Una
"Ciudad Modelo" en una sociedad en
harapos
Por Ismael Moreno
Corresponsal en Honduras
Revista Envío (Universidad
Centroamericana)
Nº 349, abril 2011
Honduras será el laboratorio
experimental de las ideas extremistas del economista
neoliberal Paul Romer, que propone establecer durante cien años
o más espacios económicos, políticos, jurídicos y
sociales en zonas de nuestro territorio, al margen de las
leyes y de las autoridades nacionales. Pequeños estados autónomos
dentro del Estado plenamente abiertas a la inversión de
capitales transnacionales. Las Ciudades Modelo son la nueva
máscara del enclave. Bien conoce Honduras, “la república
bananera”, esta forma de explotación de las tierras, de
sus recursos y de las personas.
Del 18 de febrero al 1 de marzo del
presente año una comitiva de unos 50 miembros de la actual
administración, encabezada por el Presidente Porfirio Lobo
Sosa –el grupo oficial más nutrido después del de casi
un centenar de personas que representó a Honduras con
fondos del Estado en el Mundial de Fútbol en Sudáfrica–
realizó una visita al sureste asiático para conocer de
cerca exitosas experiencias en Corea del Sur, Singapur, Hong
Kong y Kuwait, y establecer alianzas para la implementación
de una iniciativa del economista estadounidense Paul Romer
conocida como “Ciudades Modelo”. Un mes antes el
Congreso Nacional había aprobado ya el instrumento legal
para ponerlas en marcha.
Los legisladores aprobaron
Los legisladores aprobaron la Ciudad
Modelo: la expresión suena bonita. Y bonito presenta el
proyecto el gobierno hondureño. Para implementar este
proyecto había que actualizar la legislación, porque se
trata de establecer en el país un auténtico enclave, con
leyes de otros países y con las leyes comerciales de las
multinacionales, que necesitan vía libre para funcionar a
plena capacidad.
Las Ciudades Modelo son minúsculos
estados dentro del Estado, territorios “liberados”
dentro del territorio nacional. Todos los legisladores
hondureños, desde los de la extrema derecha golpista hasta
la llamada izquierda, denominada antigolpista, votaron para
que la legislación nacional se reformara y fueran legales
las Ciudades Modelo. La legislación quedó así acomodada
para beneficio de corporaciones y países que quieran
invertir en esos territorios.
Antecedentes: maquilas y comida rápida
Para los legisladores, funcionarios,
políticos y empresarios hondureños, las Ciudades Modelo no
resultan una realidad extraña. Es una modalidad ampliada de
lo que desde los años 90 ha sido la industria de las
maquilas, su antecedente inmediato. Las maquilas son auténticos
paraísos fiscales en donde se practica la trata de
personas. Sus políticas y decisiones suelen pasar por
encima del Código del Trabajo. En estas empresas se despide
a obreras y obreros de forma arbitraria. Dentro de sus
territorios, hondureñas y hondureños son tratados como
animales domesticados.
La propuesta y la aprobación de las
Ciudades Modelo –espacios en donde imperan plenamente las
leyes del mercado, abiertos a inversionistas que fijan sus
reglas, en manos de autoridades dedicadas a promover estas
inversiones a costa de todo– no resulta nada extraño en
un país en donde los legisladores han aprobado de un
plumazo la liberación de todo tipo de impuestos a las
franquicias extranjeras de comida rápida.
Todos estos negocios, con sus
atractivos nombres, son como pequeñas ciudades modelo en
donde funcionan, gozando de exención de impuestos, y
tratando a sus empleados hondureños como si fuesen
esclavos. Son territorios liberados. Incluso el tomate y el
pan que utilizan vienen de afuera y todo el dinero que ganan
va para afuera.
Fuimos “república bananera”
Tampoco es extraño para legisladores,
políticos, funcionarios y empresarios hondureños el
organizar ciudades bajo control extranjero porque esos paraísos
fiscales y territoriales que son las industrias de la
maquila y de la comida rápida tiene un antecedente histórico
en el enclave que fueron las compañías bananeras, modelo
que dominó y determinó a la sociedad hondureña en todo el
siglo 20.
Fueron un Estado dentro de otro Estado.
Y ese otro Estado que ocupaba el territorio del Estado
hondureño acabó definiendo la política, la economía, la
legislación y hasta las costumbres del Estado ocupado, que
prestaba servicios al ocupante.
No deja de ser una interesante
coincidencia que la aprobación de las reformas legislativas
para la implementación de las ciudades modelo ocurra a un
siglo exacto del muy generoso régimen concesionario que el
Presidente de Honduras, el general Manuel Bonilla, aprobó a
favor de las compañías bananeras estadounidenses entregándoles
tierras y privilegios fiscales en la Costa Norte, iniciándose
así el modelo de enclave con el cual Honduras sería
conocida internacionalmente como la “república
bananera”.
Lo explica así el historiador hondureño
Marvin Barahona en su obra “Honduras en el siglo XX, una síntesis
histórica”:
“La construcción de la ‘república
bananera’ fue el logro más significativo de la política
concesionaria del Estado al capital extranjero, como praxis de
la ideología liberal y de su búsqueda de progreso y
civilización. Lo característico del período fue la
consolidación del capital estadounidense en la industria
bananera de la Costa Norte, la creciente intervención de
las compañías bananeras en la vida política nacional y
una crisis recurrente en la estabilidad del régimen político”.
“Sería distinto si
La Tela
estuviera aquí...”
Honduras era, sin duda, el país
centroamericano en donde más sencillo resultaría que
legisladores y funcionarios públicos aprobaran sin pestañear
un modelo multinacional basado en privilegios fiscales y en
la utilización del territorio y la mano de obra nacional
para impulsar proyectos comerciales que benefician a otros.
Resultaba hasta connatural no sólo
para legisladores y funcionarios públicos, también para
mucha población de la Costa Norte, históricamente
influenciada por transnacionales. En los campos bananeros
que hubo en el norteño Valle de Sula se suele escuchar:
“Todo sería distinto si la Tela estuviera aquí. Con
ellos teníamos trabajo, escuela, luz eléctrica,
ferrocarril y hasta mantenían limpios los patios de los
barracones. Ahora, hasta las casas las tenemos
desarregladas”. La Tela –como se conoce a la
transnacional bananera que impuso su imperio económico
desde 1912 hasta casi finales del siglo, cuando el huracán
Mitch de 1998 se convirtió en el principal pretexto para
que abandonaran la inversión en banano–, impuso una
cultura de enclave: una población que dependía de sus
decisiones, y decisiones que influían en la elección de
autoridades municipales, departamentales y nacionales.
En La Lima se decidía todo
Siendo Tegucigalpa la sede de la
capital, y siendo La Lima, en el departamento de Cortés, en
el centro del Valle de Sula, sede de la gerencia general de
la Tela, se solía decir que las decisiones políticas y
económicas del país, desde las relevantes hasta las
secundarias, se tomaban en La Lima. Y todo mundo esperaba a
que las autoridades de la Tela se pronunciaran para saber
por qué rumbo se orientaría el gobierno. Todo giraba en
torno a la Compañía bananera.
La compañía impuso su modo de ver, su
modo de actuar, su modo de mandar, su modo de vida. Y sus
modos fueron una reproducción de la vida en Estados Unidos,
trasladada a los fangales y calores tropicales de nuestra
Costa Norte. Mucha gente de esa región sigue añorando el
retorno de la Tela, sigue viviendo atrapada en la nostalgia
de un pasado que, con el correr del tiempo, se ha ido
desfigurando, haciendo aparecer como bondad lo que fue
estricta explotación, y vida digna lo que fue abuso
patronal, consecuencias de una sociedad dependiente y de una
economía y un comercio nacional totalmente enajenados. Hoy,
todo aquello renace como “ángel de luz” entre una
población desprotegida.
Con el trasfondo de esa conciencia
enajenada, nadie se conmovió cuando en la noche del 18 de
enero 126 de los 128 legisladores levantaron su mano para
aprobar una reforma constitucional para autorizar el
funcionamiento de las Ciudades Modelo con el nombre de
Regiones Especiales de Desarrollo. Cuentan que esa noche,
cuando los diputados bajaron sus manos se dejó oír uno de
los aplausos más sonoros que se han escuchado en la
reciente historia política de nuestro país. A renglón
seguido, todos los diputados y diputadas entonaron,
entusiasmados, el himno nacional.
La cerveza salvavida
La historia hondureña del último
siglo deja un sabor lleno de contradicciones. Cuanto más el
país perdía soberanía, políticos y empresarios lo vivían
como expresión de soberano patriotismo. Los años que
corrieron entre 1912 y 1930 fueron los de la consolidación
del enclave bananero. Entre 1920 y 1930 Honduras ocupó el
primer lugar del mundo como país exportador de banano. En
aquel período, de enajenación de la soberanía nacional,
surgían “símbolos patrios”.
Por ejemplo, cuando en los primeros años
de la segunda década del siglo 20, la bananera
estadounidense Vaccaro Fruit Company comenzó a diversificar
su producción, instaló una empresa cervecera en La Ceiba,
en el litoral atlántico, llamando a la primera cerveza
producida allí con las sílabas iniciales de los nombres y
apellidos de dos prominentes empresarios, uno estadounidense
y otro italiano, Salvador Vaccaro y Vicente D’Antoni. La
cerveza se llamó SALVAVIDA. Y no dudaron en poner en la
etiqueta la bandera nacional cruzada, recientemente aprobada
por la legislatura del Congreso Nacional. Hasta hoy esa
cerveza es un símbolo hondureño.
Quieren un pedazo de país durante 100 años
Paul Romer, un académico y economista
estadounidense promotor de la “teoría del crecimiento”,
es el progenitor del proyecto de Ciudades Modelo, las
Charter cities. Los ejemplos que Romer promueve son Hong
Kong y Singapur, gigantes del crecimiento en Asia.
A un país como Honduras, Romer le
propone entregar un pedazo de su territorio para que lo
administren uno o varios países más desarrollados o varias
transnacionales juntas, creando así una ciudad autónoma,
con su propia legislación, con leyes orientadas al
comercio, las finanzas y los negocios. Serían zonas del
tamaño de una ciudad, administradas por una coalición de
naciones y de corporaciones bajo una concesión del Estado,
que duraría períodos tan largos como cien años o más.
Para el caso de Honduras, Paul Romer
propone que el Estado haga una concesión de cien años en
un área de aproximadamente mil kilómetros cuadrados para
una administración autónoma. De acuerdo a Romer, graduado
en la escuela de Economía de la Universidad de Chicago, y
para otros académicos de su estilo, apoyados por el Banco
Centroamericano de Integración Económica (BCIE), las
Ciudades Modelo en Honduras serían una ”zona territorial
regulada por sus propias reglas para atraer inversión,
generar empleo y gestionar sus específicos sistemas de
salud y educación, además de promover el
desarrollo tecnológico de punta”.
Supimos, por informaciones
internacionales, que Romer estuvo en Tegucigalpa en enero, a
comienzos del año, y se reunió en privado con varios
grupos. Después planteó su proyecto en una reunión pública.
Detrás de él colocó una gran pantalla con una foto de un
partido de fútbol. Y dijo: “No pueden ustedes cambiar las
reglas del juego en mitad del juego, lo que hay que hacer es
crear un nuevo campo de juego y ver si alguien quiere
jugar”.
Convertidos en laboratorio
Al interior de Honduras, el más
ferviente promotor de este proyecto es Juan Orlando Hernández,
presidente del Congreso Nacional, ungido por el Presidente
Lobo. Repitiendo a Romer, el presidente del Legislativo
explica que las Ciudades Modelo se basan en “zonas autónomas
con territorios regulados bajo una Carta Constitutiva o Ley
General por la cual se administra el territorio, y se
fundamentan en la libertad de comercio, la defensa de los
derechos individuales y la protección de la propiedad
privada”.
Como en el modelo de enclave, Honduras
se convierte de nuevo en un laboratorio. El optimismo de
Romer sobre los resultados del experimento no tiene
desperdicio. Considera que se trata de “establecer la
primera ciudad en la historia de la humanidad que goce
verdaderamente de libertad económica para generar empleos,
independencia del gobierno en la generación de riqueza, y
libertad de los ciudadanos para crear riqueza”.
La “Perla del Oeste”
Los promotores de esta propuesta
estiman que la ciudad modelo hondureña convertiría al país
en uno de los territorios más ricos del mundo, que se
convertiría en la “Perla del Oeste”. Sus apologetas
afirman que la verdadera riqueza se alcanza cuando el modelo
se impulsa con independencia del poder central de los
gobiernos y dicen que ya ocurrió esto con el Canal de Panamá,
desde 1914 gobernado con independencia del gobierno panameño.
Lo mismo ocurrió –dicen– con el enclave bananero, que
generó un importante crecimiento económico justamente por
haber sido un modelo con clara independencia del gobierno
central hondureño.
Conforme al decreto bajo el cual se
aprobó esta experiencias las Regiones Especiales de
Desarrollo se crean con “el propósito de acelerar la
adopción de tecnologías que permitan producir y prestar
servicios con un alto valor agregado, en un ambiente
estable, con reglas transparentes capaces de captar la
inversión nacional y extranjera que se requieren para
crecer aceleradamente, crear los empleos que se necesitan
para reducir las desigualdades sociales, dotar a la población
de los servicios de educación, salud, seguridad pública y
la infraestructura necesaria que permita una mejora real en
las condiciones de vida de la región”.
Una vez aprobado y promulgado el
Estatuto Constitucional –lo que ya ocurrió– “sólo
podrá ser modificado, reformado, interpretado o derogado
con una votación favorable de las dos terceras partes de
los legisladores, previo referéndum a los ciudadanos que
habiten la Región Especial de Desarrollo de que se
trate”.
Las Regiones Especiales de Desarrollo
“cuentan con su personalidad jurídica, en la cual se
establece un especial sistema de administración pública,
que puede emitir su propia normativa legal, que deberá ser
aprobada o improbada por el Congreso Nacional por mayoría
simple de la totalidad de sus miembros, deben contar con su
propio fuero jurisdiccional, pueden firmar tratados y
convenios internacionales en temas relacionados con el
comercio y cooperación en materias de su competencia,
mismos que deben ser ratificados por el Congreso Nacional.
De igual manera, en las materias de presupuesto, impuestos,
recaudación, administración de tasas y tributos, así como
la celebración de todo tipo de contratos, serán reguladas
de conformidad a lo que se disponga en su Estatuto
Constitucional”.
Romper con las “malas leyes”
Según Paul Romer, progenitor de la
idea, el atraso principal de países como el nuestro tiene
que ver con las “malas leyes” que impiden y estorban las
inversiones y estacan las iniciativas. Por eso, lo que debe
hacer un país que quiera salir del atraso es acabar con
esas malas leyes. Esto supone acabar con toda la legislación
que protege los derechos laborales de obreras y obreros, con
la que defiende los recursos naturales y protege la
propiedad de costas y mares de la codicia de extranjeros,
con la que resguarda territorios y recursos de las
poblaciones étnicas, y en general con toda la surgida en un
país.
Para Romer, la audacia en el camino al
desarrollo consiste en romper con esta legislación, y abrir
el espacio a una nueva legislación orientada plenamente a
fomentar la inversión de otros países y corporaciones. La
idea de este economista del neoliberalismo radical es que la
legislación se libere de la de países específicos y
predominen leyes que superen la concepción del Estado
nacional. Es una expresión extrema y extremista del
concepto de enclave. Los legisladores hondureños han
comprado plenamente esta receta, dando paso a que Honduras
se convierta en laboratorio experimental de un enclave económico,
político, jurídico y social del pleno capitalismo
globalizado del siglo 21.
Aumentarán la inequidad y la violencia
Los analistas críticos de este modelo
afirman que la enajenación de trozos del territorio de
nuestro país para ponerlos al servicio de transnacionales y
de países ricos del planeta, significa que la desigualdad y
la exclusión que caracteriza a nuestra sociedad se
radicalizará, y se ensanchará tanto la brecha y
diferenciación entre quienes habiten en las ciudades
modelos y quienes habiten en el resto del territorio que, en
lugar de disminuir la actual conflictividad social, se
agudizará la polarización política, la violencia social y
la delincuencia.
Existe coincidencia entre los analistas
no oficialistas: una Ciudad Modelo sobre el territorio de un
país con una sociedad económica, social y políticamente
fracasada, en lugar de contribuir a reducir la inequidad y
la brecha de desigualdades, ahondará los desequilibrios
hasta extremos insostenibles. Así como la lógica de
profesionales exitosos en sociedades fracasadas es inviable,
tampoco se pueden sostener Ciudades Modelo en sociedades
fracasadas, sin pagar un altísimo costo humano y social.
Las Ciudades Modelo son una opción elitista nacida de la lógica
del capital, que ya ha provocado polarización y exclusión
social en Honduras, un clima vital que genera
ingobernabilidad, convulsión, violencia y confrontación
social.
Será en el valle de Sico
De acuerdo a los sueños de Paul Romer,
lo ideal es comenzar con una ciudad modelo desde cero y en
un territorio deshabitado, con nuevas normas que incentiven
la inversión y la creatividad, sin imposiciones del
gobierno y con la libertad de cada persona de ir a ofrecer y
a desarrollar su creatividad en un ambiente de total
libertad para el capital y según leyes transnacionalizadas.
En Honduras se iniciaría de cero en
zonas deshabitadas como el valle de Sico, en la Mosquitia
hondureña, en el noreste del territorio, justamente al pie
de la única reserva forestal virgen que ya le queda a
Honduras, una zona que es Patrimonio de la Humanidad.
Esta Ciudad Modelo vendría a liquidar
la última frontera agrícola que nos queda. También
piensan en impulsar una especie de ciudad modelo flotante en
el puerto de Trujillo y en la bahía de Castilla, territorio
continental en donde ancló por primera vez Colón en 1502.
Las fantasías de Paul Romer han sido acogidas en la región
atlántica.
Después del banano, la palma africana
A inicios del siglo 20 miles de
campesinos hondureños, venidos del sur y del occidente,
también de El Salvador, se dedicaron a deforestar las
selvas de los valles de Sula, Aguán y Sico, en la Costa
Norte, para sembrar banano. En la década de los años 30 y
40 del siglo pasado, y a raíz de la plaga de sigatoca que
afectó severamente al banano, las compañías bananeras
abandonaron el valle de Sico y la mayor parte del valle del
Aguán. Tras las bananeras, centenares de familias
campesinas abandonaron la región y en muy pocos años
retornó la selva a aquellos fértiles valles.
A mediados de la década de los 60, y
tras un estudio del Banco Mundial, las compañías
comenzaron a poner de nuevo sus ojos en el Valle del Aguán,
no tanto para cultivar banano, sino para experimentar con
plantaciones de palma africana, cuyo aceite comenzaba
entonces a ser demandando crecientemente por las poblaciones
de los países ricos, por ser muy bajo en colesterol.
A comienzos de la década de los 70,
miles de familias llegaron al valle del Aguán atraídos por
un agresivo plan del Estado, en pleno contubernio con el
capital transnacional, al que se llamó Proyecto de Reforma
Agraria. Los hechos, y después su resultado histórico,
demostraron que el proyecto no era sino un plan de
colonización agrícola impulsado por intereses extranjeros
que requerían de una masiva y barata mano de obra. De
nuevo, aquellos campesinos echaron abajo la tupida selva,
regenerada tras su devastación para el cultivo de banano,
ahora para sembrar palma africana. El Estado aportó gran
cantidad de recursos para la organización de las
cooperativas y para los insumos agrícolas que requerían
los campesinos organizados.
La falsa reforma agraria
Este sector campesino, que se llamó
“reformado”, fue organizado en cooperativas, y
formalmente fue convertido en propietario de las tierras y
de las plantaciones de palma africana. Las transnacionales
les comprarían el aceite que comenzarían a producir cinco
años después de la siembra. Durante ese tiempo las
cooperativas campesinas adquirieron deudas millonarias con
el Estado para asegurar la supervivencia. Así, quedaron
atadas a las decisiones y la voluntad de los funcionarios públicos,
especialmente de los militares, que demandaban de los
campesinos hasta trabajos sucios, de espionaje o de
mediatización de los dirigentes cooperativistas, para
desarticular a los grupos que cuestionaban las políticas
oficiales, catalogándolos como subversivos.
Dos décadas después del inicio de
esta colonización agrícola en la región del Aguán –ya
en la década de los 90–, y cuando la producción de aceite de
palma estaba en su mayor apogeo, el gobierno aprobó una
nueva legislación –la Ley de Modernización del Sector
Agrícola–, que daba derecho a las cooperativas de vender
sus propiedades, hasta entonces destinadas únicamente a la
reforma agraria.
La tragedia del Aguán
Unos cuantos empresarios privados,
encabezados por Miguel Facussé Barjum, se dedicaron
entonces a comprar y a acaparar la mayoría de las tierras
de las cooperativas, cultivadas con palma africana,
utilizando para ello el soborno, el chantaje, las amenazas,
y especialmente, la débil o ausente conciencia de lucha y
de ética de no pocos de los dirigentes de las cooperativas.
La macabra lógica de las
transnacionales, del empresariado nacional y del Estado quedó
muy clara: la colonización de la región del Aguán provocó
la migración de miles de familias campesinas que realizaron
el arduo trabajo de hacer productivas las tierras del Aguán,
haciéndolos propietarios de las tierras bajo la modalidad
de cooperativas y en un plan de reforma agraria.
Pero, una vez iniciada la producción
de la palma africana, la maquinaria estatal cumplió su misión
de reducir al campesinado a su lugar habitual en el
engranaje productivo: mano de obra barata, subordinada a los
intereses del gran capital nacional e internacional,
trasladando la propiedad de la tierra a manos privadas.
Hoy, 40 años después de aquella
euforia colonizadora, los campesinos del Aguán viven en
condiciones deplorables, con las organizaciones que luchan
por recuperar la tierra amenazadas y con una juventud
emigrando al extranjero.
Aquella primera experiencia, antesala
de lo que hoy se llama Ciudades Modelo, no disminuyó la
exclusión y la desigualdad social, no fue un avance hacia
una sociedad democrática. Por el contrario, aumentó las
desigualdades, la explotación de la población campesina,
la violencia y la confrontación en el agro, particularmente
en el Aguán, convertido hoy en el ojo del huracán de la
conflictividad agraria y política de todo el país. ¿Conocerá
Paul Romer este modelo histórico, territorial, económico,
político y legislativo, un espejo donde mirar el futuro que
anuncian sus Charter cities?
¿Por qué no aprovechar la
oportunidad?
¿Qué dicen y piensan otras voces del
país de este proyecto importado? Envío se acercó a la
diputada del Partido Nacional por el departamento de Cortés
para saber por qué aprobó la reforma constitucional para
crear la legislación que permita las ciudades modelo en
Honduras. Sin titubear, la legisladora nos dijo estar
satisfecha: “Porque primeramente le estamos dando al país
una vitrina abierta al mundo. Honduras necesita empleo, y
las Ciudades Modelo vienen a constituir zonas específicas
para realizar proyectos que respondan al empleo y a las
oportunidades que necesita nuestra juventud. Para que
progrese Honduras pienso que debemos abrir las puertas para
que grandes empresas puedan invertir. Para eso tenemos que
darles la seguridad jurídica que necesitan”.
“No podemos nosotros estar diciendo
que se pierde la soberanía en un determinado lugar, porque
ya desde 1984, cuando vinieron aquí a Honduras las
maquilas, se les dio seguridad jurídica. ¿Por qué
entonces no dar seguridad jurídica a una gran cantidad de
gente de otros países que quiere invertir aquí? Hay un
abanico de empresas que va a venir a invertir a Honduras.
Nosotros creemos que la oportunidad que le tenemos que dar a
este país es que se pueda superar, que podamos los hondureños
salir adelante. Y que Honduras sea una vitrina para generar
empleo”.
“Es la nueva máscara”
El abogado constitucionalista, Carlos
Augusto Hernández, no lo ve así: “Las Ciudades Modelo
son la expresión cínica de una oligarquía que, sintiéndose
triunfadora, persiste en proseguir actuando a espaldas del
Estado de Derecho, muchas veces utilizando la fraseología
constitucional, cuando en los hechos traiciona los
principios de la soberanía. Las Ciudades Modelo son una
forma de dominación, la nueva máscara del modelo de
enclave, con la que las multinacionales, asociadas con la
oligarquía nacional, pretenden desarrollar su penetración
y dominio dentro del territorio nacional”.
¿En una sociedad en harapos?
“Ante todo, es un contrasentido una
Ciudad Modelo en medio de una sociedad en harapos. Y es un
contrasentido que se hable de desarrollo cuando se hace
referencia a ganancias para pocos”. Es lo que piensa
Bertha Cáceres, lideresa de amplio reconocimiento nacional
como conductora del pueblo lenca organizado en el Comité Cívico
de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH).
Cáceres rechaza esta decisión, que pone en peligro
la vida, la soberanía y la cultura de los pueblos indígenas.
“Para nosotros, como pueblos indígenas, el desarrollo es
poner en común todas las riquezas y poner en el centro de
todo el bienestar del pueblo. Las Ciudades Modelo son otro
proyecto más de exterminio de regiones que son fuente de
biodiversidad. Implican la destrucción de bosques y
territorios, de recursos hídricos y también de culturas de
pueblos, particularmente de pueblos indígenas. Es un modelo
traído de países que se han convertido en grandes mercados
y en grandes comercios. Se apuran a ponerlos en marcha aquí
porque necesitan una gran pantalla para el lavado de dinero.
Son modelos prohibidos para los pobres, exclusivos para los
ricos que tienen capacidad de consumir, de derrochar y de
lavar dinero sucio”.
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