Candidaturas obreras
y paro nacional
El Socialista, No.
604, agosto/2005
Álvaro Uribe ha
iniciado su último año de gobierno. Una encuesta realizada por
catorce medios de comunicación obtuvo como resultado que el
presidente cuenta con una aceptación del 79,7%, lo que parece
inexplicable si se tiene en cuenta que no ha avanzado sustancialmente
en la solución de ninguno de los problemas estructurales del país:
la pobreza, calculada en más del 60% de la población con un 17% bajo
la línea de indigencia; el desempleo, que se resiste a bajar del 15%
de la población en capacidad de laborar; el problema agrario, que se
ha agravado con el desplazamiento forzado de más de tres millones de
campesinos y la concentración de la propiedad rural; la crisis
social, que se acentúa por los factores mencionados, el incremento de
las tarifas de los servicios públicos, y la limitación del acceso a
servicios esenciales como salud y educación; la persistencia de la
violencia y el conflicto armado a pesar de los ingentes recursos que
se han dedica-do a la llamada Seguridad Democrática; y una mayor
subordinación del país a los dictados del gobierno norteamericano y
los intereses de las transnacionales imperialistas. Algunos concluyen
que la población está subyugada por un "embrujo
autoritario", y que frente a la cruda realidad de la situación
del país siguen apostándole a alguien que represente la mano dura
que se necesita para imponer el "orden" así sea a costa de
la "libertad", ideas que figuran como emblema en el escudo
nacional.
Pero la explicación de
la relativa fortaleza de Uribe no es sicológica, sino política y
tiene que ver con la profunda crisis de dirección del movimiento
obrero y de masas.
Al poco tiempo de
acceder al gobierno Uribe convocó un referendo con el que pretendía
conseguir el aval popular para un paquetazo de contrarreformas económicas
y políticas. La unidad de la oposición logró impedir que la mayoría
del electorado asistiera a las urnas y el referendo se hundió.
Posteriormente asistimos a un incremento sostenido de las
movilizaciones de protesta que tuvo como hitos desde el Primero de
Mayo del 2004 hasta el Primero de Mayo del 2005, pasando por jornadas
de diversos sectores sindicales, como el magisterio, y populares, como
los indígenas. Pero este proceso de unidad en la acción no fue
potenciado hasta la realización de un Paro Nacional que afectara la
producción y paralizara las instituciones del Estado. Por esta razón
el gobierno se pudo jactar de que respetaba el libre derecho a la
protesta mientras ejecutaba el "Plan B", haciendo aprobar
las medidas derrotadas con el fracaso del referendo a través del
Parlamento, controlado de manera mayoritaria por el uribismo. Cuando
sus mayorías se dividen, insatisfechas con la repartición de
prebendas, no ha dudado en apelar a la oposición y lograr acuerdos
circunstanciales de mutua conveniencia, como fue el caso de la
aprobación de la Ley de Garantías Electorales, para la que contó
con el respaldo del Polo Democrático.
La alta dirección
sindical y popular -que, a partir de la campaña contra el referendo,
se diluyó en la Gran Coalición Democrática- se ha limitado a
programar de manera burocrática las jornadas de protesta, colocándolas
como simple mecanismo de presión al servicio de la oposición
parlamentaria que ha desplegado toda su energía, no ante las
asambleas sindicales o en la radicalización de la movilización
callejera, sino ante las cámaras de televisión. Con esta política
han pretendido capitalizar electoralmente el descontento popular, pero
el efecto ha sido el contrario: quien ha conservado su capi-tal
electoral es el gobierno, mientras la izquierda trata de unirse
alrededor de la figura pacífica de Carlos Gaviria, en lugar de
levantar el nombre de un luchador popular.
Gracias a esto, la
burguesía se ha podido dar el lujo de dirimir sus contradicciones en
el establo parlamentario y fraguar acuerdos políticos sin temer una
insurrección popular como las que han derribado gobiernos en Ecuador,
Argentina o Bolivia.
Al tiempo que la
dirección mantenía dispersas las luchas los trabajadores hemos
asistido impotentes a la liquidación de Telecom, Inravisión y Bancafé,
la desintegración de Ecopetrol, nuevos ataques contra la educación pública,
otra contrarreforma laboral y de pensiones, la quiebra de los
hospitales estatales, el alza desmedida de los servicios públicos, la
ex-tensión del Iva y nuevas cargas tributarias. En el terreno político,
se consolida el avance de la represión con la Seguridad Democrática,
el Plan Patriota y la legalización de los paramilitares. Por otra
parte el imperialismo también ha podido profundizar su intervención
a través del Plan Patriota, el incremento de la deuda externa y la
negociación del Tratado de Libre Comercio que Uribe pretende firmar
antes de diciembre.
La suma de estos golpes
ha tenido un efecto de demostración nefasto en la conciencia de
quienes quieren y necesitan luchar, cuya inconformidad ha sido
desviada hacia una campaña electoral de colaboración con la
patronal, mientras se deja al garete la lucha. Una confirmación de
ello es la convocatoria del Paro Nacional, anunciado para el 14 de
septiembre y ahora aplazado hasta el 12 de octubre, pues como lo
reconocen los propios convocantes no habido suficiente preparación. .
No obstante eso, los
sectores que nos negamos a rendirnos ante el "embrujo
autoritario" y señalamos como una traición la política de
concertación de los planes del gobierno, patrocinada por la alta
dirección sindical y popular -que la sigue proponiendo como
estrategia para el próximo Congreso de la CUT-, debemos persistir en
el llamado a la movilización y la lucha, al tiempo que impulsamos la
constitución de listas electorales y la selección de candidatos
entre quienes han encabezado la resistencia a los planes de Uribe.
Debemos organizar una campaña electoral que sirva tribuna para los
conflictos y proponga una salida de fondo a la profunda crisis económica,
política y social en que nos hundimos los trabajado-res y los pobres.
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