Algunas claves (muy provisorias) de lectura
Cuba: ¿Reformistas vs. talibanes?
Por Pablo Stefanoni
Semanario Pulso, Bolivia, 15/03/09
¿Cómo leer los últimos acontecimientos de Cuba? Como en
un súbito regreso a la Guerra Fría, los expertos de
izquierda y derecha salieron a intentar descifrar los
escasos y crípticos mensajes emitidos por el gobierno y,
sobre todo, por el aún Comandante en Jefe, quien pese a
titular sus columnas con el humilde rótulo de
“reflexiones”, ocupa las primeras planas de los
noticieros, los diarios y los mailing de las embajadas, sea
para hablar de la crisis económica mundial, de política
local o de temas más cotidianos como los “errores” de
la selección cubana de béisbol (si consideramos las
reflexiones de estos últimos días).
La izquierda fidelista internacional quedó tan
descolocada que, o eligió balbucear una serie de frases tan
generales como evasivas o prefirió, en contados casos,
tomar el toro por las astas y admitir –como el editor del
site Rebelión Pascual Serrano– que “los amigos de Cuba
nos encontramos sin fuerzas ni información para explicar la
institucionalidad cubana”. Y no es para menos: hasta el día
anterior a su destitución – que incluyó una condena por
“indignos”, por aprovecharse de unas mieles del poder
por el que no lucharon y haber creado ilusiones en el
enemigo– el vicepresidente Carlos Lage y el canciller
Felipe Pérez Roque eran las caras más conocidas del régimen
fuera de la isla, después de Fidel y Raúl Castro, además
del nexo privilegiado con gobiernos afines y políticamente
importantes como Bolivia y Venezuela. Al punto de que se los
percibía como los emergentes del recambio generacional que,
sea por decisiones políticas o leyes de la biología, tarde
o temprano deberá producirse. Obviamente, la ola de
destituciones demorará algún tiempo esa infalibilidad histórica.
Las destituciones fueron un baldazo de agua fría que
recordó purgas –que aún generan explicaciones diversas y
contrapuestas– como la del general y héroe de la Revolución
Arnaldo Ochoa, al parecer simpatizante de la Perestroika y
muy popular en Cuba, fusilado “con mucho pesar” por el
gobierno en 1989, después de admitir en un juicio
televisado, cargado de clichés moralistas, haber
participado del tráfico de cocaína, marfil y diamantes,
tejiendo vínculos con Pablo Escobar y aprovechando las
misiones militares en Angola. O la del ex canciller, joven
estrella y niño mimado de Fidel, Roberto Robaina, hace diez
años, que terminó trabajando en el Parque Metropolitano de
La Habana y hoy, según sus palabras, sólo se dedica a
pintar.
Años antes, en 1992, Carlos Aldana –acusado de querer
ser el Gorbachov cubano– sufrió la maldición de los “número
3”, considerados por los analistas y diplomáticos
sucesores “naturales” de los hermanos Castro.
“Esta purga me recuerda un poco la furia con la que Raúl
eliminó a la gente del Centro de Estudios sobre América en
el '96. Era una cuestión de control. Raúl puede hablar de
reformas cuando él lo considere conveniente, pero que no se
atrevan otros a hacerlo. De nuevo, creo que es una cuestión
de control y no necesariamente de oposición sustantiva a
dichas ideas”, opina el profesor del Brooklyn College y
autor de “The Origins of the Cuban Revolution
Reconsidered”, Samuel Farber.
La falta de pruebas –o el hermetismo sobre ellas– en
las acusaciones lanzadas por Fidel y el tono de confesión
inquisitorial de las cartas de Lage y Pérez Roque
admitiendo los “errores” y jurando lealtad a la revolución,
a Fidel y a Raúl, dibujaron una imagen brezneviana de
secretismo burocrático cuestionable en el siglo XX pero
casi imposible de justificar para las izquierdas del siglo
XXI.
Las preguntas vinieron solas: ¿los cubanos no tienen
derecho a saber cuáles fueron los terribles delitos que
mandaron a su casa y extinguieron en un abrir y cerrar de
ojos el poder de dos referentes de la revolución?, ¿si
cometieron delitos no deberían ser juzgados en el marco de
la institucionalidad cubana?, ¿era necesaria la excomunión
además de ser excluidos de todos sus cargos en el gobierno
y en el partido?, ¿qué garantiza que no haya muchos más
funcionarios usufructuando las “mieles del poder” en un
país en el que oficialmente el poder no tiene mieles sino
puro sacrificio?
La tesis que más circuló en la prensa internacional es
que las destituciones de Lage y Pérez Roque y una decena de
altos funcionarios claves es una victoria del ala
aperturista de Raúl frente al ala conservadora de los
“talibanes” proFidel.
Es cierto que, desde su llegada al poder, después de la
renuncia del líder máximo en 2006, Raúl fue desarmando la
institucionalidad paralela del Grupo de apoyo al Comandante
en Jefe y su Batalla de las Ideas, un proyecto que además
de duplicar instituciones y mostrar una dudosa eficiencia,
conllevaba una dosis de voluntarismo –financiado con préstamos
blandos venezolanos– con el que los militares cercanos a
Raúl no simpatizan.
Pero Lage parece estar lejos de ser un talibán comunista
con urticaria al mercado y a la propiedad privada. En un artículo
en La Jornada de México, un participante de una reunión en
los años '90 entre Lage y un grupo de senadores mexicanos
del hoy oficialista PAN, recuerda al entonces responsable de
las políticas económicas del período especial posterior a
la caída de la URSS como un “Chicago boy” por su
“vehemente defensa de la apertura comercial” cubana, que
moderó de inmediato su discurso ante una visita sorpresiva
de Fidel.
En la misma línea, el anticastrista radical Carlos
Alberto Montaner dice haber escuchado decir al entonces
presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari y a otra media
docena de cancilleres y jefes de Estado que "Lage es el
futuro". Y agrega que en esa época, los difíciles años
90, “parece que Lage, en privado, cuando conversaba con
los políticos extranjeros, coqueteaba con las ideas democráticas
y se vendía como el Adolfo Suárez caribeño”.
Tampoco el ahora ex canciller P. Roque parecía ser el
“talibán” de la época de asistente de máxima
confianza de Fidel y “a los ojos de muchos políticos y
diplomáticos extranjeros, incluido el canciller español
Angel Moratinos, se había transformado en un
“reformista”. ¿Por eso fueron acusados de haber
ilusionado al enemigo? Una versión es que Robaina cayó
luego del pinchazo de una llamada telefónica en el que el
ex canciller español Abel Matutes le decía "Mi
candidato [para la transición] siempre has sido tú".
Pero estos datos tampoco avalan la tesis contrapuesta de
parte de la derecha de Miami – obnubilada por su odio a
los Castro– de un golpe de los conservadores contra los
aperturistas. La simpatía de Raúl Castro por el Doi Moi
(renovación vietnamita), que considera al mercado una
conquista de la humanidad y no del capitalismo, y propicia
una suerte de capitalismo de Estado con control monolítico
del poder por el Partido Comunista y las Fuerzas Armadas, no
es ninguna novedad.
Con una economía de comando de tipo soviético
completamente agotada –lo que provoca, entre otras cosas,
la ociosidad de gran parte de las tierras y la necesidad de
importar masivamente alimentos la apertura económica está
de uno u otro modo en la agenda de todas las fracciones, el
problema parece radicar en que la alianza entre los
militares capitaneados por Raúl Castro y los burócratas
del PCC comandados por el vicepresidente José Ramón
Machado Ventura (políticamente conservadora y económicamente
aperturista, con su ritmo y su estilo) no confiaba en los
dirigentes defenestrados. "No voy a permitir que gente
como tú jodan esta revolución tres meses después de que
desaparezcamos los más viejos", le habría dicho Raúl
a Robaina al momento de su destitución.
Como recuerda el ex investigador del Centro de Estudios
sobre América (CEA), Haroldo Dilla, la elite cubana no fue
nunca muy permeable a las nuevas generaciones.
Y recuerda un dato adicional: Pérez Roque y Lage
construyeron un vínculo con Hugo Chávez que los llevó a
llamarlo "Presidente de Cuba" y proponer una utópica
federación cubano–venezolana que habría chocado con la
escasa simpatía de los altos militares cubanos por el socio
rico venezolano.
Estos militares –que hoy controlan las empresas más
eficientes y rentables de Cuba y hacen alarde de su
capacidad de gestión "combinando la organización
capitalista con los principios socialistas”– buscan
crear una institucionalidad más eficiente y perdurable en
el ámbito interno y diversificar las relaciones en el
externo. No fue casual la sucesión de visitas de
presidentes latinoamericanos en los últimos meses, y el
acercamiento a Lula, posible mediador en una –aunque sea
limitada–– mejora de las relaciones con Washington en el
contexto de la administración de Omaba y del progresivo
debilitamiento del lobby anticastrista de Miami y la
permeabilidad o incluso adhesión explícita de los
cubano–americanos más jóvenes, además de los propios
empresarios estadounidenses, al fin del bloqueo.
En este marco, la vieja guardia de la Sierra Maestra busca
asumir ella misma, con racionalidad burocrática–empresarial,
la tarea de la transición y no dejarla en manos de
“arrivistas”. Y a la vista de sus “reflexiones”,
Fidel optó –como con Robaina o Aldana– por bendecir los
recambios y excomulgar a los caídos en desgracia.
Una pista la dio el politólogo Atilio Borón después de
una reunión con el Comandante en Jefe (Clarín,
12–3–09): “Está muy preocupado por el impacto de la
crisis en toda América Latina, porque cree que todo el
proceso de cierto desplazamiento hacia al centroizquierda o
la izquierda de los últimos años va a estar comprometido
por una crisis que va a golpear muy fuerte en la región.
Fidel es muy buen lector de la coyuntura. Teme que venga un
reflujo de derecha en el contexto de la crisis y, luego de
haber pasado el periodo especial con la caída de la URSS
teme otro momento así”.
Pero, en la misma lógica de las purgas stalinistas y
posestalinistas, los desplazamientos de funcionarios no se
hacen a medias; es necesario destruir hasta el extremo su
credibilidad ante la sociedad para condenarlos al
ostracismo.
Como advirtió el investigador francés Vincent Bloch, la
corrupción generalizada –desde minucias hasta hechos de
mayor escala– atraviesa a toda la sociedad cubana, y
constituye una forma efectiva de control social. Al no
existir medios lícitos que garanticen la sobrevivencia (y a
veces ni siquiera el mero cumplimiento de las obligaciones
laborales) sin hacer algo que puede ser definido en un
momento u otro como “ilegal” –que la ironía cubana
llama “inventos”– los cubanos tienen una permanente
espada de Damocles sobre sus cabezas.
Y las propias élites pueden también ser víctimas de
esta lógica: basta escarbar en cualquier expediente para
demostrar la “indignidad” de hasta minutos antes
meritorios dirigentes revolucionarios. El paso siguiente es
la “confesión” con fórmulas echas: inculpación y
juramento de lealtad eterna.
Con la batalla ganada, sólo falta formalizar la nueva
correlación de fuerzas en el VI congreso del Partido
Comunista Cubano en 50 años. Pero la transición que buscará
combinar apertura económica y control político ya comenzó.
Para ello, los militares –y sobre todo, la Vieja
Guardia– parecen más confiables que unos más
imprevisibles jóvenes bolivarianos.
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