El
viaje de Benedicto a Cuba
La
burocracia va al paraíso
Socialismo o Barbarie, periódico,
29/03/2012
La gira de Benedicto XVI por
la isla ha sido unos de los temas relevantes de la semana.
Contra lo que esperaban muchos de los bobos que abundan en
la TV y la prensa escrita, el viaje no fue ocasión para una
pelea con los hermanos Castro ni con la burocracia del PCC y
ni siquiera de roces serios.
Por el contrario, el
papa detonó las furias no en La Habana sino en Miami.
Las más prominentes figuras de la gusanería, como Ileana
Ros-Lehtinen, representante (diputada) del Partido
Republicano, lanzaron desde el Miami Herald y la CNN rayos y
centellas contra el papa por su evidente “sintonía” con
el régimen. A esto se añadió su negativa a recibir, “ni
por un minuto” a las Damas de Blanco u otros
“disidentes” motorizados desde Miami.
Es que, en efecto, más allá
de las lógicas diferencias de puntos de vista y hasta de
lenguaje de la Iglesia y el aparato del PCC, impactó
ante todo la aceitada relación que se expresó entre ellos.
Pueden citarse mil anécdotas al respecto. Pero la más
significativa (y en muchos sentidos) ha sido la manifiesta movilización del aparato del PCC, primero, en la
propaganda del viaje del papa –bautizado como “el
peregrino de la caridad”– y, luego, en el aporte de un
sector no despreciable de la concurrencia a los actos y
misas.
Esto que puede ser una
sorpresa para muchos, es un hecho que viene de hace varios años.
Como dicen los editores de la principal publicación católica
en Cuba –la revista “Espacio Laical”– la relación
entre la Iglesia y el poder, “tuvo un salto cualitativo
bajo el gobierno del presidente Raúl Castro”.[2]
El nudo de este “salto
cualitativo” en la relación no ha sido un “giro a la
izquierda” del catolicismo (encabezado además por un
conservador ultra-reaccionario como Ratzinger), sino el giro
de la burocracia cubana a la restauración capitalista.
Aunque esto trata de ser presentado como “renovación del
socialismo”, la Iglesia no se engaña al respecto: ¡tiene
siglos de experiencia contrarrevolucionaria! El VI Congreso
del PCC, en abril de 2011, ratificó ese curso y profundizó
así las coincidencias de fondo con el Vaticano.
Un análisis detallado de
esta cuestión puede leerse en el artículo “La crisis
terminal del «modelo cubano»”, de Marcelo Yunes,
publicado en Socialismo o Barbarie, revista, Nº 23,
febrero 2011. De allí extractamos el siguiente capítulo dedicado
especialmente al papel de la Iglesia en el proceso
restauracionista alentado por la burocracia del PCC. (SoB)
La
Iglesia Católica: restauración sin los gusanos… y con la
burocracia
La
síntesis más acabada de la estrategia de restauración del
capitalismo por una vía “pacífica”, no traumática,
que excluya las inevitables convulsiones políticas y
sociales de una intervención abierta de EEUU y que a la vez
se apoye sobre tendencias operantes hoy en la isla, incluida
la política de la burocracia, es la formulada por la
Iglesia. Un dirigente católico cubano Arturo Pérez Levy,
la expone en el principal artículo de la revista “Espacio
Laical”[1] de La Habana. Lleva el revelador título de “La
Casa Cuba; reconciliación, reforma económica y República”.
¿Cuál
es el objetivo declarado? “Reconciliar” a los cubanos
enfrentados, esto es, a la burocracia por un lado y a los
“enemigos del comunismo”, de dentro de la isla y de
fuera de ella (la “diáspora cubana”) del otro. ¿En qué
consiste la “novedad”. En que excluye a la gusanería
de Miami más enfeudada a la política exterior de EEUU
y busca un camino a la restauración que no excluya a la
burocracia castrista. Es una especie de
“contrarrevolución reformista” mucho más inteligente y
sutil (y por eso, con más posibilidad de éxito) que los
aullidos anticastristas de Miami.
Todo
el proyecto consiste en transformar a Cuba en una “república
moderna”, con una economía capitalista (que el autor
llama, pudorosamente, “economía mixta”), con
instituciones políticas clásicas de la democracia burguesa
y un (hipotético) rescate de lo que se pueda del “Estado
de bienestar”. Es un criterio sagaz, porque intenta no
enajenarse el favor de la mayoría del pueblo cubano, que no
tiene dudas en defender conquistas como el sistema educativo
y de salud.
Un modelo de realismo
contrarrevolucionario
El
punto de partida es un modelo de realismo
contrarrevolucionario: todos los futuros habitantes de
la “Casa Cuba” (metáfora de la reconciliación) deben
mostrar “tolerancia y resignación ante realidades que
van más allá de nuestra voluntad y con las que podemos o
no coincidir, pero debemos aceptar. (…) En Cuba ocurrió
una auténtica revolución y (…) no hay oportunidad
alguna de regreso al tipo de república que Batista destruyó
en 1952”. En una palabra, el proyecto de los gusanos de
Miami es inviable.
Claro
que acto seguido va el palo para la burocracia, porque entre
esas realidades incontrovertibles está el hecho de que
“cualquier proyecto de justicia social o ético necesita sustentarse
económicamente para ser más que una mera utopía”. A
buen entendedor, pocas palabras: el sistema económico
vigente hasta hoy en Cuba no tiene “sustento económico”.
Hay que volver al capitalismo. Lo interesante es que ahora
la propia burocracia suscribe la afirmación.
El
punto de la soberanía es innegociable para este
esquema de la Iglesia. Entre otras razones, porque sabe que
es también no negociable para la mayoría de los cubanos.
Esto es lo que le quita todo viso de realidad al gusanerío:
suponer que los cubanos van a aceptar volver a ser una
semicolonia explícita de EEUU como cuando Batista. Eso no
es posible ni realista. Como dice el autor, “la
reconciliación nacional, para ser tal, debe ser soberana,
lo que implica excluir cualquier concesión de principios a
los proyectos plattistas”, en referencia a la “Enmienda
Platt”, que imponía el tutelaje de Cuba por EEUU.
Por
eso, a la Iglesia tampoco le interesa comprometerse con el
bloqueo yanqui, una causa casi perdida incluso en EEUU.
Esa
“reforma profunda”, según la Iglesia, no puede
limitarse a la economía ni a cambios cosméticos. Pero todo
debe llevarse adelante con “consenso”, “diálogo” y
“negociación”, pues de lo que se trata a toda costa es
de evitar confrontaciones que desarrollen las
contradicciones y hagan salirse de madre un proceso que,
bien llevado, conduce al cambio definitivo de régimen.
Esto
significa no sólo que el proyecto político de los gusanos
de Miami no tiene margen, sino que sus demandas económicas
tampoco pueden ser atendidas… al menos en lo inmediato.
Además, éste es sólo uno de los varios planos en los que
hay que abocarse a la “reconciliación”, incluido, por
ejemplo, el crucial tema de la emigración.
Así,
la Iglesia toma distancia de las opciones “extremas” que
liquidarían ese tejido de consenso. Así condena que se use
“la retórica de los derechos humanos” para
imponer “la compensación a los antiguos dueños afectados
por nacionalizaciones después de 1959”. Este “es justo el
modelo a evitar”. En su papel de “mediadora” y “facilitadora”,
la Iglesia dice con claridad que una cosa es la vuelta al
capitalismo y otra distinta es devolver a los capitalistas
exiliados o sus descendientes los bienes expropiados por la
Revolución de 1959.
El régimen político
El
segundo eje, el de “República”, busca aquí sí sentar
las diferencias con la burocracia y es bien “ortodoxo”.
El esquema que debería adoptar Cuba, prudentemente, no es
llamado “democracia liberal”, sino “el modelo de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos”. ¿Por qué?
Porque “postula un estado democrático y de bienestar,
con gobierno de las mayorías y respeto por las minorías”
(ídem). Como se ve, ninguna mención al desagradable
capitalismo.
Este
“modelo” es preferible a “el comunismo, el
liberalismo clásico, el fascismo, y el fundamentalismo
islámico, entre otras ideologías”, porque “ninguna
expresa el consenso reconocido de toda la comunidad
internacional como estándares de civilización” (ídem).
nótese, otra vez, que entre los regímenes que carecen de
ese ecuménico consenso figura el “liberalismo clásico”,
como para contrapesar la balanza y mostrar que tampoco se
defienden las versiones más brutales del capitalismo, al
que, de paso, jamás se menciona por su nombre en
todo el documento.
Incluso
en este terreno, donde las distancias con el castrismo
parecen más grandes, hay espacio para mostrar que no hay
hostilidad manifiesta de la Iglesia sino una “disidencia
constructiva”. Esto, por supuesto, es lo contrario al
sistema clásico de “contrapesos” entre los poderes del
Estado, pero era necesario deslizar alguna palabra de
aliento a la burocracia. Al menos, para hacer más digerible
lo que sigue. Esto es, que a fin de “aliviar las tensiones
de la inevitable y próxima transferencia del poder estatal
a una nueva generación”, hay que desarrollar “una nueva
institucionalidad con separación, límites de edad y
mandato en los cargos supremos del Estado” (ídem). El
misil contra la gerontocracia vitalicia del PCC es harto
evidente.
Y
no teme ir a fondo con el núcleo de la “reforma política”,
que no excluye un guiño a la burocracia: “Debe debatirse
la posibilidad de un parlamento bicameral. En ese
tipo de sistema, la Cámara Alta anclaría el sistema político
contra cualquier cambio radical, mientras se liberalizan
los mecanismos de elección de la Cámara Baja, permitiendo
las campañas de candidatos con programas, primero a nivel
de circunscripción y luego a otros niveles” (ídem).
Transición ordenada al
capitalismo
El
tercer nudo de la propuesta es, dicho simplemente, una transición
ordenada al capitalismo que no deje a la burocracia en una
situación en la pierda todo (eso es lo inaceptable
riesgo del esquema de EEUU y sus gusanos), sino que, por el
contrario, le abra múltiples vías para reconvertirse
sin perder sus privilegios y posición dominante, como
lo hizo en los otros países (supuestamente) “socialistas”.
El
punto de partida de Pérez Levy al respecto es que es tan
impensable que los emigrados del 59 y posteriores pongan su
compensación como prioridad como imaginar que van a
renunciar a ella (con lo que se abre un canal de negociación
también para los gusanos “realistas”). Una forma de
solución que deje temporaria y relativamente satisfechas a
ambas partes es que “el actual gobierno cubano abra el
país a una sustancial inversión de los cubanos en el
exterior en coordinación con sus familiares y amigos en
la isla”.
A
decir verdad, toda la propuesta económica pivota
alrededor de la cuestión de la emigración. Y no es un
despropósito en absoluto. Las remesas no sólo son muy
significativas económicamente (ya vimos que la burocracia
cuenta con ellas para “capitalizar” a los futuros
cuentapropistas), sino que el peso social del
problema de las “familias divididas” es mucho mayor y más
extendido de lo que comúnmente se cree. no se trata ya de
las familias de los gusanos: con casi dos tercios de los
cubanos recibiendo remesas (e, indirectamente, viviendo de
ellas), la presión por dar alguna forma de solución al
problema será creciente.
Yendo
a las medidas relativas al interior de la economía cubana,
una vez más el tono parece de moderación equidistante, ya
que se sugiere “no adorar ni anatemizar la propiedad
privada, el mercado o el sector estatal”, lo que se
traduce en “crear una estructura socioeconómica sin
absoluta dependencia del Estado pero con garantías de
justicia social” (ídem).
Todo
lo cual suena ambiguo respecto de la estructura de
propiedad, pero enseguida se ponen los puntos sobre las íes
en cuanto a la relación entre Estado y mercado: “La
población cubana siente que el modelo económico vigente,
con una fuerte animadversión ideológica al mercado,
subutiliza las capacidades de desarrollo de la nación. Una
población educada y saludable, en parte gracias a la
Revolución, se siente privada de incentivos para mejorar su
futuro. Hay fuga de cerebros, alentada desde el exterior, y
desperdicio de cerebros (…) Pocas ideas han tenido un
consenso tan amplio entre los sectores patrióticos cubanos
como las actuales demandas a favor de una expansión de
los mecanismos de mercado en la economía cubana,
particularmente en la pequeña y mediana propiedad. Tal
posición es totalmente coherente con las experiencias de
desarrollo económico desde condiciones de subdesarrollo,
particularmente en el este de Asia, y los avances de la teoría
económica moderna” (ídem).
Adviértase
que entre los “sectores patrióticos” que admiten
un “amplio consenso” sobre el mercado, está en
primer lugar la burocracia castrista, expresado en los
“Lineamientos” votados en el VI Congreso del Partido
Comunista Cubano.
La
senda está trazada, y Pérez Levy se permite un nuevo guiño
a la burocracia: “Todas las evidencias de desarrollo tardío
exitoso, desde el Japón de la era Meiji hasta las actuales
experiencias de algunos países de América Latina, Taiwán,
Malasia, China y Vietnam demuestran que (…) la
estructura de incentivos creada por la propiedad privada
tiende a ser más eficiente que la administración
centralizada”. Es una Lección que, a juzgar por los
“Lineamientos” del VI Congreso, los Castro parecen haber
asimilado. La Iglesia les dice, sutilmente, que sigan el
ejemplo de China y Vietnam, donde los burócratas no sólo
mantuvieron sus privilegios, sino que se reconvirtieron en
millonarios.
Las
ventajas para la burocracia de un enfoque que pone tanto énfasis
en el control del conflicto están a la vista, aunque el
esquema, naturalmente, no carece de riesgos. Ahora bien: ¿por
qué la diáspora cubana de Miami debería adoptar este
esquema en vez de continuar su prédica histérica contra
los Castro? A primera vista, no harían más que fortalecer
objetiva y temporariamente al régimen con inversiones
sustanciales (que el PCC debe aceptar “con gesto pragmático
y patriótico”). Ocurre que el premio mayor no es hoy,
sino estratégico: los cubanos en el exterior, “si bien
disienten del comunismo”, al invertir pueden hacerlo
“guiados por patriotismo, interés económico o la
esperanza paciente de que un día los espacios de
liberalización económica se traduzcan en aperturas políticas”.
Un proyecto no traumático,
controlado por la burocracia
La
Iglesia tiene plena confianza en que un proceso no traumático,
incluso controlado por la burocracia (y entiende que es
mejor que sea así hoy), que desarrolle la lógica del
mercado en el marco de reformas que abren el juego político
y económico a las tendencias capitalistas, va a desembocar
inevitablemente en el reemplazo del régimen actual. ¿Cuál
va a ser el lugar allí de la actual burocracia castrista?
Esto es algo que se puede dejar para el futuro, y que quizá
no sea lo decisivo. Después de todo, ¿no son ex jerarcas
del PCUS (como Putin) quienes gobiernan Rusia, y jerarcas de
algo que todavía se llama “Partido Comunista” quienes
gobiernan China y Vietnam?
En
suma, “aunque la mayoría de la diáspora cubana no
respalda el proyecto político comunista, gran parte de ella
sí está dispuesta a propiciar diálogos con los actores
dominantes en la isla, y hasta a adoptar una actitud
amigable hacia reformas que incrementen la legitimidad
del actual liderazgo (es decir, los “Lineamientos”
del IV Congreso del PC), esperando pacíficamente que una
reforma económica, con estructuras de mercado abiertas a su
participación, redefina el destino de Cuba a largo plazo”
(ídem). Está a la vista que la milenaria paciencia
contrarrevolucionaria de la Santa Iglesia tiene tiempos
mucho menos urgentes que los de gusanos de Miami
desesperados por sus propiedades confiscadas o los de burócratas
del PC acorralados por una crisis terminal.
Nota:
1.–
"Espacio Laical", Nº 23, julio/septiembre 2010.
2.–
“Según la revista católica ‘Espacio Laical’ – La
relación Iglesia–Estado en Cuba ha dado un salto
cualitativo, por Gerardo Arreola, corresponsal en Cuba, La
Jornada, 13/03/2012
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