Paramilitar
para paramilitares
El señor de las
moscas
Por
Fernando Garavito
Equipo Nizkor - Human Rights - Serpaj Europa, 04/04/04
l
El
27 de febrero de 1997, los pobladores de Bijao del Cacarica, una
población perdida en el noroeste de Colombia, fueron invitados a un
partido de fútbol. Quienes los convocaron señalaron que la
asistencia era obligatoria. No hubo carteles, porque en esos sitios se
desconocen toda suerte de sofisticaciones, ni perifoneo, dado el mínimo
tamaño del casco urbano. Bastó "pasar la voz". Uno de los
equipos, el conformado por los miembros de las Autodefensas Unidas de
Colombia, se perfilaba como ganador. El otro, el de los soldados del
Ejército Nacional, buscaba de alguna manera salir avante del
compromiso. En medio del silencio sepulcral provocado por los
acontecimientos de los tres últimos días, los vecinos se reunieron
poco a poco bajo la sombra de los árboles. Fue entonces cuando los
equipos saltaron a la cancha. Alguien preguntó cómo podría
distinguirlos, si todos vestían el mismo uniforme y todos lucían la
misma facha feroz y llevaban terciados al hombro idénticos fusiles.
"Tiene que fijarse en el letrero del brazo derecho",
respondió otro. "Los que tienen letrero son de las AUC. Los
otros, del Ejército".
Tres
días atrás, en su oficina de la XVII Brigada, con sede en Carepa, el
general Rito Alejo del Río había puesto en marcha la "Operación
Génesis", contra el frente 57 de las FARC. Con el apoyo de
aviones provistos de bombas y ametralladoras, soldados y paramilitares
llegaron hombro a hombro a Bijao, quemaron casas, saquearon la población
y amenazaron de muerte a los vecinos. Por eso, cuando estos supieron
que habría un encuentro amistoso, pensaron que la ola de terror
comenzaba a ceder, y que los intrusos regresarían pronto a sus
cuarteles.
Una
vez reunidos, el árbitro hizo sonar su silbato. Cada uno de los
equipos ocupó su puesto estratégico en el terreno de juego.
Entonces, un ayudante trajo hasta el centro de la cancha una bolsa de
fique, y vació su contenido en un punto equidistante entre los
encargados de hacer el primer disparo. Los asistentes dejaron escapar
un grito de horror. El balón con el que jugarían los contendientes
era la cabeza de Marino López, uno de sus amigos.
Durante
largos minutos el único ruido que pudieron percibir los habitantes
fue el de las patadas que daban los jugadores contra el cráneo
destrozado. En medio del oprobioso sol de esa mañana interminable, el
equipo de las Autodefensas logró vencer dos veces la portería de su
adversario. Después del segundo gol el capitán del equipo vencedor
anunció que el balón había sacado la mano ("sacar la
mano" es una frase que se aplica en Colombia a lo que ya no
sirve), y que, por consiguiente, terminaba el partido.
Los
miembros del equipo del Ejército Nacional tuvieron que conformarse.
No les gustaba perder, pero el juego había sido limpio. El delantero,
que estuvo a punto de meter dos o tres goles, se disculpó con sus
compañeros. "El balón era pésimo", les dijo. "Ojalá
la próxima vez lo inflen antes del partido".
Luego,
los contendientes se abrazaron y salieron a emborracharse ala tienda
del pueblo. "Lo que es aquí no queda uno solo de esos
bandidos", anunció el jefe de las autodefensas. Y todos
aplaudieron.
Este,
claro está, es el guión necesario para una película de terror.
Porque, en realidad, lo que pasó fue mucho peor.
"El
27 de febrero estando allá en Bijao" -le cuenta a "Justicia
y Paz" uno de los testigos- "llega un grupo de paramilitares
y un militar, a eso de las 9:00 de la mañana. Marino López, me dice
'estoy con miedo, no sé si salir a Turbo'. Los paramilitares y también
militares rodearon todo el caserío. La gente ya había salido, unos más
arriba, otros a La Tapa. Nos juntaron a todos, nos amenazaron. A
Marino lo obligaron a bajar unos cocos. Él como con miedo, y nosotros
diciéndoles, 'ya nos vamos'. Marino les decía 'si fueron tres días
los que nos dieron', y dijo uno 'ustedes se van hoy'. Dos de los doce
militares tomaron a Marino. Luego de entregarles los cocos, él se
puso sus botas y su camisa, y les pidió sus documentos de identidad.
Uno de ellos dice: 'Ahora sí quiere el documento de identidad,
guerrillero. Reclámeselos a su madre". Y vuelven a acusarlo de
guerrillero. Él les dice: 'ustedes saben que yo no soy guerrillero'.
Lo insultan, lo golpean. Uno de los criminales coge un machete y le
corta el cuerpo. Marino intenta huir, se arroja al río, pero los
paramilitares, lo amenazan: 'si huye le va peor'. Marino regresa,
extiende su brazo izquierdo para salir del agua. Uno de los
paramilitares le mocha la cabeza con el machete. Luego le cortan los
brazos en dos, las dos piernas a la altura de las rodillas. Y empiezan
a jugar fútbol con su cabeza. Todas y todos lo vimos. Ya no había
nada más que decir, qué hablar. Todo estaba dicho. Endiablados, sin
ninguna fe, ninguna moral. Todo gris, el alma, el cielo, la tierra.
Todo se hizo silencio. Todo fue terror. El bombardeo del cuerpo, el
bombardeo del alma. La muerte se hizo un juego".
Ese
fue el comienzo del año de terror que vivió la región de Cacarica
en 1997. El 4 de abril, siguen los testimonios, un comando de
militares y paramilitares acantonados en Apartadó, le abrieron el
vientre a Daniel Pino delante de observadores internacionales que habían
llegado días antes a la zona para comprobar algunas denuncias
relacionadas con los atropellos a los derechos humanos. Tratando de
detener el derrame de sus intestinos, el campesino agonizó durante
una hora sin que nadie pudiera auxiliarlo.
El
28 de mayo del mismo año, militares y paramilitares (anoto que
repetiré cuantas veces sea necesario "militares y
paramilitares") le cortaron el cuero cabelludo a Edilberto Jiménez,
un vecino de Pavarandó, lo pasearon por el pueblo con el cráneo
cubierto de moscas y de jejenes, y lo remataron delante de la casa de
sus padres. El 15 de junio, en Bella Vista, Bojayá, militares y
paramilitares acuchillaron en el cuello a Wilmer Mena y luego le
cortaron los brazos. Y después, el 26 de noviembre, militares y
paramilitares sacaron de sus casas a Heriberto Areiza y a Ricaurte
Monroy, vecinos de La Balsita, les arrancaron los ojos y les llenaron
de ácidos las órbitas vacías.
Estos
son sólo algunos ejemplos del procedimiento y de los autores
materiales de la "Operación Génesis", ideada por el
general Del Río. Presionado por la comunidad internacional, el
gobierno de Andrés Pastrana lo llamó a calificar servicios. Pero en
Colombia esos hechos siempre quedan impunes. Poco tiempo después, Álvaro
Uribe, un político gris que quería llegar a la Presidencia de la República,
le dio el título de "Pacificador del Urabá" en un banquete
de desagravio. Y quedó como tal, y como tal se le conoce.
Pues
bien. El "Pacificador del Urabá" perdió su visa para
entrar a los Estados Unidos cuando el gobierno de ese país lo acusó
como sospechoso de narcotráfico y terrorismo. El pasado 12 de marzo,
en su habitual rueda de prensa, el Departamento de Estado anunció que
la medida se tomó "en 1999, por los cargos mencionados, bajo ley
de inmigración numerales 212 A3B y A2C".
En
la misma fecha, mediante una corresponsalía generada en Washington,
El Tiempo, de Bogotá, dio cuenta de algunos pormenores relacionados
con el caso. "El numeral A3B, que se cita en el caso Del Río
-explica el periódico- dice textualmente: 'Se le niega la visa a
cualquier extranjero que haya participado en actividades terroristas'.
El numeral A2C, el otro que se eleva contra el general (r) hace
referencia a cualquier persona que sea narcotraficante, haya
participado en el tráfico de drogas o haya colaborado en una
actividad relacionada con el narcotráfico. En el caso de terrorismo,
el Departamento de Estado se refiere a los cargos que pesaban en
contra de Del Río por la supuesta conformación de grupos
paramilitares cuando el general era comandante de la XVII Brigada,
entre 1995 y 1997, en el Urabá antioqueño, territorio en el que se
desarrolló un agudo enfrentamiento entre las autodefensas ilegales y
la guerrilla. Frente a este mismo caso la Fiscalía colombiana decidió
esta semana archivar los cargos contra Del Río por falta de méritos".
A
esta medida: la preclusión de todo procedimiento contra Del Río, es
a la que quisiera referirme.
II
Comencemos
por el comienzo. La avanzada militar y paramilitar contra las
comunidades del río Atrato formó parte del desplazamiento sistemático
al que han sido condenados millones de colombianos. En este caso
concreto, se trataba de desalojar a un frente guerrillero de las FARC,
asentado en la zona, y de entregar el dominio del territorio al
narcotráfico y a las empresas que le han servido de fachada para que
pueda presentarse en sociedad.
Para
quienes no estén familiarizados con la geografía de Colombia, sería
necesario decir que el río Atrato corre por una de las zonas más
ricas en biodiversidad en el mundo entero. Las corrientes de agua
dulce del Darién convierten a esa región en una envidiable reserva
para el futuro. No ha sido fácil lograr que las grandes corporaciones
se olviden de construir un nuevo canal interoceánico, que una al Pacífico
con el Atlántico sin las dolencias y quebrantos del canal de Panamá.
Se sabe, además, que allí hay reservas de uranio capaces de
abastecer a las grandes industrias durante décadas. Por todo ello,
los barones de la droga resolvieron que el territorio debía ser suyo
y que los habitantes tenían que salir. Desde que se conocieron los
primeros testimonios sobre la ofensiva, se supo que el Ejército y los
paramilitares iban juntos. Las comunidades no pudieron ofrecer ninguna
resistencia. Se trata de gentes indefensas, dedicadas a la agricultura
de pan coger y a la pesca, sin una economía consistente, sin
servicios de salud ni de educación adecuados, y sin forma alguna de
comercializar sus productos.
A
partir de los testimonios que se han conocido desde siempre y que se
han hecho públicos en los últimos días, me atrevería a decir que
la "Operación Génesis" sólo estuvo a cargo de ese oscuro
oficial que es el general Del Río, pero que fue concebida en más
altas instancias. Ignoro si alguno de los funcionarios encargados de
la investigación que se adelantó contra él, llegó a preguntarle
por el significado de la palabra "Génesis", porque, con
seguridad, de su respuesta habrían podido sacarse varias interesantes
conclusiones. Pero lo cierto es que Del Río fue el estratega de una
"operación de limpieza" alrededor de la cual se cometieron,
como mínimo, doscientos delitos de lesa humanidad que fueron
relacionados por las organizaciones de defensa de los derechos humanos
y presentados ante el funcionario encargado del caso el 22 de agosto
del año 2001.
Nada
de eso le mereció al fiscal general, señor Osorio, ni la más mínima
consideración. En la "Declaración Pública" que firmaron
67 instituciones y personas preocupadas por la denegación de justicia
que implica ese exabrupto, se lee que "se le rogó (a Osorio) que
asumiera la investigación dentro de los parámetros del derecho
internacional, pues era evidente que allí no se estaba frente a crímenes
aislados o fortuitos, sino frente a prácticas sistemáticas que
reproducían un mismo parámetro de agresión en diversos espacios y
tiempos, respondiendo a una estrategia o política que encontraba
respaldo, protección o tolerancia en agentes del Estado de diversas
ramas, categorías y jerarquías. El fiscal general se negó a
considerar siquiera si se aplicaban las tipificaciones penales
contempladas en el derecho internacional; se negó a decretar las
conexidades exigidas por la naturaleza misma de los crímenes y su
contexto; se negó a vincular a otros funcionarios cuyas conductas
activas u omisivas constituyeron condiciones de posibilidad
fundamentales de los crímenes denunciados; se negó a examinar el
papel que cumplieron las instituciones en el diseño, determinación,
facilitación y ejecución de los crímenes; se negó a enfocar la
investigación con el objetivo primordial de hacer cesar los efectos o
continuidades de las conductas criminales, como lo pide el Código de
Procedimiento Penal en uno de sus principios rectores (artículo 21) y
se negó a reconocer una parte civil en calidad de Actor Popular, que
invocó el artículo 45 del Código de Procedimiento Penal. Esta última
negativa, sin embargo, fue corregida por la Corte Constitucional al
revisar una sentencia de Acción de Tutela por denegación de justicia
(T-249/03), conceptuando en su sentencia de revisión que la búsqueda
de verdad y justicia frente a crímenes tan horrendos, legitima por sí
sola la constitución en Parte Civil como Actor Popular, sin necesidad
de probar daños patrimoniales".
Esa
es, a todas luces, una demostración palpable de algo ante lo cual la
comunidad internacional no puede cerrar los ojos. A lo largo de meses
se ha dicho con insistencia que el gobierno de Álvaro Uribe es cómplice
de la acción delictiva de los paramilitares, y se han alegado como
pruebas irrefutables el macabro diseño de la política de seguridad
democrática, los pretendidos diálogos de paz con Castaño y sus cómplices,
y el hecho de que las organizaciones del narcotráfico no hayan podido
ser desmanteladas y que cada día ocupen mayor espacio en la vida de
las comunidades. La gestión del gobierno favorece a la delincuencia
organizada. Esta semana recibí un mensaje estremecedor, que en pocas
palabras dice lo que todos quisiéramos decir. So pena de alargarme más
de la cuenta, transcribo el párrafo pertinente:
"La
Costa Atlántica y muy especialmente Córdoba, es una auténtica zona
de despeje paramilitar. Debería rebautizarse PARA-guay, con capital
PARA-guachón, con un río madre PARA-ná (en lugar de Magdalena). El
gobierno central ha dejado el control del orden público en manos de
los paracos, evidente en todas las ciudades y centros urbanos, por
pequeños que sean. Como en 'El Proceso', en Montería hay ojos y oídos
hasta en el mondongo. La troncal de occidente, desde San Juan hasta el
Bongo, de El Bongo a Corozal, el ramal de El Bongo a Magangué, y vías
aledañas, son cerradas al tráfico vehicular después de las siete de
la noche. Me tocó presenciar las caravanas de tres y cuatro súper
camionetas de vidrios polarizados volando a 130 km/h, que pasan por el
fortificado retén del Bongo, como Pedro por su casa. Son los
PARA-guayos que van de cacería. Todo obedece a un plan perfecto, pues
hace poco más de un mes Álvaro Uribe, en solemne ceremonia en
Sincelejo, dio vida a un programa de dotación con modernos sistemas
de comunicación con celulares de alta tecnología para que 'los
hacendados y ganaderos puedan intercomunicarse y mantenerse en
contacto con la fuerza pública en caso de situaciones sospechosas'.
El uso de la motosierra y el machete es generalizado para rematar a
campesinos 'presuntos'. (El domingo pasado en la noche, cerca de San
Onofre, los para-guayos dinamitaron una vivienda con una decena de
habitantes adentro, la mitad de ellos niños. Luego, los
trozaron)".
III
Ese
es el gobierno. Un gobierno represivo, aliado con la delincuencia común,
que pone los mecanismos jurídicos que se requieran al servicio de las
organizaciones del narcotráfico. En contra de lo que sostiene el
"comandante político" de los paramilitares, esta organización,
que en un comienzo fue el brazo armado de los barones de la droga, es
hoy el mayor cartel que opera en Colombia, y tiene ramificaciones en
el mundo entero. El 11 de febrero de este año, cuando Álvaro Uribe
adelantaba su fracasada gira por Europa, el presidente de Italia y su
primer ministro se negaron a recibirlo. El Quirinal ni siquiera
mencionó la reunión dentro de su agenda, y Berlusconi alegó tener
"otros compromisos". Pero la respuesta que se dio soto vocce
apunta al meollo del problema: las audiencias se cancelaron porque días
atrás, en un embarcadero del sur de Italia, las autoridades de Policía
habían decomisado un enorme cargamento de cocaína. ¿Su propietario?
Salvatore Mancuso, el "comandante militar" de las AUC,
aliado del gobierno de Uribe, y uno de los actores principales en las
conversaciones de paz que hoy se adelantan.
¡Conversaciones
de paz! En ese cascarón jurídico mentiroso bajo el cual se protege
Uribe, valdría la pena recordar que el Congreso de la República,
elegido en un 35 por ciento por los paramilitares, al prorrogar la
vigencia de la ley 418 de 1997 eliminó el reconocimiento previo del
status político de los grupos por fuera de la ley como requisito sine
qua non para entablar ese tipo de diálogos. Así pues, existe la
herramienta jurídica: los diálogos se cumplen dentro de un marco
legal aparente. Pero se trata de un marco legal espurio, propuesto por
un grupo de delincuentes para favorecer la acción irregular de otro
grupo de delincuentes. ¿O del mismo grupo de delincuentes? Porque las
noticias que se han conocido en los últimos días apuntan cada vez más
a demostrar que la organización que gobierna a Colombia es una sola,
cerrada y monolítica.
A
lo largo de meses, se ha repetido hasta la saciedad cuál ha sido el
procedimiento utilizado por la administración para entregarle el
poder sobre la comunidad a los asesinos de Castaño. En consecuencia,
no creo que sea necesario recordar lo que ocurrió en la Comuna 13 de
Medellín; o los términos del discurso de Uribe en septiembre del año
pasado, al darle posesión al nuevo comandante de la FAC; o la
obstrucción a la justicia por parte del fiscal general en la
investigación de la masacre de Chengue; o la entrega de los
expedientes contra el general Millán a la justicia penal militar; o
las reuniones que mantenían Mancuso y sus secuaces con Londoño y sus
secuaces en el Club El Nogal, etcétera, etcétera. Pero sí me parece
pertinente referirme a dos ejemplos de última hora.
Uno.
El pasado 15 de marzo, la Asociación Departamental de Usuarios
Campesinos del Arauca denunció que el ejército había presentado
"como un enfrentamiento con paramilitares" la masacre de
veinte labriegos en tres territorios de esa sección del país.
"Desmentimos esta versión -dice el comunicado-, pues lo que se
viene presentando en estas zonas son enfrentamientos entre el Ejército
Nacional y la insurgencia, el cual en medio de esta confrontación se
ha masacrado este gran número de civiles a nombre de la mascara
paramilitar". El procedimiento es clarísimo. El ejército no está
dispuesto a luchar contra sus aliados naturales, de modo que, una vez
decidido cuál es el nuevo territorio que debe despejarse para uso del
narcotráfico, lanza una ofensiva en la que las víctimas son aquellas
personas no involucradas de ninguna manera en el conflicto. Luego
presenta el resultado dentro de los parámetros que el país quiere oír.
"Muertos veinte paramilitares". "Dados de baja catorce
autodefensas". "Avanza la lucha contra el paramilitarismo".
¿Cuáles paramilitares? ¿Cuáles autodefensas? ¿Cuál lucha es la
que avanza? Porque lo que hay aquí es un disfraz burdo de la realidad
contante y sonante. El gobierno no está en manos de los
paramilitares: el gobierno es paramilitar. Paramilitar para
paramilitares. El presidente de la República es Castaño. Uribe
simplemente lo representa en las ceremonias oficiales. Porque, ya se
sabe, los asesinos de Castaño y los soldaditos de la patria comparten
lecho, mesa y habitación en varias regiones del país, y una de los
posibilidades de solución que contemplan los diálogos que se
adelantan en este momento, es el de integrar a los dos "ejércitos"
en un solo gran grupo de tropas regulares. Por fortuna, pensarán los
miembros del perfumado ghetto bogotano, porque, según ellos, Castaño
es el único que ha podido mostrar resultados tangibles contra la
guerrilla. Cocteles adentro, los atildados gentlemen del Jockey Club
lo consideran como el auténtico libertador del Urabá (Del Río es sólo
el "pacificador"), y el próximo salvador de Arauca y del
Chocó. Que Tirofijo y sus secuaces se tengan de atrás. ¿Acaso las
haciendas de Córdoba, entre ellas la de ese desvaído señor que vive
en la Casa de Nariño, no son un ejemplo de eficiencia, de producción
y de paisaje? ¿Acaso el Magdalena Medio no es hoy una tierra de paz?
No nos digamos mentiras: el "comandante" es el auténtico
presidente de la República, y sus estrategias militares causan
admiración entre unos generales que no han podido ganarle siquiera la
batalla al colesterol. Las legendarias batallas de La Rochela, La
Chinita, Chengue, Mapiripán y Mejor Esquina, forman parte no de un
prontuario sino de una gesta heroica, equiparable sólo a las de Atila
y sus exterminadores. Porque aquí también se trata de completar un
exterminio. ¿Para quién? ¿Contra quiénes? La respuesta que dan los
acontecimientos de cada día es inequívoca. Colombia agoniza en manos
de estos señoritingos y de estos asesinos. Y nadie, absolutamente
nadie, se inmuta. Rodeando con altos niveles de popularidad a un
mandatario inepto, los colombianos somos cómplices de nuestra propia
desgracia. Y, mientras tanto, la comunidad internacional se monta en
su invariable caballito de batalla: hay que luchar contra el
terrorismo. Pues bien, si hay que luchar contra el terrorismo, sepan
ustedes que en Colombia el terrorismo es un terrorismo de Estado, que
la agresión proviene de arriba, y que quienes invocan con voces
estridentes la solidaridad del mundo contra el salvajismo, son
precisamente los salvajes que asesinan, masacran, roban y desalojan.
Y
dos. En la impresionante grabación que transcribe Cambio esta semana,
de una conversación sostenida por el general Jaime Alberto Uscátegui,
principal acusado por la masacre de Mapiripán, se oye que el oficial
le dice a su interlocutor: "Se comprobó (en el juicio) una
cuestión que nosotros toda la vida hemos negado, que es el vínculo
de los militares con los paramilitares". Y luego cuenta que
dispone de trescientos documentos, sacados mediante técnicas
sofisticadas del computador del Batallón París. Leo: "Los
panfletos que entregaron las autodefensas en la masacre de Mapiripán
los hicieron en ese computador en el batallón París. Igual hicieron
con los panfletos que entregaron ocho meses después en Puerto Alvira,
que es un municipio de Mapiripán... Los reglamentos de las
Autodefensas Unidas de Colombia los hacían en ese computador. Por
ejemplo, cogían un reglamento de Régimen Disciplinario para las
Fuerzas Militares y le borraban donde decía Fuerzas Militares y le
colocaban 'Para los Miembros de las AUC'. En ese computador hicieron
una contraseña, un código de comunicaciones para el jefe de los
paramilitares que actuó allá (en Mapiripán), un cabo primero del Ejército,
retirado, que venía de Urabá. Los aviones que transportaron la carga
y los paramilitares salieron del aeropuerto Los Cedros en Urabá y del
aeropuerto de Necoclí. En uno venían paras y en otro venía la
carga. Las declaraciones de la Policía, que están allí escondidas
en el proceso, dicen que los paramilitares salieron escoltados por el
Ejército Nacional, o sea que el vínculo con los paramilitares no sólo
era en el Guaviare, sino que venía desde el Urabá antioqueño. ¡Berraquísimo!.
En ese computador también estaban las planillas de pago mensuales,
las nóminas de todo el frente Guaviare de las AUC, que eran 93
hombres y mujeres con los alias, sus cargos y lo que devengaban. Las
amenazas al fiscal Virgilio Hernández Castellanos diciéndole que
suspenda esa investigación, porque si no su árbol genealógico
desaparecerá del mapa. Amenazas a Alfonso Gómez Méndez tratándolo
de pícaro; a ganaderos; extorsiones a los Rodríguez Orejuela dándoles
las gracias por la plata que ellos les han dado. Mejor dicho, uno solo
de esos documentos sale a los medios y es un escándalo. ¿Qué hizo
la Móvil 2? Una operación gigantesca y aplastó a las FARC y colocó
un colchón de aire o de seguridad para que se salieran los paras.
Esto es gravísimo y es un secreto. Entonces el general Mora se quedó
azul y yo le dije: mire mi general, lo que yo le estoy diciendo es con
pruebas. ¿Qué cara van a poner los representantes de las FARC cuando
yo vaya a la Corte Suprema de Justicia y les diga: Vea, el Ejército
no sólo tiene vínculos, no sólo no los combatió, sino que combatió
a las FARC para que no golpearan a los paras por habérseles metido a
su territorio?".
"Uno
solo de esos documentos sale a los medios y es un escándalo",
dice Uscátegui. Pues bien, ya están, a medias, en manos de los
medios. El 20 de abril, cuando el ex oficial se presente a juicio, el
país podrá tener una visión más certera del cáncer que lo corroe.
Acá no hay una lucha entre tres actores de un conflicto que no nos
corresponde. Los actores son dos: el narcoparamilitarismo, que a
partir de Álvaro Uribe se alzó con todas las instancias del poder, y
la narcoguerrilla, que, claro está, también debe ser denunciada. La
trágica situación en la que agoniza Colombia, exige que al pan lo
llamemos pan, y al vino, vino. De pronto un absurdo jurídico, como el
de la absolución del señor Del Río, puede ayudar a que comience a
desenredarse el ovillo.
New
York, 04abr04
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