El
FMLN visto desde los acuerdos de paz de 1992
hasta su
victoria electoral
Por
Mauricio R. Alfaro
ALAI,
América Latina en Movimiento, 14/08/09
En
un texto muy optimista titulado La Nueva Suramérica,
publicado en Rebelión, periódico electrónico español, el
Sr. Ignacio Ramonet nos presenta una América Latina en
pleno movimiento liberador y ello, gracias a una serie de
medidas y de acuerdos que preparan las condiciones para
sacar a los países del área de la dependencia y del
subdesarrollo.
El
mensaje relevante y novedoso de esta nueva situación,
explica el Sr. Ramonet, es que América Latina nunca más
será el patio trasero de los Estados Unidos y, en cuanto más
rápido estos últimos lo entiendan, mejor. Para el autor,
la confirmación de estos nuevos tiempos y de su carácter
ascendente sería el triunfo electoral del Frente Farabundo
Martί para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador.
En
general, con respecto a la región, nosotros compartimos el
optimismo del Sr. Ramonet. Excepto que nuestro optimismo se
vuelve escepticismo, cuando evaluamos el papel del FMLN a la
luz de los tratados de paz de 1992 hasta su victoria
electoral en marzo del 2009. El caso es que nosotros
argumentamos que en El Salvador la dinámica democrática
que se implantó con el pacto político de 1992 (firmados
entre la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), las
Fuerzas Armadas de El Salvador (FAS) y el FMLN) consolidó
un proceso en donde los beneficiados más notables de esos
acuerdos de paz fueron la oligarquía salvadoreña y la de
sus aliados que, en los hechos, aumentan su riqueza y poder.
Lo que significa, en una relación de causa–efecto, que en
El Salvador los tratados de paz de 1992 lejos de haber
creado las condiciones para hacer de el un país más digno,
solidario y humano lo que realmente inauguran es una nueva
etapa de decadencia profunda. ¿Cómo tales hechos pueden
ser explicados?
“En
El Salvador –escribe el Sr. Ignacio Ramonet– la reciente
victoria de Mauricio Funes, candidato del Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional (FMLN), tiene un triple
significado. Por primera vez, la izquierda consigue
arrebatarle el mando a la derecha dura que había dominado
siempre este país desigual (el 0,3% de los salvadoreños
acapara el 44% de la riqueza), con más de un tercio de los
habitantes bajo el umbral de pobreza y otro tercio obligado
a emigrar a Estados Unidos”. Este éxito electoral
demuestra, además, que el FMLN tuvo razón al abandonar, en
1992 y en el contexto del fin de la guerra fría, la opción
guerrillera (después de un conflicto de doce años que causó
75.000 muertos), y al adoptar la vía del combate político
y de las urnas. A estas alturas, en esta región, un
movimiento guerrillero armado está fuera de lugar. Ese es
el mensaje subliminal que transmite, en particular a las
FARC de Colombia, esta victoria del FMLN”.
Del
análisis del Sr. Ignacio Ramonet habría que destacarse el
énfasis que él pone en el triple significado de la
victoria del FMLN. Y dentro de ellos, nosotros subrayamos el
comentario en el cual él plantea que en El Salvador ha
habido: una “derecha dura que había dominado siempre este
país desigual”. Y a continuación él da estadísticas
que indican, sin lugar a dudas, el impacto negativo de esa
dominación en El Salvador: un “0,3 de los Salvadoreños
acapara el 44% de la riqueza nacional”. Es de notar que
esta concentración de la riqueza tiene su consecuencia
inmediata: la desigualdad económica y social profunda con
sus efectos impactantes para la mayoría de los Salvadoreños.
Para
completar el panorama social de El Salvador de hoy, a las
estadísticas del Sr. Ramonet agregamos, entre otras, que de
ese país salen diariamente hacia los Estados Unidos entre
500 a 700 personas y que, por sus altos niveles de violencia
y muerte, según estimaciones de la prensa nacional, un
promedio de 12 muertes diarias por causa criminal, El
Salvador se sitúa entre los países más violentos del
mundo. Para ser más exactos, sería el segundo después de
Irak. Para tener una idea más precisa de la actual deriva
social salvadoreña notemos que le Courrier International
(el Correo Internacional) en una investigación de terreno
realizada en el 2003 explica que la policía estima que en
San Salvador capital de El Salvador –país de 6 millones
de habitantes– las pandillas cuentan con 25 000 miembros,
tal vez el doble, y que en ese país, en un medio donde no
hay empleos, circulan sin control alguno ½ millón de armas
de fuego. Es de anotar que del 2003 hasta nuestros días, la
violencia en El Salvador se ha generalizado hasta alcanzar
niveles de complejidad que amenazan con hacerlo caer en el
dominó de los países bajo control del crimen organizado.
Son
esos indicadores estadísticos altamente negativos para El
Salvador los que nos cuestionan sobre las verdaderas
intenciones de aquellos que firmaron los acuerdos de paz de
1992; puesto que ellos (los datos estadísticos) serían la
prueba que los firmantes de ese pacto político no conducían
a esa nación centro–americana hacia la democracia –es
decir, hacia un sistema político de tolerancia, paz y
justicia social– sino hacia algo que engendró un modelo
de dominación que, en los hechos, repite los errores del
pasado. Y esto, en cuanto a la situación concreta de
pobreza y exclusión social de la mayoría de los salvadoreños.
Es algo así, como si El Salvador a ese nivel se estancó
hasta desbordarse en el actual caos social salvadoreño. ¿Cómo
explicar entonces que los acuerdos de paz de 1992, que
tantas ilusiones habían creado en los Salvadoreños, hayan
dado resultados tan adversos para la masa popular salvadoreña?
Según
nuestro análisis, la alta concentración de la riqueza en
manos de una poderosa minoría y los altos niveles de
violencia, pobreza y exclusión social en El Salvador
encuentran su origen en el momento mismo de la firma de los
acuerdos de paz de 1992. Puesto que fue ahí que el FMLN, en
nombre de la viabilidad democrática, cede en dos aspectos
esenciales: 1) el FMLN no cuestiona en manera alguna la
forma de producción y redistribución de la riqueza (R.
Alfaro, 2007) y 2) renuncia, por el hecho mismo, a
reivindicar las demandas socio–económicas de los sectores
populares (Ramos, Carlos Guillermo, 1998).
De
lo antes explicado es necesario destacar que, mientras los
responsables del FMLN se adaptaban a la nueva situación
negociando programa político y medidas a implementar en el
contexto del proceso democrático salvadoreño en la dirección
antes señalada, simultáneamente “muchos [comenzarán a
preguntarse], como lo observa Marta Harnecker (2001, p. 77),
si los resultados obtenidos con los acuerdos de paz, que
pusieron fin a muchos años de guerra revolucionaria, están
a la altura de los sacrificios realizados.” Observamos
que, 17 años después de los acuerdos de paz, esta pregunta
sigue obsesionando no sólo a buen número de Salvadoreños
sino que también a aquellos que acompañaron a ese pueblo
en su lucha por una sociedad más justa. Es el caso del español
Luis de Sebastián (2009), ex–vice rector de la
Universidad Centro–americana de El Salvador (UCA) que
recientemente se cuestionaba en el diario El País de España,
en los términos siguientes: ¿Han merecido la pena los 100
000 muertos por la represión y la guerra para lograr lo que
se ha logrado?
¿Y
qué es lo que se ha logrado? Luis de Sebastián, que nos
parece se sitúa en el ámbito de la preguerra, la guerra y
la post–guerra, nos lo explica de la siguiente forma:
Ahora en El Salvador hay “una democracia formal (lo cual
no es un logro despreciable), pero la distribución del
poder en El Salvador en 2009 es más injusta de lo que era
en 1972. Con una oligarquía más rica y más respaldada por
una clase de eficientes servidores, un Ejército mayor bien
entrenado y curtido en la guerra, una clase media endeudada
hasta el cuello, dos millones y pico de emigrados, y una
masa popular acosada por la delincuencia, pobre como siempre
y sin más salida que la emigración”.
Notemos
que la evaluación del proceso democrático salvadoreño
encuentra en el análisis de Luis de Sebastián su gran línea
divisoria. La primera, la de las élites (de derecha e
izquierda es decir ARENA, las FAS y el FMLN) y la segunda,
la de los sectores populares críticos o próximos a ellos.
Los primeros van a poner el énfasis en la celebración de
la democracia formal dominante. Y los segundos, no niegan la
importancia de ese logro (“lo cual no es un logro
despreciable” como lo anota Luis de Sebastián) salvo que
el es analizado a la luz de la situación concreta de los
sectores populares, y luego que ese logro es comparado con
esto último se constata que, en los hechos, todo parece
indicar que ese tipo de democracia formal lo que realmente
consolidó es la dominación oligárquica y la de sus
aliados; puesto que hoy, en el 2009, en El Salvador, como lo
observa el autor antes mencionado, ellos son más ricos y
poderosos que antes de la guerra.
De
lo expuesto un hecho se destaca: las causas que provocaron
la sangrienta y larga guerra civil en El Salvador siguen
vigentes y son ahora más agudas que antes. Es de notar que
este último tema es aquel que, hábilmente, se excluye de
las evaluaciones y discusiones acerca de los resultados
concretos de los tratados de paz de 1992 hasta nuestros días.
Es algo así, como si la democracia sería un valor que se
basta a sí misma independiente (e insensible) de las
condiciones socio–económicas de la inmensa mayoría de
los ciudadanos. Lo que explicaría por un lado, la victoria
casi total de la democracia formal en ese país y por el
otro lado, la entrada de ese mismo país en un proceso cada
más agudo de descomposición social. En donde su estado
permanente de violencia criminal incontrolable y los altos
niveles de pobreza y exclusión social con sus efectos
negativos serían la prueba de esto último. Las estadísticas
presentadas aquí arriba son ilustrativas al respecto.
El
Salvador conoce así, desde hace17 años, todo tipo de
libertades es decir: libertad de elegir libremente a sus
representantes políticos, libertad de organización y de
expresión, etc. En donde, el único límite a esas
libertades es que la forma de producción y redistribución
de la riqueza esta fuera de toda discusión. La pregunta lógica
que surge de esta dinámica es la siguiente: ¿Cómo se
puede explicar que la oligarquía salvadoreña y sus aliados
hayan logrado imponer en El Salvador ese modelo de
democracia formal que, para situarla contextualmente, podríamos
llamarla de contenido elitista y excluyente ?
Y la
respuesta más idónea parece ser que: ARENA y las FAS
aceptan terminar la guerra y negociar la paz una vez que
logran blindar estratégicamente sus intereses a través de
las “nuevas reglas” del juego democrático. Es lo que
nos hace decir que El Salvador bajo el control de esas
fuerzas extremistas (la derecha dura como la llama el Sr.
Ramonet) no podía dirigirse hacia una democracia al
servicio de la mayoría de los Salvadoreños sino hacia un
modelo de dominación elitista y excluyente que, esta vez,
no se impondría a través de la violencia militar sino a
través de elecciones periódicamente organizadas.
Dos
hechos justifican esta respuesta: 1) ARENA –partido de
extrema derecha organizado por el ex–mayor Roberto D’Aubuisson
señalado en El Salvador de ser el fundador de los
escuadrones de la muerte y responsable intelectual directo
del asesinato de Monseñor Romero– gracias al control
durante los últimos 20 años del Poder Ejecutivo y de la
Asamblea Legislativa logra imponer al país de manera total
su proyecto oligárquico de capitalismo salvaje llamado
neoliberalismo y 2) los militares –muchos de ellos
acusados de crímenes contra la humanidad– se otorgan la
amnistía a través de una ley de “olvido y perdón”.
Y es
así como en El Salvador, de hecho dominado por fuerzas
extremistas de derecha que imponían su voluntad completa al
conjunto de la sociedad, las reivindicaciones populares de
justicia socio–económica y de juicio a los criminales de
guerra son eliminadas de la agenda política nacional. El
hecho histórico crucial a retener es el siguiente: ese
modelo de democracia formal de esencia elitista e excluyente
logra consolidarse, como ya lo anotábamos anteriormente,
luego que el FMLN acepta, en nombre de la viabilidad democrática,
no cuestionar ni la forma de producción ni la redistribución
de la riqueza. Y como correlativo a lo anterior, abandona a
su suerte las reivindicaciones populares de justicia
socio–económica de los Salvadoreños.
El
caso es que pensamos –y es aquí que nuestro análisis
difiere del que hace el Sr. Ignacio Ramonet– que en El
Salvador la derecha dura –es decir la antigua alianza oligárquico–militar–
sigue, aún después de la victoria electoral del FMLN con
un escaso margen de votos, intacta y tan poderosa como
antes. Ya que ella conserva el poder real del país, es
decir, las finanzas, el comercio, la Asamblea Legislativa,
los puestos claves en la estructura militar, el control de
los medios de comunicación, etc. Frente a un Estado que,
según los cánones del neo–liberalismo, fue reducido a lo
mínimo. Y esto al ritmo de las privatizaciones radicales de
sus pertenencias, de la descentralización de su poder de
decisión, etc. El margen de maniobra del Sr. Mauricio Funes
para tratar los ancestrales problemas de pobreza y exclusión
social de las grandes mayorías de los salvadoreños, nos
parece entonces extremadamente limitado.
Además,
hay que decirlo, la paciencia de la oligarquía salvadoreña
y la de sus aliados tiene sus limites y soportan de muy mal
humor los actuales cambios. Los cuales se aceptan siempre y
cuando ellos se mantengan a niveles discursivos y sin
impacto real. Tal como ha sido el caso desde los tratados de
paz de 1992 hasta nuestros días. Caso contrario, el futuro
inmediato de El Salvador podría reflejarse en la situación
actual de Honduras. Probablemente en El Salvador no se
trataría de un golpe de Estado, porque las condiciones
internacionales no son tan favorables, pero sí, desde el
poder real, se podría desatar toda una desestabilización
permanente hasta volver al gobierno del Sr. Mauricio Funes
inviable. Es por ello (por esa amenaza latente) que notamos
que el actual presidente de El Salvador (tal como la prensa
nacional e internacional lo refleja) actúa con mucha
cautela y al menor movimiento o gesto primero ve hacia el
poder real para saber si lo que hace está en la línea de
lo “políticamente correcto”.
Nuestra
actitud de escepticismo en cuanto a la victoria electoral
del FMLN en El Salvador encuentra en lo anteriormente
anotado su fuente. Pero esta actitud de escepticismo no nos
hace perder de vista que una cosa es el FMLN en la oposición
en donde de diversas maneras podía justificar una y otra
vez, frente a los sectores populares, porque los ansiados
cambios socio–económicos no se producían al momento
actual que es un partido en el poder. En donde
necesariamente tiene, de una forma u de otra, que demostrar
que no es: “más de lo mismo”. Es en este punto que
creemos que en El Salvador se abre una nueva coyuntura en
donde lo político, como siempre ha sido el caso, es y será
una zona en disputa. Es de esperarse entonces, que el FMLN
sufrirá fuertes presiones tanto del poder oligárquico y la
de sus aliados que se alinearán por la conservación del
status quo y la de los sectores populares que demandarán
cambios a su favor.
Este
conflicto –de grandes dimensiones– definirá
necesariamente las líneas estratégicas del FMLN y si acaso
la balanza del poder no se incline al menos mínimamente a
favor de los sectores populares, el momento habría llegado
entonces para que estos comiencen un nuevo camino para la
construcción de una nueva y verdadera alternativa política.
Es decir, de algo que vaya más lejos que una simple
alternancia en el poder.
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