A propósito de observaciones
de Claudio Katz sobre Cuba
¿Son
los Castro una garantía de que
no hay regreso al
capitalismo?
Por Marcelo Yunes
Socialismo o Barbarie, periódico,
06/01/11
En ocasiones anteriores hemos dejado en claro nuestro
punto de vista sobre el rol de la burocracia castrista.
También hemos polemizado con otras fuerzas del trotskismo
respecto del diagnóstico sobre lo que está ocurriendo en
Cuba: mientras unos (como el PTS, aunque no es el único)
creen que todavía existe allí un “estado obrero”,
otros (el PSTU–LIT) opinan que Cuba es ya un país
capitalista semicolonial, de donde se desprende que hay que
luchar al menos por la “democracia”… en frente único
con los gusanos de Miami.
En general, las corrientes e
intelectuales stalinistas, semistalinistas y los “amigos
de Cuba” (es decir, de los Castro) tienen en común que
sus elaboraciones apuntan infaliblemente no a exponer al
desnudo el rol nefasto de la burocracia castrista, sino a
encontrarle vías justificatorias de un curso políticamente
degenerativo y socialmente antiobrero y procapitalista, como
lo demuestran los “Lineamientos” del VI Congreso, que ya
hemos comentado.
Desde este punto de vista, le cabe al marxismo
revolucionario la pesada responsabilidad de proponer una
estrategia realmente socialista y revolucionaria para
defender aquellas conquistas que, aun muy devaluadas, se
mantienen desde 1959. Y en esa estrategia la
burocracia castrista es el mayor enemigo de las masas
cubanas dentro de la isla, así como el imperialismo lo es
fuera de ella. Toda otra definición no hará más que
tender a estirar la sobrevida de una burocracia que apunta a
liquidar los logros
de la revolución en nombre del “socialismo”.
Es por eso que resulta lamentable la postura del
economista e investigador argentino Claudio Katz, quien,
viniendo de una tradición política no stalinista sino
cercana al trotskismo, se
suma al coro de los que alientan esperanzas en la “sabiduría
revolucionaria” de los Castro. Al menos, eso se
desprende de una reciente entrevista televisiva en el
programa “Visión 7 Internacional”, dedicado al
análisis de la política regional y mundial, el 22 de enero
de 2011.[i]
Una visión economicista
del socialismo
En el programa, junto con un diagnóstico bastante
realista de las condiciones económicas cubanas, Katz planteó
una diferencia esencial entre los Castro y las burocracias
restauracionistas del Este: “Ellos (el PC cubano. MY) tomaron
una decisión que hay que recordar y que es la clave.
Ellos decidieron no volver al capitalismo. Hablaron de rectificación, modificación,
pero decidieron no volver al capitalismo. No
repetir Polonia, Checoslovaquia, la Unión Soviética”
(entrevista citada).
Esta “decisión” es tal sólo en las palabras, pero un intelectual con experiencia como Katz no
debiera guiarse sólo por los discursos. Si fuera por la retórica
empleada por sus PCs, China y Vietnam son “socialistas”
y hasta “en tránsito al comunismo”. Además, cuando
Katz critica la “estatización completa”, lo hace
reconociendo que la propia dirección entendió el problema
y apunta ahora en otra dirección. Por supuesto que la
“estatización” burocrática no es en sí misma
socialismo, pero abandonarla tampoco implica necesariamente
“corregir el rumbo”. Lo decisivo es, otra vez, qué es
lo que define un rumbo de verdadera transición. Y aquí
Katz no trae a colación sus propios planteos anteriores
respecto de la necesidad de que la clase supuestamente
dominante en la transición, la clase obrera, junto con sus
aliados, esté en el centro de las decisiones. Por el
contrario, recae en criterios
estrictamente económicos: “La elección que hizo Cuba
desde el principio, de un modelo económico soviético, de
estatización completa, que fue un grave error, reconocido
implícitamente hoy en día, diría yo, por los economistas
cubanos (…) El
proyecto socialista es un proyecto de paulatina sustitución
del mercado por una economía planificada. Paulatino, no
anulación del mercado. Entonces, esta copia del modelo
soviético ha tenido un efecto gravoso” (ídem).
Este criterio de “proyecto socialista” exclusivamente económico
deja muy bien parada a la burocracia castrista, que después
de todo “reconoce el error”, y evita toda mención a los
criterios del régimen
político de la transición socialista, que en nuestra
opinión (ver R. Ramírez, “Sobre la naturaleza de las
revoluciones de posguerra y los ‘estados
socialistas’”, revista SoB Nº 22) son inseparables
de las decisiones atinentes a las proporciones relativas de
mercado y plan.
Ya el propio Trotsky, en La revolución traicionada y en otros trabajos de los años 30 como
“Las condiciones y los métodos de la economía
planificada”, advertía que la ecuación de la transición
incluía no sólo al mercado y a la planificación, sino a
un tercer
elemento no económico,
clave: la “democracia soviética”. Esto es, que en el
“estado obrero” la clase obrera efectivamente
decida, lo que le está absolutamente vedado en Cuba,
como Katz no puede dejar de conocer y reconocer.
La justificación de la política de la burocracia es que,
según Katz, “lo que ellos están haciendo es incorporando
mecanismos de mercado, pero no
volviendo al capitalismo. Y aquí hay una diferencia
importante. Ellos incorporan mecanismos de mercado para que
esas divisas se conviertan en trabajo productivo. Entonces,
levantan todas las restricciones que existen para poner un
negocio, para tomar un empleado, para tomar una pequeña
empresa, para descentralizar las empresas existentes, y
sobre todo, para encontrar mecanismos para que suba la
productividad en el agro (…) Algo
parecido quizá a lo que hizo la Unión Soviética en
los años 20, lo que hizo China en los años 80 y quizá
Vietnam en los 90” (ídem).
Aquí, definitivamente, Katz compara peras con manzanas, y
la razón es justamente que ha perdido el criterio político
para evaluar las medidas económicas. Vistas
superficialmente, la NEP de Lenin, las reformas de Deng Xiao
Ping en China y el Doi Moi (“renovación” procapitalista)
del PC vietnamita tienen todas un factor
económico común: se introduce más mercado en la
economía planificada para recuperar la capacidad
productiva. ¡Pero la estrategia
política era completamente diferente, para no hablar
del carácter de las direcciones! Mientras Lenin admitía a
regañadientes la necesidad de un retroceso temporario y
admitido como tal bajo el imperio de la necesidad, los
“comunistas” chinos y vietnamitas no hacían más que
regresar al capitalismo presentando las “reformas”, al
revés del criterio de Lenin, como la quintaesencia del
socialismo. Y esa
estrategia se parece a la de los Castro como una gota de
agua a otra.
A quedarse tranquilos, que
el castrismo “sabe y puede”
El propio entrevistador advirtió este doble rasero y le
recordó a Katz que él mismo consideraba a China como
capitalista, y a Cuba no. Entonces, ¿por qué proyectos
similares van a tener resultados opuestos y deben ser
juzgados como distintos? La respuesta es sencilla y
reintroduce el criterio político, pero ya no referido al
rol de la clase trabajadora sino al de las direcciones:
porque los Castro
merecen confianza, mientras que los PCs ruso, chino y
vietnamita no.
Así lo dice Katz con toda franqueza: “La incorporación
de esos mecanismos de mercado no significa, inevitablemente,
que termine como Rusia.(…) por varias razones. Quizá
la principal es que el grupo dirigente no lo quiere hacer.
Éste es un dato importante. Decidir si un país vuelve o no
vuelve al capitalismo es, en general, más una decisión política
que económica. Es una convicción de que ese régimen es el
conveniente, y es una convicción personal de un grupo de
dirigentes que ya
tienen negocios, que ya tienen acumulación privada y
que quieren pasar a un status superior de capa dominante”
(ídem). Ése sería el caso de las burocracias rusa y
china, pero categóricamente no
de la cubana.
¿Por qué no? Aparentemente, porque los Castro son
incorruptibles y totalmente ajenos a la avidez de acumulación
capitalista que caracterizó a sus pares del Este:
“Quienes acumulan dinero en Cuba son los que reciben
divisas, no es el grupo dirigente. El
grupo dirigente está divorciado de los que tienen dinero.
(…) Mantiene un comando político sobre ese grupo y está
buscando el equilibrio, está buscando alguna manera de
sostener un modelo de precario socialismo para ver cómo se mantienen las conquistas de la Revolución” (ídem).
Pues bien, tenemos claras diferencias. No creemos en
absoluto que “el grupo dirigente esté divorciado de los
que tienen dinero” en Cuba, y mucho menos que “quienes
acumulan dinero son los que reciben divisas”, es decir, el
65% de los cubanos que de otra manera no tendrían ingresos
siquiera de mera subsistencia. ¿Acaso Raúl Castro no es la
representación del Ejército, socio local de las joint
ventures que explotan el turismo y obtienen muchas más
“divisas” que el cubano que recibe 100 dólares al mes
de un familiar? ¿Acaso Katz ignora que las empresas cubanas
más productivas y mejor vinculadas al comercio exterior son
las que controlan los “hombres de negocios en uniforme”?
¿Acaso los “Lineamientos” del VI Congreso no van en el
sentido categórico de desmantelar
“las conquistas de la revolución”, no de
“mantenerlas”? Y, finalmente, ¿acaso cree Katz que el
aura de 1959 es un talismán místico que evitará a los
revolucionarios de ayer y burócratas de hoy reconvertirse
en los capitalistas de mañana?
El destino de Cuba no puede quedar en manos de un “grupo
dirigente que no acumula dinero” y que tiene muy
“decidido” no volver al capitalismo, porque aun si ése
fuera el caso (y definitivamente no
lo es), no representa ninguna garantía. Lo único que va a
defender la revolución y sus conquistas no es la burocracia
(hoy, su principal socavador dentro de la isla), sino los
trabajadores y el pueblo cubanos.
Es cierto que Katz señala más adelante que el éxito de
este proceso “va a depender de la participación
popular” (ídem). Pero esa “participación” no es
concebida como independiente,
por fuera y en contra del control burocrático de los
Castro, sino como un mero apoyo
a la dirección del PCC. Al hacer referencia a la ayuda
venezolana, Katz advierte que ésta “no puede ocultar los
problemas reales que tiene la economía cubana”, y agrega:
“En esto creo que está la
maduración o la gran conciencia de la dirección cubana,
que sabe que
ellos tienen que buscar ciertas correcciones para los
problemas estructurales con participación popular y, sobre
todo, con niveles de igualdad social importantes; tienen
que buscarlos y no sólo depender del contexto
latinoamericano”.
Aquí, sencillamente, se hace depender todo
de la “gran conciencia” de los Castro, que “saben”
lo que hay que hacer para conducir los destinos de Cuba con
un “precario equilibrio” pero, eso sí, con la “decisión”
irrevocable de no volver al capitalismo. En cuanto a los
“niveles de igualdad importantes”, un mínimo de sentido
de la realidad le debería haber hecho apuntar a Katz lo que
cualquier observador (salvo los adláteres de la burocracia)
reconoce: que las “reformas” van indiscutiblemente en el
sentido de profundizar la desigualdad y asegurar los derechos de, justamente, aquéllos
que quieren “acumular”, sean de dentro o de fuera
del aparato del PCC.
En suma, una intervención política verdaderamente
lamentable para venir de quien viene. Porque Katz, a
diferencia de los intelectuales filocastristas, ha insistido
en muchas oportunidades que el sentido del socialismo es inseparable
de la autoactividad de la clase trabajadora.
Por supuesto, no hay razón para dudar de su honestidad
personal, pero un criterio tan poco independiente para
evaluar el proceso de Cuba lo pone políticamente en la
misma vereda de los plumíferos a sueldo del aparato
castrista. O, en el mejor de los casos, estamos ante una
candorosa ofuscación política, producto del innegable
prestigio que aún mantienen los Castro, que le hace tomar
los discursos por la realidad. Pero hoy menos que nunca se
puede pecar de semejante ingenuidad en esta cuestión
decisiva, que está y seguirá estando bajo la lupa de toda
la izquierda latinoamericana y mundial.
[i]
Es verdad que, al tratarse de una exposición oral
relativamente informal, no tiene el mismo nivel de
elaboración que un texto, y que puede haber lugar a
omisiones, malas interpretaciones, etc. Pero creemos que
el sentido general de la intervención de Katz es inequívoco.
|