Haití

Crisis alimentaria global

El hambre invade Haití y el mundo

Por Stephen Lendman (*)
Global Research, 21/04/08
Rebelión, 28/04/08
Traducido por Sinfo Fernández

Los consumidores de los países ricos están sintiendo ya la crisis en los supermercados, pero los pueblos más empobrecidos del mundo están muriéndose de hambre. La causa de esta situación son los precios al alza de los alimentos, que están provocando disturbios por todo el mundo; así está ocurriendo en Mexico, Indonesia, Yemen, Filipinas, Camboya, Marruecos, Senegal, Uzbekistán, Guinea, Mauritania, Egipto, Camerún, Bangladesh, Burkina Fasso, Costa de Marfil, Perú, Bolivia y Haití. Este último país, que una vez fue casi autosuficiente en sus necesidades alimentarias, ha pasado ahora a depender de las importaciones para su abastecimiento (al igual que otros países importadores de alimentos), quedando a merced de las empresas agropecuarias.

La escasez de trigo en Perú es lo suficientemente grave como para tener al ejército haciendo pan a base de harina de patata (una cosecha nativa). En Pakistán, miles de soldados vigilan los camiones que transportan trigo y harina. En Tailandia, los campesinos que cultivan arroz se turnan para mantenerse despiertos por la noche para vigilar sus campos de los ladrones. En los últimos meses, el precio de las cosechas casi se ha duplicado. Es el alimento básico de la mitad o más de la población mundial, pero los precios al alza y el temor a la escasez han movido a algunos de los mayores productores a exportar menos: Tailandia (el mayor exportador del mundo), Vietnam, India, Egipto, Camboya, y otros que probablemente les seguirán, puesto que la producción mundial va por detrás de la demanda. Los productores de otros granos están haciendo lo mismo, como Argentina, Kazajstán y China. Cuanto menos se exporte, más subirán los precios.

Otros factores son los altos precios del petróleo y los costes de transporte, la creciente demanda, la especulación sobre productos básicos, las plagas del sureste de Asia, una sequía en Australia que dura ya diez años, las inundaciones en Bangladesh y otros lugares, una ola de frío en China que se alarga ya 45 días, y otros factores naturales que en mayoría han sido manipulados, como el desvío de cosechas para dedicarlas a producir biocombustibles, se han combinado para crear una creciente crisis mundial que se detalla a continuación. Se produce también en un momento en que millones de chinos e indios tienen ingresos más altos, cambian sus hábitos alimenticios y consumen más carne, pollo y otros productos cárnicos que provocan demandas inmensas de producción de grano.

A continuación, expongo una instantánea que apareció el 8 de abril en el Times británico recogiendo la situación en algunas zonas de Asia:

Los campesinos filipinos que sean cogidos acaparando arroz se arriesgan a una sentencia de cárcel perpetua por “sabotaje económico”;

Miles de pasteleros indonesios de pasteles de soja se han puesto en huelga contra la destrucción de sus medios de vida;

Países que eran autosuficientes en otra época, como Japón y Corea del Sur, están “reaccionando ferozmente mientras la ratio de reservas de alimentos para consumo se desploma hasta mínimos históricos”;

La India no puede exportar ya millones de toneladas de arroz; ahora se ve forzada a dejar “una reserva alimentaría estratégica especial además de sus reservas de trigo y arroz”;

Tailandia es el mayor productor mundial de arroz; su precio subió un 50% en el pasado mes;

Países como Filipinas y Sri Lanka se disputan suministros seguros de arroz; esos dos países y otros estados asiáticos están luchando para enfrentarse a los precios altos y a los suministros insuficientes.

El arroz es el producto básico de tres mil millones de personas; una tercera parte de ellas sobrevive con menos de 1$ al día y tienen “inseguridad alimentaria”; eso significa que, sin ayuda, pueden morirse de hambre.

La Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas (FAO, en sus siglas en inglés) informó que los costes de los alimentos, a nivel mundial, habían subido casi un 40% en 2007, mientras los granos subieron un 42% y los productos lácteos casi un 80%. El Banco Mundial declaró que los precios de los alimentos han subido un 83% desde 2005. Esto ha hecho que 37 países hayan tenido que hacer frente a crisis alimentarias a partir de diciembre y que, en respuesta a la situación, 20 impusieran controles sobre los precios.

También está afectando a las agencias de ayuda humanitaria como el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas (WFP, en sus siglas en inglés). Debido al alza de los costes de la energía y los alimentos, el 20 de marzo se hizo un llamamiento urgente a los donantes para que contribuyeran a cubrir un vacío de 500 millones de euros en los recursos que les permiten llevar a cabo su trabajo. Desde esa fecha, los precios de los alimentos subieron otro 20% y no hay señales de que vayan a bajar. Para los pobres del mundo, como el pueblo de Haití, la situación es desesperada, la gente no puede conseguir alimentos, hagan lo que hagan, y muchos se están muriendo de hambre.

Haiti: El vivo ejemplo del hambre en el mundo

La crisis haitiana es tan extrema que ha forzado a la gente a comer (no alimentos) galletas de barro (llamadas “pica”) para aliviar el hambre. Es un desesperado remedio haitiano hecho de barro seco amarillo que proviene de la meseta central del país para aquellos que pueden permitírselo. No es gratis. En los atestados suburbios de Ciudad del Sol, la gente usa una mezcla de barro, sal y grasa vegetal como comida normal, y eso es todo lo que se pueden permitir. Un periodista de AP en Puerto Príncipe lo probó. Dijo que tenía “una consistencia suave, pero la mezcla se deshacía fuera de la boca tan pronto se tocaba con la lengua. Después, y durante horas, persistió un desagradable sabor a tierra”. Mucho peor es cómo afecta a la salud humana. Una dieta de galletas de barro causa desnutrición severa, dolor intestinal y otros efectos dañinos por toxinas potencialmente mortales y parásitos.

Otro problema es el coste. Ese llena–estómagos no es gratis. Los haitianos tienen que comprarlo, y los precios de la “arcilla comestible” no paran de subir, casi 1,5$ el pasado año. Ahora cuesta alrededor de 5$ hacer 100 galletas (unos 5 céntimos cada una), lo que es más barato que la comida, pero muchos haitianos ni siquiera pueden permitirse eso. Veamos su situación:

El 80% de los haitianos están empobrecidos en el país más pobre del hemisferio y uno de los más pobres del mundo;

El desempleo rampante, las dos terceras partes, o más, de los trabajadores tienen tan sólo trabajos esporádicos;

Los que tienen empleo, ganan de 11 a 12 céntimos la hora; el salario mínimo oficial del país es de 1,80$ al día, pero las cifras del FMI muestran que el 55% de los haitianos reciben sólo 44 céntimos al día, una cifra con la que resulta imposible vivir.

Así es cómo viven los haitianos pobres. Tienen familias amplias, viven en chabolas de cartón y hojalata, no hay agua corriente y muy poca o ninguna electricidad, y la vida dentro y alrededor es horrible. Las sábanas están atestadas de moscas, no hay saneamiento y en el exterior la basura se extiende por doquier. Los niños están siempre hambrientos, nunca hay suficiente comida, a menudo sólo hacen una única comida al día, las enfermedades son el pan de cada día, las expectativas de vida son muy bajas y han de soportar a los supuestos “pacificadores” Cascos Azules y la violencia de las bandas que asolan comunidades como la Ciudad del Sol de Puerto Príncipe.

Ahora, ante la crisis alimentaria, los haitianos han salido a la calle a protestar porque el pasado año se habían triplicado los precios de los artículos de primera necesidad, y tienen un presidente, un primer ministro y un gobierno que no hacen prácticamente nada para remediarlo. Durante días, se les vio por todas partes, por todo el país, y eran miles. Protestaron en Puerto Príncipe, llevando platos vacíos para expresar su espantosa situación, rompieron las ventanas de edificios y coches, asaltaron las tiendas, buscaron comida, intentaron asaltar el palacio presidencial, gritaron “tenemos hambre” y exigieron la dimisión del Presidente René Preval.

Los Cascos Azules de Naciones Unidas (MINUSTAH) respondieron cruelmente de la forma que lo hacen siempre contra las manifestaciones pacíficas o de protesta. Dispararon y mataron al menos a cinco haitianos (algunas informaciones dicen que fueron más), hirieron a muchos otros y eso sólo en el centro de Puerto Príncipe.

En Les Cayes (la tercera ciudad más grande de Haití), en el suroeste, los manifestantes asaltaron e intentaron incendiar las oficiales de la MINUSTAH local. Otros hicieron barricadas en las calles, buscaron comida y gritaron “Fin al alto coste de la vida”. Protestas similares se sucedieron por todo el país:

En las ciudad del norte como Cap–Haitien y Gonaives;

Jacmel en el sur;

Jeremie en el suroeste, donde se informó al menos de dos muertes; y

En ciudades más pequeñas como Petit Goave, Miragoane, Aquín, Cavaillon, Sant–Jean du Sud, Leogane, Vialet, Anse–a–Veau y Simon.

Es algo ya familiar en Haití. La rabia ante la injusticia se va incubando y explota sacando a los haitianos en masa a la calle contra condiciones intolerables de vida que se han ido agravando por una ocupación represiva y odiada de Naciones Unidas. Están allí para proteger los privilegios, no para asegurar la paz. Fue la primera vez que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas autorizó a unos supuestos “mantenedores de la paz” a reforzar un golpe de estado contra un presidente democráticamente elegido (por una mayoría del 92%).

El actual presidente de Haití no puede hacer frente a la situación y su actuación ha ido paralela al estado de las cosas. Desde su reelección en febrero de 2006, ha sido totalmente ineficaz, no ha hecho nada para aliviar la crisis actual, en vez de ponerse a trabajar para intentarlo lo que hizo fue dar órdenes para que se acabara con las protestas, y así es cómo el 9 de abril se dirigió a la población por televisión en un discurso vergonzoso: “Las manifestaciones y la destrucción no van a conseguir que bajen los precios ni que se resuelvan los problemas del país. Muy al contrario, eso puede hacer que crezca la miseria y que la inversión huya del el país”, por supuesto que eso no ayuda en nada a la mayoría de los haitianos y Preval lo sabe.

Después de una semana de protestas, siguió una calma inestable, pero las cosas pueden estallar de nuevo en cualquier momento porque las medidas implementadas han sido mínimas. De forma desdeñosa, el primer ministro de Preval, Jacques Edouard Alexis, culpó del problema a las “fuerzas globales” y al alto coste del petróleo diciendo que no había soluciones inmediatas y dando el caso por cerrado. También afirmó que las protestas estaban manipuladas por provocadores, incluidos enfadados traficantes de drogas que reaccionaban ante un supuesto cierre de uno de de sus puntos de transporte.

Alexis está ya fuera y las elites debaten sobre quién le va a reemplazar, mientras, los haitianos se mueren de hambre, el FMI sigue llevándose un millón de dólares a la semana en impuestos exigidos a los ricos, y sólo países como Cuba (mediante la formación de haitianos en medicina) y Venezuela (donando dinero, petróleo barato y unas 600 toneladas de ayuda alimentaria enviada el 13 de abril, más de la cantidad informada al principio) parecen preocuparse. Chavez se preocupa por toda Latinoamérica y el pasado año donó unos 8.800 millones de dólares de ayuda, cuatro veces la suma de EEUU proporciona a la región.

Por su parte, el Banco Mundial planea enviar 10 patéticos millones de dólares de “ayuda de emergencia” para un país en el que alrededor de ocho millones de personas de mueren de hambre. También planea duplicar “hasta” 800 millones de dólares sus préstamos agrícolas a África para el próximo año, y con eso lo único que conseguirá será que una mala situación empeore. Irá destinado a naciones gravemente endeudadas, incapaces, como consecuencia, de proporcionar alimentos a su pueblo; pero la política del Banco Mundial siempre va en la dirección contraria a lo que esos países necesitan.

El Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki–moon, hizo simplemente una declaración formal sobre la crisis y su gravedad, y fue tan frustrante como Alexis, no ofreció ninguna ayuda significativa, es un tipo tan indiferente como los funcionarios del Banco Mundial, que nunca olvida que sus jefes están en Washington. En vez de hacer su labor para ayudar, apeló a los dirigentes de Haití a que restauraran la estabilidad porque la seguridad del país estaba amenazada. Los pueblos pobres que se mueren de hambre no son su problema. ¡Que coman galletas de barro!

Esa es también, al parecer, la solución de René Preval. Tardíamente (el 12 de abril), anunció un plan para hacer que el precio del arroz bajara un 15%. Eso no va a ayudar en nada a solucionar la crisis, y Reuters (15 de abril) informó que los vendedores exigen precios más altos aún para las mercancías que tienen almacenadas. Eso provocó nuevos disturbios en las calles, que los haitianos sigan muriéndose de hambre y que los “funcionarios gubernamentales brillen por su ausencia a la hora de hacer la más mínima declaración”.

El nuevo libro de Raj Patel explica bien el estado de cosas actual. Se titula “Stuffed and Starved: The Hidden Battle for the World Food System”. En una declaración efectuada el 14 de abril, dijo: “Lo que está sucediendo en Haití es un presagio para el resto del mundo desarrollado. Haití es el vivo retrato de una economía que liberalizó su agricultura y liquidó las redes de protección social para los pobres…”. Las condiciones que crean los disturbios como consecuencia del problema alimentario son dos:

“Los precios desorbitados y las políticas modernas de desarrollo” (tarifas, subsidios a las corporaciones, políticas de reserva de grano) hacen que millones y millones de seres no puedan acceder a los alimentos; y

“Entonces se producen disturbios cuando no hay otra forma de conseguir que los poderosos escuchen…” Seguirán apareciendo “cada vez con mayor frecuencia hasta que los gobiernos se den cuenta que la comida no es un mero artículo, es un derecho humano”.

El hambre mundial – Un problema cada vez más grave para todas las naciones

La situación es tan grave que las protestas pueden estallar por doquier y en cualquier momento, y los países ricos, incluidos los EEUU, no están inmunizados. La pobreza en el país más rico del mundo crece y organizaciones como el Economic Policy Research (CEPR) y el Economic Policy Institute (EPI) así lo documentan. Están informando de la existencia de unas clases marginadas (cada vez más numerosas), alrededor de 37 millones de personas con salarios miserables, y aseguran que las estadísticas oficiales subestiman el problema. Indican que se está abriendo un abismo sin precedentes entre ricos y pobres, una clase media agonizante y cada vez más millones de seres inmersos en la extrema pobreza.

Afecta también a los desempleados en tiempos de depresión económica, pero los datos oficiales del gobierno ocultan hasta qué extremo. Si los cálculos sobre el empleo se hicieran como se instituyó originariamente, la tasa real estaría alrededor del 13% en lugar de la cifra del 5,1% del Departamento de Trabajo. Lo mismo ocurre con la inflación que, a nivel macroeconómico, está alrededor del 12% en vez del oficial 4%, cifra totalmente absurda.

En condiciones de especial dureza, el síntoma más claro es que el hambre aumenta, y la actual inflación alimentaria amenaza con una espiral que va a escapar de todo control si no se hace nada para remediarla. Es la más alta en décadas, con el año 2007 señalando lo que se nos viene encima: los huevos subieron un 25%; la leche un 17%; el arroz, el pan y la pasta un 12%, y vayan y miren los precios que señala la Junta de Comercio de Chicago (CBOT, en sus siglas en inglés):

Los precios de los granos y la soja están en niveles nunca vistos;

El trigo está todo el tiempo por encima de los 12$ el celemín (1), con pocas perspectivas de que deje de subir a pesar de una disminución temporal en los precios; el Departamento de Agricultura de EEUU prevé que las reservas globales de trigo de este año caerán hasta una cifra de hace 30 años, por debajo de 109,7 millones de toneladas métricas; USDA también proyectó que las reservas de trigo estadounidenses al año a finales de 2008 serían de 272 millones de celemines, el nivel más bajo desde 1948;

El maíz y la soja están también a nivel de record; la soja está a 15$ un celemín; los precios del maíz se dispararon hasta los 6$ el celemín, mientras la demanda de esta y otras cosechas se disparan a pesar de que los granjeros estadounidenses han plantado todo lo que han podido para aprovechar los altos precios.

Una demanda creciente, un dólar débil, pero también hay otros muchos factores responsables de la situación: el aumento en el uso de maíz para la producción de etanol ha hecho que los granjeros dediquen una gran parte de la extensión de sus tierras a otro tipo de cosechas a fin de plantar más de lo que más se demanda. El 43% de la producción de maíz se dedica a alimentar el ganado, pero alrededor un quinta parte va a los biocombustibles, según la Asociación Nacional de Productores de Maíz (NCGA, en sus siglas en inglés). Otras estimaciones llegan al 25–30%, comparado con el 14% de hace dos años, y la NCGA estima que una tercera parte de la cosecha de 2009 irá para producir etanol, no comida. Esto está disparando la inflación alimentaria mundial y estadounidense y las previsiones a cinco años vista es que los aumentos serán aún más altos.

En los países más pobres del mundo, la gente se muere de hambre y aquí [EEUU] no se para de hablar de vales de comida, con unas previsiones sin precedentes: este año, 28 millones de estadounidenses van a necesitarlos, a la vez que aumenta el desempleo en una economía debilitada. Sin embargo, muchos millones en situación precaria no tienen la cobertura de unos servicios sociales que, además, cuentan con presupuestos mínimos a causa de las guerras y la bajada de impuestos a los ricos, haciendo que la gente pobre se hunda en casa. Una familia de cuatro miembros sólo tiene ahora derecho a subsidios si sus ingresos mensuales son de 1.721$ al mes, o 20.652$ al año (o por debajo). Incluso en esos casos, consigue los mismos 542 dólares al mes que recibían los perceptores en 1996 para cubrir los mucho más altos precios actuales, lo que significa alrededor de un 1$ por persona y comida y bajando.

Ese es el dilema que debe afrontar el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas (WFP, en sus siglas en inglés) en un momento en que las donaciones que le llegan son insuficientes. Su Directora Ejecutiva, Josette Sheeran, dijo: “Nuestra capacidad para llegar a la gente disminuye a la vez que las necesidad aumentan…

Estamos viendo una nueva cara del hambre en gente que no puede permitirse comprar comida… Las situaciones que anteriormente no eran urgentes son ahora desesperadas”. Las necesidades de financiación del WFP siguen aumentando. Se estima que alcanzan los 3,5 mil millones de dólares, que seguirán creciendo, y son para proyectos aprobados para alimentar a 73 millones de personas en 78 países en todo el mundo. El WFP prevé unas necesidades potenciales mucho más altas para emergencias imprevistas y para la cada vez mayor cantidad de personas en situación de necesidad.

La suma que la gente (que no es pobre) de los países ricos dedica a los alimentos supone el 10% de su consumo. En otros, como en China, es de alrededor de un 30%, pero en África Subsahariana y en los países pobres de Latinoamérica y Asia es de alrededor del 60% (o incluso el 80%) y siguen aumentando. Significa que la ayuda alimentaria es vital y que sin ella la gente se morirá de hambre. Pero mientras los precios de los alimentos suben, los ingresos disponibles (cuando más necesarios eran) caen porque no se dispone de suficiente dinero y hay muy pocos donantes ofreciendo ayuda.

Las agencias que podrían hacer algo están haciendo menos de lo que debieran y algunas, como USAID, están diciendo que van a cortar el volumen de la ayuda alimentaria que proporcionan, pero no quieren decir por qué. Su misión es ayudar a los ricos, no a los pobres, como se afirma en su página en Internet: Como agencia gubernamental de EEUU, “recibe sus directrices políticas exteriores de la Secretaría de Estado y su misión es cuidar de los intereses políticos exteriores de EEUU en las áreas de crecimiento económico, agricultura y comercio…” Eso deja fuera a los pobres.

Oxfam se preocupa de lo que USAID ignora. Se hicieron llamamientos a los donantes y gobiernos a acciones inmediatas para proteger a los pobres del mundo contra la subida de los precios de los alimentos. Un portavoz dijo: “La incertidumbre económica mundial, los altos precios de los alimentos, la sequía (y otros factores), todos unidos, lanzan una seria amenaza a los más vulnerables”. En otra declaración añadía: “En el futuro, cada vez habrá más gente teniendo que enfrentar carencias alimentarias. Debido al aumento de los precios de los alimentos, tenemos que pensar en su impacto sobre los pobres del mundo, que están gastando en comida hasta el 80% de sus ingresos”.

El Relator Especial para el Derecho a los Alimentos de Naciones Unidas, Jean Ziegler, expresó también su alarma. En comentarios al diario francés Liberación, dijo: “Nos encaminamos hacia un período muy largo de motines, conflictos y olas de incontrolable inestabilidad regional marcados por la desesperación de las poblaciones más vulnerables”. Señaló que incluso en circunstancias normales el hambre invade el mundo y cada cinco segundos se lleva la vida de un niño menor de diez años. Debido a la crisis actual, nos enfrentamos ahora a “una masacre inminente”.

Además de los factores habituales citados, es vital preguntarse por qué, pero no esperen que se lo explique Lula de Brasil. La producción de biofuel es la principal culpable pero, según él, no es así. Brasil es uno de los productores de biofuel más importantes. El pasado año firmó un “Pacto del Etanol” de Investigación y Desarrollo con Washington para desarrollar las tecnologías de “próxima generación” para seguir aumentando la producción.

El 16 de abril, en un información de Reuters, el antiguo dirigente sindical se manifestó de forma desdeñosa sobre la actual crisis y rechazó las críticas de que los biofuel tuvieran la culpa. A pesar de las protestas en Brasil y en todo el mundo, dijo a los periodistas: “No me digan… que la comida es cara a causa del biodiesel. Es cara porque la situación económica de los pueblos ha mejorado y quieren comer más”. Eso es verdad en algunas zonas de la China y la India, pero no en la mayoría de países donde los ingresos no han mantenido el ritmo de la inflación.

Biocombustibles, el azote de nuestra época

La idea de obtener fuel combustible de las materias orgánicas ha estado dando vueltas en la mente de algunos desde la época de los primeros coches, pero sólo recientemente ha empezado a considerarse en serio. Como se fabrican a partir de plantas o subproductos animales (renovables), los bio o agrocombustibles se han vendido (falsamente) como una solución a la cada vez mayor escasez de energía con un supuesto inmenso beneficio añadido, con la insensata idea de que son limpias y verdes sin todas esas cuestiones molestas relacionadas con los combustibles fósiles.

El biofuel es un término general para describir todos los combustibles de materia orgánica. Las dos clases más comunes son el bioetanol, como sustituto de la gasolina, y el biodiesel, que sirve para el mismo propósito que ese tipo de combustible.

El bioetanol se produce a partir de cultivos ricos en azúcar, como el maíz, el trigo y la caña de azúcar. La mayoría de los coches pueden quemar un combustible del petróleo mezclado hasta con un 10% de bioetanol sin necesitar hacer modificaciones en su motor. Algunos coches, de modelos más recientes, pueden correr con bioetanol puro.

El biodiesel se produce a partir de una variedad de aceites vegetales, como la soja, la palma y la colza, más grasas animales. Este fuel puede reemplazar al diesel regular sin modificar los motores.

El etanol de celulosa es otra variedad y se hace a partir de la fibra descompuesta de las hierbas o de otras clases de plantas. Los biofuel de todos los tipos son renovables ya que los cultivos crecen en temporada, son cosechados y replantados para obtener nuevas producciones una y otra vez.

En el discurso de George Bush de 2007 sobre el Estado de la Unión anunció: “Es de interés vital para nosotros que diversifiquemos los suministros energéticos de EEUU, por lo que debemos continuar invirtiendo en nuevos métodos para producir etanol y reducir en un 20% el uso de la gasolina en EEUU en los próximos años. Para lograrlo, debemos fijarnos el objetivo de conseguir 35 mil millones de galones de fuel renovable y alternativo en 2017 para reducir nuestra dependencia del petróleo extranjero”.

Anteriormente, el Congreso aprobó el Acta para la Política Energética de 2005 que establecía un mandato para aumentar la producción de fuel y etanol hasta cuatro mil millones de galones en 2006 y hasta 7.500 millones para 2012. El año pasado se alcanzaron ya los 6.500 millones de barriles y se va camino de lograr los 9.000 millones este año.

El Acta por la Seguridad e Independencia de la Energía impulsó el esquema de la administración Bush con multitud de subsidios al sector agrícola. Su versión final fue aprobada sin problemas en diciembre por las dos Cámaras, y George Bush lo hizo oficial el 19 de diciembre. Subió las previsiones de 2005 con uno de sus llamamientos a producir 36.000 millones de galones de fuel renovables en 2022 para reemplazar el 15% de su equivalente en petróleo. Eso supone aumentar casi en cinco veces los niveles actuales, y pueden fijarse nuevos objetivos mientras sigan subiendo los precios del petróleo (que el 21 de abril alcanzaron los 117$ por barril) para justificar alternativas más baratas, y algunos de la comunidad del medio ambiente proclaman que los biofuel son menos dañinos para el medio ambiente.

Sigan aplaudiendo, pero abran los ojos a la realidad. Al consideran todos los efectos que supone producirlos, se ve, en dos palabras: que los combustibles orgánicos destrozan las selvas tropicales, reducen las reservas acuíferas, exterminan las especies e incrementan las emisiones invernadero. Al menos eso es lo que el Science Magazine dice en su número más reciente. Revisaba estudios que habían examinado cómo la destrucción de ecosistemas naturales (tales como las selvas tropicales y las praderas sudamericanas) no sólo libera gases invernadero cuando se queman y se aran sino que también priva al planeta de esponjas naturales que absorben las emisiones de carbón. La tierra cultivable absorbe mucho menos carbón que las selvas tropicales, y también absorbe menos el monte que las reemplaza.

El científico de Nature Conservancy, Joseph Fargione (principal autor de un estudio), concluía que la aniquilación de las praderas, a causa del fuel fabricado anualmente a partir de esa tierra, libera 93 veces una cantidad de gases invernaderos que podrían haberse evitado. Para los científicos y otras personas preocupadas por el calentamiento global, la investigación descubría que la producción de biofuel exacerba ese problema y por tanto hay que reconsiderarla. Otros no están de acuerdo y, de momento, continúa la tendencia en Europa y EEUU, fijándose ambiciosos objetivos que prestan poca atención a las consecuencias que prefieren ignorar.

Eric Holt–Gimenez, director ejecutivo del Food Frist/Institute for Food and Development Policy, sí concede mucha atención al tema y escribió sobre él en un artículo publicado el pasado junio por la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI) que fue ampliamente distribuido con posterioridad. Su título era: “Biocombustibles: Los Cinco Mitos de la transición a los Agrocombustibles”. Como él señala: “Es necesario deshacer todo el equipaje mítico de los agrocombustibles de transición”:

1. Los agrocombustibles no son limpios ni verdes. Como se dijo antes, producen muchísimas más emisiones de gases invernadero que las que ahorran y también requieren grandes cantidades de fertilizantes a base de petróleo, que contaminan aún más.

2. La producción de agrocombustibles destruirá inmensas extensiones de bosques en países como Brasil, donde está bien documentada la colosal devastación de la Selva del Amazonas, que sigue actualmente aumentando a una velocidad de 325.000 hectáreas al año. En Indonesia, para 2020, “las plantaciones de aceite de palma para biodiesel seguirán siendo la causa principal de pérdida de bosques en un país que tiene una de las tasas de deforestación más altas del mundo”.

3. Los agrocombustibles destruirán el desarrollo rural. Los pequeños campesinos se verán obligados a dejar sus tierras y lo mismo les ocurrirá a otros miles en comunidades que tendrán que hacer sitio a las Grandes del Petróleo, a los negocios y tecnología agropecuarios, que llegarán y se apoderarán de inmensos beneficios destinados a los multimillonarios.

4. Los agrocombustibles aumentan el hambre. Los pobres son siempre los que peor parados salen, el tópico está ya expuesto arriba, y Holt–Gimenez cita otra previsión. El International Food Poilcy Research Institute estima que los precios de los productos alimentarios de primera necesidad aumentarán de un 30 a un 33% en 2010, pero esa cifra se ha quedado ya obsoleta al considerar los datos actuales. El FPRI ve también un continuo aumento hasta 2020 de entre el 26 al 135%, que será catastrófico para los pobres del mundo que no pueden permitirse ya pagar los precios actuales y que no tienen posibilidades de aumentar sus ingresos más que de forma marginal, en caso de tener alguna posibilidad.

5. Unos agrocombustibles mejores, de “segunda generación”, no es algo que esté a la vuelta de la esquina. Aunque se nos trata de vender que son respetuosos con el medio ambiente y que los árboles y el Panicum virgatum (una especie de hierba alta de pradera de estación cálida que crece en el centro de Estados Unidos) crecen deprisa. Holt–Gimenez denomina a ese argumento de “cebo y juego de trileros alrededor de la Panicum virgatum” creado para sustentar la hipótesis de la producción de primera generación ahora en marcha. Los problemas ambientales son los mismos y se verán aún más inmensamente agravados por las plantaciones de cosechas extensivas de GMO (2).

Holt–Gimenez considera los agrocombustibles como un “caballo de Troya genético” que está permitiendo que gigantes del negocio agropecuario como Monsanto “colonicen a la vez nuestro fuel y nuestro sistema alimentario”, que apenas sirven para contrarrestar la creciente demanda de petróleo, que se llevan inmensos beneficios de ese plan, que lo consiguen a expensas de los contribuyentes, que es exactamente lo que está sucediendo también con las Grandes del Petróleo en ese aspecto, como modo de diversificar mediante mayores inversiones en biofuel. Más sobre esto a continuación.

El fantasma de Henry Kissinger

Kissinger hizo en 1970 un comentario escalofriante que explica bastante lo que está sucediendo ahora: “Controla el petróleo y controlarás las naciones; controla los alimentos y controlarás a los pueblos”. Combínalo con un incontestable poder militar y lo controlarás todo, dijo también, probablemente, Kissinger.

Dijo mucho más en su memorando clasificado de 1974 sobre un proyecto secreto denominado National Security Study Memorandum 200 (NSSM 200) sobre “un plan de acción para la población mundial” en aras a conseguir un drástico control de la población global. Quería reducirla en cientos de millones, utilizando los alimentos como arma, y reorganizando de forma total el mercado global de alimentos para conseguir la destrucción de granjas familiares y su reemplazo por fábricas (dirigidas por el negocio agropecuario). Esto ha estado llevándose a cabo durante décadas, apoyado desde enero de 1995 por la fuerza del WTO, y caracterizado ahora por inmensos gigantes agropecuarios con monstruosos poderes integrados verticalmente que controlan todos los aspectos de los alimentos que comemos, desde los laboratorios de investigación a las plantaciones al procesamiento a los supermercados y a otros aspectos alimentarios en los mercados de todo el mundo.

Pero hay más aún y es peor. Hoy en día, cinco gigantes del negocio agropecuario, con muy poca fanfarria y enorme respaldo gubernamental, hacen planes a lo grande a costa nuestra: controlar los suministros de alimentos mundiales mediante la manipulación genética de los biocombustibles como parte de un esquema más amplio.

Al desviar cosechas para el fuel, los precios se han disparado y cinco gigantes del “Agro biotecnológico” se están aprovechando de ello: Monsanto, DuPont, Dow Agrisciences, Sygenta y Bayer CropScience AG. Su solución: convertir todas las cosechas en GMO, vendiéndolas como medio para incrementar la producción y reducir costes, y proclamando que esa es la solución al alza de precios y al hambre del mundo.

En realidad, el poder agropecuario aumenta los precios, controla la producción para mantenerla alta y el principal objetivo detrás de la actual situación es la conversión de las tierras de labranza en fábricas de biocombustibles. Produciendo menos para alimentación y aumentando la demanda mundial de alimentos, los precios suben y la rampante especulación de artículos básicos de consumo exacerba el problema con comerciantes encantados de poder sacar inmensos beneficios. Es otro aspecto del esquema de transferencia de la riqueza desde hace décadas: de la mayoría mundial a una elite de unos pocos. Mientras la tendencia continúe, su momentum es auto–sostenible y funciona porque los gobiernos lo apoyan. Subvencionan el problema, suavizan las normativas, dejan libertad absoluta a las empresas y sostienen que los mercados funcionan mejor dejándoles a su aire.

Como se mencionó antes, alrededor del 43% de la producción del maíz estadounidense se destina a la alimentación del ganado, pero cada vez se destinan cantidades mayores a los combustibles: en estos momentos, posiblemente, el 25–30% de la producción, comparado con el 14% de hace dos años; desde 2001 ha supuesto una subida del 300%. El total excede actualmente de lo que se destina a la exportación y no parece que la tendencia vaya a disminuir. El resultado, por supuesto, es que las reservas de grano mundiales disminuyen, los precios se disparan, millones de personas se mueren de hambre, los gobiernos lo permiten y son sólo los primeros capítulos de una horrenda tendencia a largo plazo: transformar radicalmente la agricultura de forma que resulte humanamente destructiva de la siguiente forma:

Permitiendo que los negocios agropecuarios y las Grandes del Petróleo la controlen para su beneficio a costa de la salud y bienestar del consumidor;

Convirtiéndolo todo en genéticamente manipulable e infligiendo un gran daño potencial a la salud humana; y

Produciendo cantidades reducidas de cosechas para la alimentación, desviando cantidades cada vez mayores para combustibles, permitiendo que los precios se disparen, valorando igual los alimentos que el petróleo, poniendo fin a la responsabilidad de los gobiernos sobre la seguridad alimentaría y tolerando lo impensable: que se ponga en peligro la vida de cientos de millones de pobres de todo el mundo, permitiendo que se mueran de hambre con tal de conseguir más beneficios.

Ese es el maravillo mundo neoliberal que los estrategas tienen en mente. Se sienten a gusto con sus planes, de los que apenas les desvían las angustias económicas actuales. Son bien conscientes de las crecientes protestas mundiales que podrían ser inmensamente negativas, pero muy centrados, no obstante, en encontrar vías más inteligentes para seguir adelante con lo que llevan tanto tiempo preparando y trabajando. Por eso no van a permitir en absoluto que la miseria humana haga peligrar sus grandes beneficios.

Si no quieren cambiar, el pueblo tendrá que hacerlo por ellos y, a lo largo de la historia, eso es lo que siempre ha funcionado. Con el tiempo, elevar las protestas cuando las amenazas se incrementen, y puede que esas amenazas sean ya tan graves que nunca hubiéramos podido imaginarlas.

Qué mejor momento para un nuevo movimiento social como los del pasado en que eran las fuerzas esenciales para el cambio. El afamado organizador comunitario Saul Alinsky sabía muy bien que la forma de golpear al dinero organizado es mediante el pueblo organizado. Y así fue como triunfaron tomando las calles, haciendo huelgas, boicots, desafiando a las autoridades, paralizando empresas, pagando con sus vidas y, en última instancia, prevaleciendo al saber que el cambio nunca llega de arriba a abajo. Siempre es desde las raíces, de abajo a arriba, y que mejor momento para eso que ahora. Es hora ya de que la democracia valga para todos, que no toleremos los destructivos GMO y los esquemas de los biocombustibles, y que “América la Bella” no siga siendo sólo para las elites y nadie más.


(*) Stephen Lendman es investigador asociado del Centro para las Investigaciones sobre Globalización. Vive en Chicago y puede contactarse con él en: lendmanstephen@sbcglobal.net; Su página en Internet es: www.sj.lendman.blogspot.com

Notas de la traducción:

(1) Celemín: medida para áridos, equivalente a 4,625 litros

(2) GMO: [organismo genéticamente modificado]