Después
del congreso del Partido Comunista de Cuba
Por
Guillermo Almeyra (*)
La Jornada, 01/05/11
Algunos datos
sobre la dirección del PCC: sobre los 115 miembros del
Comité Central, 78 eran ya dirigentes nacionales y 18
provienen de las Fuerzas Armadas y del Minint (Ministerio
del Interior); 20 eran ya dirigentes provinciales y ocho
dirigentes municipales; dos son rectores de universidades y
sólo siete trabajan en la producción y en los servicios.
Entre los 15
miembros del Buró Político (la casi totalidad varones) el
promedio de edad oscila cerca de los setenta años, hay una
sola mujer y no hay jóvenes de menos de 45.
En las
vicepresidencias de los comités estatales o de gobierno,
sobre ocho miembros sólo uno es mujer. En el secretariado
del Comité Central (CC), sobre cuatro miembros hay uno de
sexo femenino; entre los primeros secretarios provinciales
hay dos mujeres sobre 10; entre los primeros secretarios
municipales hay seis mujeres sobre seis.
Entre los
jefes de departamento del Estado o del partido, las mujeres
son cuatro sobre nueve, y entre los ministros, dos sobre
ocho. Entre los miembros del CC ocho son generales de ejército,
12 generales de división y sólo dos rectores
universitarios (un hombre y una mujer, responsable de la
educación física).
Se puede decir
pues, por la composición del CC, que es una dirección de
burócratas militares, burócratas estatales, burócratas de
la cultura que superan la media edad y que están mechados
por unos pocos tecnócratas más jóvenes y del aparato
estatal y partidario que cuenta con poquísimas mujeres y jóvenes.
Como planteé
en un artículo anterior, en el congreso el sector más
eficaz y productivo de la burocracia (el militar) impuso sus
reglas sobre el más conservador y dogmático –el de la
burocracia partidaria– y lo subordinó al funcionamiento
estatal, que el primer sector asegura en nombre de la
eficiencia y del cambio burocrático de la burocracia.
Lo importante,
sin embargo, es que la amplia discusión popular sobre el
proyecto presentado desde las cumbres del sistema, aunque
tuvo que hacerse sobre algo ya cocinado y en vía de ejecución,
de todas maneras sirvió para dar una vía deformada de
expresión a las inquietudes populares (y para que el
aparato las sondeara directamente).
Esas
discusiones, por ejemplo, hicieron desaparecer algunos de
los aspectos más aberrantes del proyecto, como la creación
de zonas especiales con plena libertad para el capital, a la
china, o los insultantes clubes de golf en un país con poco
agua y escasez de viviendas populares, o la propuesta de
permitir que los empresarios recurran a mano de obra
asalariada (como en cualquier país capitalista).
En esa discusión
hubo propuestas de mantener la libreta como instrumento
estatal para el control de los precios y no fue abolida de
inmediato, sino que lo será gradualmente. Esta es otra
expresión de la inquietud popular, ya que la libreta fue
presentada como ejemplo claro de un llamado igualitarismo
nocivo, muy arraigado en el imaginario colectivo, que se
niega a aceptar como si fuese ética la distribución por el
mercado, según el dinero de los compradores, y también la
caridad estatal para los más pobres.
El congreso,
según la experiencia cubana, ni siquiera consideró que la
participación de los trabajadores sea un elemento político
y económico decisivo. No se habló de presupuestos
participativos, resultados de la libre discusión de los
trabajadores.
No se habló
de cómo organizar la autogestión, que aumentaría sin duda
la productividad y daría rienda suelta a la creatividad y
al ahorro de materiales que se deben importar y entre los
contratos de diverso tipo, exigidos como reguladores; ni se
habló de dar vida a los contratos de trabajo con las
empresas o el Estado firmados por sindicatos democratizados
y con participación consciente en la producción.
Se siguió
hablando, en cambio, de combinar “la planificación” con
el “mercado” cuando este último, por definición, es
incontrolable por ser mundial y caótico y, por
consiguiente, no es posible planificarlo sino, a lo sumo,
establecer algunos laxos planes sectoriales y controlarlos
mediante el sistema de prueba, error y corrección.
No hubo una
discusión seria sobre en cuál contexto mundial (económico,
político, ecológico) deberán aplicarse las resoluciones
del congreso. Tampoco hubo siquiera una referencia autocrítica
al por qué, en el momento más difícil para la Revolución
Cubana, el congreso se postergó durante nueve años. Ni
tampoco sobre los errores del pasado cometidos, por otra
parte, por los mismos dirigentes que ahora intentan una
rectificación in extremis y en plena oscuridad teórica
total.
¿A dónde irá
Cuba sobre todo si siguen aumentando los alimentos
importados y el petróleo? ¿A más capitalismo de Estado?,
porque lo que el gobierno califica de “empresas estatales
socialistas”, basadas en el trabajo asalariado, no son más
que empresas estatales y basta.
¿A una
imposible y reaccionaria vía “china” –libertad de
mercado, millonarios “socialistas” y partido único
“comunista”– como parece indicar el inmediato sostén
de Beijing al gobierno cubano?
¿Los dogmáticos
inmovilistas seguirán igual, con su represión y sus
chicanas? ¿Para maniobrar un sistema “chino” sin estar
en China y en la pobreza no se cerrarán los espacios de
discusión?
La clave de la
situación está en manos de los trabajadores cubanos, hasta
hoy convidados de piedra y objetos de las opciones que les
llueven desde arriba. La falta de incentivos socialistas, de
ideales y perspectivas revolucionarias causan, sin embargo,
decepción, desmoralización y conducen a la búsqueda de
salidas individuales en vez de llevar a la búsqueda de
soluciones colectivas.
El pragmatismo
“de arriba” debe ser contrarrestado por una discusión
sobre los principios y sobre la historia misma del proceso
revolucionario cubano. Los cheques en blanco llevan siempre
a la quiebra.
(*)
Guillermo Almeyra, historiador, nacido en Buenos Aires en
1928 y radicado en México, doctor en Ciencias Políticas
por la Universidad de París, es columnista del diario
mexicano La Jornada y ha sido profesor de la Universidad
Nacional Autónoma de México y de la Universidad Autónoma
Metropolitana, unidad Xochimilco. Entre otras obras ha
publicado “Polonia: obreros, burócratas, socialismo”
(1981), “Ética y Rebelión” (1998), “El Istmo de
Tehuantepec en el Plan Puebla Panamá” (2004), “La
protesta social en la Argentina” (1990–2004) (Ediciones
Continente, 2004) y “Zapatistas–Un mundo en construcción”
(2006).
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