La
situación económica crítica y las actitudes autoritarias
y agresivas del gobierno alimentaron desde octubre la
tendencia a un “voto castigo”
Una
crisis anunciada
Revista
Envío / La Haine, 23/11/08
A
diferencia de otros países latinoamericanos, Nicaragua es
un país con una probada “fe electoral”. ¿Habrán
perdido los nicaragüenses la “fe” en esta ocasión? Es
uno, y no el menos angustioso, de los muchos interrogantes
que han dejado estos comicios municipales, que muchos
votantes vivieron como un plebiscito sobre el gobierno
nacional, que arrojaron resultados no aceptados por buena
parte de la población y que han llevado al país a una
nueva y dramática crisis, tan temible como previsible.
(Equipo Nitlápan-Envío)
En
medio de una crisis económica planetaria que ya nos está
afectando -crisis que el Presidente Daniel Ortega consideró
“un castigo de Dios al imperio yanki”, del que dijo
estaba “convertido por la crisis en un país del tercer
mundo”- y alen¬tados por el oxígeno que representa ver
llegar a la Presidencia de ese “imperio” a un
afroamericano carismático, pensante y sensible, Nicaragua
salió a elegir sus autoridades locales.
En
24 horas los resultados electorales fueron denunciados como
un fraude, con pruebas, por la alianza opositora al partido
de gobierno. En 48 horas había desórdenes y violencia en
la capital y en otros puntos del país y, con los obispos
católicos a la cabeza, buena parte de la sociedad
deslegitimaba los resultados y en un clima de desconfianza
generalizada proponía a la autoridad electoral el recuento
de las actas de escrutinio en Managua y a nivel nacional con
la participación de observadores independientes. Las
elecciones fueron consideradas por el organismo nacional Ética
y Transparencia “las menos transparentes y las más
conflictivas de nuestra historia reciente”.
Sin
cifras oficiales
El
9 de noviembre 3 millones 800 mil nicaragüenses estaban
convocados a las urnas electorales para elegir alcaldes,
vicealcaldes y concejales en 146 de los 153 municipios del
país. Según los resultados “provisionales” del Consejo
Supremo Electoral (CSE) el 14 de noviembre, el FSLN obtuvo
el primer lugar en número de votos y ganó más de 90
alcaldías (entre ellas, la capital Managua) y el PLC, que
encabezaba la alianza opositora, quedó en segundo lugar en
número de votos y ganó unas 50 alcaldías. Cinco partidos
aparecían en la boleta de votación Los resultados de dos
de ellos -Alternativa por el Cambio (AC) y PRN (Partido de
la Resistencia)- no fueron significativos. El tercero, ALN,
logró ganar 3 alcaldías.
La
alianza opositora al partido de gobierno, que compitió en
la casilla del PLC, no reconoció estos resultados y denunció
un “gigantesco intento de fraude”. Pocas voces
gubernamentales se escucharon dando declaraciones o
emitiendo opiniones. Sólo la voz jubilosa de los
simpatizantes del FSLN en las calles. Los medios oficiales
recordaron que se trataba de una “operación mediática”
preparada con antelación para deslegitimar los comicios y
desestabilizar al gobierno.
Triunfo
“arrollador”
Los
primeros resultados los anunció el CSE tardíamente. Eran
las 11pm. Para entonces, simpatizantes del FSLN ya
celebraban por todo el país, especialmente en Managua. ¿Tan
seguros estaban de la victoria? Al aparecer ante las cámaras
los siete magistrados electorales y sus suplentes, el
nutrido equipo y el escenario contribuían a dar gran
solemnidad al anuncio. Aunque ya para esa hora debían haber
presentado resultados más avanzados, los que brindó la
autoridad electoral estaban basados en porcentajes mínimos.
En gran número de municipios y en la mayoría de cabeceras,
incluida Managua, esos porcentajes daban una amplísima
victoria al FSLN.
¿Expresaban
los resultados de esa primera hora una tendencia? ¿Expresaban
-especialmente los resultados de las 16 cabeceras
departamentales- lo pactado previamente entre Ortega y Alemán?
Conviene recordar que durante varios meses -y después que
en el CSE los magistrados electorales de Ortega y Alemán
eliminaron de la competencia a dos partidos políticos
opuestos al pacto- era un secreto a voces que Ortega y Alemán
se estaban repartiendo ya los resultados de las cabeceras,
donde vive el 75% de la población nacional. Sin embargo,
aun así, los resultados favorecían exageradamente al FSLN.
¿Era eso lo pactado?
A
la medianoche las celebraciones del FSLN se hicieron más
masivas. En Managua -la plaza más importante para el FSLN-
fueron las más ruidosas. Las emisoras afines al partido de
gobierno hablaban de un triunfo “arrollador”: más de
100 alcaldías y 12 de las 16 cabeceras departamentales.
Estaba en marcha la crisis. Una crisis anunciada.
Camino
pavimentado
Desde
hace diez años funciona el pacto Ortega-Alemán, cada vez más
beneficioso a Ortega. El tribunal electoral, el CSE, fue
afectado progresivamente por este acuerdo político. Al
iniciar 2008, año electoral, el CSE fue colocando
calculadamente en el camino a las elecciones obstáculos a
los partidos opositores y pavimentándole la ruta al partido
de gobierno. El CSE adelantó el calendario electoral,
suspendió las elecciones en siete municipios del Caribe,
canceló la personería jurídica a dos partidos opositores
y le quitó la representación legal de ALN a Eduardo
Montealegre para entregar esa agrupación a políticos
colocados en la órbita del partido de gobierno.
Todas
estas medidas fueron maniobras pre-electorales del pacto
Ortega-Alemán. Como resultado de todas ellas -avaladas por
acción o por omisión, por los magistrados pro-Alemán en
el PLC-, todo el Poder Electoral, desde las máximas
autoridades hasta la dirección de las 11,808 juntas a donde
acudieron a votar los nicaragüenses el domingo 9, quedaron
prácticamente en manos de personas afines al partido de
gobierno o controladas de una forma o de otra por éste.
Las
vísperas
Por
primera vez en su historia, el CSE no hizo prácticamente
publicidad en los medios invitando a la población a votar.
¿Quería fomentar la abstención? La abstención favorece
siempre al FSLN, un partido más organizado, con un voto
fiel y “duro”. Fueron las organizaciones civiles y el
vasto tendido de la iglesia católica quienes hicieron una
activa propaganda invitando a la población a votar y
recordando que el voto es secreto.
En
todo el país se apreció retardación en el proceso de
cedulación o entrega selectiva de cédulas. En los días
previos a las elecciones, de forma sorpresiva -y en
combinación con el Ministerio de Gobernación-, el CSE
ordenó que tres “policías electorales” estuvieran en
cada mesa de votación, función para la que el gobierno
contrató por 100 córdobas a personas sin ninguna preparación
específica, a las que se les uniformó con una camiseta y
un brazalete. El día de los comicios no hicieron otra cosa
que entrar y salir a cualquier hora de los centros de votación
o andar rondándolos “por lo que pudiera pasar”.
Bajo
sospecha
En
un entorno tan estrictamente controlado por un aparato
electoral favorable al partido de gobierno, el único
contrapeso posible el día de los comicios lo tendrían dos
grupos de personas: los fiscales de la oposición y los
observadores nacionales. Pero el CSE no acreditó a
observadores nacionales y los fiscales de la alianza
opositora enfrentaron obstáculos, limitaciones y la siempre
seductora oferta de regalías de parte de los operadores políticos
del partido de gobierno. En estas condiciones, los
resultados electorales ya estaban bajo sospecha desde antes
del primer anuncio del CSE.
Al
concluir el proceso del voto popular -como desde hace más
de veinte años, con una población siempre ordenada,
paciente y en calma- ya se habían apreciado diversas anomalías:
en unas juntas unas y en otras juntas otras.
Hubo
votantes que temían ser intimidados al ir a votar. En
Managua y en León -las plazas más codiciadas por el FSLN-
el temor estaba justificado. Después de los violentos
sucesos de León unos días antes de que iniciara la campaña
electoral (20 septiembre), cuando el candidato a alcalde por
el partido de gobierno y dirigentes del FSLN organizaron
grupos de choque que impidieron con violencia extrema una
manifestación opositora, hubo incidentes violentos en
Managua y otros puntos, en los que simpatizantes del FSLN
atacaban a opositores a pedradas y garrotazos. ¿Pasiones
políticas desbordadas o calculados incidentes de intimidación?
En
los días previos, y en los barrios más populosos de
Managua, los medios documentaron que grupos de CPC (Consejos
del Poder Ciudadano), dirigidos desde casa presidencial, con
la excusa de evaluar los programas sociales del gobierno,
visitaban casa a casa, con banderas y camisetas del partido
de gobierno, haciendo un “censo”: preguntaban cuántos
votaban en esa casa y por quién votarían y anotaban esos
datos. En el tenso ambiente con el que la capital llegó a
las elecciones, era imposible no percibir esas visi¬tas
como una campaña de intimidación.
Amanecer
incierto
En
la mañana del día siguiente a las elecciones el centro de
cómputos de Managua quedó militarizado y dentro sólo
quedaron técnicos del partido de gobierno, encargados de la
digitación de los resultados y de su consolidado final.
Todo esto, documentado por los medios radiales, escritos y
televisados de todo el país, provocó una desconfianza
generalizada entre los votantes y un ambiente de
incertidumbre.
El
12 de noviembre, EyT publicó su valoración preliminar.
Inicia así: “La cantidad de anomalías e irregularidades
encontradas en al menos el 32% de las juntas receptoras de
votos, centros de cómputos municipales y departamentales de
todo el país, se caracterizan por su gravedad y por el
nivel de afectación, dirigida casi de forma exclusiva hacia
la oposición”.
Anomalías
graves
EyT
señala nueve irregularidades “de mayor gravedad”. La
expulsión o severas limitaciones de acceso a los fiscales a
las juntas de votación y a los centros municipales a causa
de acciones organizadas por los policías electorales y el
personal del CSE. La anulación fraudulenta de votos “en
un número no determinado de juntas”, constituyendo un
“hecho fraudulento superlativo en la historia de nuestro
país, lo que hace difícil o imposible reconstruir la
voluntad popular en esas juntas”. La introducción o
sustitución de votos y actas de escrutinio por el personal
de las juntas de votación. La invalidación fraudulenta de
votos a la hora de conteos que se hicieron a puertas
cerradas. El cierre temprano y sin razón de las juntas en
al menos un 20% de las mesas cuando aún había votantes en
fila “sin absolutamente ninguna razón evidente”. La
intimidación de votantes en “entornos amenazantes”.
Fallas en la custodia del material electoral. No fijación
de los resultados a la vista de los ciudadanos al menos en
el 10% de las juntas. En no menos de 50 municipios, “el
partido de gobierno y el CSE local procesó y distribuyó cédulas
a sus simpatizantes” de forma irregular. EyT consideró
que en unos 30 municipios se requería “aclaración de
irregularidades”.
Sin
estos observadores
Las
desconfianzas y suspicacias hubieran podido ser
neutralizadas con la presencia en las juntas de votación de
los dos equipos de observadores nacionales. La última de
las peligrosas señales que el CSE le dio al país fue la
negativa a acreditarlos.
Dos
organizaciones nacionales, el Grupo Cívico Ética y
Transparencia (EyT) -capítulo en Nicaragua de Transparencia
Internacional- y el Instituto para la Democracia (IPADE),
han observado durante los últimos doce años las elecciones
nacionales, municipales y regionales, demostrando gran
profesionalismo y acumulando experiencia. Esto las ha
convertido en garantes independientes al observar todo el
proceso, al estar presentes in situ el día de los comicios
en la constitución, apertura, votación, cierre y
escrutinio de cada mesa de votación y al elaborar después
un conteo rápido de los resultados, que ha servido para
contrachequear los resultados oficiales y para avalarlos,
pues siempre coincidieron con mínimas diferencias.
En
el ambiente tan polarizado y tenso con que se llegó a estas
elecciones la presencia de los observadores era lo más
indicado si el gobierno quería asegurar transparencia y
legitimar los comicios. Pero no fue así: el partido de
gobierno que controla el CSE apostó a la opacidad y no
acreditó a los observadores nacionales, argumentando en la
“madurez” del proceso electoral nicaragüense.
Al
expresar su rechazo a la no acreditación, el IPADE señaló
que el CSE sentaba “un precedente histórico y negativo al
prohibir una práctica ciudadana que en América Latina y el
mundo es promovida y protegida”. Por su parte, EyT dijo:
“El CSE tiene “la edad suficiente” como para asumir y
dar razón del costo político gratuito e innecesario que le
está causando al país y al actual proceso electoral, por
la estigmatización que ha hecho de las organizaciones
nacionales, por su negativa a acreditarnos, contraviniendo
la Constitución y la Ley, dando lugar a la desconfianza, la
presunción y la suspicacia”.
IPADE
no puso en acción a sus observadores. EyT sí, aunque no a
los 30 mil que anunció pondría. La observación la
hicieron “a distancia” de los centros de votación, valiéndose
del relato de fiscales, votantes y personal de las juntas, y
cruzando esta información con el comportamiento histórico
de cada junta, que en Nicaragua tiene bases confiables.
Con
estos observadores
Desde
mediados de octubre, el propio Presidente Ortega venía
desestimando la necesidad de la observación electoral
nacional, diciendo que “no son imparciales”. Tampoco el
gobierno quiso invitar a observadores internacionales que
siempre han participado en las elecciones nicaragüenses, el
Centro Carter y la OEA. Ambas instancias afirmaron después
de los comi¬cios su limitación para evaluarlos por no
haber estado presentes, y en el fragor del conflicto
hicieron un llamado a la autoridad electoral a “conducir
un procedimiento transparente de revisión de los resultados
electorales a escala nacional” con participación de la
observación nacional (Centro Carter).
El
gobierno insiste en que sí hubo observación internacional.
Tres días antes de las elecciones llegaron a Managua
miembros del Protocolo de Tikal y del Protocolo de Quito de
observación electoral, que escucharon un interminable
discurso del Presidente Ortega, recordando haber sido víctima
de un fraude en 1996, y visitaron algunos centros de votación.
Y
desde meses antes el CSE financió la estancia en Nicaragua
de un grupo de técnicos electorales del CEELA. Esta
instancia tuvo como primer presidente al magistrado
presidente del CSE Roberto Rivas, quien es hoy su presidente
honorario. El CEELA es un grupo promovido por el gobierno de
Venezuela en un intento más de Chávez de descalificar a la
OEA como organismo de representación hemisférica.
Al
salir de Managua, después de los comicios, Roberto Cuéllar,
quien llegó en la víspera electoral representando al
Instituto Interamericano de Derechos Humanos, dijo: “La
observación internacional ni lo puede ver todo ni lo
controla todo. La observación nacional es la que legitima
el proceso”.
¿Un
desquite?
Llamó
la atención la insistencia de Ortega en varios discursos
previos a las elecciones en el “fraude electoral” de
1996 del que él había sido víctima como candidato
presidencial frente a Arnoldo Alemán, fraude que Ortega
habría aceptado por la estabilidad del país. Este mismo
discurso, el del “fraude” del 96, estuvo reiteradamente
en boca de todos los voceros del partido de gobierno desde
que estalló el conflicto post-electoral. La negativa del
CSE a acreditar a los observadores nacionales no sólo
mantuvo en vilo a la opinión pública hasta el último día,
sino que alimentó justamente la sospecha de que se
preparaba un fraude. ¿En desquite del de 1996?
Hubo
reclamos, solicitudes y sugerencias llegadas de instancias
nacionales e internacionales, de los embajadores de la Unión
Europea, de los empresarios del COSEP y hasta del propio
Cardenal Obando -aliado incondicional del partido de
gobierno-, pero la observación nacional fue excluida. Los
magistrados electorales argumentaron que ellos eran
“soberanos”, que ellos “son la ley”.
Ambiente
hostil
También
el Presidente y los magistrados electorales argumentaron que
los fiscales de los partidos serían los únicos
observadores por ser los más interesados en observar.
Conviene
recordar que de los cinco partidos en contienda, el partido
de gobierno tenía como aliados a tres partidos pequeños.
Serían sólo los fiscales de la alianza opositora los ojos
críticos en las mesas de votaciones. Para cumplir con su
tarea les tocó enfrentar un ambiente hostil y un entramado
de trabas que iban descubriendo sobre la marcha.
Cuenta,
por ejemplo, una de esas fiscales: “Pasamos horas en el
centro de votación viviendo una presión fuerte y una
intimidación de parte de los CPC que controlaban todo el
centro donde estuvimos. Los policías electorales, la
procuradora de derechos humanos del gobierno, el personal
del CSE que llegaba a supervisar y todo el resto de la junta
eran sólo danielistas”.
Todo
esto configuró unos comicios “opacos” y al día
siguiente un ambiente nacional incierto que nos arrojó en
una nueva crisis institucional, nos permitió ver una ¿duradera?
fisura política en el pacto Ortega-Alemán y sumió al país
en lamentables extremos de violencia.
Las
raíces
La
crisis institucional es una más de las muchas que inician
en Nicaragua, se desarrollan y nunca se resuelven. Algunos
la han calificado como la mayor de los últimos treinta años.
Esta
crisis tiene sus raíces recientes en diez años del pacto
PLC-FSLN, que bi-partidarizó todas las instituciones del
Estado, incluido el CSE. Todos los altos cargos del Estado
fueron repartidos por Ortega y Alemán mitad-mitad. En el
caso del CSE, el pacto incrementó el número de los
magistrados con sus suplentes -14 personas- y reformó la
Ley Electoral, convirtiéndola en un obstáculo al
pluralismo y en un mecanismo destinado a forzar el
bipartidismo sandinismo-liberalismo.
Después
de diez años de ese nefasto acuerdo político, las
estructuras del CSE dejaron prácticamente de ser bi-partidistas
para defender prioritariamente los intereses de Daniel
Ortega. Esto sucedió tras la alianza del magistrado
presidente del CSE Roberto Rivas con Ortega con la bendición
del Cardenal Obando. Y sucedió ante los ojos de los
magistrados electorales del PLC, incapaces de renunciar a
las prebendas derivadas de sus cargos o fieles a las
orientaciones pro-Ortega de su líder Alemán, preocupado
desde 2002 por no ir a dar a la cárcel.
Un
seísmo
Durante
la preparación de estas elecciones, que ya se anunciaban
viciadas, el CSE hizo y deshizo con la anuencia de los
magistrados electorales del PLC. Pero eso era lo que sucedía
“arriba”. Abajo, entre las bases liberales locales
estaba ocurriendo otra cosa.
Al
descontento generalizado por la situación económica, los
liberales sumaban su preocupación por los avances de los
CPC locales, su indignación por la entrega selectiva de cédulas
para votar, y la novedad que representó la entrada en la
campaña electoral, bajo la bandera del PLC, de líderes de
la corriente liberal liderada por Eduardo Montealegre. Fue
la corriente de “Vamos con Eduardo” (VCE) la que
seleccionó a 14 de los 16 candidatos a alcaldes del PLC en
las cabeceras departamentales y a la mitad de todos los
candidatos a alcaldes del país.
Este
escenario constituyó un seísmo, por lo menos de 5 puntos
en la escala richter política del país ya que hizo que
Alemán perdiera el control de la campaña electoral, que
apenas participara en ella y que viera reducida su
influencia en el partido en un momento especialmente
crucial, porque los comicios estaban cada vez más
polarizados y, tanto el gobierno como la oposición, los
estaban convirtiendo en un referéndum nacional sobre los
primeros dos años de gobierno de Ortega.
Con
la corriente de los VCE dentro del PLC, el tradicional
antisandinismo liberal se dispuso a votar contra Ortega,
cada vez más consciente de que el pacto de Alemán con
Ortega había terminado haciendo Presidente a Ortega dándole
todo el poder. Eso los distanciaba de Alemán y los acercaba
a liderazgos liberales más jóvenes que aparecieron en la
escena local. El toque final lo puso, al inicio de la campaña
electoral, el apoyo que los candidatos locales del PLC
recibieron de conservadores, de sandinistas del MRS y de
independientes, unidos bajo la consigna TCO: “Todos contra
Ortega”.
Ahora,
después del seísmo de la campaña, del fraude y de la
crisis post-electoral, ¿será el liberalismo honesto capaz
de reconstruir su partido, desechando definitivamente el
alemanismo?
Error
de cálculo
La
pieza central de la estrategia política del FSLN para las
elecciones municipales fue la misma que en las
presidenciales: dividir al liberalismo. Con la derecha
liberal dividida y eliminando toda competencia por la
izquierda (cancelación del MRS) el partido de gobierno
intentó allanar su camino para “más victorias”, como
martillaba en su costosa propaganda.
Fue
un error de cálculo: la casilla roja número 1 del PLC se
oxigenó al recibir a los rojos no alemanistas de Eduardo
Montealegre y se coloreó de naranja con los votos de los
sandinistas del MRS, con el verde de los votos conservadores
y con el coloreado voto de los independientes. Y la ALN, la
otra opción “liberal” -alimentada con “militantes”
y recursos del FSLN- se fue erosionando durante la campaña.
En muchos municipios los candidatos de la ALN renunciaron a
la competencia o respaldaron al PLC. En una mayoría
obtuvieron resultados insignificantes, aunque en varios,
como en el caso de Rivas, sí lograron dividir el voto
opositor.
El
gran dilema
Así,
mientras “arriba” en el CSE seguía funcionando el pacto
en su expresión electoral, abajo ya no tanto. Dos días
antes de las elecciones, y conociendo el FSLN, por sus
encuestas internas, de un probable fracaso, especialmente en
Managua, corrió el rumor de que Arnoldo Alemán estaba
negociando la alcaldía de la capital a cambio de la total
libertad por los cargos de corrupción, por los que está
condenado a veinte años, de los que ya ha cumplido cinco,
aunque en su casa y con todos los privilegios.
Como
una señal de que esa negociación estaba sobre la mesa,
unos días antes de las elecciones, el Tribunal de
Apelaciones de Managua -controlado por Ortega- revocó
definitivamente la sentencia dictada, por los mismos actos
de corrupción, contra el hermano, el sobrino y la cuñada
de Alemán.
Reveladora
resultó la respuesta de Alemán al rumor sobre la negociación
de Managua a cambio de su libertad. Afirmó que él no tenía
“dominio” sobre quienes votaban. Lo pactado entre Alemán
y Ortega lo podía borrar la gente que llegaría a votar en
la casilla del PLC. El resultado electoral -“amarrado”
desde arriba por el pacto y “desatado” desde abajo por
nuevos factores políticos- colocó a Alemán en el mayor
dilema de sus últimos años, después de ser sentenciado
por corrupción: cómo cumplirle a Ortega para garantizarse
su libertad sin poder “dominar” a sus bases…
Pasada
la medianoche del día de las elecciones, el CSE dio unos
segundos resultados. Sólo aparecían porcentajes, pero había
algunos cambios sobre las “tendencias” presentadas
inicialmente, en las que el FSLN arrasaba. Ahora el FSLN
seguía ganando, pero ya no tanto.
Curiosamente,
en esta segunda ocasión, ya no aparecieron en el solemne
escenario los magistrados liberales. ¿Qué estaba
sucediendo al interior del PLC? Unas horas después, Eduardo
Montealegre alegaba con determinación que tenía pruebas de
que él había ganado la alcaldía de Managua y afirmaba que
los resultados que ofrecía el CSE eran “vergonzosos,
inmorales e irresponsables”.
Ascenso
y descenso
Horas
después, respaldaban a Montealegre varios diputados
alemanistas y a su lado aparecía la diputada del PLC e hija
de Arnoldo, María Dolores Alemán. Horas después era el
propio Alemán quien avalaba el alegato de fraude de
Montealegre y 48 horas después el PLC desconocía los
resultados de las elecciones y ordenaba a sus diputados en
la Asamblea Nacional y a sus magistrados en la Corte Suprema
y en la Contraloría no acudir a trabajar para paralizar las
actividades institucionales.
Diputados
liberales tan mesurados como Francisco Aguirre Sacasa y José
Pallais se expresaban inusualmente categóricos en sus críticas.
Aguirre: “Las actuaciones del FSLN son ya intolerables
para nuestro partido”. Pallais: “El Consejo Supremo
Electoral da asco”.
Aparecía
así un primer resultado político de las elecciones,
inesperado seguramente para el FSLN: una fisura en el PLC,
con el ascenso del liderazgo de Montealegre, el descenso del
liderazgo de Alemán, y el protagonismo de nuevos liderazgos
locales liberales más independientes de la influencia del
“máximo líder”.
Frustración
y violencia
Desconfianza,
evidencias y frustración se unieron en una mezcla explosiva
y la violencia se desató en varios puntos de Managua y en
otros municipios. La desconfianza en el CSE y en los
resultados que estaba brindando aparecía por todos lados.
En la documentación del rosario de evidencias de fraude
-hasta boletas tiradas a la basura- los medios de comunicación
jugaron un papel imprescindible. La desconfianza previa y
las noticias diarias provocaron flujos y reflujos de
frustración que condujeron a enfrentamientos callejeros
violentos, inicialmente entre sandinistas y liberales en la
capital y en otros municipios. Poco después fueron los
sandinistas los que se impusieron en las calles de Managua
con una exhibición de vandalismo. Sumido el país en esta
colosal crisis, el Presidente Daniel Ortega guardó total
silencio.
La
voz de los obispos
Por
primera vez en muchísimo tiempo, la voz de los obispos católicos
tuvo aires proféticos: denunciaron algunas de las causas
del conflicto y anunciaron una posible solución.
El
11 de noviembre, en un lenguaje inusualmente breve y
directo, los obispos señalaron las irregularidades que
percibían en el proceso. Hacían “un urgente llamado a
los miembros del CSE a actuar con honestidad, transparencia
e imparcialidad por su dignidad personal y el respeto al
voto sagrado que en conciencia depositó nuestro pueblo en
las urnas” y proponían como salida la revisión de todas
las actas de escrutinio.
Nada
más inesperado para el partido de gobierno que tan rápida
toma de posición de los obispos. ¿Cómo era posible que, a
pesar de las dádivas entregadas durante meses a las
estructuras eclesiásticas en todo el país y a pesar de que
el FSLN había votado por la penalización del aborto terapéutico,
los nueve obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua
deslegitimaran los comicios? La perplejidad se expresó en
las palabras con que el magistrado electoral del FSLN Emmet
Lang ripostó a los obispos: se refirió tácitamente a
ellos diciendo que predicaban el amor al prójimo, pero
“denigraban al prójimo” y sentenció: eso es “un
pecado mortal”.
En
tres días el coro de quienes desconfiaban en los resultados
era amplio. Las voces diversas, el reclamo el mismo.
Encabezados por los obispos, organismos civiles, medios de
comunicación, partidos de oposición, empresa privada,
embajadas y ciudadanos de todo el país pedían la revisión
de los resultados acta por acta y junta por junta no sólo
en Managua -foco mayor del conflicto-, sino en todos los
municipios donde la inconformidad era evidente y había
pruebas de graves irregularidades.
El
partido de gobierno no dio señales de querer rectificar el
rumbo aprovechando esta “escalera” que se le ofrecía
para bajar al menos algunos peldaños de donde pretendía
subir. Todo lo contrario.
¿Por
qué ese diseño?
¿Por
qué elecciones tan poco transparentes, con maniobras tan
obscenas? Conviene recordar que un triunfo importante en
estas elecciones es la carta de negociación más fuerte de
Daniel Ortega para lograr las reformas constitucionales que
ya tiene redactadas y pactadas con Alemán para garantizar
su perpetuación en el poder.
Como
éste es su proyecto estratégico y la victoria en las
elecciones su antesala, podemos especular que al diseñar el
proceso electoral el grupo de poder del partido de gobierno
evaluó las variables y concluyó que el costo político de
alterar los resultados electorales era menor que el costo
político de perder las elecciones en Managua y en las
ciudades más importantes. Este análisis le llevó a diseñar
arriba una operación fraudulenta de muchas facetas que
después su gente ejecutó abajo muy sofisticada y también
muy burdamente.
El
riesgo de una pérdida significativa de las elecciones era
una probabilidad. Las encuestas internas que el gobierno hacía
se lo anunciaban. Cuando la polémica encuesta de la UCA
reveló lo que iba a ocurrir, los propagandistas del
gobierno comenzaron a hablar: la derecha estaba desesperada
y derrotada y la embajada americana orquestaba ya una campaña
mediática para que la derecha alegara fraude y así
desestabilizar al gobierno.
Pero
los datos estaban ahí: la situación económica es crítica,
sobre todo en la capital y en los núcleos urbanos, y además,
los efectos negativos que en la población estaban causando
declaraciones y actitudes autoritarias y agresivas del
gobierno contra las voces críticas de periodistas y de ONG
en la capital y en los municipios, alimentaron desde octubre
la tendencia a un “voto castigo”, unos por ser
antisandinistas de siempre, otros para darle una “lección”
o para ponerle “freno” al autoritarismo gubernamental.
Managua:
la deseada
En
medio de una propaganda avasallante, el despliegue de
clientelismo electoral con que el partido de gobierno trató
de enfrentar el descontento que reflejaban sus propias
encuestas fue extraordinario, especialmente en Managua. En
actos presididos por el Presidente Ortega y el candidato del
FSLN, el gobierno entregó decenas de títulos de propiedad
en asentamientos, 25 mil cocinas de gas, 221 casas, láminas
de zinc, medicinas, 3 mil computadoras infantiles para 200
escuelas públicas, créditos para mejoras en 1,300 hogares,
mil créditos más a mujeres en el programa Usura Cero…
Todo eso públicamente y siempre canalizado por los CPC.
Privadamente, los CPC repartieron o recibieron bicicletas,
televisores, motos…
¿Sirvió
este clientelismo en Managua, la plaza más apetecida por el
FSLN? Los resultados del CSE indicaron que el candidato
oficialista, el ex-boxeador Alexis Argüello, le ganó a su
adversario, el banquero liberal Eduardo Montealegre, por
unos 20 mil votos. El 13 de noviembre Montealegre colocó en
una estrenada página web (www.voto2008.org) otros
resultados, donde le gana a Argüello por unos 29 mil votos.
El
partido de gobierno no podía permitirse perder Managua,
donde vive el 40% de la población del país. Si perdía, le
esperaban tres años con un alcalde adversario presente a
diario en los medios inaugurando obras públicas o dando
declaraciones críticas sobre el rumbo del país. Para
Montealegre, perder Managua es acabar con su carrera política.
Habría sido derrotado por un hombre tan poco preparado como
Argüello y perdería su mejor oportunidad de disputarle el
liderazgo del liberalismo a Arnoldo Alemán.
En
la noche y sin testigos
Aunque
había inconformidades, irregularidades y brotes de
violencia en gran parte del país, en Managua se concentró
la crisis.
Ante
tanta presión nacional y con el inicio de la presión
internacional -embajadores de la UE en Nicaragua y la OEA-
el CSE aceptó el día 13 revisar las actas de escrutinio de
la votación, pero solamente en la capital, donde hay más
de 2 mil juntas receptoras de votos y por eso, más de 2 mil
actas.
El
anuncio lo hizo el CSE a las 6pm. Montealegre y los otros
tres partidos debían traer todas sus actas a las 10pm para
iniciar una revisión nocturna sin ningún observador
independiente ni nacional ni internacional. ¿Es suspicacia
pensar que tras esta oferta no había ningún propósito de
transparentar datos y resolver el conflicto?
Los
tres partidos satelizados por el FSLN aceptaron. Montealegre
no. Colocó todas las actas de todas las juntas de Managua
en Internet y difundió esos datos en papel en el diario
“La Prensa” en la mañana del día 14.
Ese
mismo día en la tarde el CSE declaró concluida la revisión
nocturna, advirtió que se había cancelado la posibilidad
de hacer ninguna otra revisión de las actas de escrutinio y
publicó por fin en la prensa nacional resultados oficiales,
aún provisionales, que en unas horas alteró nuevamente. La
alianza opositora no los aceptó. Los obispos insistieron en
que hubiera un recuento de actas en todo el país y con
observadores.
¿Punto
final?
El
CSE quiso poner punto final a las protestas y a los reclamos
de fraude. Y abrir ese punto y seguido legal que es el
proceso habitual de presentación de recursos de revisión
aritmética, que poco afectan los resultados oficiales. La
crisis continuó. Grupos ciudadanos llamaron a la
resistencia y a la desobediencia cívica, por ejemplo, no
pagando impuestos a autoridades surgidas de comicios
fraudulentos.
La
alianza opositora anunció marchas y otras acciones de
protesta. EyT abogó porque “este triste episodio no
concluya, como en otros momentos, en oscuras negociaciones
entre los actores políticos”. El 16 de noviembre una
marcha de protesta en León fue impedida con extrema
violencia por grupos de choque armados y organizados por el
gobierno.
¿Por
qué no rectificar?
¿Por
qué culminadas elecciones como las que vivimos, y con unos
resultados tan cuestionados prácticamente por tan amplios
sectores de la sociedad nacional e internacional, el partido
de gobierno no decidió rectificar y aclarar al menos
algunas cosas -hubiera legitimado los comicios-, sino que
contribuyó a más tensión con actos de violencia callejera
ante la pasividad de la Policía Nacional?
Podemos
especular que el grupo más radical en el actual FSLN
consideró que el costo político que pagarían por
rectificar y perder Managua y otros municipios era mayor que
el que pagarían intimidando indiscriminadamente en las
calles y selectivamente a las voces críticas, amenazando a
los medios de comunicación que informaban sobre la crisis
buscando imponerles silencio.
“Piedra
sobre piedra”
Una
de las amenazas más impactantes fue la que hizo Hernán
Estrada, Procurador General de la República, el 13 de
noviembre, mientras en puntos céntricos de Managua -40 según
el secretario del FSLN en Managua- grupos vandálicos
atemorizaban a la población y empleados públicos y
trabajadores de los ministerios eran obligados a permanecer
horas en las esquinas agitando banderas rojinegras.
Dijo
Estrada a un buen grupo de periodistas: “Si el Jefe de
Estado y líder político del Frente Sandinista, Daniel
Ortega, dispusiera llamar a sus partidarios a las calles no
quedaría piedra sobre piedra en este país, sobre ninguna
emisora, sobre ningún canal de televisión o medio de
comunicación que lo adverse. Hay que agradecerle que no lo
ha hecho, por la sabiduría y la serenidad del gobernante
que tenemos”.
Los
periodistas que grabaron estas declaraciones quedaron
estupefactos. Vilma Núñez de Escorcia, Presidenta del
Centro Nicaragüense de Derechos Humanos, en donde Estrada
dijo esto, reaccionó enseguida: “Es una amenaza y es
también una aceptación tácita de que quien impulsa la
violencia que estamos viendo es el Presidente Daniel
Ortega”.
Por
qué no hacerlo
Razones
de peso tiene el partido de gobierno para pagar el costo de
exhibir este tipo de amenazas y tratar de imponer el fraude
con violencia antes de pagar el costo de perder estas
elecciones o de no ganarlas en la medida en que planificó.
Dentro
del ALBA, ¿es presentable un partido que se dice
revolucionario y que es derrotado por una oposición tan frágil
como la que existe hoy en Nicaragua? ¿Cómo explicar un
fracaso así a los gobiernos de Bolivia, Ecuador o
Venezuela, en donde sus dirigentes se han sometido a
escrutinios muy difíciles, con una oposición más
organizada y han obtenido mayorías en comicios observados
con lupa internacional?
Y
otra razón, más interna y no menos importante para los
planes gubernamentales: ¿cómo llevar adelante el proyecto
estratégico del “poder ciudadano” en municipios
dirigidos por alcaldes que no son del partido de gobierno?
Conviene recordar -aunque la alianza opositora no enfatizó
algo tan crucial en su campaña- que todos los candidatos
del FSLN se comprometieron ante Daniel Ortega, incluso lo
firmaron, que al ganar obedecerían no al pueblo del
municipio, sino las órdenes que les dieran los Consejos del
Poder Ciudadano.
Podemos
especular que el partido de gobierno apuesta también al
paso del tiempo, a esa religiosidad resignada que endulza
tantos conflictos en Nicaragua. Apuesta a la impotencia de
una sociedad muy desorganizada, muy empobrecida, muy
cansada. En un país de memoria tan corta, apuestan a que la
crisis se olvidará y a que las fiestas de fin de año, ya a
las puertas, restañarán enconos y volverán las aguas a
sus cauces.
Terminamos
de redactar esta crónica de un conflicto anunciado -aunque
tal vez no imaginado en sus dimensiones- a los nueve días
del evento electoral. Los “nueve días” son todo un símbolo
de duelo y luto en Nicaragua. Nunca sabremos los resultados
exactos de los comicios en todos los municipios. Nunca. Hay
boletas, actas y hasta urnas que nunca aparecerán. Hay
historias personales que no se relatarán y tampoco se
conocerán. Lo que pasó quedará velado. Y sea cual sea el
resultado final de la crisis institucional, de la crisis política,
y de la crisis social que catalizaron estas turbias
elecciones, un primer balance es que Nicaragua perdió.
(...)
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