Colombia
1: la doctrina de la seguridad democrática
Militarizar
en nombre de la paz
Por
Carlos Gutiérrez Márquez (*)
Le Monde Diplomatique, noviembre 2004
El pasado 23 de
octubre la Comisión de Asuntos Constitucionales del Parlamento
colombiano aprobó por 24 votos contra 9 el proyecto de reforma
constitucional que permitiría la reelección del actual presidente Álvaro
Uribe Vélez, para la cual faltan el voto de la Cámara y la aprobación
dela Corte Constitucional. Uribe ha llevado a cabo una política de
militarización del país, de conciliación con los para militares y
confrontación con la guerrilla que hace de la paz -su principal
promesa de la primera campaña electoral y el más ferviente anhelo de
la población civil colombiana- una meta cada día más lejana.
Las secretas negociaciones entre el gobierno de Colombia y los
paramilitares encubren la readecuación de la ultraderecha en el país
y los preparativos de su probable impunidad. En el origen de la
formación de los para militares, que sustituyen a las Fuerzas Armadas
en el "trabajo sucio" represivo, y su acoplamiento con su
sostén económico, los narcotraficantes, se encuentra el núcleo de
intereses de grandes hacendados y de los miembros del establishment
político amenazados por el surgimiento de la insurgencia armada desde
los años sesenta.
Más de 30 empresas militares privadas (contratadas algunas por el
Departamento de Estado de Estados Unidos) participan en Colombia, bajo
la cobertura de la lucha contra el narcotráfico, en la lucha contra
las guerrillas de las Fuerzas Armadas-Revolucionarias de Colombia
(FARC) y del Ejército de Liberación Nacional (ELÑ).
Alrededor
de un millón y medio de personas manifestaron el pasado 12 de octubre
en toda Colombia contra la reelección del presidente Álvaro Uribe.
contra el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. contra la
pobreza y el desempleo. Se trató de la más importante expresión de
disconformidad con el Presidente en lo que va de su gestión. cuya política
represiva no trae la paz prometida en la campaña electoral.
"El
7 de agosto de 2006 no entregaré el poder a unas manos
blanditas". Esta fiase del presidente Álvaro Uribe V élez se
corresponde con la etapa que atraviesa Colombia: un creciente uso de
la fuerza como mecanismo para enfrentar a la insurgencia armada y
también a la oposición social y política.
Durante
su campaña electoml, el actual Presidente de los colombianos prometió
someter a la insurgencia en pocos meses e instalar la paz en el país.
Para lograrlo, puso en marcha la política de Seguridad Democrática,
que combina el fortalecimiento de las fuerzas armadas nacionales con
la militarización de la vida cotidiana de toda la población. Sin
ambages, enfatizó que "en Colombia todas las personas están
obligadas a apoyar militarmente al ejército", y las incitó a
conformar una red de apoyo activa de un millón de informantes y otra
de cooperantes; esta última integrada por desmovilizados de los
grupos paramilitares, los cuales gozan de una bonificación económica.
Se creó al mismo tiempo el programa Soldados Campesinos (que ha sido
compamdo con las "rondas campesinas" de la guerra sucia en
Perú), y se abrió el programa Guardabosques, al cual también han
sido incorporados miembros desmovilizados de los paramilitares.
Pero
esto fue sólo el aperitivo. Los dineros del Plan Colombia y el Plan
Patriota multiplicaron el poder, la tecnología y la capacidad
operativa de las fuerzas armadas.
Asesorados
por 400 oficiales estadounidenses en tierra y no menos de 200
"contratistas" (nombre que ahora se da a los mercenarios)
(1) en cuestiones aéreas y otras asesorías, se libran abiertas campañas
militares para controlar extensos territorios que se consideran
refugio de insurgentes. Al mismo tiempo, en una agenda diseñada para
recuperar la confianza perdida de la ciudadanía en las instituciones
públicas y en la' capacidad de sus fuerzas armadas -también para dar
respaldo a las decaídas economías regionales, sobre todo aquellas
que están ligadas al turismo-, se crearon programas como "Quiere
a Colombia, viaja por ella".
La
imagen: miles de soldados y decenas de tanques acompañando caravanas
de viajeros por las vías que llevan a sitios de recreo. Una disputa
del territorio a punta de pistola e ideología.
En
sus primeros 15 meses de gobierno (agosto 2002-octubre de 2003) el
Presidente apareció a diario en multitud de programas de televisión
y radio haciendo las veces de un ciudadano común, llamando a los
generales de las distintas divisiones para recibir su reporte de
guerra, visitando pequeñas y grandes ciudades, generando la idea de
un "nuevo poder". Su frase, "Hay que trabajar, trabajar
y trabajar", se hizo comidilla de cada día. De no ser por la
derrota política que sufrió su propuesta de referendo (2), hubiera
pasado por el máximo estadista de la historia en el país.
Desplazados,
desaparecidos y presos
Sin
embargo, a la par de sus iniciales éxitos -una guerrilla que se
repliega a sus cuarteles en la selva y que abandona sus
concentraciones de tropa para regresar a tácticas de guerrilla-, se
multiplica la presencia del paramilitarismo (Espinoza, pág. 14). Es
vox populi que en las zonas en disputa entre las tropas oficiales y
las insurgentes, junto a los retenes del ejército nacional, 300 ó
500 metros, más adelante, se encuentra uno paramilitar. y de su mano
el incremento demencial de muertos y desplazados. "Entre enero y
septiembre de 2003, fueron desplazadas forzadamente 175.270
personas". Aunque la cifra es inferior a la de años anteriores,
(3) los defensores de derechos humanos la explican entre otras razones
por el control que los paramilitares ejercen en ciertos poblados para
impedir que la gente salga o por las dificultades para llevar los
registros.
En
ese mismo periodo de 2003, "684 personas fueron víctimas de
desaparición forzada (..,) y entre junio de 2002 y mayo de 2003, 126
sindicalistas fueron asesinados o desaparecidos", según el mismo
informe. Un reflejo del intenso control territorial es la agravada
situación en las cárceles: en sólo seis meses (enero-junio de
2004), la población pasó de 62.074 detenidos a 66.892, es decir, se
incrementó a razón de 803 personas por mes, cifra muy superior a la
del primer semestre de 2002: 64 personas mensuales. A pesar de la
construcción de media docena de cárceles de alta seguridad, durante
la gestión de Uribe el hacinamiento que padecen los presos llega al
37%.
Como
en los peores tiempos de la Doctrina de la Seguridad Nacional, los
controles a la población se extienden, ahora de la mano de la red de
informantes que la propaganda oficial ya calcula en dos millones.
Cientos de acciones militares en pequeños o medianos poblados, con el
ojo puesto en los líderes sociales, ha llevado"a prisión entre
septiembre de 2002 y noviembre de .2003 a 5.657 personas, en redadas
masivas donde todos los detenidos son sindicados de guerrilleros o sus
auxiliares. Muchos son puestos en libertad pasados varios meses, al no
existir pruebas firmes para procesarlos.
Uno
de los casos más asombrosos fue el de 143 personas detenidas en un
solo operativo en el norteño departamento de Sucre. Tres meses después,
128 fueron puestas en libertad por falta de pruebas. Larespuesta del
Fiscal General de la Nación no se hizo esperar: amenazó con la
destitución al fiscal que llevaba el caso e inició una investigación
penal en su contra por supuesto delito de prevaricato. Simultáneamente,
la ministra de Defensa aseveró que recapturaria a los liberados.
Las
consecuencias para los acusados y sus familias son graves. En su mayoría
son hostigados y amenazados, debiendo dejar su vivienda y su región.
Últimamente se usa este procedimiento: los seleccionados a la
"pena de muerte" son sindicados como auxiliadores de la
guerrilla, se les encarcela y son presentados ante los medios de
comunicación; luego quedan libres por falta de pruebas, y son
asesinados a los pocos días. Sólo dos ejemplos: en septiembre de
este año, en la costera y caribeña ciudad de Barranquilla, fue
asesinado en esas circunstancias el sociólogo y agrónomo Alfredo
Correa de Andreis; y en la primera semana de octubre sufrió igual
suerte Ana Teresa Yarce, líder de la Comuna 13 de Medellín.
El
presidente Uribe y sus funcionarios buscan la aprobación de la
ciudadanía para este proceder Oficial y paraoficial. Ante el
cuestionamiento de estos inaceptables métodos y prácticas de control
social por parte de los defensores de derechos humanos, Uribe no dudó
en llamarlos "traficantes de derechos humanos y defensores de
intereses terroristas".
La
esperanza de paz
El
mayor anhelo de los colombianos es la paz, y no es para menos. Hace más
de 50 años que soportan la violencia oficial, la aparición de
multitud de agrupaciones guerrilleras, rurales y urbanas, en suma, una
guerra no declarada. El cansancio, tanto de los campesinos como de los
habitantes de las urbes, es inocultable, y el Presidente supo recoger
esa aspiración. Congregados a su alrededor todos los adversarios de
una solución política del conflicto, explotó la supuesta amplitud
del diálogo sostenido entre el gobierno de Andrés Pastrana y las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), y su ausencia de
logros tangibles, para prometer a los cuatro vientos que sometería a
la guerrilla en pocos meses, alcanzando así la paz.
No
es la primera vez que esa promesa se hace en Colombia. En 1965,
durante el gobierno de Guillermo León Valencia y con el Plan Lazo de
Estados Unidos, se pretendió acabar con lo que se conocía entonces
como "repúblicas independientes". Su desenlace: la
constitución de las FARC, hasta entonces llamadas Bloque Sur. En
1991, durante el gobierno de César Gaviria, su ministro de Defensa
Rafael Pardo prometió que en un año esas guerrillas estarían
terminadas.
El
ataque al cuartel central de las FARC (Casa Verde) el 9 de diciembre
de 1990 generó su posterior crecimiento y concentración de fuerzas,
tanto que capturaron más de 600 militares, algunos de ellos -los
oficiales- aún en su poder como prisioneros de guerra.
El
primero de los intentos por evidenciar la nueva actitud de combate del
gobierno de Uribe y la renovada capacidad militar de las fuerzas
armadas se dio el 5 de mayo de 2003, cuando el Presidente ordenó
rescatar a dos importantes secuestrados, un ex ministro de Defensa,
Gilberto Echeverri Mejía, y el gobernador del departamento de
Antioquia, Guillermo Gaviria Correa. Resultado: la muerte de los dos
cautivos.
El
segundo y más evidente de sus esfuerzos por mostrar que se puede
llevar a las FARC a la mesa de negociaciones en situación de
desventaja, todavía se prolonga: es el permanente intento de rescatar
a los agentes estadounidenses hechos prisioneros el 13 de febrero de
2003, cuando los guerrilleros derribaron su aeronave en el sur de
Colombia (4). Tras cerca de dos años de constantes ofensivas, todavía
no hay resultados positivos.
En
cambio, Uribe registra éxitos en las "conversaciones" con
los paramilitares. Sin ocultar sus preferencias el Presidente se empeña
en jugarse lo que le queda de prestigio en unas
"negociaciones" que prometen para finales del año 2005 su
total desmovilización.
Desde
un principio, muy pocos hicieron eco a este proceso, bien por lo
confuso de esos grupos, bien por desconfianza. El primer resultado
-unilateral- de tales "conversaciones" fue la desmovilización,
en octubre de 2003, del frente Cacique Nutibara, un grupo de un poco más
de 870 paramilitares que controla la ciudad de Medellín, capital del
departamento de Antioquia, en el noroeste del país.
Aunque
era evidente que los desmovilizados y concentrados en un centro
vacacional eran una mezcla de delincuentes comunes y milicianos
paramilitares, el gobierno desoyó las voces de alerta. En la última
semana del mes de septiembre pasado y después de que los mismos
paramilitares filtraran algunas de las discusiones que mantienen con
el gobierno, éste aceptó que lo habían engañado. Reconoció sin
ambivalencias que los principales miembros de ese grupo seguían en
armas en lo que se conoce como el frente "Héroes de
Granada".
Desmovilizados
y alzados en armas despliegan en esa ciudad un intenso plan de dominio
que tiene que ver con el control de barrios, cobro de
"vacunas" (impuestos) a los comerciantes e incluso a las
autoridades oficiales, eliminación de sus opositores, copamiento de
las juntas de Acción Comunal (organismos de participación y
representación barrial) y otros medios, en lo que ahora se conoce
como laboratorio de dominio y control social paraestatal, que se
extiende a todo el país.
La
identificación del Ejecutivo con este proceso (que se puede llamar
con justicia de legalización de los paramilitares), no dejó dudas
cuando autorizó la presencia de algunos de sus principales voceros en
el Parlamento Nacional (5). Son muchos los instrumentos legales que
Uribe perfecciona, con la paciencia de un artesano relojero, para
favorecer a los paramilitares. Primero aplazó por siete años la
vigencia del Estatuto de Roma; en consecuencia, hasta entonces la
Corte Penal Internacional no podrá juzgar a los criminales que no
hayan sido procesados por la justicia colombiana.
Reformó
la Ley 418 de 1997, que autorizaba al gobierno a negociar con grupos
armados que tuvieran status político. La reforma que promovió el
Presidente tan pronto como llegó al poder suprimió las palabras
"status político", justamente el impedimento para poder
negociar con los paramilitares.
En
agosto pasado expidió el Decreto 2767, mediante el cual otorga
"nuevos beneficios para desmovilizados y reincorporados a la vida
civil". Para completar, y ante el convencimiento de que sólo él
podrá obligar a la insurgencia a negociar sin condiciones, Uribe
propone su reelección, para cuya legalización hace tramitar en el
Congreso el pertinente proyecto.
Así,
la impunidad campeará en Colombia. Esta alteración de la legalidad,
que hace de la democracia un simple formalismo y del autoritarismo la
verdadera índole del Estado colombiano, es propuesta y auspiciada por
el propio Presidente, quien para crear un clima favorable a esa
situación, argumenta que si no se procede así nunca habrá paz. Pero
en este juego de conciliación con los paramilitares y confrontación
con las guerrillas, la paz es cada día más esquiva.
Notas:
(*)
Director de Le Monde Diplomatlque, edición Colombia.
1.-
El 9 de octubre pasado se conoció la decisión del Congreso
estadounidense de incrementar la presencia militar en Colombia. Pasarán
a 800 los oficiales, y los "contratistas" a 600.
2.-
El 25 de octubre de 2003 se realizó un referendo en el que, mediante
16 preguntas, se pretendía hacer aprobar toda la agenda pendiente con
el Fondo Monetario Internacional. El NO mayoritario resultó una
sorpresa que sumió en el silencio. por varias semanas, al Presidente
y su séquito.
3.-
"El año 2002 fue considerado el de mayor desplazamiento forzado
en Colombia desde 1985; fueron afectadas 412.553 personas, un promedio
de 1.144 por dla, 20% más que en el año inmediatamente anterlor.
Colombia ha contemplado desde 1985 el éxodo de 2,9 millones de sus
habitantes dentro del propio territorio, sin que el Estado haya
evitado su destierro ni aclarado la verdad de los hechos, impartido
justicia a los responsables y menos aun reparado a las victimas",
El embrujo autoritario, primer año de gobierno de Alvaro Uribe Vé/ez,
editado por la Plataforma Colombiana de Derechos Humanos, Democracia y
Desarrollo, septiembre de 2003.
4.-
Los agentes prisioneros de las FARC son Keith Stansell, Thomas Howes y
Marc Gonsalves.
5.-
A Instancias de legisladores afectos a los paramilitares y con el
beneplácito del presidente Uribe, tres de sus líderes -Mancuso,
Duque e Isaza- fueron recibidos en el Congreso el 28-7-04. Allí se
dijo de ellos que son héroes de la democracia y salvadores de media
República de las garras del comunismo; que la sociedad colombiana está
en deuda y que el sacrificio patriótico no se les puede pagar con cárcel.
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