidad para sus miembros. Estos códigos
también pueden exigir patrones de comportamiento
particulares: ropas características, tatuajes, pintas o
graffitis en la zona que dominan, señales con las manos y
un argot. Y por supuesto, una participación regular en
actividades ilícitas y violentas. Estas pandillas están
muy frecuentemente –aunque no siempre– asociadas a un
territorio preciso y sus relaciones con la comunidad de ese
territorio pueden ser tanto amenazantes como protectoras,
pudiendo además cambiar de un papel al otro muy fácilmente.
Protagonistas indiscutibles
Las
pandillas centroamericanas son un fenómeno social que se
entiende muy mal. Existen muchos mitos y estereotipos
sensacionalistas sobre ellas. Hay poca información
confiable y las estadísticas oficiales son particularmente
problemáticas, debido a un registro deficiente, a un
proceso de recolección de datos defectuoso y a mucha
interferencia política. Aunque las cifras oficiales
sugieren que existen unos 70 mil jóvenes integrados en
pandillas en Centroamérica –lo que indicaría que hay más
pandilleros que militares en la región–, estimaciones de
ONG y académicos sugieren que podrían ser muchos más:
hasta 200 mil.
De
igual modo, las estimaciones de la violencia delictiva y
criminal atribuible a las pandillas oscilan entre un 10 y un
60% del total de la violencia que padece la región. Sin
disponer de muchos datos cuantitativos dignos de confianza,
lo que sí existe es una cantidad creciente de estudios
cualitativos que sugieren unánimemente que las pandillas se
han constituido en actores importantes del panorama regional
contemporáneo, protagonistas indiscutibles de la violencia
centroamericana.
Estos
estudios destacan la diversidad entre estos grupos en los
diferentes países de la región. El Salvador, Guatemala y
Honduras tienen pandillas más violentas que las de Costa
Rica y Nicaragua. En base a estos estudios cualitativos, y
calculando sobre una escala de 1 a 100 y alineando el país
más violento, El Salvador, con 100, Honduras estaría
probablemente en un 90, Guatemala alrededor de 70, Nicaragua
alrededor de 50, y Costa Rica alrededor de 10, aunque también
existen grandes diferencias en la violencia de estos grupos
al interior de cada país.
Un fenómeno urbano
En
todos los países centroamericanos la gran mayoría de los
actos de violencia protagonizados por pandillas ocurre en áreas
urbanas. Es lógico: se necesita una masa crítica de
población juvenil masculina para que pueda surgir un grupo
de éstos y eso sólo sucede en las ciudades.
Algunos
estudios afirman que hasta el 15% de los jóvenes de una
comunidad pueden juntarse a una pandilla local, aunque la
mayoría afirma que el número más cercano es del 3–5%.
Las pandillas pueden estar integradas por entre 15 y 100
miembros, aunque el promedio es de 20–25 miembros. La
mayoría surge en barrios pobres, aunque no necesariamente
siempre en los más pobres. Una investigación realizada en
la Ciudad de Guatemala encontró que los barrios que estaban
dentro del cuartil más bajo de ingresos sufrían menos
violencia juvenil que los que estaban dentro del segundo
cuartil.
Con edades muy variables
Una
inmensa mayoría de los miembros de las pandillas son
varones, aunque también existen miembras. Y hay evidencia
que en el pasado existieron pandillas "amazonas"
en Nicaragua y Guatemala. La edad de los pandilleros o
mareros es muy variable. Un estudio de 2001 basado en casi
mil entrevistas con pandilleros de El Salvador, realizado
por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP)
de la UCA, encontró que, en promedio, tenían 20 años y se
integraron a la pandilla a los 15. En Nicaragua, las edades
oscilan entre los 7 y los 23 años. En Guatemala y Honduras,
entre los 12 y los 30 años.
El
estudio del IUDOP preguntó a los pandilleros por qué se
integraron a una pandilla. El 40% dijo que lo había hecho
para "agarrar la onda", el 21% por amistad con un
miembro de la pandilla y el 21% para escapar de los
problemas familiares. El estudio encontró una correlación
parcial entre pertenecer a una pandilla y estar desempleado:
sólo el 17% de los pandilleros entrevistados trabajaban y
el 66% se autocaracterizaban como "desocupados".
¿Por qué ser pandillero?
La
mayoría de los estudios que existen han destacado las
dificultades para establecer los factores que explicarían
adecuadamente por qué un joven se une a una pandilla. Los
"determinantes estereotípicos", como la
fragmentación familiar, la violencia en el hogar o una
sicología particular no aparecen como factores sistemáticamente
significativos. El único factor que parece afectar
constantemente la no afiliación a una pandilla es el
religioso: los jóvenes evangélicos –al menos en
Nicaragua– no se integran a una pandilla. Se puede
especular que esto sucede por la naturaleza totalizante de
las iglesias evangélicas, que al proporcionar a sus
miembros un tan completo marco organizador de la vida
(identidad, tareas, mensajes, moral, criterios..) son grupos
institucionalmente equivalentes a las pandillas.
Las
pandillas también están vinculadas a otros factores más
estructurales, incluyendo el profundo machismo existente en
Centroamérica –muchos de los códigos de las pandillas
son claras expresiones de una cierta forma de entender la
masculinidad–, a los altos niveles de exclusión social y
de desigualdad, a la larga historia de conflictos y guerras,
a la disponibilidad de las armas –se estima que hay más
de 2 millones de armas no registradas en la región– y a
la debilidad y ausencia del Estado en tantos espacios
vitales, lo que crea "vacíos políticos locales"
que
llenan las pandillas.
Considerando
que todos estos factores afectan a toda la juventud
centroamericana, pero que no todos los jóvenes se hacen
pandilleros, estos factores deben ser considerados como
variables contextuales más que determinantes. Una variable
estructural que es una de las más significativas es la
migración masiva. Esto se ha traducido en la conformación
diferenciada de pandillas y de maras. Porque se trata de dos
tipos de grupos.
Pandillas y maras: dos realidades distintas
Aunque
persiste la tendencia de hablar genéricamente de estos
grupos como "pandillas", la distinción entre
pandillas y maras resulta clave. Las maras son un fenómeno
con raíces transnacionales, mientras que las pandillas son
instituciones nacionales, localizadas, grupos de cosecha
propia, herederas de la tradición de los grupos juveniles
que siempre hubo en Centroamérica. Aunque hace 20 años las
pandillas estaban presentes en toda la región, hoy perviven
en Nicaragua, y en un grado mucho menor en Costa Rica,
mientras que este fenómeno de agrupamiento juvenil ha sido
suplantado casi completamente por las maras en El Salvador,
Guatemala, y Honduras.
Pandillas: su herencia
Las
pandillas emergieron de manera significativa en los años
90, como consecuencia de la paz que puso fin a los
conflictos armados, cuando jóvenes militares de ambos
bandos en conflicto, soldados y guerrilleros, volvieron a
sus comunidades de origen, y ante la incertidumbre económica
y política del momento, y partiendo de la tradición
aprendida de la acción colectiva juvenil, algunos formaron
pandillas como grupos locales de autodefensa para establecer
una medida de orden y de previsibilidad para sí mismos y
para sus comunidades.
Lo
hicieron con patrones particulares y semi–ritualizados de
conflicto con otras pandillas, conflictos regulados por códigos
bien definidos, que incluían proteger a los habitantes de
sus comunidades locales. Hasta cierto punto, las pandillas
de los años 90 tienen paralelos con las pandillas
centroamericanas de los años 60 y 70, surgidas muchas veces
como organizaciones informales de defensa en los
asentamientos marginales y espontáneos creados por los
masivos procesos de urbanización de la época.
Las
pandillas de los años 90 fueron mucho más numerosas y
también más violentas, por la herencia de los años de
insurrección y de guerra, conflictos que proporcionaron a
toda una generación de jóvenes habilidades bélicas sin
precedentes. Las pandillas de los 90 estaban también mucho
más institucionalizadas que las del pasado, dándose
nombres –los Dragones, los Rampleros o los Comemuertos de
Nicaragua– y desarrollando jerarquías y reglas que tenían
continuación en el tiempo, a pesar de que sus miembros se
renovaban. Se puede decir que estas pandillas eran una
respuesta institucional orgánica, localizada y autóctona a
las circunstancias de inseguridad y de incertidumbre del
contexto post–conflicto centroamericano. Aunque es
importante entender que existían ya variables
significativas entre las distintas sociedades
centroamericanas y al interior de cada una de ellas.
Maras: su origen
Las
maras son otra cosa. Son organizaciones más uniformes, que
tienen un origen muy bien definido que se pueda ligar
directamente a patrones migratorios particulares. Existen
dos maras, la Mara Dieciocho (18) y la Salvatrucha (MS), que
funcionan actualmente en Centroamérica sólo en El
Salvador, Guatemala, y Honduras, aunque han comenzado ya a
extenderse a México.
Los
orígenes de las maras se encuentran en la Calle 18 de Los
Ángeles, en una banda fundada por inmigrantes mexicanos en
los años 60, que muy pronto empezó a aceptar como miembros
a cualquier latino. La mara de la calle 18 creció mucho
durante los años 70 y 80 por la afluencia de refugiados
salvadoreños y guatemaltecos, muchos de los cuales se
incorporaron a la mara para sentirse incluidos en un
contexto estadounidense que excluía a los latinos.
A
mediados de los años 80, jóvenes de una segunda ola de
refugiados salvadoreños fundaron un grupo rival,
posiblemente un fragmento de la mara original: la Mara
Salvatrucha, un nombre que combina la palabra:
"marabunta", un insecto "salvadoreño",
con "trucha", que significa "agudo" en
el argot salvadoreño. Muy pronto, la Mara 18 y la
Salvatrucha empezaron a pelearse en las calles de Los Ángeles
y se vieron involucrados en la violencia desatada cuando el
caso Rodney King en 1992. Después de este episodio, el
estado de California elaboró nuevas leyes contra las maras
y empezó tratar a sus miembros juveniles como delincuentes
adultos, enviando a centenares a la cárcel. Después, en
1996, una ley del Congreso de Estados Unidos ordenó la
deportación de todo delincuente no estadounidense o recién
naturalizado estadounidense condenado a más de un año de cárcel,
una vez que hubiera cumplido su condena. Consecuentemente,
entre 1998 y 2005, Estados Unidos deportó a casi 46 mil
centroamericanos que cumplieron condenas y además, a 160
mil inmigrantes ilegales.
Las clicas de las maras
El
Salvador, Guatemala y Honduras recibieron a más del 90% de
estos deportados, muchos de ellos miembros de la Mara 18 y
la Salvatrucha, jóvenes que habían llegado a Estados
Unidos de niños. Después de ser deportados y de llegar a
sus países de origen –que apenas conocían– no resulta
asombroso que trataran de reproducir las estructuras y los
patrones de comportamiento que les habían proporcionado
seguridad e identidad en Estados Unidos.
En
sus nuevas comunidades, los deportados comenzaron rápidamente
a establecer "clicas" o capítulos locales de sus
maras. Éstas empezaron a atraer a la juventud local y las
nuevas maras suplantaron rápidamente a las pandillas
locales. Al contrario de lo que se proyecta en los medios de
comunicación, aunque cada clica se afilia explícitamente
con una de las dos maras, y aunque las clicas de diferentes
barrios afiliadas con la misma mara pueden juntarse para
pelearse con clicas afiliadas con la otra mara, ninguna de
las dos maras son verdaderas estructuras federales y mucho
menos transnacionales. Tampoco la 18 o la Salvatrucha se
componen de una sola cadena jerárquica. Sus naturalezas
federativas deben interpretarse más como elementos simbólicos
de un origen histórico particular que como expresión de
una verdadera unidad, sea de dirección o de acción.
¿Cooperación entre maras?
La
naturaleza federada de las maras es, más bien, una morfología
social emergente imaginada, debida al flujo constante de
deportados de Estados Unidos que comparten un lenguaje y
puntos de referencia comunes. A lo mejor, las maras pueden
entenderse como redes débiles de pandillas locales entre
las que no existe mucha comunicación más allá de las
bandas vecinas, y entre las que no hay ni mucho menos
coordinación.
No
hay ninguna evidencia de cooperación entre las maras de El
Salvador, Guatemala u Honduras, ni mucho menos entre ellas y
las maras originales en Los Ángeles. Cualquier lazo que
exista se funda en la experiencia común de ser marero en
Estados Unidos y de ser deportado en el propio país. Estos
factores explican también por qué Nicaragua no tiene
maras. La tasa de deportaciones de Estados Unidos a
Nicaragua es muy baja: menos del 3% de todos los deportados
centroamericanos son nicaragüenses. Además, los nicaragüenses
que han emigrado a Estados Unidos van principalmente a Miami
y a otras zonas de Florida, en donde no existe la misma
cultura de pandillas latinas que hay en Los Ángeles, aunque
sí hay pandillas cubanas, que no dejan entrar a los nicaragüenses.
Según
datos del censo de Estados Unidos, sólo el 12% de los
nicaragüenses que migran a Estados Unidos van a Los Ángeles,
en donde constituyen apenas el 4% de los centroamericanos.
En Miami representan el 47%. Esto también explica por qué
las pandillas nicaragüenses son menos violentas que las
maras de los otros tres países, en cuanto no han exportado
patrones de comportamientos, que en el caso de la cultura
marera estadounidense ha dado lugar a una brutalidad
aumentada por no estar imbricadas en un contexto local que
les imponga límites.
Delicuencia y narcotráfico
Abundan
las informaciones sensacionalistas que ligan las pandillas y
las maras centroamericanas con el tráfico migratorio, el
secuestro, el narcotráfico y el crimen organizado
internacional. Sin embargo, en base a los varios estudios
cualitativos que existen, queda claro que la gran mayoría
de pandillas y maras se vinculan principalmente a pequeños
hurtos y asaltos, delincuencia que realizan la mayoría del
tiempo de manera individual. Sin embargo, se ha notado que
en El Salvador, Guatemala y Honduras las maras están ahora
implicadas colectivamente en chantajear autobuses y taxis
que pasan a través de los territorios que controlan para
que les paguen "impuestos". También extorsionan a
negocios locales para que les entreguen dinero como
"impuesto de protección".
Durante
la última década, las pandillas y las maras se han ido
implicando más y más en el tráfico de drogas. Nada
sorprendente considerando que el consumo de drogas está íntimamente
asociado al hecho de ser miembro de una pandilla o de una
mara y que Centroamérica se ha convertido en puente clave
del tráfico de drogas, pasando por la región más del 80%
de la cocaína que circula entre los países productores
andinos y los países consumidores del Norte.
En
Centroamérica el tráfico de drogas está descentralizado,
con la gran mayoría de los envíos circulando entre pequeños
cárteles locales, donde cada uno se queda con una parte del
alijo para sacarle beneficios vendiéndolo, creándose así
mercados locales que antes no existían. El papel que maras
y pandillas han empezado a desempeñar en este proceso es
principalmente el de fuerzas locales que brindan seguridad a
estos pequeños cárteles o el de pequeños vendedores
informales en las calles.
Ciertamente,
ni pandillas ni maras están implicadas en el tráfico de
drogas a gran escala ni tampoco en su venta al por mayor,
aunque ciertos estudios en El Salvador, Honduras, y
Nicaragua han destacado que los líderes de estos pequeños
cárteles locales son a menudo antiguos miembros de la
pandilla o mara local que ya se han "graduado".
En
general, las maras parecen estar más involucradas en el
comercio de las drogas que las pandillas, quizás porque
tienen un más claro monopolio de la violencia a nivel
local. Existen también evidencias que sugieren que la
implicación de pandillas y maras en el tráfico de drogas
conduce al desarrollo de patrones de conducta más
violentos.
La
gran mayoría de estas expresiones de violencia está muy
circunscrita y tiende a ocurrir en las comunidades pobres en
donde surgen las maras y las pandillas. De hecho, la mayoría
de las víctimas de esa violencia surge de las mismas maras
y pandillas, como ilustran muy trágicamente las auténticas
guerras que se desatan, por ejemplo entre los miembros de
maras rivales encarcelados en las prisiones guatemaltecas.
El 15 de agosto de 2005, miembros de la Mara 18 atacaron a
miembros de la Mara Salvatrucha en la prisión del Hoyón,
cerca de la Ciudad de Guatemala, matando a 30 y dejando a más
de 60 heridos. Un ataque de represalia por miembros de la
Salvatrucha ocurrió en el Centro de Detención Juvenil de
San José Pinula el 19 de septiembre de 2005, matando a 12
miembros de la 18 e hiriendo a otros 10. En ambas ocasiones,
hubo mareros que se dejaron arrestar sólo para poder matar
después en la cárcel a miembros de la mara rival.
Política de "mano dura"
El
factor que ha intensificado más la violencia de las maras
en los últimos años es la puesta en práctica de una
verdadera "guerra" contra ellas de parte de los
Estados centroamericanos. La primera etapa de este nuevo
conflicto regional fue la adopción en El Salvador en julio
de 2003 de la política de "Mano Dura", que abogó
por el encarcelamiento inmediato de todo miembro de una mara
sin necesidad de más pruebas que el hecho de tener tatuajes
o comportarse en público de manera que permitiera pensar
que era marero. Ser marero se castigaba con penas de dos a
cinco años de cárcel, medida aplicable a todo miembro de
una mara desde los doce años de edad.
Entre
julio de 2003 y agosto de 2004, 20 mil mareros salvadoreños
fueron arrestados, aunque el 95% fueron puestos en libertad
cuando la ley de "Mano Dura" fue declarada
inconstitucional por la Corte Suprema por violar la Convención
de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Niños. Una
nueva iniciativa, llamada "Mano Super Dura", fue rápidamente
impulsada, ya respetando las provisiones de la Convención
de las Naciones Unidas, pero aumentando las penas de prisión
para todo marero de más de 18 años hasta cinco años y
hasta nueve años para los líderes. La población
carcelaria de El Salvador se duplicó entre 2004 y 2007: de
6 mil reos pasó a 12 mil, el 40% de ellos arrestados por
ser mareros.
"Cero tolerancia"
Honduras
impuso, casi simultáneamente con El Salvador, en agosto de
2003 una política comparable, llamada "Cero
Tolerancia", inspirada en parte en la política de
quien fue alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani. Esta medida
promovió una reforma del Código Penal y la adopción de
una legislación que establecía penas de doce años de
prisión por ser miembro de una mara, aumentadas más
adelante a 30 años. También se establecieron en Honduras
medidas para estrechar la colaboración entre la Policía y
el Ejército en el combate a las maras, realizando
patrullajes urbanos conjuntos, en algunos casos hasta con
tanques.
Guatemala
también adoptó su "Plan Escoba" en enero de
2004. Aunque no tan draconiano como la "Mano Dura"
salvadoreña o la "Cero Tolerancia" hondureña, la
legislación permitía tratar a los jóvenes como
delincuentes adultos e incluía el despliegue de miles de
tropas de reserva del Ejército en barrios "problemáticos"
de la Ciudad de Guatemala.
A
partir de 1999, Nicaragua ha desarrollado iniciativas en
contra de sus pandillas, pero de naturaleza perceptiblemente
"más suave", en gran medida porque son mucho
menos violentas que las maras y también por la falta de
capacidad de patrullaje de la Policía Nacional, que tiene
una presencia muy limitada en muchos barrios y asentamietnos
urbanos.
Todas
estas medidas de endurecimiento de penas y leyes han sido
acogidas con satisfacción por las poblaciones
centroamericanas, en zozobra por la actividad de las maras y
las pandillas. Pero han sido denunciadas firmemente por
grupos de defensa de los derechos humanos, porque podrían
alentar abusos sistemáticos de los derechos de cualquier
sospechoso. Amnistía Internacional ha presentado evidencias
–corroboradas por el Departamento de Estado de Estados
Unidos– que en Honduras y Guatemala existen escuadrones de
la muerte paramilitares que apuntan deliberadamente al
exterminio de los mareros, teniendo a menudo en la mira a
toda la juventud marginal.
Alianzas y coordinaciones
Los
gobiernos centroamericanos han solicitado cooperación y
establecido alianzas para defenderse de lo que en la cumbre
regional de Jefes de Estado celebrada en Tegucigalpa en
septiembre de 2003 declararon ser "una amenaza de
desestabilización, más inmediata que cualquier guerra o
guerrilla convencional". El 15 de enero de 2004, El
Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua acordaron levantar
todas las barreras legales a la persecución de mareros y
pandilleros de cualquier nacionalidad en toda Centroamérica.
El 18 de marzo de 2005, los presidentes Tony Saca de El
Salvador y Oscar Berger de Guatemala acordaron establecer
una fuerza común de seguridad para patrullar su frontera
común y enfrentar la actividad marera.
También
los gobiernos centroamericanos intentaron implicar a Estados
Unidos en esta "guerra". Inicialmente, Estados
Unidos se resistía a participar en iniciativas contra las
pandillas y las maras. Hasta junio de 2004, cuando el
ministro hondureño de seguridad, Oscar Álvarez, alegó
–absurda alegación– que alguien de quien se sospechaba
era miembro de la organización terrorista Al Qaeda, el saudí
Yafar Al–Taya, había llegado a El Salvador para
establecer lazos con líderes mareros. Aunque era una
afirmación infundada, el FBI creó en diciembre de 2004 un
grupo de trabajo focalizándose específicamente sobre las
maras. Y en febrero de 2005 anunció la creación de una
oficina especial en San Salvador para coordinar esfuerzos
regionales contra las maras y las pandillas.
Después
de un nuevo –y también absurdo– anuncio de Oscar Álvarez
en abril de 2005 diciendo que había frustrado una acción
de colaboración entre las maras y las FARC colombianas para
intentar matar al presidente Ricardo Maduro, los líderes
militares de la región invitaron formalmente al Ejército
de Estados Unidos a ayudarlos a crear una fuerza
multinacional para intervenir y contener a las maras y
pandillas centroamericanas, iniciativa que aún no se ha
puesto en marcha, pero que seguramente no tardará en
operativizarse.
Más represión, más violencia
Mientras
estas iniciativas parecieron inicialmente reducir la
delincuencia marera y pandillera, aumentaban las evidencias
que eran sólo éxitos temporales y que estos grupos
simplemente se han hecho menos visibles y más radicales.
Varios estudios han descubierto que mareros y pandilleros
han empezado a utilizar símbolos menos obvios de su
pertenencia a una mara han empezado, por ejemplo, a quitarse
los tatuajes– para evitar ser detectados y arrestados por
la Policía. Han empezado también a reorganizarse en líneas
más verticales y a achicar sus grupos. Están estableciendo
también coordinaciones con otros grupos y recurriendo a
expresiones de violencia más intensa.
Una
de las reacciones violentas a la política de "Mano
Dura" se expresó dramáticamente entre algunas maras
hondureñas en julio de 2003. Un mes después de la
promulgación de la nueva legislación, el 30 de agosto de
2003, miembros de una mara atacaron durante el día un autobús
en San Pedro Sula, matando a 14 personas, hiriendo a 18 y
dejando una carta para el Presidente Maduro, ordenándole
retirar la ley. Al mes siguiente, en Puerto Cortés, la
cabeza de una mujer joven fue encontrada en una bolsa de plástico
con una carta a Maduro diciéndole que era una respuesta al
asesinato extrajudicial de un marero por la Policía.
Durante el año 2004, más de 10 cadáveres descabezados
fueron dejados en varias ciudades de Honduras con mensajes
de maras al Presidente, siempre como respuestas a otras
matanzas extrajudiciales de mareros.
El
23 de diciembre de 2004, en Chamalecón, un grupo de mareros
atacó de nuevo un autobús, matando a 28 personas y dejando
otra carta: la acción era en venganza por la muerte de 105
mareros en una prisión estatal en mayo del 2004.
Acontecimientos similares, aunque no tan dramáticos, han
ocurrido en otros países centroamericanos.
Una solución: darles oportunidades
Está
claro que la política represiva de los gobiernos
centroamericanos no está funcionando. Parece haber agravado
el problema, radicalizando a las pandillas y a las maras y
provocando una espiral de violencia con venganzas y
represalias. La represión falla porque puede estar
generando una nueva "ética" marera y pandillera:
desafiar al Estado. Y también porque la represión nunca
remedia los problemas subyacentes que generan estos fenómenos
sociales.
Las
pandillas y maras pueden ser vistas como instituciones que
intentan crear un espacio de inclusión con sentido de
pertenencia para sus miembros y, a veces, para sus
comunidades locales. También como intentos desesperados de
construir vehículos institucionales para la acumulación de
recursos. Vistas así, no debe sorprender que la experiencia
mundial haya demostrado que las iniciativas más efectivas
para reducirlas son las que proporcionan oportunidades a sus
miembros. Aunque hay algunos ejemplos de iniciativas de este
tipo, mayoritariamente la respuesta ha sido represiva. La
cuestión crucial es: ¿por qué tanta represión?
Los chivos expiatorios de sociedades muy injustas
Toda
política social refleja el contexto económico y social del
cual surge. Por eso podemos decir que el obstáculo más
grande para la implementación de una política coherente y
eficaz con relación a las pandillas y maras de Centroamérica
es la naturaleza profundamente desigual de la distribución
del poder en las sociedades centroamericanas, donde todo el
poder político y económico está concentrado en las manos
de una pequeña élite que excluye activamente a la mayoría.
Los
gobiernos centroamericanos reprimen a las pandillas y a las
maras para evitar tomar otras medidas que resuelvan la
exclusión social, la falta de oportunidades, los abismos de
desigualdad que son la base de su poder y de sus
privilegios. Esta situación provoca algo más que parálisis
política. La verdad es que las maras y las pandillas se
constituyen, para quienes se atrincheran en su poder, en los
mejores chivos expiatorios a los que culpar por la
inestabilidad de la región, ocultando así las verdaderas
raíces de los problemas. La estrategia oficial es riesgosa:
queda claro que intentar preservar los esquemas de
sociedades tan injustas con métodos de violencia represiva
puede resultar explosivo a largo plazo.
(*) Antropólogo de la Universidad de Manchester, Gran
Bretaña. Colaborador de Envío.
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