La lucha continúa
Por Saul Landau (*)
Foreign Policy
In Focus, 07/05/08
Kaos–en–la–red, 21/05/08
Traducción para sinpermiso de Ángel Ferrero
Desde la caída de la Unión Soviética en 1991, los cubanos
han vivido un "periodo especial". Este eufemismo
significa no sólo el declive drástico de la media de vida,
sino también una violenta alteración de los valores
sociales. La ayuda soviética se desvaneció junto con el
comercio ventajoso con el bloque soviético. A medida que
declinaba la economía soviética en Cuba, el estado rompió
parte de su contrato social: no cubrió las necesidades
materiales básicas de los cubanos, ni les proporcionó
suficiente comida ni vestir. La sanidad básica y la educación
pública permanecieron, pero fueron recortadas. El gobierno
recortó todavía más las raciones a más de la mitad de
las que existían, y la comida barata desapareció. Para
sobrevivir, cada cubano tuvo que transformarse a sí mismo
de los valores del comunismo (compartir) a los valores del
individualismo (sálvese quien pueda).
A principios de los noventa, expertos del gobierno
estadounidense y otros prestigiosos entendidos predijeron la
caída inminente del gobierno de Fidel Castro. Las oficinas
de los departamentos de la burocracia de seguridad nacional
de Washington empezaron a hacer quinielas (¿qué día o
semana caerá Castro?). El premio Pulitzer Andrés
Oppenheimer escribió en 1992 un libro titulado La hora
final de Castro (dando un nuevo significado a las
palabras "final" y "hora").
Diecisiete años después de la desaparición de la URRS, Cuba
permanece como el único estado socialista del mundo. Sus críticos
lo tildan de "estado fallido" o "caso
perdido", pero tras la última década el nivel de vida
de los cubanos ha crecido rápidamente. Los corredores de
apuestas han cerrado la timba sobre la fecha de su
desaparición.
Supervivencia milagrosa
Los dirigentes cubanos admiten en privado que es un milagro
que hayan sobrevivido. La razón de ello puede descansar en
la política maquiavélica de Castro de exportar a sus
enemigos a los Estados Unidos (casi un millón). Incluso sus
detractores más militantes envían regularmente dinero a
sus familiares en la isla, dando así vida un tesoro público
casi vacío con casi mil millones de dólares al año en
remesas.
La agilidad política de Castro, sin embargo, no ha ayudado a
desarrollar su quijotesca visión de convertir a Cuba en un
espejo en el que otros países del tercer mundo busquen
reflejarse en su búsqueda de los caminos más adecuados
para el desarrollo. En vez de eso, los cubanos siguen
abandonando la isla peligrosamente en balsas o barcos
ilegales, en busca de mayores oportunidades en Florida.
Ingenieros, científicos y doctorados en literatura eligen
no desperdiciar sus vidas, y se disponen a hacer pizzas o
cajas de cartón, o a enseñar en las escuelas primarias.
Los cubanos también quieren ganar dinero suficiente para
sobrevivir. Durante el "periodo especial" los
adultos se buscaron "chanchullos" para ganar lo
suficiente para la supervivencia de sus familias. Lo que
significaba quebrantar la ley, comprar o vender ilegalmente
o pergeñar alguna pequeña trampa ocasional. También
significó perpetración de robo en propiedades estatales y
búsqueda de la prosperidad en las operaciones del mercado
negro.
En 2006, sin embargo, China y Venezuela empezaron a inyectar
cientos de millones de dólares de inversión en los
recursos minerales y petrolíferos de la isla. Además, el
descubrimiento de petróleo costero atrajo nuevos inversores
a Cuba. Con el dinero recibido, Cuba empezó a reconstruir
su deteriorada infraestructura. A mediados de los noventa,
los apagones de verano duraban hasta veinte horas los peores
días; en 2008, la renovada red eléctrica permite al
gobierno vender electrodomésticos al público y elevar
gradualmente el nivel de vida.
Rechazo de otros modelos
En 2007, los dirigentes cubanos empezaron un debate público
para encarar algunos de los problemas aparecidos en el
periodo post–soviético. Algunos de esos problemas echaban
sus raíces en el mismo modelo soviético. La cúpula
dirigente, sin embargo, no tenía ninguna intención de
convertirse al capitalismo. Quienes apostaron por los
modelos chino o vietnamita no lograron imponerse cuando, el
último 26 de julio, Raúl Castro habló de resolver los
temas más urgentes, como las adversidades cotidianas, la
escasez de comida y la baja productividad agrícola, en el
marco de un modelo socialista.
El gobierno ha respondido así a un descontento popular, a la
alienación y a un descomunal cinismo, y en los últimos dos
años ha importado un 35% más de comida. Raúl ha admitido
que "los salarios son claramente insuficientes para
satisfacer las necesidades del pueblo." Esta afirmación
no significa lo que por lo común informan los periodistas
estadounidenses cuando comentan con sorna que el salario
medio cubano alcanza los veinte dólares al día. No tienen
en cuenta la gratuidad del sistema de sanidad público, ni
de la educación desde la guardería hasta los programas de
doctorado; la ausencia de impuestos y alquileres; la
gratuidad de prácticamente todos los medios de transporte o
el entretenimiento y la comida subvencionados. Pero todo
ello aún se encuentra lejos de la seguridad desde la cuna a
la tumba que experimentaron los cubanos antes de la
desaparición de la Unión Soviética.
Muchos periodistas extranjeros también omiten lo obvio: que
los dirigentes cubanos toman sus decisiones según las
necesidades de más de 11 millones de personas, destacando
el carácter básico de la sanidad y la educación. Los
periodistas mantienen como axiomas los valores de las
sociedades de consumo de las que provienen, en las que
tiendas y supermercados están abastecidos con productos de
varias marcas. Si los cubanos desean mantener la igualdad
como un valor irrenunciable, un modelo como ése no debería
asomarse por la isla. A pesar de que el comercio cubano se
ha incrementado, especialmente con Venezuela y China, está
muy lejos de ser competitivo. Su fuerza de trabajo ha
permanecido poco productiva, lo que se explica parcialmente
como resultado de las leyes laborales que dificultaban el
despido o incluso la disciplina de los trabajadores.
Permitir la venta de más bienes de consumo no significará
una explosión de las ventas, porque la mayoría de los
cubanos no posee en exceso moneda extranjera para
comprarlos. Los cubanos tendrán que escoger entre los
nuevos productos disponibles, incluyendo las estancias en
hoteles de postín. Los cubanos que reciben remesas de
miembros de sus familias en el extranjero, o pagan en moneda
fuerte, continúan disfrutando con la compra de privilegios
–desigualdad institucionalizada—, crispando con ello a
la mayoría de la población. Pero la libertad para comprar
no puede ser el pilar de un país socialista, sobre todo en
una nación del tercer mundo construida sobre cimientos de
justicia e igualdad.
Las nuevas inversiones de Cuba se han destinado también al
transporte público, especialmente los autobuses y los
trenes urbanos y de largo recorrido. Las reformas también
han dado mayores libertades a los pequeños campesinos, que
han rendido mejor que los grandes establecimientos agrícolas
estatales. Más comida, mejor transporte, y menos apagones
significan mucho en la vida cotidiana de los cubanos.
La revolución en peligro
El nuevo sentir se ha extendido más allá de lo material. Los
artistas e intelectuales han manifestado que no tolerarán más
la censura. La cúpula dirigente se ha mostrado de acuerdo.
Todas las aperturas y reformas significan progreso, pero
medidas positivas aparte, la revolución está en peligro.
En los primeros meses de este año, miles de cubanos
abandonaron la isla en dirección a Florida. No abandonaron
su país por la falta de libertad de expresión, sino por
imposibilidad de ejercer sus profesiones y en búsqueda de
mayores posibilidades para ellos y para sus hijos.
Fidel Castro alertó de que, aunque la revolución cubana haya
desafiado con éxito al imperialismo, los cubanos pueden ser
los responsables de perder su propia revolución. En su
carta del 3 de abril al presidente de la Unión de
Escritores y Artistas Cubanos, Miguel Barnet, escribió
Castro que "todo lo que éticamente fortalezca a la
revolución es bueno; todo lo que la debilite es malo".
Algo similar dijo a los intelectuales cubanos en 1961:
"Todo dentro de la revolución, nada fuera de la
revolución." La revolución significaba soberanía e
independencia, justicia social e igualdad. Pero si uno está
de acuerdo con este programa y simpatiza con él, por fuerza
tiene que estremecerse cuando ve cómo actúan los
dirigentes cubanos de manera que o contradice o ignora ese
punto de partida.
Algunos acontecimientos recientes son especialmente
perturbadores. A principios de abril de 2003, funcionarios
de seguridad del estado cubano arrestaron a tres hombres que
habían intentado secuestrar un ferry de pasajeros y
matado al piloto cuando se resistió. El tribunal los condenó
a la pena de muerte, dando a los condenados sólo unos
cuantos días para apelar la sentencia. El Tribunal Supremo
Cubano y el Consejo de Estado confirmaron las sentencias, y
el 11 de abril fueron ejecutados los tres. Los funcionarios
cubanos afirmaron que la rapidez del proceso "resultaba
ejemplar" para otros secuestradores potenciales. Una
avalancha de robos de barcos y aviones permitió antes a los
cubanos huir a los Estados Unidos, y los funcionarios ni
castigaron a sus autores ni reclamaron el retorno de las
embarcaciones. Pero la pena de muerte sin prácticamente
tiempo para apelar la sentencia, lo que indica es más bien
pánico, si se compara con las respuestas razonadas que los
dirigentes cubanos suelen dar a las crisis.
Un mes antes, en marzo, Cuba arrestó a 75 disidentes,
escandalizando a buena parte del mundo y entristeciendo a
algunos de los partidarios de Cuba. En el juicio
subsiguiente, los testigos declararon que los disidentes
acusados habían recibido bienes y servicios de diplomáticos
estadounidenses en La Habana. Doce testigos eran supuestos
disidentes, incluyendo a algunos de los miembros más
concienzudos y mejor conectados, como el periodista Néstor
Baguer, que presentó documentos describiendo las
transacciones de los acusados, que eran una violación de la
legislación cubana concebida para responder al Acta Helms
Burton, hostil a Cuba. En 1998, Baguer dirigía la Agencia
de Prensa Independiente de Cuba. Con unos pocos periodistas,
envió por fax informes a Reporteros Sin Fronteras y al
gobierno estadounidense, y fundó Radio Martí. En el juicio
de abril de 2003, Baguer se reveló como uno de los doce
topos infiltrados por el servicio de seguridad del estado.
Las pruebas convincentes que se presentaron al tribunal no
disuadieron a los críticos, que creían que Cuba no debería
castigar a la gente que mantiene puntos de vista disidentes,
ni siquiera en caso de aceptar dinero de representantes de
un gobierno enemigo.
¿Por qué abroquelarse recurriendo a la pena de muerte y
arrestar a quienes habían sido neutralizados ya por agentes
infiltrados? ¿Y por qué exponer a esos agentes a la luz pública?
Los funcionarios cubanos, algunos de ellos medio excusándose,
me explicaron que tenían que mostrar a los Estados Unidos
que no podrían actuar impulsivamente contra Cuba como lo
habían hecho en Afganistán e Irak. Ejecutando a los
secuestradores y arrestando a los disidentes, el gobierno
mostró su determinación: será implacable –y hasta
sangriento— contra las provocaciones estadounidenses.
Estas explicaciones no me satisficieron, aunque creo que los
funcionarios cubanos me contaron la verdad.
Cuba duele
"La revolución cubana tenía que haber sido
diferente", escribió en una ocasión el escritor
uruguayo Eduardo Galeano. "Atacada por el incesante
acoso del imperio por el norte, sobrevivió como pudo y no
como quiso. El pueblo, valiente y generoso, sacrificó una
gran oportunidad para seguir de pie en un mundo de
servilismo rampante. Pero año tras año los procesos
sacudieron a la isla, y la revolución empezó a perder la
espontaneidad y la frescura que había tenido en sus
comienzos."
No exagera. En 1960 pude comprobar hasta qué punto la vida
cotidiana cubana estaba dominada por un torrente de
creatividad. Y como Galeano, he tenido ocasión de ver cómo
en estos 48 años "la virtud revolucionaria" iba
transformándose en "obediencia a las órdenes que
vienen de arriba."
Ese es el resultado, casi como si de una ley de la naturaleza
política se tratara, de medio siglo de agresiones
estadounidenses. El crimen de Cuba: la desobediencia.
Castigando a este advenedizo, escribió Galeano, los Estados
Unidos habían bloqueado de manera efectiva "el
desarrollo de la democracia en Cuba, alimentando la
militarización del poder y proporcionando una coartada para
la rigidez burocrática."
"La revolución que fue capaz de sobrevivir a la furia de
10 presidentes estadounidenses y 20 directores de la
CIA", continua Galeano; "necesita la energía que
proviene de la participación y la diversidad para
enfrentarse a los oscuros tiempos por venir que seguro le
aguardan. Siempre digo con tristeza que Cuba duele."
¿Podría yo o cualquiera que yo conozca haberlo hecho mejor?
Fidel asegura que la CIA ha tratado de asesinarle en 638
ocasiones. La CIA sostiene que exagera levemente. La Agencia
admite que lanzó miles de ataques terroristas contra Cuba y
los cubanos. En medio siglo, los Estados Unidos han atacado
a la isla económica, psicológica y, acaso, hasta química
y bacteriológicamente. Trataron de aislar a Cuba diplomáticamente,
y siguen haciendo una propaganda agresiva desde Radio y TV
Martí.
Apertura democrática
Cuba resistió y sobrevivió; mas salió herida del combate.
En marzo de 2008, sin embargo, la apertura democrática que
Galeano y otros viejos simpatizantes esperaban, comenzó.
Por encima y más allá de la tan cacareada libertad de los
cubanos para comprar electrodomésticos y teléfonos móviles
y para poseer sin mayores problemas su propia casa, Cuba ha
firmado la cláusula de las Naciones Unidas de los derechos
humanos y laborales, que la ata a los principios de estos
acuerdos. Eso significa que los sindicatos no pueden ser
parte del gobierno, y que las libertades de expresión y de
prensa, y también las políticas, tendrán que ser
respetadas. Ya se verá que pasa.
Un ciudadano explicó al Vicepresidente Carlos Lage, con ocasión
de una conferencia de éste, que el gobierno carecía de
sensibilidad para las necesidades sociales de la gente y
para sus problemas psicológicos, cosas que el dinero no
puede resolver. Lage se disculpó. Los cubanos lo vieron por
televisión. A principios de este año, en Juventud
Rebelde, un periódico oficial, el gobierno fue acusado
de amañar las estadísticas de desempleo. Los cambios han
empezado, pero los contrabandistas permanecen en la isla.
Los barcos también marchan llenos.
Echemos un vistazo histórico a la revolución cubana. Ha sido
un éxito. Ha conseguido soberanía e independencia para el
país; ha educado y mejorado la salud de su población; ha
cubierto sus necesidades básicas y instruido a su pueblo
para que tenga un papel en el escenario de la historia
mundial, sin limitarse a ser un mero espectador de la misma.
Los cubanos alteraron el destino de Sudáfrica cuando sus
tropas ayudaron a derrotar a los ejércitos del apartheid
en Cuito Cuanavale en 1987–88. Mandela abrazó a Fidel en
su nombramiento como presidente: "Tú hiciste esto
posible", dijo al mundo para que escuchara. Los cubanos
han jugado un papel vital ayudando a Angola a mantener su
independencia, y a Namibia a obtener la suya. Han jugado un
papel importante en las guerras de Vietnam y del Yom Kippur,
yliderado el cambio para terminar de una vez por todas con
la Doctrina Monroe.
Hace cincuenta años, Washington controlaba Latinoamérica y
ningún dirigente se atrevía a desafiar su hegemonía o sus
políticas económicas. Hoy, cuatro de los hijos ideológicos
de Fidel gobiernan países (Venezuela, Bolivia, Ecuador y
Nicaragua), y muchos de sus primos gobiernan otros tantos
(Brasil, Chile, Argentina y Panamá).
Médicos y científicos cubanos, artistas y bailarines,
escritores y cineastas han dejado estampados sus nombres en
los frontispicios de innumerables países con su excelente
trabajo. La revolución cubana ayudó a formarlos a todos
ellos.
Todos esos triunfos pertenecen al pasado. La cuestión ahora
es: ¿puede Cuba sobreponerse a la herencia del periodo
especial, cuando el individualismo erosionó el espíritu
colectivo? ¿Puede superar las tres décadas del modelo soviético
que tuvo que adoptar para sobrevivir? Sus dirigentes han
vivido en y para la revolución, y han difundido sus valores
entre la población. ¿Responderán los cubanos recogiendo
su iniciativa y preservando unos logros enormes, o sucumbirán
al brillante atractivo del consumo de masas? Ya veremos.
(*)
Saul Landau es un reconocido académico,
escritor y cineasta que ha tratado cuestiones nacionales e
internacionales. Es miembro del Institute for Policy Studies
desde 1972. Ha escrito 13 libros y miles de artículos y críticas
para la prensa y ha realizado más de 40 películas y
reportajes de televisión sobre cuestiones sociales, políticas,
económicas e históricas. Es profesor emérito en la Cal
Poly Pomona University y colaborador de Foreign Policy in
Focus.
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