Primera parte (18/07/10)
El dilema de un analista que tiene a su
disposición sólo un artículo semanal de 5 mil espacios
consiste en lo que los franceses llaman “l’embarras du
choix” (que no significa el embarazo de la anchoa, sino la
dificultad para elegir entre temas muy importantes).
Hoy, por ejemplo, deberé postergar el
intento de sacar algunas conclusiones de los cambios en la
sociedad argentina expresadas por la derrota de la guerra de
Dios” promovida por los inquisidores de la jerarquía católica
y la victoria, en cambio, de las libertades y de una mayor
justicia, aunque en esa sociedad se está formando una marea
de fondo que no tiene una expresión política que la
canalice directamente pero que se manifiesta en la extensión
de los derechos a los homosexuales (que dividió a la misma
Iglesia, a la oposición y al peronismo entre cavernícolas
golpistas y modernizantes más democráticos), al igual que
en la ley de protección de los glaciares contra la minería
trasnacional, tras grandes manifestaciones y pobladas contra
las minas, o en la ley contra el monopolio de los medios de
comunicación (léase sobre todo Clarín y La Nación,
los grandes organizadores de la derecha en Argentina).
Pero “lo primero es lo primero”,
dice la filosofía popular. Pero lo que está en juego en
Cuba no sólo es más importante sino que también está
siendo poco y mal analizado, o en parte silenciado, por los
amigos de la revolución cubana y, sobre todo, es
tergiversado por sus enemigos.
La liberación de 52 presos por el
gobierno cubano y su viaje a España quita, sin duda,
pretextos para las medidas de bloqueo europeas y
estadounidenses y da nueva fuerza y legitimidad a la campaña
por la liberación de los cinco cubanos que llevan largos años
presos ilegalmente y en condiciones terribles en las cárceles
de Estados Unidos, y para la expulsión del campo de
concentración en Guantánamo que todavía encierra casi el
doble de prisioneros (además no enjuiciados por autoridades
civiles) que todos los que jamás hubo en Cuba. Pero ese
acto de distensión política plantea diversas cuestiones
importantes y levanta una esquina del velo de la
desinformación sobre lo que pasa en Cuba y sobre la lucha
política en el seno de la isla y en el seno del mismo régimen
y del gobierno.
En primer lugar: dos declaraciones. La
primera es que Cuba tiene el derecho y el deber de
defenderse, apelar al contraespionaje y detener a los
agentes enemigos dada la guerra que, con todo su poderío y
con todos los medios, económicos, políticos, informativos,
de sabotaje e inteligencia militar y, en su momento,
mediante atentados e invasiones, libra Estados Unidos desde
hace más de 40 años contra la revolución cubana.
La segunda es que Cuba no necesita
“amigos” que sigan al gobierno adorando su trasero y
diciendo a todo que sí, a posteriori, en vez de dar una
opinión oportuna y de disentir de lo que a todas luces es
peligroso para el proceso cubano. Amigo real es el que a
veces, e incluso equivocándose, prefiere aportar ideas a
tiempo para sostener, reforzar y regenerar la revolución
cubana, que es parte esencial e imprescindible del proceso
de liberación en América Latina y en todo el mundo.
Quienes tienen el “síndrome del pesero” (porque acatan
el cartelito “No molestar a quien conduce”) y nada
dijeron en su momento sobre “el socialismo real” del régimen
soviético para “no ayudar al imperialismo” o son acríticos
y no propositivos ante los gobiernos antiimperialistas o la
dirección de movimientos sociales, ayudan involuntariamente
al imperialismo que, por supuesto, está bien informado
sobre los problemas de sus adversarios, y dejan en cambio en
el error a quienes quieren sostener.
Digo esto porque es trágico que el
gobierno cubano tenga que liberar tarde y mal a los presos
políticos que no reconocía como tales y deba hacerlo no de
motu proprio sino bajo la presión y con intervención de la
Iglesia (que es una fuerza contrarrevolucionaria) y del
gobierno imperialista español. Los presos, pocos y sin
apoyo popular, desde el comienzo eran más peligrosos en la
cárcel que en el exilio. El gobierno cubano, por no
comprenderlo a tiempo convirtió en mártires a un puñado
de mercenarios o de cadáveres políticos, dio espacio para
la jerarquía católica y aparece cediendo ante el
huelguista de hambre profesional Fariñas, un residuo del
caso del fusilado general Ochoa, y ante dos estados: el
Vaticano y el de Madrid.
Igualmente grave es que se separe del
Partido Comunista Cubano a quien habla claramente sobre los
peligros contrarrevolucionarios en la isla –denunciados
además anteriormente por el propio Fidel Castro–, a un
intelectual destacado, apoyado por su organización de base
y por sus colegas, como es el caso del doctor Esteban
Morales (como antes sucedió con otros críticos
revolucionarios de izquierda, también defenestrados), o que
en kaosenlared un plumífero vomite infamias contra Pedro
Campos o Morales acusándolos nada menos que de agentes del
capitalismo, ¡por proponer un socialismo sin burócratas y
autogestionario, apoyándose para eso en Marx!
La burocracia, que no es homogénea ni
tiene una sola solución para los graves problemas que
enfrenta actualmente la revolución cubana, en esta crisis
mundial, tiene sin embargo un humus cultural común: es
profundamente conservadora y es ideológicamente estéril.
Es un lastre político y económico cuya base hay que
conocer, para combatirla más eficazmente, y cuyos lazos con
la contrarrevolución no basta denunciar, pues deben ser
extirpados por un mayor control de la sociedad que la
padece. Pero sobre esto, por la falta de espacio, volveremos
en la segunda parte de este artículo.
Segunda
parte (25/07/10)
La cubana no fue una revolución
radical y profunda de masas para cambiar el sistema: fue una
revolución antidictatorial, democrática y antimperialista
radical, contra la corrupción y la violencia, dirigida por
un grupo reducido y heterogéneo de jóvenes revolucionarios
de clase media, en cuyo seno sólo unos pocos eran
comunistas y que, además, tuvo que vencer la resistencia
del partido comunista cubano (el PSP, entonces) y la
suspicacia del Partido Comunista soviético, al mismo tiempo
que los intentos del gobierno de Estados Unidos de cooptar a
su dirección, e incluso a Fidel Castro.
Ésta llegó al gobierno en 1959 con el
apoyo militante y entusiasta de la mayoría de la población
y de los trabajadores urbanos y rurales más pobres, porque
pocos apoyaban al batistismo, pero no con un proyecto de
construcción del socialismo ni con un pueblo ganado
mayoritariamente a la idea socialista. Fue la presión
contrarrevolucionaria del imperialismo la que obligó a
solamente una parte del gobierno antibatistiano –dirigida
por Fidel Castro– a avanzar con contramedidas sociales y
políticas, lo cual hizo que muchos flamantes ministros,
encabezados por el presidente Manuel Urrutia, y hasta
comandantes revolucionarios, se exiliasen en Miami asustados
por la profundización de ese proceso. La misma Unión Soviética
dudó mucho antes de reconocer a Cuba (más de dos años),
Fidel Castro declaró que Cuba era socialista sólo después
de rechazar la invasión de Playa Girón en 1961 y fue hasta
1972 que Cuba entró en el Comecon o Came, el sistema económico-político
dirigido por la burocracia soviética.
En ese lapso se habían producido ya
varias depuraciones: en primer lugar, la de la burguesía
cubana y sus servidores, que en ondas sucesivas huyeron a
Miami, dando de paso homogeneidad política y social a la
inmensa mayoría del pueblo cubano, que es independentista,
antimperialista y por muchos años comenzó a luchar contra
el capitalismo con una visión internacionalista. La otra
depuración, en el marco del aparato burocrático, fue la
liquidación del grupo más sectario y ligado a los soviéticos
en el aparato estatal cubano –la “microfracción” del
secretario de organización del partido, Aníbal
Escalante–, pues la misma quería transformar a Cuba en un
seudo Estado independiente de la URSS, como los de Europa
Oriental, a pesar de que el sometimiento incondicional al
Kremlin desde hacía rato hacía aguas en el mundo, con la
rebelión yugoslava de 1948, la húngara de 1956, la crisis
con China y con los principales partidos comunistas
europeos. La originalidad de la revolución en la isla
consistió en que fue parte de la revolución
anticolonialista mundial y se hizo en tiempos de crisis
profunda del estalinismo y después de la muerte de Stalin.
Recuerdo todo esto, que es conocido
pero, en los hechos, olvidado o mistificado, para subrayar
algunos puntos esenciales: un gobierno revolucionario asume
el control de un país capitalista, en el que aún no tiene
base social sino que debe construirse una concepción
contrahegemónica, anticapitalista, socialista. El poder,
sobre todo en los pequeños países dependientes, está
todavía en buena medida en manos del capital internacional
que, con el mercado mundial, su tecnología y sus finanzas,
domina y arrastra a la escasa y débil burguesía nacional,
que se fusiona con aquél y es antinacional.
En Cuba el capitalismo no reside en una
burguesía que huyó del país y se ubicó en Miami, sino en
la dependencia del mercado mundial capitalista y en la
influencia cultural hegemónica capitalista, heredada junto
con el aparato del Estado por el gobierno revolucionario,
que es continuamente frenado por el espesor sociocultural de
aquél, entre otras cosas porque a la tradición del aparato
estatal capitalista se agregó el burocratismo importado de
los soviéticos.
En Cuba hay lucha por construir el
socialismo, voluntaria y conscientemente, pero no hay
socialismo porque éste es imposible en una pequeña isla
poco poblada, tal como fue imposible en la vasta Unión Soviética,
y se construye recién cuando la sociedad autorganizada
comienza a diluir el aparato habitual del Estado y a asumir
muchas de sus funciones, cosa que no sucede hoy ya que el
aparato de Estado se refuerza y constituye lo que –Lenin
decía– imperaba en los primeros años en la Unión Soviética,
o sea, un capitalismo de Estado con un gobierno
anticapitalista: un capitalismo sin capitalistas.
La burocracia es en cierta medida
inevitable no sólo por la escasez y el atraso técnico, que
le da un papel de intermediario, sino también porque en un
largo periodo de transición subsiste la diferenciación
entre “los que piensan y deciden” y “los que
ejecutan”. Para controlarla políticamente, aunque no sea
muy fácil controlarla en su papel de intermediaria en un régimen
de escasez acentuado por el bloqueo imperialista, no hay
otra arma que la participación consciente y militante y el
control de los trabajadores en todas las instancias de la
vida: social, cultural, económica, productiva, en la
elaboración de planes, en la supervisión constante de los
mismos. La lucha burocrática contra la burocracia
–inspectores, comisiones, evaluaciones, etcétera– es
necesaria pero insuficiente.
El único antídoto antiburocrático es
la democracia plena en el partido y en toda la vida social y
política, con la consiguiente posibilidad de discutir en
aquél, de disentir, de hacer contrapropuestas y con la
consiguiente libertad, respetando siempre la defensa del país
sitiado, para quienes disienten pero no organizan acciones
contrarrevolucionarias.
El intento de sustituir las decisiones
de los trabajadores mediante un aparato “iluminado”
fomenta la ineficiencia y la corrupción, además del
amiguismo. O sea, elementos culturales capitalistas, no
socialistas. Y el esfuerzo por acallar voces revolucionarias
disidentes, partidarias de la autogestión, lleva a la
pasividad política, al desarme ideológico. Todo eso es
contrarrevolucionario, sobre todo en un periodo en que Cuba
y la lucha por la liberación nacional y social se preparan
a sufrir duras pruebas debido a la situación mundial.
Democracia plena y autogestionaria: ese es el remedio contra
la burocracia, que es la principal fuerza
contrarrevolucionaria.
(*) Guillermo Almeyra,
historiador, nacido en Buenos Aires en 1928 y radicado en México,
doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de París,
es columnista del diario mexicano La Jornada y ha sido
profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México y
de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad
Xochimilco. Entre otras obras ha publicado “Polonia:
obreros, burócratas, socialismo” (1981), “Ética y
Rebelión” (1998), “El Istmo de Tehuantepec en el Plan
Puebla Panamá” (2004), “La protesta social en la
Argentina” (1990–2004) (Ediciones Continente, 2004) y
“Zapatistas–Un mundo en construcción” (2006).