Historia
del terrorismo exterminador del norte contra el sur
Haití,
el estómago de los pobres controlado por
los plutócratas
Por
Camille Loty Malebranche
Oulala.net,
18/04/08
Tlaxcala, 25/04/08
Traducido
por Caty R.
Ahora
que por todas partes del mundo estallan los motines del
hambre, hay que señalar un aspecto esencial que se pone
claramente de manifiesto en el caso de Haití: la voluntad
del norte plutócrata de controlar el estómago de los
pobres del sur. En Haití, el dumping de los productos
estadounidenses subvencionados por el Estado para destruir
la producción local, sin subvenciones ni medios, terminó
por arrasar la producción alimentaria del país. Víctima
de esa competencia desleal que aniquila a los agricultores
pobres, la República haitiana, poco a poco, se ha
convertido en una especie de vertedero de los productos agrícolas,
avícolas y piscícolas de baja estofa de Estados Unidos.
En
un país que se alimentaba opulentamente con sus productos
autóctonos: carne sana, frutas (plátanos, naranjas, guanábanas,
melones, papayas, piña, chirimoyas) y cereales naturales, y
además los exportaba, se han acabado imponiendo los pollos
con hormonas, todo tipo de despojos avícolas y los
apestosos pescados residuales de las piscifactorías de
Miami, pescados de ínfima calidad que hasta los insanos
glotones estadounidenses rechazan de sus mesas, ya de por sí
poco saludables. Hay que señalar también que el bogavante,
la langosta y los pescados haitianos son rapiñados en alta
mar por los barcos estadounidenses que dejan restos
insignificantes a los haitianos, quienes apenas disponen de
técnicas de pesca, y no pueden competir con los pesqueros
de Estados Unidos que violan las aguas territoriales
haitianas con total impunidad.
Breve
repaso histórico del camino al patíbulo
En
1971 «Bebé Doc» –a la muerte de su padre, el «caníbal»
François Duvalier– sólo fue aceptado e investido
presidente de Haití por el Departamento de Estado de EEUU
con el fin de emprender este plan de cambios alimentarios en
el país, por medio de la intervención del FMI y el Banco
Mundial en sus organismos regionales. Se puso en marcha la
sustitución, por un ganado porcino rosado procedente de
Estados Unidos, del ganado porcino negro de Haití, que fue
sacrificado por cierto organismo especializado en la
erradicación de la peste porcina africana cuya aparición
en Haití anunciaron como inminente. Dicho organismo
exterminador de los cerdos haitianos, denominado «Peppadep»,
actuaba promovido por EEUU a través del Banco
Interamericano de Desarrollo y con la complicidad de otros
países del continente como Canadá, el buen lacayo de los
estadounidenses para ejecutar sus fechorías, que presionó
al gobierno haitiano con el pretexto falaz de la prevención
de la peste porcina la cual, por otra parte, nunca se
demostró que existiera en el país, según los agricultores
y ganaderos.
Hay
que creer que David Cooper tenía razón al calificar como
«cerdohumano» al burgués; ¡El burgués del norte que,
especialmente en esta ocasión, eliminó totalmente a la
raza porcina auténtica, su rival! También se eliminaron
las aves haitianas por medio de un ejército de mangostas
desplegado en Haití, una vez más por EEUU, para combatir
una presunta peligrosa infección de serpientes en el país.
Hay
que señalar que Haití es un país mayoritariamente
campesino y de tradición vudú donde el apego familiar a la
tierra va más allá de lo profano y se afianza en una mística
que los campesinos designan con el nombre criollo de «bitasyon»,
es decir, «habitación», una especie de minifundios que
contienen las plantaciones y a los cultivadores, que los
consideran el ámbito en el que perviven los espíritus y
los antepasados campesinos que sobrevivían trabajosamente
fuera del marco del Estado moloch haitiano alimentando
entonces al país, proporcionando productos para la
exportación y manteniendo, al mismo tiempo, un pedazo de
policultivo de subsistencia.
La
política de Wilson de transformar las tierras haitianas en
latifundios de propiedad estadounidense dedicados
exclusivamente a cultivar caña de azúcar y otros productos
para la exportación, a través de Banana Fruit, fracasó
totalmente en la primera ocupación estadounidense del país,
entre 1915 y 1934.
La
resistencia campesina frente a las ametralladoras y las
masacres impidió la aplicación de la política económica
de la potencia continental que ya había conseguido imponer
en otros países del continente. Entonces, como una
venganza, tras la muerte de «Papá Doc» (François
Duvalier), el inmundo y retrógrado criminal contra la
humanidad, a pesar de todo nacionalista en algunos aspectos,
especialmente con respecto a la soberanía alimentaria del
país, los estadounidenses aprovecharon la ocasión
aceptando e instalando a la cabeza de Haití a Jean–Claude
Duvalier –un niñato ignorante de 19 años, hijo y delfín
de François– a quien sólo le interesaban la caza, los
coches y el sexo. De esta forma, el Departamento de Estado
estadounidense puso al frente del Estado haitiano a su
herramienta de destrucción de la soberanía alimentaria del
país.
Así
se pudo realizar, por fin, el sueño estadounidense de
destruir, con un crimen económico sin precedentes, la
soberanía alimentaria haitiana devastando triunfalmente
cualquier pretensión de autonomía y la rebeldía
resistente de un pequeño país de tradición revolucionaria
que hizo fracasar a Napoleón con su expedición de más de
40.000 soldados en 1803 y, en el caso de la pretendida
reforma agraria de Wilson, devolvió a sus casas, con las
manos vacías, a decenas de miles de ladrones
estadounidenses que, como en una película de vaqueros,
saquearon el Banco Nacional de Haití antes de la salida del
ejército yanqui, en 1934.
Por
otra parte sabemos que los presidentes estadounidenses
Jefferson en el siglo XIX y F.D. Rooselvet en el XX, no
ocultaban su odio por «esa peste de negros independentistas
y abolicionistas que consiguieron su independencia por las
armas» (1).
El
orgullo de las masas haitianas de decir siempre «no» a los
depredadores colonialistas, racistas, negrófobos y
sembradores del hambre en el planeta, por fin había sido
borrado del paisaje y se había hundido hasta el fondo por
los asaltos de un comercio desajustado por Estados Unidos
que infligía un suplicio orquestado sin compasión contra
Haití.
Fin
de la historia y victoria criminal y destructora del dumping
La
diabólica imposición criminal del dumping prosiguió
alegremente después de la caída de Jean–Claude,
derrocado tras los levantamientos populares de febrero de
1986. El CNG (Consejo Nacional de Gobierno) que sustituyó a
Jean–Claude, abrió el país a los productos baratos
–porque estaban subvencionados en USA– de Estados
Unidos, que ya habían ganado su batalla de destrucción de
la producción agrícola haitiana. Así Estados Unidos pudo
proseguir su atrocidad racista y antihaitiana con la bendición
de la política–coartada del CNG, que pretendía combatir
sin vacilación y de forma expeditiva la carestía de la
vida. Así el arroz, los guisantes, la harina, la leche en
conserva y muchos otros productos como patas de pollo «made
in USA» bombardearon los mercados públicos haitianos a
precios providenciales para los compradores con ingresos
limitados, pero acarreaban el desastre actual sin que los
dirigentes haitianos, secuaces de los estadounidenses,
pusieran freno o tomasen cualquier tipo de medida.
Al
final de los años 90 el neoliberalismo y su morralla de
autodenominados «economistas», a los que no citaré para
no hacerles publicidad, pregonaron por las ondas de algunas
emisoras haitianas, como si fuera el evangelio, la salvación
económica a través de la liberalización del mercado, para
librar al pueblo haitiano de la miseria. Estos lamentables
émulos tropicales del odioso Alain Mink convencieron a las
clases medias y a los pequeño–burgueses de que Estados
Unidos quería lo mejor para el país y de que era necesario
presionar a los dirigentes para que Haití se abriera, todavía
más, a un dumping que ya se preparaba para convertir los
precios en exorbitantes una vez que la muerte de la
agricultura y la ganadería haitianas fuese total y
definitiva…
USAIS,
USIS, IRI, Food & Care… todos los organismos
estadounidenses en Haití alimentaron y alimentan a esa
especie de economistas catetos para despistar
intelectualmente a los imbéciles de las clases medias
escolarizadas y a ciertos sectores desinformados de las
masas y para mitificar lo que realmente no es más que un
sencillo mecanismo de destrucción de un país por medio del
fraude de la competencia desleal del país más rico del
mundo. Gracias a su siniestro éxito contra Haití, los
estadounidenses no sólo se deshacen de su basura de
productos sin valor y venden sus porquerías impresentables
a precios prohibitivos para los haitianos, sino que además
–y esto es terrorismo exterminador– actualmente tienen
la llave del estómago de los haitianos, el terrorífico
poder de crear hambrunas artificiales para destruir a
cualquier gobierno o movimiento patriótico que pretenda
cambiar la política para transformar la cara patibularia de
este país enfermo y torturado.
Por
lo tanto el nuevo terror del mundo es el hambre como arma de
destrucción masiva de los pueblos, en las manos de algunas
multinacionales y de los Estados del norte, que les
garantiza su reinado en la selva donde la vida de los
pueblos del sur y los pequeños estados de la periferia no
es nada más que un desfile mortal hacia el sacrificio
planificado.
(*)
Caty R. es miembro de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la
red de traductores por la diversidad lingüística. Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de
respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora
y la fuente.
(1)
Observaciones de Jefferson repetidas, con otras palabras,
por Roosevelt sobre la independencia haitiana.
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