Gobiernos
del istmo descuidan alimentación de
los más pobres
Por
Juan Fernando Lara S.
La Nación, Costa Rica, 12/09/10
Falta de
controles e inversión oficial en planes compromete acceso a
alimentos. Alzas en bienes propician esa tendencia ante
menor poder adquisitivo en el área.
Aún y
cuando es su compromiso, la mayoría de Gobiernos
centroamericanos son incapaces de asegurar el derecho a
alimentarse de toda su población.
La brecha
entre salarios mínimos y el costo de la Canasta Básica
Alimentaria (CBA), la ausencia de estadísticas y controles
y el poco financiamiento público a programas que aseguren
este derecho evidencian un descuido político de esta
necesidad básica.
Entre
finales del 2006 y el 2009, la región tuvo un repunte
promedio del 25% en el costo de la CBA por la crisis mundial
en alza en los precios de los alimentos y la energía
(electricidad y combustibles) indican análisis del Programa
Especial para la Seguridad Alimentaria (PESA) en Centroamérica.
En ese
lapso, el salario mínimo legal en el istmo creció un
promedio de 18%: siete puntos debajo del incremento del
costo de la CBA; diferencia que casi ningún Gobierno
regional ha cerrado.
El efecto
de esta brecha se evidencia en la desnutrición crónica y
retardo en tallas de menores por una ingestión deficiente
de alimentos en zonas rurales. Ahi viven las familias más
pobres, sin ingresos suficientes para un salario mínimo que
permita adquirir los alimentos necesarios.
Bienes como
el aceite vegetal, maíz, arroz, huevos y pan dulce
incrementaron del 6% al 21% su valor del 2006 al 2009 según
producto y país, afirma PESA.
Alimentar a
la gente es obligación adquirida desde 1966 por los Estados
del área al suscribir el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales; acuerdo vinculante que
consagra ese derecho básico. Nicaragua y Guatemala (donde
los problemas son más graves) incluso refuerzan este
mandato con leyes de seguridad alimentaria. La realidad, no
obstante, es que tal mandato es una promesa incumplida.
Agenda
olvidada
Luis
Monterroso, director del Observatorio del Derecho a la
Alimentación de Guatemala, señala que los Gobiernos, en la
práctica, diluyen esta prioridad en su agenda pública y
sus acciones semejan más reacciones espontáneas a
emergencias temporales que una política de seguridad
alimentaria a largo plazo.
“Ningún
Gobierno persigue equiparar el salario mínimo a cada alza
en el costo de la canasta básica alimentaria. Cada
negociación salarial la definen empresarios y en atención
solo de sus propios intereses”, afirma Monterroso.
José Luis
Vivero Pol, director regional de la organización Acción
contra el Hambre, afirma que, además, los Estados tampoco
poseen controles y personal capaces de confirmar que se
paguen los salarios mínimos en el sector rural de forma
que, al final, se incumplen hasta esos límites fijados por
ley.
“Mucha
gente necesitada, sin capacidad de negociar, sin ahorros,
aceptan trabajos temporales en el agro sea cual sea el
salario que los empresarios paguen porque hay mucha oferta
de mano de obra y pocas plazas. Nadie controla esas
irregularidades”, lamentó Vivero.
Ambos
analistas deploran el poco afán público por actualizar
datos (el último censo escolar de tallas en Honduras fue en
el 2000), la resistencia que sufren entidades de ayuda
externa para obtener datos y la descoordinación
institucional.
Un análisis
del Programa Mundial de Alimentos de abril señala varios
problemas: la coordinación entre sectores de protección
social es poco efectiva y variable; falta vinculación entre
programas de ayuda y políticas; la inversión social en
nutrición es baja; la supervisión de campo es deficiente
y, encima, hay escasa información técnica entre tomadores
de decisión por falta de datos frescos.
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