Plan
Patriota y capitalismo mafioso
Por
René Báez
ALAI-AMLATINA,
Quito, 04/07/05
Enviado
por Correspondencia de Prensa, 05/07/05
El
Plan Colombia/IRA/Plan Patriota tiene una raíz poco explorada que se
relaciona con el creciente vigor del capitalismo mafioso a escala
planetaria. El fenómeno
alude a la expansión de negocios negros controlados por lo que Michel
Chossudovsky ha denominado organización transnacional del crimen (OTC),
negocios entre los que se cuentan el narcotráfico, el comercio
clandestino de armas, la trata internacional de prostitutas y
travestis, la compraventa de órganos vitales, la industria de la
"protección" y el secuestro, el juego clandestino, el
contrabando de materiales nucleares, el mercado clandestino de
divisas, la provisión de mercenarios, el coyotismo.
Se
estima que la OTC percibe ingresos anuales que se sitúan entre l.5 y
2 billones de dólares - aproximadamente la décima parte del PIB
mundial- que se "blanquean" sustantivamente en la banca
metropolitana y en sus agencias instaladas en los "paraísos
fiscales".
Un
producto de la financierización de la economía-mundo
El
capitalismo gansteril es producto del crecimiento desenfrenado del
capital financiero, cuya avidez de ganancias le ha llevado a desbordar
todos los diques legales y morales.
Su evolución exponencial ha venido asociada a la desregulación
de los flujos de capital, a la decadencia de los estados y a la
ruptura de las formas tradicionales de funcionamiento y acumulación
de las empresas.
El
investigador argentino Jorge Beinstein, en su ensayo titulado La gran
mutación del capitalismo (ALAI, 2000), ha rastreado el surgimiento y
diseminación de ese lumpencapitalismo, particularmente en lo que
concierne al rubro de las drogas psicoactivas.
En su estudio escribe: "La expansión mafiosa de los años
90 constituye un dato decisivo del proceso de globalización
neoliberal. Un indicador
claro de la misma es el tráfico de drogas cuyo ingreso anual mundial
era evaluado a mediados de esa década en unos 500 mil millones de dólares,
dicho monto ha estado aumentando de manera acelerada. Una estimación
conservadora situaría el nivel actual de ventas mundiales de drogas
en torno de los 700 mil millones de dólares".
Los países periféricos participan marginalmente del negocio.
Colombia, conocida como la principal nación proveedora de cocaína
a nivel mundial, percibe únicamente un 2-3 por ciento del gran pastel
del tráfico de estupefacientes; ingreso que, sin embargo, ha
permitido a la dirigencia de la hermana república sustentar una poco
presentable "narcodemocracia".
¿Cómo
explicar la dinámica de la narcoeconomía?
En cuanto a la demanda, raíz
íntima del narcotráfico, la cuestión es inequívoca: se sustenta
medularmente en las calles y bares de las megápolis primermundistas
(Los Angeles, Londres, Tokio, etc.).
El
control de la oferta, en cambio, es más complejo, aunque resulta
incuestionable que la cabeza del Leviatán se encuentra en las metrópolis
y, específicamente, en el "planeta financiero".
En su libro Drogas y narcotráfico en Colombia (Planeta, Bogotá,
200l), Alonso Salazar abunda en informaciones sobre el rol de los
poderosos e intocables sistemas bancarios de los países del G-8 en el
tráfico internacional de narcóticos de origen natural.
Dados
estos antecedentes, ¿cómo explicar que la cruzada contra las drogas
naturales se libre en países como los andinos y no en sus verdaderos
santuarios?
Plan
Patriota: máscara para el control social y territorial
Tres
aproximaciones no excluyentes sirven para responder a esa interrogación.
La
primera, referida a la necesidad del capitalismo mafioso de preservar
los siderales precios de las drogas restringiendo la oferta. El Plan
Colombia/IRA/Plan Patriota -o como quiera denominársele- tendría esa
teleología.
La
segunda tiene que ver con la confluencia de intereses - algunos
investigadores hablan de metástasis- del capitalismo delincuencial
con las gigantes corporaciones transnacionales y con el poder político
metropolitano. Una
simbiosis que apunta a profundizarse a la sombra de los TLCs que con
tanta fruición impulsan Washington y Wall Street en nuestro
subcontinente para el logro de inconfesables metas geopolíticas.
La
tercera se relacionaría con cierto pudor del establecimiento político
mundial que le conduce a exorcizar sus culpas en el protervo negocio
endosando la responsabilidad de las mismas a carteles tercermundistas
caídos en desgracia o a los náufragos de la mundialización del
capitalismo, como los campesinos e indígenas de los Andes.
Sectores sociales estos últimos tipificados por el Gran
Hermano y sus acólitos nativos como "criptoterroristas"
después del memorable 11 de septiembre del 2001.
(*) René Báez, International Writers Association
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