Un
simpatizante del FMLN nos cuenta cómo el nuevo gobierno no
encara ningún cambio de fondo
Promesas,
peligros y realidad
Por
Danny Burridge (*)
América Latina en Movimiento, 22/06/09
El 1 de
junio de 2009, Mauricio Funes del Frente Farabundo Martí de
Liberación Nacional (FMLN) fue juramentado como el primer
presidente de izquierda de El Salvador. Funes debe su
triunfo a una amplia voluntad popular de cambio, después de
20 años de devastadoras políticas neoliberales aplicadas
por los sucesivos gobiernos de Alianza Republicana
Nacionalista (ARENA). Su victoria también se debe a una
novedad: Funes es un periodista muy respetado y un outsider
político progresista.
El actual
mandatario superó tanto una implacable campaña de
desprestigio orquestada por la derecha, como también el
fraude institucionalizado, endémico en las elecciones
salvadoreñas, que favorece a ARENA. Una participación
masiva del electorado prevaleció sobre los dos obstáculos,
entregándole a Funes una ligera mayoría en las urnas
–aunque recientes encuestas de opinión muestran que
cuenta con el apoyo de alrededor del 80% de la población–.
En su
discurso de toma de posesión, Funes prometió la
reconstrucción social y económica de El Salvador, con un
"gobierno de unidad nacional". Dos veces invocó
el legado del obispo y mártir Oscar Romero, asegurando que
el único sector privilegiado por su gobierno serán los
pobres. Además se comprometió a luchar contra la corrupción
y la evasión fiscal, a racionalizar las instituciones
gubernamentales y a mantener una política exterior
independiente. De hecho, uno de sus primeros actos como
presidente fue reestablecer relaciones diplomáticas y
comerciales con Cuba, dejando a los Estados Unidos como el
único país en el hemisferio, sin vínculos formales con La
Habana.
El nuevo
Presidente ha dicho que establecerá un "Consejo
Socioeconómico", compuesto con representantes tanto de
movimientos sociales como del sector privado, encargado de
desempeñar un papel consultivo permanente en su
administración. También aseguró que este Consejo será un
espacio para una real democracia participativa encaminada a
la construcción de políticas públicas progresistas. Sin
embargo, el peligro radica en que poderosos intereses
empresariales podrían marginar la influencia de los
sectores populares dentro de la nueva entidad.
Uno de los
anuncios más audaces de Funes fue la creación de un
“Plan Anticrisis” sobre 18 meses, que será respaldado
con la creación de un Banco Estatal de Desarrollo. Éste se
orientará a reactivar la agricultura y otros sectores
vitales de la economía que están en dificultades. Otras
promesas incluyen la creación de 100.000 nuevos puestos de
trabajo, el suministro gratuito de uniformes y útiles
escolares a un millón de estudiantes de primaria, la
construcción de 25.000 hogares para personas de bajos
ingresos, y la entrega de los medicamentos necesarios a
todos los hospitales públicos y clínicas de salud.
Funes aún
no ha elaborado un plan concreto para el fortalecimiento de
estas áreas estratégicas a largo plazo y el financiamiento
es incierto. Sólo la mitad de los US$ 475 millones del Plan
Anticrisis está actualmente financiada, si bien el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) ha anunciado un préstamo
de US$ 500 millones para ayudar a financiar las iniciativas
sociales.
Funes ha
generado confianza y esperanza en la población, como ningún
otro presidente salvadoreño lo ha hecho, lo cual constituye
el primer paso vital para "reinventar" El
Salvador, como él propone. De hecho, el país necesita con
urgencia transformaciones radicales, pero el mandatario no
ha prometido, específicamente, cambios estructurales, ya
que no sería capaz de cumplirlos. Tampoco será capaz de
construir un gobierno de unidad nacional. Es posible que
pueda aumentar nominalmente la inversión social en
beneficio de los pobres, pero el poder de veto estructural
que ejerce el capitalismo global sobre el cambio en El
Salvador, junto con la oposición interna de la derecha, harán
que la implementación de reformas significativas resulte
sumamente difícil.
Para llevar
a cabo estas reformas necesarias, Funes ha conformado un
gabinete muy capaz y respetado con economistas, tecnócratas,
líderes sociales, y funcionarios del FMLN. Pero las
dificultades a los planes de su administración provendrán
de afuera.
En el plano
nacional, el FMLN controla la presidencia y poco más. La
derecha todavía domina en la legislatura, en manos de ARENA
en coalición con pequeños partidos de derecha. La gran
mayoría de los jueces de la Corte Suprema son nombrados por
ARENA, mientras que las instituciones gubernamentales clave,
como el Tribunal Supremo Electoral y la Procuraduría
General de la República siguen allegados a la derecha. Es
probable que las políticas progresistas se obstruyan sistemáticamente
a cada paso.
Los grandes
medios de difusión continuarán siendo los portavoces de
ARENA y su máquina de propaganda, un arma fundamental para
demonizar al gobierno del FMLN. En el ámbito económico, el
FMLN se enfrenta a una catástrofe. Los veinte años de
corrupción sistemática pesarán fuertemente sobre el nuevo
gobierno, hecho que con valentía Funes destacó en su
discurso inaugural. En sus últimos tres meses en el cargo,
ARENA aceleró sus esfuerzos para vaciar las arcas públicas,
dejando a Funes con un déficit fiscal de al menos US$ 1,2
mil millones, o cerca del 6% del PIB.
La recesión
económica mundial ha intensificado seriamente la crisis
interna actual provocada por años de mala gestión de
ARENA. En los últimos seis meses, se han eliminado 40.000
empleos. Las importaciones e exportaciones, así como la
recaudación de impuestos, han registrado caídas abruptas,
mientras que las remesas de salvadoreños en el extranjero
han disminuido en un 8%. En lo que va del año, la economía
ya se ha contraído en el uno por ciento. Mientras tanto,
las tasas de homicidio han llegado a un promedio de 13 víctimas
por día, y los jóvenes salvadoreños se están quedando
con menos posibilidades de supervivencia –migrar a los
Estados Unidos ya no es una opción atractiva–.
La forma en
que el FMLN enfrente a un país al borde del colapso, no está
clara. Ciertos analistas han especulado sobre la supuesta
división entre los "radicales" del FMLN y el
"moderado" Funes, señalado que éste se verá
sometido a la presión de las dirigencias radicales que
tradicionalmente dominan el partido. Si bien el FMLN nunca
ha sido una fuerza uniforme, Funes no es un ex guerrillero,
ni siquiera incluso un militante del FMLN, pero ahora
reclama al partido como suyo. Su liderazgo podría ser señal
de una política de moderación en aquellas secciones del
FMLN que apoyan en gran medida el camino de Funes hacia la
reforma. Sin embargo, algunos izquierdistas dentro y fuera
de El Salvador han calificado a Funes como un peón
neoliberal –una afirmación extrema, pero no completamente
infundada–.
El nuevo
Presidente ha dejado en claro que no se interpondrá en el
camino de una mayor consolidación neoliberal en El
Salvador, particularmente en asuntos relacionados con el
comercio. Un ejemplo de ello es el plan "Caminos a la
Prosperidad en las Américas", un esquema económico
pro libre comercio para América Latina, elaborado por la
administración Bush. En contraste con la tradicional
oposición del FMLN al Tratado de Libre Comercio de Centroamérica
con EE.UU. (CAFTA), el nuevo ministro de Relaciones
Exteriores, el ex diputado del FMLN, Hugo Martínez, declaró
el apoyo entusiasta de la administración de Funes hacia
dicho plan económico estadounidense. La iniciativa, que
algunos ven como un proyecto sucesor a la extinta Área de
Libre Comercio de las Américas, saluda los "beneficios
del libre comercio y de la apertura de la inversión".
Algunos críticos
de izquierda señalan el apoyo de Funes a tales iniciativas,
vinculándolo a la influencia del grupo de los "Amigos
de Mauricio Funes". La victoria de Funes tuvo gran
ayuda del grupo de Amigos, una especie de grupo de
consejeros, que incluye una representación pesada de
sectores de negocios que en el curso de los últimos años
se alejaron de ARENA debido al clientelismo y el desprecio
de los procesos institucionales. Funes y su equipo también
han cooperado estrechamente con las instituciones
financieras internacionales. A finales de abril, celebraron
dos días de reuniones a puerta cerrada con representantes
del Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial y el
BID, para desarrollar estrategias contra la crisis económica
en El Salvador.
Todo esto
ha causado preocupación entre algunos sectores de la
izquierda salvadoreña, pero esta preocupación parece, al
menos parcialmente, equivocada. En medio de restricciones
políticas nacionales y limitaciones económicas mundiales
quizás aún más estrictas, Funes parece estar decidido a
llevar a cabo un difícil acto de equilibrio para acercarse
a la "unidad nacional". El aumento de la inversión
social para los pobres es una prioridad, pero El Salvador no
goza de abundantes recursos naturales, como los que han
contribuido para las inversiones en otros países de América
Latina. Es más, el país se encuentra extremadamente
dependiente de los mercados mundiales, y en particular de
los Estados Unidos.
Así, la
derecha transnacional, liderada por EE.UU., tratará de usar
esta dependencia para influenciar y moderar las políticas
de Funes, para evitar que El Salvador gire hacia la
izquierda (en una estrategia que William Robinson califica
de "righting of the Left", o derechizar la
izquierda). Esto parece ser parte de una estrategia integral
de EE.UU. para afianzar todos los países de Centroamérica
como uno de sus últimas esferas de verdadera influencia (a
pesar de la presencia de presidentes de izquierda en la región),
a través de la consolidación del libre comercio y de políticas
de seguridad "integradas", promovidas por el Plan
Mérida, entre otras iniciativas.
Sin
embargo, Funes ha prometido, en repetidas ocasiones, seguir
una senda moderada en la onda trazada por el presidente de
Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que da prioridad a
"la estabilidad macroeconómica", junto con la
inversión social. La administración de Lula no ha logrado
las transformaciones sociales inicialmente esperadas por los
movimientos sociales de Brasil, y podría ser que Funes se
enfrente a las mismas limitaciones.
Aún así,
su administración parece tener la intención de tratar de
equilibrar su cercanía "estratégica" con
Washington y las instituciones financieras internacionales,
con una vinculación más autónoma con vecinos de América
Latina. Lula ha ofrecido asistencia en energía y desarrollo
y, actualmente, promueve las negociaciones sobre comercio
regional y energía entre Centroamérica y el Mercosur. Y en
una visita pre–inaugural a Venezuela, Funes y Hugo Chávez
acordaron establecer una "comisión bilateral"
para evaluar el ingreso de El Salvador a Petrocaribe, junto
con la cooperación energética, económica y social entre
los dos países. Mientras tanto, las relaciones
restablecidas con Cuba podrían proporcionar ayuda urgente
en la atención de la salud y campañas de alfabetización
en el país centroamericano.
Esta histórica
transferencia pacífica del poder en El Salvador refleja la
consolidación de la democracia "formal", pero el
cambio social de fondo y la verdadera democracia están
todavía un poco más allá del horizonte. Sus años como
una organización guerrillera y décadas como un partido de
la oposición han dejado al FMLN como una organización política
predominantemente jerárquica. A partir de su enorme red de
bases, el partido tendrá la posibilidad de trabajar para
convertirse en una institución que facilite la participación
democrática en la toma de decisiones gubernamentales.
Funes estará
bajo una intensa presión de una multitud de intereses para
reducir la influencia de los diversos movimientos sociales
en El Salvador y para deshacerse de su prometida opción
preferencial por los pobres. A pesar de inevitables errores,
y los discursos "desestabilizadores” de los críticos,
el pueblo salvadoreño tendrá que dar un apoyo masivo, si
bien crítico, al gobierno de Funes, para el fortalecimiento
de los caminos hacia el verdadero cambio.
Aun si
Funes fuera capaz de aplicar las políticas que propone,
corre el peligro de limitarse a dar estabilidad a un orden
social injusto, sin desmantelar las causas profundas de la
injusticia a través de reformas económicas estructurales y
la democracia participativa. Si el país se acomoda al statu
quo, existe el peligro de que ARENA vuelva al poder después
del gobierno Funes.
Sin
embargo, Funes y el FMLN tienen una oportunidad sin
precedentes para construir un verdadero modelo salvadoreño
de relaciones socio–económicas y políticas basadas en la
solidaridad. Por ahora, este modelo es un sueño, pero el
gobierno del actual mandatario ha proyectado al pueblo
salvadoreño la esperanza de que este sueño, algún día,
pueda hacerse realidad.
(*)
Danny Burridge vive y trabaja en San Salvador como
coordinador local para el Volunteer Missionary Movement (VMM).
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