En
Washington, la sensación es que el tema Honduras ya fue
Dictadura
posbananera
Por
Santiago O’Donnell
Página
12, 02/08/09
Malas
noticias. En Washington, la sensación es que el tema
Honduras ya fue. Se cayó de los diarios, salió del
Capitolio, ni siquiera es prioritario en Foggy Bottom, sede
del Departamento de Estado, donde la nueva alianza estratégica
con China ocupa la atención de sus principales figuras. Los
mismos diplomáticos latinoamericanos que ayer hacían campaña
en favor del presidente depuesto, Mel Zelaya, hoy están
ocupados con reuniones multilaterales por la crisis
financiera mundial.
En
la OEA se discute la formación de una eventual comisión
verificadora para viajar a Honduras, pero nadie hace mucho
para forzar el acuerdo por verificar. El viernes se suspendió
una reunión para tratar el tema sin la presencia de ningún
presidente, ningún canciller, salvo la de Honduras,
Patricia Roda.
En
la reunión, la canciller de Zelaya iba a pedir que se
apliquen sanciones comerciales contra el régimen golpista,
pero las cámaras empresariales de los países
centroamericanos han hecho saber que la interrupción del
comercio entre Estados Unidos y Honduras desestabilizaría a
toda la región. Con eso alcanzó para frenar cualquier
movida en ese sentido.
Pasó
la tormenta y la dictadura hondureña se mantiene en pie.
Estados Unidos ya jugó sus fichas. El martes suspendió las
visas diplomáticas, esto es la inmunidad diplomática en
Estados Unidos, a cuatro de los líderes del golpe. Antes
había logrado quebrar la cadena de mando en las fuerzas
armadas hondureñas al hacer firmar a un grupo de coroneles
una carta de adhesión a la salida negociada que propicia
Washington, el llamado plan Arias.
No
fue suficiente para voltear a la dictadura hondureña, pero
Washington tampoco hará mucho más. El Departamento de
Estado no quiere que siga el gobierno de facto que encabeza
Roberto Micheletti pero tampoco quiere que vuelva con plenos
poderes Zelaya, el presidente derrocado el 28 de junio por
un golpe cívico-militar.
Zelaya
se quedó en la frontera, jugando el rol de héroe en el
exilio, sin generar ni por asomo la capacidad de movilización
suficiente como para emprender una vuelta triunfal. Con un
millón, medio millón, cien mil fieles, otra sería la
historia. Pero en su campamento no pudo juntar más de mil
quinientos.
Si
vuelve sin el poder de las masas y sin acuerdo, Zelaya sabe
que lo meten preso y se hacen un gran espectáculo con su
juicio político. Si vuelve sin masas pero con acuerdo político,
Zelaya sabe que los “verificadores” del acuerdo puestos
por Washington le estarán encima para que renuncie y/o
llame a elecciones no bien pise el palacio presidencial.
Como no le interesa convertirse en un mártir ni tampoco en
una marioneta, se queda en la frontera.
Si
no consigue volver por las suyas, el futuro político de
Zelaya se hace cuesta arriba. Las candidaturas para las
elecciones presidenciales del próximo diciembre ya están
cerradas y ningún postulante lo representa. Las siguientes
elecciones nacionales son dentro de cuatro años porque la
constitución hondureña no contempla comicios de mitad de término.
Estas limitaciones legales dificultan la gestación y
supervivencia de una fuerza de centroizquierda que le
permita a Zelaya mantener su presencia en la arena política.
En
todo caso, Estados Unidos no quiere correr riesgos. Según
contó una fuente con acceso permanente a los negociadores
de ese país, ellos están convencidos de que si vuelve
Zelaya al poder no vuelve sólo para quedarse cuatro meses.
Dicen que si vuelve intentará cualquier trampa para estirar
su mandato. Así se refieren a la “encuesta” que había
hecho Zelaya para cambiar la Constitución. Como los
plebiscitos sobre el tema estaban prohibidísimos, llamó a
una “encuesta”, que en este caso es lo mismo que un
“plebiscito”, pero con distinto nombre. Esa
“encuesta” fue el argumento que dieron los golpistas
para dar el golpe.
Por
eso el Departamento de Estado quiere sacarse de encima el
papelón que les representa la dictadura posbananera de
Micheletti, pero no para entregarle el mando a Zelaya, sino
para imponer un gobierno de transición que llame a
elecciones lo antes posible.
Las
relaciones entre Estados Unidos y Venezuela pasan por un
buen momento. Así lo reflejan las declaraciones del
canciller venezolano Nicolás Maduro de esta semana
valorando la decisión de la cancillería estadounidense de
cancelar las visas de los golpistas hondureños. Pero,
aunque la crisis hondureña generó espacios de consenso que
derivaron en un acercamiento, las diferencias ideológicas
persisten y la rivalidad se mantiene en pie.
Quedó
claro esta semana que la administración Obama quiere dos
cosas. Por un lado, preservar el orden constitucional en los
países de la región. Por el otro, frenar la expansión del
chavismo. Pero también quedó claro que, a la hora de
elegir, lo segundo resultó más prioritario que lo primero.
“El objetivo estratégico básico de Estados Unidos en América
latina es evitar la ampliación de la zona de influencia
chavista”, precisa la fuente.
Micheletti
resiste pero a costa de un nivel de represión, digamos
llamativo, coartando la libertad de expresión, reunión y
libre circulación de millones de hondureños. Tal como
vienen registrando las distintas misiones de organismos de
derechos humanos que han visitado el país después del
golpe, lo hace a través de acciones de brutalidad policial
en las calles y con clausuras y detenciones arbitrarias,
llegando al extremo de asesinar manifestantes para apagar
focos de protesta.
Se
trata de un cuadro insostenible en el tiempo. Más tarde que
temprano el régimen tendrá que abrirse a una
“democratización” y la figuras más identificadas con
el golpe tendrán que dar un heroico paso al costado,
allanando el camino para el famoso “gobierno de unidad
nacional”.
Sin
embargo, hasta ahora la dictadura ha sido incapaz de
siquiera intentar algo semejante. Micheletti sigue teniendo
las horas contadas, pero los golpistas han demostrado que no
van a entregar la cabeza de su líder a cambio de nada, sólo
para atender exigencias de la comunidad internacional.
Por
eso juegan a estirar los tiempos, paseando la propuesta de
Arias por distintas comisiones del Congreso, simulando una
prolijidad institucional que brilló por su ausencia en la
burda maniobra militar que terminó con el destierro forzado
del presidente.
Los
golpistas ya no les responden a sus patrones. Treinta años
de lecciones de Washington sobre cómo combatir la amenaza
comunista pudieron más que las tibias reprimendas de
Hillary Clinton, llamando a “todas las partes” a
respetar los mecanismos de la Carta Magna hondureña.
A
esta altura de los acontecimientos, hay que decirlo, hay que
gritarlo, al presidente de Honduras lo sacaron de su casa en
pijamas y a punta de pistola. Se lo llevaron sin una orden
de detención firmada por un juez, o sea lo secuestraron. Lo
subieron a un avión y lo mandaron a Costa Rica. Lo echaron
como a un perro. Al día siguiente le mintieron a todo el
pueblo hondureño al presentar una carta de renuncia trucha,
con firma falsificada, que ni siquiera estaba fechada en el
día correcto. Tres días más tarde lo acusaron de crímenes
con penas de hasta veinte años de cárcel. Después lo
amenazaron con un “baño de sangre” si volvía para
defenderse de las acusaciones. En secuencia cronológica
secuestraron, echaron, renunciaron, acusaron y amenazaron al
presidente de Honduras.
Lo
que pasó no es anecdótico. No se arregla comprando
constitucionalistas para que digan que no hubo golpe porque
salvo el Ejecutivo, se mantienen intactos los demás poderes
del estado. Acá no es cuestión de Zelaya sí, Zelaya no,
Chávez sí, Chávez no. Sacaron a su presidente en pijamas.
Hasta un asesino serial y violador de niños, cuando lo
vienen a buscar, tiene derecho a llamar a su abogado. Y la
pena de destierro se abolió en el medioevo.
El
desenlace que se perfila, en cualquiera de sus variantes,
representa un fuerte retroceso para las democracias en la
región y una seria amenaza para la estabilidad de sus
sistemas políticos. Hace dos años ni el más afiebrado
conspirador imaginaba un golpe militar en América latina.
Hoy,
bajo determinadas circunstancias, tomando las precauciones
del caso, todas las opciones vuelven a estar sobre la mesa.
Ya lo saben los autonomistas bolivianos, los magnates
bananeros de Guatemala y Ecuador, los oviedistas paraguayos,
los discípulos de D’Aubisson en El Salvador, los ex
contras nicaragüenses, los fedecamaristas venezolanos y los
hacendados piqueteros de Argentina.
Obama
y Hillary parecen subestimar el peligro que estas fuerzas
representan. Sería un error de cálculo demasiado costoso.
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