Remesas: ¿un fetiche?
Antídoto contra optimismos insensatos
Por José Luis Rocha (*)
Revista Envío, Managua, marzo 2008
¿Para qué sirven las remesas, a quiénes sirven? Después
de ser silenciadas, ninguneadas, ignoradas, hoy ocupan un
lugar predominante en los análisis regionales. Pero es con
lentes financieros y monetarizados con los que se las mira y
se las valora. Al hacerlo quedan por fuera las relaciones
sociales y patriarcales que destruyen o construyen, la
micro-política familiar que determinan, la reducción del
Estado que fomentan. Hay que mirar las remesas con menos
ingenuidad, con más responsabilidad, con otros ojos.
Pisto, plata, lapas, tucanes, tejas, tostones, güevo,
chichimosca, palos, tucos, fichas, hojas de repollo, barbas,
luz verde, reales, búfalos, daimes, meruza, chelines,
chambulines, coyoles, chilca, marmaja, morlacos,
maracandacas, harina, tablas, bollos, bolas, billuyos,
verdes...
El poderoso caballero que además de sus seis
denominaciones oficiales tiene mil apodos en Centroamérica
-y muchos más en el mundo-, adquirió un sobrenombre
especial: remesas. El monstruo polimorfo que comúnmente nos
presentan en monedas y billetes, el que transformado en
bonos es lanzado al trapecio de la bolsa, el aparentemente
congelado en las marquetas de los certificados a plazo, el
adelantado a sí mismo en una tarjeta de crédito, aquel al
que innumerables veces le han simulado presencias
fantasmales en espurias operaciones contables, tiene una
nueva materialización con presencia universal: las remesas
que envían los migrantes internacionales.
¿Por qué tanto interés con las remesas?
Un aura sibilina rodea su nueva naturaleza. Se le
atribuyen virtudes casi mágicas, milagros de panacea, y es
proclamado con bombo y platillo como nueva piedra angular
del desarrollo local y nacional en el estribillo uso
productivo de las remesas. ¿Y por qué no hablar del uso
productivo de los excedentes de las cantinas? ¿O de los
ahorros de los consultores, para así reciclar una parte del
apoyo externo que cae fuera del tiesto de los más pobres?
¿Por qué no redirigir los gastos en vehículos de lujo y
cervezas -que no son moco de pavo- hacia el ecoturismo?
A nadie de le ocurre siquiera darle un nombre especial a
los ingresos por venta de bebidas alcohólicas -llamarlas
alcoholiquesas, por ejemplo- y sugerir su reinversión en
parques comunitarios. ¿Qué tienen de especial estas
donaciones externas que no lo tienen las donaciones de los
familiares que viven dentro del país? ¿Los 70, 100 ó 200
dólares procedentes del exterior que recibe una familia
deben ser forzosamente más productivos que los 300 que gana
un pequeño cafetalero? ¿Por qué tanto zaperoco con las
remesas? Aparentemente, el dinero etiquetado como remesas
tiene un carácter más público, más manipulable y sobre
sus usos actuales o potenciales todos quieren tener una
palabra.
Sucede que los ingresos transmutados en remesas tienen
dos particularidades que incitan a su tratamiento especial.
Por un lado, la mayor parte de los receptores de remesas son
pobres. Probablemente no son los más pobres. Pero sus
ingresos ordinarios son bajos y por eso requieren de la
ayuda de familiares que residen en el exterior. Como los
pobres tienen la mala fortuna de ser más públicos que las
clases medias o altas, de la misma manera que las cámaras
entran en su vivienda para convertir sus intimidades en un
embutido televisivo, el periscopio y los preceptos del BID,
las ONG y el Estado entran a sus finanzas para decirles qué
hacer con sus migradólares. Por otro lado, el volumen de
las remesas -su agregado nacional rastreado a través de las
empresas que realizan las transferencias y la balanza de
pagos- no deja lugar a dudas de su poder descomunal como
disparador de la capacidad de consumo de un amplio sector de
habitantes.
Crecen y ocupan un sillón de honor
Las remesas que los migrantes centroamericanos envían a
países centroamericanos -predominantemente desde los
Estados Unidos, y a menudo desde otros países del istmo-
alcanzaron en 2007, según estimaciones del BID, los 12 mil
160 millones de dólares: 4,055 en Guatemala, 3,530 en El
Salvador, 2,675 en Honduras, 990 en Nicaragua, 590 en Costa
Rica y 320 en Panamá. Sea porque aumenta la capacidad de
registrarlas o porque su volumen es realmente mayor, las
remesas parecen crecer a un ritmo asombroso. Según la
CEPAL, en los últimos 25 años, las remesas recibidas en América
Latina aumentaron de 1 mil 120 millones de dólares en 1980
a más de 40 mil millones en 2004. Con pequeñas
fluctuaciones, las remesas se han duplicado cada cinco años.
Los montos que reciben Guatemala, Honduras y El Salvador se
multiplicaron más de diez veces en 1980-1990, al pasar de
55 a 649 millones de dólares, mostrando una fecundidad
realmente asombrosa si consideramos que el número de
ciudadanos que migraron en ese período desde esos países a
los Estados Unidos sólo se multiplicó por cuatro.
Año 2006
|
Guatemala
|
El
Salvador
|
Honduras
|
Nicaragua
|
Costa
Rica
|
Volumen
remesas
(millones U$)
|
3.610
|
3.316
|
2.359
|
950
|
520
|
Remesas como
% PBI
|
99,4
|
17,8
|
25,5
|
18
|
2,34
|
% de
exportaciones
|
60
|
173,5
|
122,3
|
92,47
|
6,3
|
% de
importaciones
|
30,3
|
51,6
|
43,5
|
34,5
|
4,5
|
% del déficit
comercial
|
61,2
|
67,9
|
67,6
|
55
|
15,5
|
% del déficit
con EEUU
|
88,7
|
126,5
|
126,5
|
153,5
|
23,2
|
Fuente: cálculos propios, con base en datos del BID y
de los bancos centrales centroamericanos.
|
Por diversas razones, estos enormes flujos de dinero habían
pasado desapercibidos: las remesas se mueven en pequeños
montos -de 100 a 200 dólares mensuales-, los envíos
ocurren fuera de los canales del sistema financiero formal
-en compañías de transferencias internacionales y en los
bolsillos de los migrantes o de sus familiares y amigos- y
sus generadores y receptores son pobres, gente que no
contaba como movilizadores de capital. El FMI, principal
organismo encargado de monitorear los flujos financieros,
lanzó durante años los miles de millones de dólares de
remesas al cajón de "errores y omisiones" de sus
cuentas. Pero la importancia macroeconómica de las remesas
ha resultado ser tan contundente que su invisibilidad no podía
prolongarse por mucho tiempo.
Combinando las estimaciones del BID con las estadísticas
de los bancos centrales centroamericanos podemos colegir que
en 2006 las remesas, superaron el valor de las exportaciones
en El Salvador y Honduras, y casi llegaron a ese valor en
Nicaragua; alcanzaron un valor equivalente al de la mitad de
las importaciones en El Salvador; y representaron la cuarta
parte del PIB en Honduras. Con las excepciones de Costa Rica
y Panamá, las remesas se han colocado en un sillón de
honor en las cuentas nacionales centroamericanas y su peso
es indiscutible y creciente: su valor está entre el 9.4 y
el 25.5% del PIB, va del 60 al 173.5% del valor de las
exportaciones, del 30.3 al 51.6% del valor de las
importaciones, del 55 al 67.6% del valor del déficit
comercial y del 88.7 al 153.5% del valor del déficit
comercial con Estados Unidos.
En Guatemala y El Salvador las remesas superan más de
seis y siete veces, respectivamente, la inversión
extranjera directa. En Honduras y Nicaragua las remesas
suman el triple y el doble del valor de esta inversión. Según
estimaciones del sociólogo Eduardo Baumeister, a partir de
la encuesta de nivel de vida de 2001, en Nicaragua las
familias receptoras de remesas sumaron "alrededor del
30% de las familias del país, unas 300 mil familias de un
total estimado de 970 mil." La CEPAL calcula que las
remesas llegan al 17% de las familias salvadoreñas y al 11%
de las guatemaltecas y hondureñas.
El Ministerio de Economía de El Salvador apunta como
receptores de remesas al 28% de los adultos y al 21.4% de
los hogares. La masa salarial de los salvadoreños que
residen en Estados Unidos fue del 127% del PIB de El
Salvador en 2004. La mano de obra salvadoreña pagada en el
exterior genera un ingreso per cápita seis veces superior
al PIB per cápita de quienes son pagados en el interior, y
su tasa de pobreza es casi la mitad de la que sus
compatriotas enfrentan en El Salvador. Su ahorro viaja
transmutado en remesas que llegan a más del 30% de los
hogares de los departamentos de La Unión, Cabañas, Morazán
y San Miguel; al 63% de los hogares del municipio de
Concepción de Oriente, y al 61% en Anamorós y Meanguera
del Golfo en La Unión. Esos ahorros ingresaron a casi 358
mil hogares y se convirtieron en el 34% de sus ingresos.
El Salvador: país pionero
Las naciones centroamericanas tienden a comportarse más
y más como muchos hogares receptores de remesas: a la
espera de que llegue ese maná del cielo, que sabe a todo, y
que siempre sabe a poco; muy complacientes con ese familiar
que se fue en busca de fortuna y de quien tanto depende; y
rezándole al santo patrono para que le conserve la salud y
le dé muchas bendiciones al pariente en el extranjero.
Estas actitudes son más evidentes en el caso de El
Salvador, cuyo Estado tiene una muy activa política de
cabildeo entre los senadores estadounidenses -santos
patronos, si los hay-, con logros importantes en la obtención
de residencia para sus ciudadanos que viven en Estados
Unidos y sucesivas renovaciones del Estatus de Protección
Temporal, conocido por sus siglas en inglés como TPS. Ha
llevado su veneración al extremo simbólicamente muy
decidor de erigir un monumento al "Hermano lejano"
en las puertas de San Salvador. Esta actitud empieza a
diseminarse -a veces muy perezosamente- en otros países del
istmo, pero El Salvador es el pionero y señala la ruta.
Ocurre que, en este capítulo de la historia
centroamericana, que podríamos titular "Centroamérica
enremesada", las élites salvadoreñas son más buzas
para montarse en la ola de ciertas oportunidades
estructurales, y tomaron la delantera, como lo hicieron
también durante el Mercado Común Centroamericano en los años
60. Ocurre también que El Salvador tiene una economía más
terciarizada que la del resto de países centroamericanos
también receptores de remesas, una economía donde el
sector servicios tiene más peso -casi el 60% de la población
ocupada en 2005 y 64.8% del crecimiento económico en
1990-2004- y presenta el mayor crecimiento de población
urbana después de Honduras entre 1980 y 2000 -de 44 al
55%-, pero con la diferencia de que ya en los 80 tenía una
tasa muy elevada de urbanización. De hecho, incluso en
zonas rurales el empleo agrícola está siendo desplazado:
pasó del 61 al 44% del total del empleo entre 1980 y 2004.
En ausencia de un sector exportador fuerte y competitivo
y de incrementos sustanciales en la productividad y
rentabilidad, este milagro salvadoreño de terciarización-urbanización
sólo es posible merced a las maquilas y, en mucha mayor
medida, a un siempre creciente flujo de remesas. El
Pulgarcito de América parece estar marcando nuevamente la
ruta que siguen -unos más rezagados, otros más aplicados-
varios países de la región.
El Salvador es el país centroamericano que tiene los
migrantes más rentables para su país. Este no es un dato
novedoso. Según cifras de la CEPAL, entre 1980 y 1989 los
emigrantes salvadoreños aumentaron en un 306%, pero sus envíos
de remesas crecieron tres veces más, una situación sin
paralelo en otros países de la región.
|
El
Salvador
|
Guatemala
|
Nicaragua
|
Emigrantes
(en miles)
|
Remesas
(millones U$)
|
Emigrantes
(en miles)
|
Remesas
(millones U$)
|
Emigrantes
(en miles)
|
Remesas
(millones U$)
|
1980
|
170
|
73,8
|
212,5
|
107,6
|
46,7
|
11
|
1989
|
690.2
|
759,4
|
500
|
248,1
|
255
|
59,8
|
%
|
306
|
929
|
135
|
131
|
446
|
444
|
Fuente: CEPAL
|
En 1989 los emigrantes salvadoreños enviaban un promedio
de 92 dólares de sus ahorros mensuales. Los guatemaltecos
enviaban 41 y los nicaragüenses mandaron 20 dólares. En
2005 el Banco Mundial calculó que los salvadoreños en el
exterior aportaban, con sus remesas, 411 dólares per cápita
a los salvadoreños en El Salvador. En Honduras el aporte es
de 245, en Guatemala de 238, en Nicaragua de 155, en Costa
Rica de 92 y en Panamá de 62 dólares per cápita.
Segundo Montes: el primer estudio
Su creciente peso relativo ha situado a las remesas -el
poder económico de los pobres- en el campo de atención de
periodistas, banqueros, científicos sociales y diseñadores
de políticas públicas. En Seda, Alessandro Baricco nos
cuenta de Baldabiou, el hombre que veinte años atrás había
llegado al pueblo, se había encaminado directamente al
despacho del alcalde, había entrado allí sin hacerse
anunciar, había depositado sobre su mesa una bufanda de
seda de color dorado y le había preguntado:
“-¿Sabéis qué es esto?
“-Cosas de mujeres.
“Error. Cosas de hombres: dinero.”
Con las remesas ocurrió algo semejante. Cuando el
jesuita mártir Segundo Montes fue el primero en estudiar
las remesas de los salvadoreños en 1989, con un equipo de
la UCA de El Salvador, las remesas eran cosa de mujeres. Lo
eran y son sus principales receptoras, como esposas y madres
de los migrantes, en una oleada migratoria que se ha ido
feminizando pero que aún es predominantemente masculina.
Esos dineros aparentemente minúsculos y pedestres
estaban a años luz de entrar en el campo de interés de los
grandes analistas.
Apenas concluida la redacción de su estudio sobre
remesas, una pionera y significativa contribución, Montes,
cinco hermanos jesuitas y dos muy queridas mujeres fueron
asesinados el 16 de noviembre de 1989, por un escuadrón del
ejército salvadoreño financiado por el gobierno
estadounidense. Un final trágico para el primer -y poco
conocido- capítulo de los estudios de remesas en Centroamérica.
Pobres van, pobredólares vienen
Otro jesuita, Javier Ibisate, economista formado en
Lovaina, retomó la antorcha y en sus cursos de macroeconomía,
a inicios de los años 90, bautizó a las remesas con el
mote de "probredólares" para subrayar su poderosa
función como flujos monetarios determinantes de la economía
de posguerra. Insistía en que sus estudiantes interpretáramos
correctamente los soporíferos informes de las cuentas
nacionales, donde las remesas aparecían camufladas en los
rubros de transferencias y omisiones, en un oprobioso
anonimato que no hacía justicia a su señera expansión de
la capacidad de consumo. Aunque en 1990 el monto total de
remesas en El Salvador era de sólo 322.7 millones -el 6.7%
del PIB-, Ibisate las identificó visionariamente como abono
al boom de la construcción y a las desenfrenadas compras de
electrodomésticos.
En 1991 el jesuita Peter Marchetti fue uno de los
primeros en mencionar las remesas en especie de los
centroamericanos y un pionero en subrayar el carácter recíproco
de ese intercambio, perceptible en la doble canalización de
los envíos: Por un lado los emigrantes remiten dinero y
mercancías, por otro los residentes nacionales mandan
productos al exterior, generalmente artesanías. Tanto
Montes como Marchetti condujeron sus investigaciones
auspiciados por la CEPAL. Después vino una avalancha de
estudios, y ahora las remesas son cosa de hombres y de
analistas de alto coturno.
Todavía persiste una división de género en el abordaje
académico de los temas migratorios: las remesas son
estudiadas predominantemente por varones, son cosas de
hombres, mientras que la desintegración familiar es asunto
de mujeres. El capital puro y duro versus el capital social,
uno con sus estudiosos y el otro con sus estudiosas, en una
monosexualidad por temática donde existen pocos y pocas
infractores de la división del trabajo por género.
El enfoque financiero va a la cabeza
Algunos estudiosos denunciaron tempranamente cómo las
remesas ayudaban a sostener modelos económicos socialmente
inviables. Otros han dado la voz de alarma sobre la actitud
de dependencia que diseminan y sobre la relación
inversamente proporcional entre volumen de remesas y políticas
migratorias benévolas. Pero el gremio de sus entusiastas
apologistas ha sido más numeroso y locuaz.
Este grupo sostiene que la interrelación entre remesas y
desarrollo encierra un potencial aún no explorado. El FMI
y, con más énfasis el BID, abogan por orientar las remesas
hacia la creación de pequeñas y medianas empresas.
Encomian el papel de las remesas como sustitutivas de los
sistemas institucionales de crédito y las consideran como
un combustible financiero con vasto potencial para activar
el desarrollo, a condición de que sean
"bancarizadas". Se tiene en alta estima el impacto
que tendrían las remesas en el desarrollo si entraran al
sistema financiero.
La empresa privada y el Estado son invitados a diseñar
los incentivos adecuados, reformular los marcos financieros
regulatorios, reducir los costos de transferencia, capacitar
a las cooperativas de crédito, mejorar la transparencia,
promover la libre competencia, expandir los servicios
financieros e incentivar la adopción de nuevas tecnologías
entre los pobres. Ésas son las estrategias para allanar la
ruta hacia los usos productivos de las remesas y hacer de éstas
un instrumento de desarrollo.
Este sesgo predominantemente monetarizado e
instrumentalizador ha tenido su impacto en la producción de
conocimiento sobre las remesas, concentrando la agenda de
investigación, dentro y fuera de la academia, en los
aspectos netamente financieros y ligados a propuestas de
desarrollo que no explicitan sus presupuestos ni sus
derroteros, y que eluden mencionar los conflictos políticos
y socioeconómicos de las sociedades donde aterrizan las
remesas.
Excepciones al optimismo irresponsable
Ciertos temas han devenido predominantes, delimitando lo
que es legítimo analizar, y cómo y para qué se lo
estudia. En Centroamérica, una década de tratamiento del
tema no refleja un notorio enriquecimiento de la
perspectiva. En el caso particular de Nicaragua, desde el
trabajo de Edward Funkhouser en 1995 hasta el de Allen
Jennings y Matthew Clarke en 2005, la atención se dirigió
hacia el volumen, el peso macroeconómico y el perfil de los
emisores y receptores. En estos estudios, un optimismo
irresponsable cristalizó en afirmaciones que sólo por
eufemismo podríamos tildar de discutibles.
El Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD en El
Salvador, que en 2005 procuró lanzar una mirada más
complexiva, es uno de los más sofisticados y completos
estudios sobre el tema. Pero, urgido por los requerimientos
de un informe, no profundizó en muchos aspectos ni explicitó
sus muchas interrelaciones.
Algunos académicos han ampliado la perspectiva, reseñando
los vínculos entre remesas, poder y problemática de género.
Diana Santillán y María Eugenia Ulfe recurrieron
incluso a entrevistas a profundidad que les proporcionaron
información minuciosa y vívida sobre el cruce entre
destinatarios de las remesas y ejercicio del poder. El
jesuita antropólogo guatemalteco Ricardo Falla dio
seguimiento durante siete años al manejo de las remesas en
una aldea hondureña. Sus valiosos hallazgos no están todavía
plenamente desarrollados, pero proporcionan pistas para
alimentar una agenda de investigación capaz de romper la
camisa de fuerza del enfoque financiero. Estos estudios son
excepciones. La corriente predominante destila las remesas
hasta obtener su quintaesencia más etérea. Las abstrae de
las interrelaciones socio-culturales en que se generan,
transfieren y consumen.
La debilidad de los cálculos
Oswaldo de Rivero, ex-embajador del Perú ante Naciones
Unidas y la Organización Mundial del Comercio, en su libro
El mito del desarrollo sostiene que los gurús de dicho
mito, fanáticos de medir casi todo, tienen una visión
virtualmente cuantitativa del mundo y no ponen atención a
los procesos culturales e históricos cualitativos, al
progreso no lineal de la sociedad y al punto de vista ético.
La obsesión por las cifras ha devenido en una especie de
idolatría y en una pretensión de reducir toda la dinámica
de las remesas a ascensos y descensos en sus volúmenes y a
cambios en el perfil de los remitentes y receptores. Se
trata de una adoración a dioses con pies de barro porque
los datos sobre remesas son muy diversos y se asientan sobre
pesquisas limitadas.
En primer lugar está el problema de la diversidad en las
formas de cálculo. Distintos métodos arrojan cifras muy
variadas, y a veces el mismo método también. En 2004 el
BID estimó que Nicaragua había recibido un total de 850
millones de dólares de remesas, mientras el Banco Central
de Nicaragua registró 519 millones para ese año. Usando el
mismo método que el BID, el Banco Mundial las redujo a 600
millones en 2005. El BID y el Banco Mundial basan sus cálculos
acopiando información casi exclusivamente mediante
encuestas. Las encuestas se aplican en Nicaragua y luego se
multiplica la cifra promedio de remesas por el volumen de
nicaragüenses en el exterior. El problema es que no todos
los migrantes envían remesas porque algunos están recién
llegados y otros ya rompieron el cordón umbilical con su país
y la familia que dejaron atrás.
El mismo cálculo de la cantidad de migrantes -sobre el
que se basan las estimaciones de los bancos centrales, el
BID y los estudios del Diálogo Interamericano- se sitúa
sobre arenas movedizas. Entre las estimaciones del censo
nacional estadounidense y las del Pew Hispanic Center hay
una diferencia de cientos de miles. Cuando el cálculo de
los migrantes se hace en el país de origen, encontramos que
los censos nacionales de Nicaragua preguntan únicamente por
los emigrantes que salieron de los hogares existentes,
haciendo caso omiso de los hogares que migraron íntegros,
en bloque, de los cuales no resta un solo miembro que dé
cuenta de quienes se fueron.
El Banco Central de Nicaragua, cuyo método merece poca
credibilidad para el BID, basa sus estimaciones -para el 80%
del total- en los intermediarios financieros formales, como
los bancos y empresas de transferencia. El 20% restante es
el producto de dos factores: el total de hogares receptores
y una cifra fija que resultó de calcular el monto promedio
que recibe cada hogar.
Ambos métodos son muy falibles y adolecen de serias
imprecisiones conceptuales, que suponen desestimar el carácter
polifacético de las remesas. La remesa puede venir en
billetes o en especie. ¿Sólo hay que ponderar el rostro en
metálico, como hacen el BID, el BM y el BCN? La remesa en
metálico también es muy variopinta. Puede venir
mensualmente en pequeños abonos de 150 dólares -ése es el
rostro por el que preguntan las encuestas-, pero también
puede venir en los bolsillos de un migrante que retorna
después de cuatro años en Estados Unidos trayendo consigo
17 mil dólares para construir su casa en San Vicente, Santa
María Chiquimula, Tocoa o Managua. O puede venir en
paquetes de 700 dólares con los migrantes pendulares que
van a Costa Rica durante tres meses a la cosecha de café o
de melón y luego retornan a tomar "vacaciones" a
Posoltega, El Arenal o Santa Rosa del Peñón.
En este caso, ¿a qué debemos llamar remesa? ¿A los
ahorros que los migrantes generan en el exterior de sus países
y que envían o traen consigo, o solamente al dinero enviado
desde el exterior a través de ciertos canales? Aún
superando las imprecisiones conceptuales y siendo más
inclusivos -o más explícitamente excluyentes- en los cálculos,
las encuestas sobre remesas seguirían tropezando con el
pudor o cautela que impone un sigilo sobre los ingresos, y
quizás una tendencia a declarar ingresos inferiores a los
reales. Todo esto no se dice, o se dice poco y en voz muy
baja. Pero evidencia fragilidades no confesadas que socavan
la verosimilitud de muchos cálculos y afirmaciones.
Remesas: un fetiche de resultados mágicos
La predilección por la remesa-dinero nos coloca sobre la
pista de una característica de los estudios dominantes
sobre remesas: el fetichismo, que sitúa al dinero como la
forma pura de riqueza universal, abstraída de su contexto y
mutilada de su carácter de cruce de relaciones sociales. En
los Grundrisse, Marx señaló que la misma magia negra
financiera que arrojaba hombres y mercancías en la retorta
alquímica para hacer oro, hacía que al mismo tiempo se
evaporaran todas las relaciones e ilusiones que frenaban el
modo de producción burgués, reteniendo en calidad de
precipitado simples relaciones monetarias, simples
relaciones fundadas en el valor de cambio.
Lo mismo ocurre con esa forma de dinero -y no sólo de
dinero- llamada remesas. La cifra de los volúmenes de
remesas -incluso con su dudosa raigambre- ejerce un poder
hipnótico. Aparece así la ecuación simple: más remesas
significan más oportunidades de desarrollo y más
posibilidades de inversiones productivas. El fetichismo de
numerosos estudios consiste en tomar las remesas como un
objeto mágico, cuyos volúmenes obran por sí mismos un
efecto benéfico en sus receptores. Y así el dinero -en
este caso, las remesas monetarias-, en lugar de ser unidad
de medida -nos dice Marx-, se representa a sí mismo, se
convierte más bien en el precio realizado en sí mismo (en
él) y, en cuanto tal, también en el representante material
de la riqueza universal.
El colmo del fetichismo es el capital a interés. En la
descripción de su funcionamiento, Marx lleva su sarcasmo al
extremo: El capital se revela aquí como una fuente
misteriosa y autóctona de interés, de su propio
incremento. En el capital a interés aparece, por tanto, en
toda su desnudez ese fetiche automático del valor que se
valoriza a sí mismo, del dinero que alumbra dinero, sin que
en esta forma descubra en lo más mínimo las huellas de su
nacimiento. La relación social queda reducida aquí a la
relación de una cosa, el dinero, consigo misma. El dinero
como tal es ya, potencialmente, un valor que se valoriza a sí
mismo y en calidad de tal se presta, lo cual es la forma de
venta que corresponde a esta peculiar mercancía. El dinero
tiene la virtud de crear valor, de arrojar interés, lo
mismo que el peral tiene la virtud de dar peras.
Lo que el fetichismo deja por fuera
Marx denuncia el engaño de esta escenificación que
presenta al capital como capaz de valorizar su propio valor
independientemente de la reproducción, un embuste que
constituye a su juicio la mistificación capitalista en su
forma más descarada. La fuente de la ganancia y todo el
proceso de producción quedan ocultos y el capital cobra
existencia independiente, es decir, reviste su forma
fetichista más pura. El fetichismo implica ignorar las
relaciones sociales que subyacen para atribuir al dinero
propiedades que le son presuntamente intrínsecas.
Aparece entonces un dinero que es propiedad
"impersonal" y no determinado localmente. Es
impersonal porque es poder social universal y vínculo
social universal. No importa quién lo tenga ni en qué
condiciones lo obtuvo o cómo lo gasta. No es determinado
localmente porque se extingue toda particularidad de las
relaciones que lo determinan: las condiciones políticas,
sociales, patriarcales, etc.
Aparentemente dejan de enfrentarse los seres sociales con
sus productos y sus idiosincrasias para dejar que se
enfrente el dinero. Las relaciones quedan ocultas porque la
formulación de los grandes analistas hace que las
relaciones adopten esa forma indiferenciada/promedio que es
el dinero.
Y el dinero no es universal ni indiferenciado: está
afectado por los bandazos de distintas estrategias de
acumulación. Entre otras, las del casino global.
Desafortunadamente, esa forma fetichista -de las remesas
como volumen promedio, como riqueza universal indiferenciada
y con poderes mágicos- es la que impregna los desabridos
discursos del BID y el Banco Mundial, discursos interesados
en ocultar estrategias financieras y políticas de los
grupos dominantes. La simplificación fetichista soslaya el
esfuerzo que supone concebir a las personas como suma de
transacciones sociales. La caracterización de los hogares
receptores de remesas y de quienes las envían se ha
centrado en el volumen de ingresos, la distribución geográfica,
el sexo, las actividades económicas, la antigüedad de la
migración, el nivel de escolaridad, las tasas de
irregularidad en el estatus migratorio, la frecuencia de los
envíos y sus medios y costos, el destino de las remesas,
los grados de parentesco entre receptores y emisores, su
posición en la distribución nacional del ingreso, su
relación con los bancos y sus conocimientos financieros.
Los hallazgos hablan de que hubo inversión en la casa,
pero no en qué consistió específicamente la inversión y
cuál es su significado para esas personas. No nos dicen cómo
se administran las remesas. No hablan de las tensiones
interpersonales que sus flujos generan. Ni del rol político
que juegan en determinada concepción del contrato social y
el estado de bienestar. Tampoco de su papel en los procesos
de acumulación mundial. No hablan de las remesas que vienen
en forma de objetos ni de su significado en el actual
contexto cultural.
Piedra angular del proyecto liberal
Los estudios que contemplan el aporte de las remesas
-expresado meramente en volúmenes monetarios- contribuyen a
una mistificación de las remesas semejante a la mistificación
de las mercancías descrita por Marx: las presenta como
dotadas de un don social, como si, por tanto, la relación
social que media entre los productores y el trabajo
colectivo de la sociedad fuese una relación social
establecida entre los mismos objetos, al margen de sus
productores. Las propuestas de "bancarización" de
las remesas no tienen en cuenta su significado, como si el
significado del dinero estuviera enteramente desligado de su
forma de desplazarse, de cómo el entorno social exige
determinadas formas de consumo, de qué posición social
ocupan quiénes lo reciben, del entorno político-económico
y de las relaciones de poder entre quienes reciben y quienes
envían. Los fenómenos concebidos como "netamente económicos"
son presentados como más cercanos a las soluciones técnicas
que a la "sucia política". Esa visión no
conflictiva es una piedra angular de la ideología que
perpetúa el sistema. El fetichismo está al servicio del
proyecto liberal de cambios graduales y reformas paulatinas.
En estas simplificaciones operan por lo menos cuatro
reduccionismos conceptuales: el concepto de dinero/remesa
como un volumen monetario -no como una expresión de
interrelaciones-, la remesa únicamente como dinero, el
intercambio de bienes como una actividad que sólo ocurre
entre los márgenes del mercado y el flujo envío-recepción
como una dinámica unidireccional: el migrante envía
remesas por altruismo o por egoísmo y el familiar en el país
de origen las recibe pasivamente. Las remesas son
presentadas -como mercancías, trabajo y consumo- abstraídas
del conjunto del esquema social.
Trampa ideológica: esconder el conflicto
Estos reduccionismos apuntan hacia una visión cándida y
no conflictiva de la sociedad que atribuye a las remesas un
rol mesiánico. Jennings y Clarke finalizan un artículo
publicado en Development in practice con esta alegre
conclusión: Emigración y remesas, o mejor aún, el libre
flujo de trabajadores nicaragüenses, debe ser considerado
como un poderoso catalizador del desarrollo económico y
quizás uno de los raros rostros humanos de la globalización.
¿De qué desarrollo hablan estos autores? ¿Dónde está la
libertad que se adjudica al flujo de migrantes?
El artículo de Jennings y Clarke es un ejemplo de
pensamiento donde aparece la remesa que se valoriza a sí
misma y asume una misión redentora. Es un ejemplo de visión
no conflictiva de la sociedad. Ese artículo podríamos
incluirlo en un número de Estrategia & Negocios junto a
las declaraciones de Ricardo Poma, el líder del llamado
grupo Poma -mejor conocido por Metrocentro y Multiplaza
Escazú, pero también propietario de distribuidoras de vehículos,
hoteles, bancos, industrias y urbanizaciones-: Para nosotros
ha sido esencial operar en un marco basado en valores que se
han transmitido de generación en generación: integridad, búsqueda
permanente de la excelencia, amor al trabajo, renovación
continua, respeto a las personas, solidaridad y servicio.
Siempre he dicho que lo más importante es la gente. Las
personas son la razón de ser de nuestro quehacer
empresarial y social; son las que construyen, las que
convierten las ideas en realidad. Estas palabras también
suenan como uno de los raros rostros humanos de la
globalización y podrían insertarse en un sermón dominical
de cualquier cura o arzobispo, funcionarios de
universidades, rectores, ministros, analistas y toda la
cohorte de empalagosos que hablan de -y viven en- el país
de Jauja sin conflictos.
En un libro de próxima aparición en la editorial de Envío
-Posmarxismo y Teología de la Liberación. Una perspectiva
ética humanista para el cambio social-, Andrés Pérez
Baltodano insiste en que hay que evadir la trampa teórica
que representa la visión no conflictiva de la política
porque conduce a la parálisis y a la aceptación de la
hegemonía del capital, como el marco natural dentro del
cual debe buscarse el orden y la paz social. Y luego
propone: La izquierda latinoamericana y nicaragüense debe
evitar caer en la trampa ideológica que se esconde detrás
de las visiones de armonía y paz, de unidad y reconciliación,
que ofrece el vocabulario conceptual y las explicaciones teóricas
que promueven el neoliberalismo y sus instituciones. Debe
recobrar el espíritu de la sociología clásica que reconocía
el conflicto como un fenómeno social indispensable para
pensar el orden.
Pensando este conflicto en tres ámbitos
Romper con esta visión por lo que toca al manejo de las
remesas significa superar el fetichismo que sacraliza las
remesas como instrumento de desarrollo prescindiendo de su
incardinación socio-económica, política y cultural.
Porque para pensar el desarrollo, hay que problematizar e
ir, como quería Bourdieu, más allá de la abstracción
inicial que consiste en disociar una categoría particular
de prácticas, o una dimensión particular de cualquier práctica,
del orden social en que toda práctica humana está inmersa.
Supone abordar el conflicto en por lo menos tres ámbitos.
El primero es el papel de las remesas y de los
movimientos migratorios en los grandes procesos mundiales,
regionales y nacionales de acumulación de capital, marcados
económicamente por las alianzas de las elites nacionales
con el capital transnacional y culturalmente por ese
artefacto ideológico de larga duración y nefasto influjo
llamado "mito del desarrollo". El segundo es el de
la concepción del Estado, el estado de bienestar, la política
de empleo y la ciudadanía. Hay indicios de que las remesas
están reforzando la reducción del Estado y fomentando una
relación sociedad-Estado donde los ciudadanos se conciben
ante todo como clientes. El tercero es el ámbito de la
micro-política familiar, donde las remesas son parte de un
intercambio -bidireccional y a veces multidireccional- de
bienes y servicios que trasciende la jurisdicción del
mercado.
Penetrar en este ámbito nos aproximará a lo que Marcel
Mauss llamó "hechos sociales totales", un enfoque
que nos permite enfocar muchas facetas de las remesas y de
las transformaciones que producen y permanecen ocultas en
los enfoques fetichistas. Abordar esos tres ámbitos nos
lleva a preguntarnos qué significa ese movimiento de dinero
en el sistema de acumulación capitalista y sus
interrelaciones mundiales. ¿Qué significa en la relación
Estado-sociedad? ¿Y qué significa en el nivel local, para
que el dinero que envían los migrantes no sea "mercancía
omnipresente, no determinada localmente"? El resto de
este texto trata del segundo ámbito. Los otros dos serán
objeto de próximas reflexiones.
Corriendo el velo para entender la función social de las
remesas
El poder hipnótico del término remesas concentra su
atención en sus usos y efectos directos -en qué se gastan,
cuánto se convierte en impuestos, cuánto se ahorra-, y
tiende un velo sobre sus diversas funciones sociales.
Tenemos que correr ese velo para que las remesas muestren
sus rostros y sus metamorfosis.
La sabiduría popular rebautiza el dinero para mostrar
sus distintas funciones, orígenes y rasgos sociales a través
de la fuerza expresiva de las metáforas. Son reales porque
la corona los acuñaba. Son plata porque ese metal sirvió
como medio y medida de intercambio. Son harina y bollos
porque se convierten en el pan de cada día. Son fichas
porque antes del casino global hubo casinos nacionales y
locales donde el azar y los arreglos amañados decidían la
fortuna. De chamba (trabajo) vienen los chambulines. Y sin
chamba, para los pobres no los hay. Quizás la volatilidad
de sus flujos está inscrita en el apodo lapas. Hay que
renombrar a las remesas para desentrañar las funciones
sociales que desempeñan.
El dinero tiene muchas funciones. Su apariencia llamada
remesas también las tiene. Sólo se manifiestan si picamos
el repello del fetichismo. Hay que nombrar esas funciones y
luego explicitar sus vínculos con los acuerdos y
desacuerdos del contrato social que las moldea y les dice qué
ser y cómo. Las remesas tienen muchas personalidades a la
vez. Son ahorros de los migrantes en los países donde
residen que se convierten en ingresos/donaciones en los países
receptores. Son parte de la masa salarial de los emigrantes
que, sin ser oficialmente considerados como impuestos, se
transforman en indemnización por desastres naturales,
compensación por pobreza y seguro de paro, vejez, invalidez
y muerte en los países receptores.
Los condicionantes estructurales hacen que las remesas
vengan con una etiqueta que define la función de cada una
de sus porciones y el origen y destino de ellas como un
todo: impuestos, seguro, pensión de vejez, donaciones,
subsidio, ahorro, inversión en salud, etc. Las remesas no
son lo que quieren ser, sino lo que pueden ser. Una de sus
facetas más aplaudidas es su efecto sobre la reducción de
la pobreza y la desigualdad. El informe del PNUD de 2005 en
El Salvador destaca que entre los hogares receptores de
remesas, el 74.2% obtuvo ingresos superiores a la línea de
pobreza (no pobres); entre las familias que no reciben
remesas, el porcentaje de hogares no pobres fue menor, 63%.
Apenas el 5.7% de los hogares receptores de remesas se
encontró en situación de extrema pobreza, mientras que en
las familias que no reciben remesas, el porcentaje
correspondiente fue 14.5%, esto es, más del doble.
Pruebas de que reducen la pobreza
Puesto que las remesas representan la tercera parte de
los ingresos en los hogares que las reciben, en un escenario
contrafáctico donde se suprimieran las remesas, el
porcentaje de hogares receptores en extrema pobreza saltaría
del 5.7 al 37.3%. En el sector rural el salto sería del 7.6
al 48.5%. En los materiales de la vivienda y el acceso a
servicios públicos, los hogares con remesas reportan una
notoria superioridad respecto de los hogares sin remesas:
90.2 frente a un 76.5% en la conexión eléctrica y 65.5
versus 55.8% en el abastecimiento de agua por cañería
dentro o fuera de la vivienda.
Puesto que desconocemos la situación original de estos
hogares, y es sabido que no migran los más pobres -pues hay
que tener al menos 5 mil dólares en el bolsillo para pagar
al coyote-, es preferible una visión dinámica del fenómeno.
En este sentido es significativo que Baumeister encontrara
que entre las encuestas de nivel de vida de 1998 y 2001, el
48% de los hogares de Nicaragua que pasaron de pobres a no
pobres fueran receptores de remesas.
También desde una perspectiva dinámica es significativo
que algunos autores destaquen que en El Salvador, en 1996,
la pobreza afectaba a más de la mitad de los hogares, y en
2004 a sólo el 34.5%; y que la pobreza extrema pasó de
afectar al 26.3 al 15.2% de las personas. En el caso de
Guatemala, según el análisis de la Organización
Internacional para las Migraciones (OIM), en el período de
2002 a 2005, el volumen de remesas, comparado respecto al
PIB, pasó del 6.8 al 9.5%, un incremento del 40%, de donde
se colige que sólo el efecto de las remesas contribuyó a
reducir los niveles de pobreza en un 6.4% en apenas cuatro años.
El mismo informe del PNUD de 2005 en El Salvador sostiene
que el coeficiente de Gini -el más acreditado indicador de
la inequidad en una escala de cero a uno- en hogares
salvadoreños con remesas es de 0.44 y en hogares sin
remesas es de 0.52. En un escenario contrafáctico en el que
se suprimieran las remesas del ingreso total de los hogares
que las reciben, el coeficiente de Gini aumentaría a 0.61
en esos hogares y pasaría de 0.50 a 0.54 a escala nacional.
Son salidas individuales atomizadas
Entre fanfarrias y ditirambos hay que insertar un dardo
pesimista. Estos efectos mágicos de las remesas ocurren sin
que al gran capital se le toque un pelo y, en consecuencia,
sin un trabajo estatal fruto de una presión ciudadana que
busca revertir la inequidad por vías políticas. Ocurre en
un contexto en que, como señala Ignacio Ramonet, la
característica central de nuestras sociedades es la
producción de desigualdad. Después de haber tenido como
proyecto la igualdad, ahora tenemos como proyecto silencioso
la desigualdad.
Como contrapeso a este proyecto se desencadenan millares
de reacciones individuales y familiares que mitigan la
inequidad. Se trata de millares de proyectos que prescinden
del Estado como instrumento y recurren al mercado como
linimento. Es ésta una reacción generalizada, pero
extremadamente acusada en las naciones que tradicionalmente
han sido administradas por estados estafadores y atracadores
en manos de una o varias cleptocracias, naciones que
colapsan por la ineficiencia y debilidad de estados fallidos
o naciones que devienen, según la expresión de Oswaldo de
Rivero, "entidades caóticas ingobernables".
Las reacciones atomizadas se están multiplicando. Se
manifiestan en vanos intentos de domesticar el caos: las
pandillas juveniles que gobiernan micro-territorios, los
migrantes que se van en busca de escenarios menos caóticos,
los que se quedan buscando migrar de estatus y abrir
ventanas hacia el sueño americano a punta de remesas.
Ninguno busca transformar los Estados. ¿Buscan nuevas
formas de hacer política?
Aun cuando la mayor parte de las salidas son
individuales, también podemos identificar soluciones
grupales, sin que activen nuestro optimismo. No lo activan
para el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein,
quien sostiene que si los Estados (y el sistema
interestatal) llegan a ser vistos como que están perdiendo
eficacia, ¿a quién se volverán los pueblos para su
protección? La respuesta ya está clara: a
"grupos". Los grupos pueden tener muchos rótulos:
étnicos/religiosos/lingüísticos, grupos de género o de
preferencias sexuales, "minorías" de diversas
caracterizaciones. También aquí, nada nuevo. Lo que sí es
nuevo es el grado con que tales grupos son vistos como una
alternativa a la ciudadanía y a la participación en un
estado que por definición alberga a muchos grupos, aunque
los ordene en forma desigual.
En esa tónica, por lo que toca a las remesas, existen
iniciativas que han despertado un entusiasmo que amerita
suspicacia, como las asociaciones de migrantes salvadoreños
que negocian con los gobiernos centrales y municipales los
programas 2 x 1: un dólar del nivel central y otro del
nivel municipal por cada dólar que ponen las asociaciones
de migrantes. Los analistas de la UCA de San Salvador se
apresuraron a aplaudir esta forma de hacer política,
desestimando los tentáculos que extiende para orientar la
relación Estado-sociedad en una ruta que conduce a más
"sálvese quien pueda" a costillas de los que muy
pocos recursos tienen para salvarse y pese a la consecuente
condena de quienes ningún recurso podrán abonar a su
salvación.
Síntoma, efecto y abono del colapso de la
responsabilidad estatal
Las tendencias de este modelo para el caso nicaragüense
podemos verlas en el cuadro, donde queda plasmado el simultáneo
ascenso del peso de la remesas en el PIB, el incremento del
número de habitantes por cada médico y el descenso
relativo del gasto público en salud y el salario real
promedio en la agricultura.
El gasto en salud o educación per cápita o respecto del
PIB no necesariamente son indicadores de la voluntad política
estatal de invertir en salud o educación, y mucho menos de
efectos reales en la salud y la educación. La inversión pública
puede incrementarse -como ha ocurrido en el sector de la
educación-, pero sólo para ir al tragante de los
megasalarios de las cúpulas partidarias que salen premiadas
en la lotería electoral. Una muestra del escaso efecto que
tiene la inversión estatal en educación es perceptible en
el descenso de las matrículas y el ascenso de la tasa de
analfabetismo y la deserción escolar. Los índices de
eficiencia del gasto público en educación para la matrícula
bruta en secundaria son lamentables en toda la región: van
desde el 0.46 de El Salvador al 0.26 de Honduras, en una
escala de cero (ineficiente) a uno (eficiente).
La convivencia de los elementos indicados en el gráfico
es en realidad parasitismo de unos con otros: la depresión
de los salarios reales incita a migrar y al envío de
remesas para rescatar a quienes se quedan. Las remesas
compensan -¿y posibilitan?- la ineficacia y la retirada
estatal de la inversión social. En el modelo asumido desde
los 90, las remesas han hecho las veces de seguro de paro,
mitigador de riesgos, pensión de vejez, seguro de cosechas
y financiamiento a la educación y la salud. En Nicaragua,
los hogares receptores de remesas gastaron en 2004 entre 154
(BID) ó 114 (Banco Mundial) millones de dólares en educación
con las remesas recibidas, según una estimación de un 19%
de las remesas invertido en educación.
Un estudio de la Red Nicaragüense de la Sociedad Civil
para las Migraciones de 2006 estimó que el 13% de las
remesas se destina a salud. De acuerdo a los cálculos del
BID, esto significa un gasto de casi 124 millones en 2006,
es decir, probablemente más del 30% del gasto total en
salud y del 75% del gasto de las familias en salud. Las
remesas están evitando que la cobertura de los servicios de
salud y educación caiga más. El modelo se sostiene a base
de un mecanismo de expulsión-atracción: expulsión de
migrantes y atracción de remesas.
En El Salvador, en el año 2004 el 4.8 y 6.6% de las
remesas se invirtieron en salud y educación,
respectivamente. Esto supone 122 y 168 millones de dólares,
es decir, un monto equivalente a casi el 50 y el 36% de lo
invertido por el Estado en esos rubros. En Guatemala el 11%
en 2004 y el 15.4% en 2005 se destinó a educación y salud,
o sea 288 y cerca de 463 millones de dólares. Los casi 196
millones de dólares que los migrantes guatemaltecos
invirtieron en la educación de sus paisanos fueron el
equivalente de alrededor del 33% de la inversión estatal en
educación, incluyendo préstamos y donaciones. En Nicaragua
la situación es más dramática. En 2006 las remesas
aportaron 124 y 181 millones de dólares al gasto nacional
en salud y educación: el equivalente a la totalidad de lo
invertido por el Ministerio de Educación y al 66% del
presupuesto del Ministerio de Salud.
Wallerstein insiste en que los Estados están inundados
de demandas de seguridad y bienestar que políticamente no
pueden cumplir. El resultado es la gradual privatización de
la seguridad y el bienestar, que nos lleva en una dirección
de la que venimos apartándonos desde hace quinientos años.
Las remesas -rebautizadas como inversión en salud, educación,
pensiones, etc.- revelan la tendencia a privatizar el
bienestar social, lo cual supone desandar un camino que costó
mucha sangre y mucho tiempo y una despolitización porque se
renuncia a demandar esos servicios al Estado.
A la postre, las remesas son a la vez un síntoma, un
efecto y un abono del colapso de la "Estatidad".
El efecto redistribuidor de las remesas es, por
consiguiente, un regalo envenenado. Porque son el beneficio
de muchas familias, pero una estrategia desconcertada,
desideologizada, atomizada y, por ello, más proclive a ser
cooptada en una estrategia de las elites, consecuencia que
desarrollaré más ampliamente en el siguiente texto.
Nicaragua
|
1900 -
1992
|
2001 -
2002
|
2005 2007
|
Remesas como
% PBI
|
4,6
|
8
|
18
|
Gasto público
salud como % PBI
|
5,1
|
4,3
|
3,4
|
Habitantes
por cada médico
|
1.800
|
2.400
|
2.500
|
Salario real
promedio en agricultura (base 100)
|
100
|
78
|
55
|
Fuente: Cálculos propios con base a estadísticas
CEPAL y Banco Central
|
Cambiar de país y no cambiar el país
Dado que la concentración de la riqueza trae problemas
sociales, las remesas entonces cumplen con otro rol: se
convierten en instrumentos de redistribución sin costo
alguno para las finanzas estatales y para los bolsillos de
los contribuyentes.
Son un mecanismo de descompresión social. Una renuncia a
la redistribución por la vía política. Una despolitización
de la reducción de la pobreza. Y también tienen un efecto
perverso sobre los mecanismos de movilidad social, porque
las remesas, en su rol de sustitutas del Estado de
bienestar, separan el ingreso del empleo. Y así la posición
como trabajador se desvincula crecientemente de la posición
de clase, con lo cual se refuerza la despolitización y la
evasión del conflicto: la mejora de la calidad de vida está
puesta en un "más allá" terrenal, pero "más
allá" al fin y al cabo. Nada de lo que se hace en el
"aquí y ahora" repercute positivamente sobre el
bienestar familiar, excepto el cultivo de frecuentes y
amables relaciones con quienes lograron llegar al "más
allá".
Wallerstein se muestra optimista al asumir que la
urbanización del mundo y el aumento de la educación y las
comunicaciones han generado en todo el mundo un grado de
conciencia política que a la vez facilita la movilización
política... Esa conciencia política es reforzada por la
deslegitimación de cualquier fuente irracional de
autoridad. En resumen, más gente que nunca exige la
igualación de las remuneraciones y se niega a tolerar una
condición básica de la acumulación de capital: la baja
remuneración del trabajo. Las remesas contienen los antídotos
sistémicos para que esas transformaciones sociales vean
extinguirse su virulencia antisistémica. Las remesas se
insertan en una fractura ideológica: la renuncia de los
migrantes a buscar el desarrollo de un país -sea en un
marco socialista, conservador o liberal- plasmada en su
decisión de "cambiar de país" antes que
"cambiar el país", y la renuncia de los
receptores de remesas a mantener las elementales conquistas
de los trabajadores y trabajadoras.
Las remesas no construyen un estado binacional
Algunos hablan de un Estado binacional para referirse a
esta transferencia desde el Norte al Sur, y desde el Sur
relativamente más solvente al Sur inviable. No hay Estado
binacional. Los Estados están siendo desmantelados. Hay una
virtual binacionalidad convertida en instrumento para
canalizar ahorros de los pobres de los países
industrializados hacia el Tercer Mundo. Los países
subdesarrollados ahora reciben una ayuda al desarrollo
atomizada, que pesa sobre los hombros del sector más pobre
y marginado de los países industrializados.
Hay dos formas de transferencia de donaciones desde los
países industrializados. Una pequeña y en bloques, que
pasa por las arcas del Estado y se extrae de todos los
contribuyentes -o que pasa por las ONG procedente de sus filántropos-,
para quienes representa una parte insignificante de sus
ingresos. Otra más voluminosa y atomizada, que se extrae únicamente
de un grupo selecto de los contribuyentes -los más
marginales-, para quienes representa una porción
significativa de sus ingresos y, con frecuencia, la
totalidad de sus ahorros. Ambas ayudan a expandir los
mercados que las empresas transnacionales necesitan y a
eximir al Estado de las que han sido sus obligaciones
durante décadas.
Revertir esta situación -de tendencia creciente- tomará
mucho tiempo, sudor e imaginación porque requiere una
rebelión cultural contra las seductoras sirenas del
mercado, un trabajo desmitificador contra el poder hipnótico
de la ideologías que hacen de las remesas un fetiche y una
recuperación de las luchas políticas, tareas nada fáciles
en un escenario donde predominan trabajadores y trabajadoras
desmovilizados por el desempleo, abatidos por los bajos
salarios, abocados a la búsqueda de soluciones atomizadas
en el marco del rol de clientes que les ofrece el mercado, y
decepcionados por los fracasos de las luchas
revolucionarias.
(*) Investigador del Servicio Jesuita Para Migrantes de
Centroamérica (SJM). Miembro del Consejo Editorial de Envío.
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