El
cambio que ve Atilio Boron
Por
Guillermo Almeyra (*)
La Jornada Quincenal, 28/11/10
Ante las
medidas drásticas propuestas por el Partido Comunista
Cubano para su VI Congreso Nacional, a realizarse en abril
próximo, Atilio Borón determina que el modelo soviético
de Estado y de economía basado en la estatización de todo
tipo de empresas y en la planificación centralizada está
“agotado” y “ya pasó a mejor vida”.
Dicho sea de
paso, es notable que el analista en cuestión haya tenido
que esperar hasta la emisión del documento partidario que
le da el tiro de gracia a un modelo que llevaba a Cuba al
borde de la muerte para darse cuenta de que algo no andaba
bien en un tipo de funcionamiento que él siempre elogió
como “socialista” y para ver que existían una serie de
aberraciones, que descubre y enumera con asombro a pesar de
que cualquier cubano hablaba de ellas libremente desde hace
muchos años y de que otros estamos escribiendo sobre ese
tema y la economía cubana y sus defectos desde hace unos
treinta años en la prensa de gran tiraje en español.
También llama
la atención que, habiéndose derrumbado en 1989 el llamado
“modelo” burocrático soviético ni Boron ni el Partido
Comunista y el gobierno cubano hayan sentido hasta ahora la
necesidad de hacer un balance del por qué de ese derrumbe y
de cuáles fueron las causas del mismo, a pesar de que,
desde 1936, el análisis marxista aplicado por Trotsky en “La
Revolución Traicionada” daba ya un diagnóstico
certero y preveía las consecuencias del mismo.
Perseverar
durante más de veinte años en la aplicación de un sistema
de pensamiento y de dirección absolutamente nocivo, que se
derrumbó en 1989 por su podredumbre interna y llevó a los
miembros de la dirección del Partido Comunista soviético a
vender Pizza Hut o a convertirse directamente en
capitalistas monopolistas mafiosos, es por lo menos señal
de escaso interés por la teoría marxista.
Borón habría
debido advertir, en su momento, a los dirigentes cubanos que
estaban caminando por la cuerda floja confundiendo la
estatización general de la economía y el capitalismo de
Estado con fuertes rasgos burocráticos con el socialismo
aunque eso, seguramente, habría reducido drásticamente el
número de invitaciones a La Habana. Porque reforzar y
sostener una de las principales conquistas antiimperialistas
de los últimos 50 años –la Revolución Cubana– y
ayudar a sentar las bases que resulten posibles para la
construcción del socialismo en una pequeña isla sin
recursos ni población, que en su momento enfrentó además
a Estados Unidos, el gobierno soviético y el régimen
chino, no es una tarea exclusiva de los cubanos. Todos los
demócratas y socialistas del mundo tienen el deber de
ayudarles con sus ideas, sus aportes, sus críticas en vez
de dejarles solos cometiendo errores para después constatar
el fracaso… y volver a dejarlos solos en la hora de
adoptar las decisiones más peligrosas.
Boron asegura
ahora que los dirigentes cubanos tienen las mejores
intenciones y desean aplicar reformas socialistas, no el
retorno al capitalismo. Es muy posible. Pero también tenían
buenas intenciones cuando se lanzaron a la zafra de 10
millones de toneladas destruyendo las bases de la economía,
o cuando se ataron a la Unión Soviética creyendo que ésta
sería eterna, apostándolo todo a la mera exportación de
hombres y de azúcar y níquel, o cuando Fidel Castro
defendió la invasión soviética de Checoslovaquia y el
aplastamiento del partido de ese país, o cuando calificó
de grandes marxistas a Brezhnev, al dictador etíope Haile
Marian, o el dictador somalí Siad Barre, entre otros.
Dejemos pues las buenas intenciones para los confesionarios
o para los intenciómetros que habría que inventar y
juzguemos en cambio por el tipo de medidas propuestas y por
su dinámica.
Hay que llamar
las cosas por su nombre: no van en la dirección de más
justicia, más igualdad, más solidaridad, más socialismo
sino en la dirección contraria.
Refuerzan el
papel del vértice del Estado que dirige al partido, y de
los directores de las empresas, deciden por los trabajadores
en vez de establecer mecanismos de consulta a éstos y de
control por éstos. Refuerzan el papel central del Estado y
de los aparatos, no el de la democracia.
No preparan a
nadie para el fortalecimiento de una vasta capa
cuentapropista dominada por el mercado y regida por el ansia
de consumo y que se diferenciará internamente soldando su
sector más rico con la burocracia más corrompida.
Ignoran el
peso de la hegemonía cultural capitalista y del mercado
mundial que dan una fuerte base al desarrollo de una fuerza
capitalista en Cuba, que hasta ahora no existía.
Unen la
contrarrevolución que se incuba en parte de la burocracia
con el capitalismo estadounidense y mundial.
Golpean en la
economía, en las perspectivas, en su imaginario mismo, a
los más pobres, que son la base social de la revolución
cubana. Si hay tanto interés popular por conocer esas
medidas es porque la gente siempre quiere saber con cuál
salsa la cocinarán quienes fueron responsables del fracaso
y ahora responden a éste con medidas peligrosísimas.
Ojalá que ese
interés responda también a la necesidad de estudiar esas
medidas para contrarrestar en lo posible los elementos más
negativos, aunque ya hayan sido resueltos y en parte estén
siendo aplicados.
Lo
cierto es que el cambio instaura en Cuba una fase de gran
inestabilidad política, social y económica y que el pueblo
cubano, como cuando la invasión de Playa de los Cochinos,
requiere nuestra ayuda material y teórica porque la brújula
de las autoridades cubanas no funciona ni funcionó muy
bien, a pesar de lo que creen los admiradores de siempre de
las mismas.
(*)
Guillermo Almeyra, historiador, nacido en Buenos Aires en
1928 y radicado en México, doctor en Ciencias Políticas
por la Universidad de París, es columnista del diario
mexicano La Jornada y ha sido profesor de la Universidad
Nacional Autónoma de México y de la Universidad Autónoma
Metropolitana, unidad Xochimilco. Entre otras obras ha
publicado “Polonia: obreros, burócratas, socialismo”
(1981), “Ética y Rebelión” (1998), “El Istmo de
Tehuantepec en el Plan Puebla Panamá” (2004), “La
protesta social en la Argentina” (1990–2004) (Ediciones
Continente, 2004) y “Zapatistas–Un mundo en construcción”
(2006).
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