Honduras,
la dictablanda clintoniana
Por
Guillermo Almeyra (*)
La
Jornada, 02/08/09
El
golpe de Estado en Honduras no sólo tuvo como objetivo
liquidar el eslabón más débil de la Alba, Honduras, con
su presidente Manuel Zelaya quien, a pesar de su origen
conservador, emprendía tímidas reformas sociales y, por
motivos económicos, se acercaba a Venezuela, lo que lo hacía
aparecer como peligroso revolucionario. También está
dirigido para reforzar la desestabilización en Guatemala
(cuyo presidente Colom está actualmente en la mira del
imperialismo), El Salvador (donde el Frente Farabundo Martí
de Liberación Nacional ganó el gobierno, pero no el poder,
que sigue en manos de la ultraderecha) y Nicaragua. Estados
Unidos, mediante sus servidores, quiere reforzar así,
estratégicamente, la soldadura débil istmeña del Plan Mérida,
para poner desde México hasta Colombia un corredor para la
dominación estadounidense y convertir a este último país,
bajo la dictadura de Uribe, en una cabecera de puente, una
especie de Israel en América del Sur, para controlar
Venezuela, el Caribe, Ecuador, Brasil.
El
golpe cívico–militar fue cuidadosamente preparado en la
base estadounidense de Soto Cano, con la presencia del
embajador Llorens, de Estados Unidos. Este se fue y se llevó
su familia, aunque sabía del golpe con anticipación, para
no aparecer demasiado ligado a los gorilas hondureños a los
que Estados Unidos formó y conoce desde los tiempos de John
Dimitri Negroponte y el Irangate (el armamento a los contras
nicaragüenses con armas entregadas desde Honduras y pagadas
con la droga por la CIA), que fue también jefe directo de
Llorens. Negroponte, ex secretario nacional de seguridad de
Bush, ex representante en la ONU, ex virrey en Irak, no es
el único conspirador de alto vuelo: el fantoche golpista
Micheletti, por ejemplo, tiene como asesores a dos ayudantes
importantes de Bill Clinton; Lanny Davis (que lo asesoró
durante el escándalo provocado por su relación con Mónica
Lewinsky, fue el más virulento consejero de Hillary Clinton
en la lucha contra Obama y es asesor del Consejo Hondureño
de la Empresa Privada, eje de la oligarquía local) y Bennet
Ratcliff. Por consiguiente, es absolutamente imposible que
el Departamento de Estado (es decir, Hillary Clinton) y el
Pentágono hayan sido sorprendidos por el golpe tan cantado
y tan toscamente organizado por cuatro gorilas seguros de su
impunidad.
Por
lo tanto, el golpe es un torpedo bajo la línea de flotación
del intento de Obama de distensión con América Latina y
con Cuba misma y fue lanzado por la derecha conservadora
estadounidense, tanto del Partido Demócrata, como Hillary
Clinton y su clan, como republicana (mediante los lazos de
los bushistas con los militares y la derecha
latinoamericanos). Es el primer debilitamiento serio y desde
Washington mismo del propio Obama, para el cual esa derecha
reserva el mismo papel que Óscar Arias, ese conocido siervo
de Estados Unidos, quiere darle a Zelaya: el de presidente
pour la galerie, fantoche y acotado, sin posibilidad de
ninguna iniciativa, con una política exterior absolutamente
controlada por el Departamento de Estado. En efecto, la
opinión de que Obama es un negrito que no sabe nada de nada
la formuló el ministro de Relaciones Exteriores de los
golpistas hondureños pero, aunque todavía no la expresen
abiertamente, es compartida por todos los santos que los
gorilas tienen en el paraíso del establishment
estadounidense.
El
golpe hondureño es contra los países vecinos ligados a Chávez
y a Cuba, es contra Venezuela y Cuba, contra todos los
gobiernos progresistas de América del Sur y es también un
golpe sin Obama y contra Obama. La aberrante propuesta de
Arias es funcional para los golpistas. Les permite ganar
tiempo para organizar su poder de facto y cansar y
desmoralizar a los partidarios del presidente
constitucional. Los recompensa además con una propuesta de
amnistía aunque dieron un golpe de Estado, asesinaron gente
que defendía la Constitución y son infames traidores a la
patria, pasibles de fusilamiento. Para colmo, según el
Acuerdo de San José, Zelaya tendría que admitir en puestos
claves de su gabinete efímero a quienes lo secuestraron,
deportaron de su propio país, insultaron, falsificaron su
firma en una carta infame de renuncia y están oprimimiendo
por el terror al pueblo hondureño, y sería sólo el rehén
de esa gente.
Si
se aceptase la solución Clinton (solución para los
golpistas), se alentarían futuros golpes y dictablandas
(dictaduras militares con fachadas legales). La alternativa
es difícil, pero es la única positiva: rechazar el laudo
Arias–Clinton y encabezar, en Honduras mismo, un proceso
de lucha, por todos los medios posibles, para imponer una
asamblea nacional constituyente que decida quién y cómo
gobernará el país. O sea, intentar crear una brecha en las
fuerzas armadas y la policía mediante la movilización
insurreccional, como en Bolivia frente a Sánchez de Lozada
o en Venezuela, cuando el golpe contra Chávez.
Zelaya,
hijo de un asesino de izquierdistas, líder de un partido
conservador tradicional, orientado hacia una política más
avanzada sobre todo por razones de oportunidad y por no
haber calculado las consecuencias que eso podría
acarrearle, ha demostrado valentía pero probablemente no
pueda encabezar ese tipo de lucha, aunque sí la puede
iniciar. El pueblo hondureño y los sectores de izquierda
que exigen su retorno irrestricto al gobierno sabrán
entonces cómo derrotar a los golpistas y hacerles pagar su
crimen contra la Constitución con procesos públicos.
(*)
Guillermo Almeyra, historiador, nacido en Buenos Aires en
1928 y radicado en México, doctor en Ciencias Políticas
por la Universidad de París, es columnista del diario
mexicano La Jornada y ha sido profesor de la Universidad
Nacional Autónoma de México y de la Universidad Autónoma
Metropolitana, unidad Xochimilco. Entre otras obras ha
publicado “Polonia: obreros, burócratas, socialismo”
(1981), “Ética y Rebelión” (1998), “El Istmo de
Tehuantepec en el Plan Puebla Panamá” (2004), “La
protesta social en la Argentina” (1990–2004) (Ediciones
Continente, 2004) y “Zapatistas–Un mundo en construcción”
(2006).
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