”El sur del país
va a explotar”
Por Constanza Vieira
Inter
Press Service (IPS), 01/08/05
Bogotá. Campesinos de
cuatro departamentos del centro y sur de Colombia anunciaron la creación
de un movimiento civil contra el Plan Patriota, la ofensiva militar
gubernamental financiada por Estados Unidos contra la guerrilla
izquierdista.
”El sur del país va
a explotar”, advirtió Héctor Torres, delegado de las 29 juntas de
acción comunal en la Comisión de Derechos Humanos del Bajo Ariari,
en el central departamento del Meta, en rueda de prensa en esta
capital.
”Con todas las
violaciones a los derechos humanos que está cometiendo el Estado
colombiano, las comunidades decidimos que no debemos quedarnos
calladas”, dijo Luis Antonio Valencia, del selvático Caguán en el
departamento del Caquetá, al sur del Meta.
En una declaración
divulgada el viernes por comunidades de los departamentos de Caquetá,
Guaviare, Meta y Putumayo, los campesinos señalan a la insurgencia de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y a sus
enemigos, los ultraderechistas paramilitares, de sembrar minas
antipersonal, violando el derecho internacional humanitario.
”Debemos defender
nuestra tierra y pronunciarnos ante las organizaciones sociales y los
organismos nacionales e internacionales. Por eso nos unimos las 131
juntas de acción comunal y los gremios regionales del municipio” de
Cartagena del Chairá, departamento de Caquetá, que se niegan a
abandonar sus fincas a pesar de la presión militar, agregó Valencia.
La propuesta es ”un
movimiento nacional, campesino, que vaya encaminado a defender a los
campesinos del sur del país del famoso Plan Colombia (antidrogas),
del Plan Patriota (contrainsurgente) y de la injerencia norteamericana
(estadounidense) en nuestros asuntos internos”, afirma un líder
local en un video aficionado elaborado por las juntas de acción
comunal de Cartagena del Chairá.
La declaración acusa a
la fuerza pública de ”detenciones arbitrarias, desapariciones
forzadas, torturas, tratos inhumanos degradantes, maltrato verbal y
ejecuciones extrajudiciales”, entre otros actos.
El movimiento contra el
Plan Patriota fue lanzado con testimonios directos de víctimas,
simultáneamente en Bogotá y en Florencia, capital del Caquetá, y en
medio de una marcha en el parque central de Cartagena del Chairá,
cabecera militarizada de ese extenso municipio.
Según los delegados
del Chairá, el ejército advirtió contra la marcha mediante volantes
sin firma.
”Campesinos, si
ustedes salen a la marcha es porque se están dejando utilizar de la
guerrilla, para ellos llevar a cabo diferentes atentados terroristas
(sic)”, afirma el texto y advierte sobre las ”consecuencias que la
marcha les puede traer”.
El Plan Patriota es el
mayor esfuerzo contrainsurgente emprendido por gobierno alguno en la
historia de la longeva guerra colombiana, y se distingue de campañas
anteriores por su duración, lleva 16 meses, y porque no se dan al público
muchos detalles sobre el mismo.
No es poca cosa
anunciar una oposición activa al Plan cuando las FARC parecen haber
puesto fin a su aparente evaporación de más de dos años, y cuando
se habita en esos escenarios de rala presencia estatal y engorroso
acceso para la prensa.
Las FARC han reactivado
el asesinato de concejales (ediles municipales) en sus regiones de
influencia en el sur, y en julio lograron paralizar el Putumayo
saboteando carreteras y el suministro eléctrico. La ofensiva
guerrillera generó una crisis que obligó al gobierno a enviar ayuda
humanitaria.
El sabotaje de las FARC
estaría comenzando a ser superado este lunes, dijo a IPS el experto
en temas militares Alfredo Rangel, director de la no gubernamental
Fundación Seguridad y Democracia.
Debido al bloqueo, sólo
llegaron a Bogotá cuatro de los 70 campesinos putumayenses enviados a
respaldar el movimiento contra el Plan Patriota.
Con este Plan, el
gobierno busca debilitar a las FARC con el fin de lograr una correlación
favorable en caso de una hipotética negociación de paz.
”Nunca habrá solución
militar al problema interno colombiano. Eso requerirá una reforma política
sostenida”, reconoció en octubre de 2004 al diario ecuatoriano El
Comercio el general James Hill, antes de abandonar la jefatura del
Comando Sur del ejército estadounidense, con jurisdicción sobre América
Central y del Sur.
Colombia es el tercer
país con mayor asistencia militar estadounidense después de Israel y
Egipto.
El Plan Patriota
concentra a 18.000 efectivos apoyados por las fuerzas aérea y naval,
y su centro de operaciones es la base de Tres Esquinas, en el Meta,
fuertemente restringida para la prensa, con alta tecnología de
inteligencia y personal militar estadounidenses.
El Plan comenzó ”con
un ataque sobre áreas rurales donde residen los campesinos locales
que apoyan a las FARC”, dijo Hill al admitir la existencia de la
operación, a mediados de 2004.
El gobierno parte del
supuesto de que la retaguardia de las FARC está en los cuatro
departamentos que, con unos 260.000 kilómetros cuadrados, suman casi
la cuarta parte del territorio colombiano.
El Plan prevé que el
ejército ecuatoriano sirva de barrera fronteriza o ”yunque” (en términos
militares) contra la guerrilla.
El Banco de Datos del
jesuita Centro de Investigación y Educación Popular presentó el
viernes una lista de 594 actos de agresión contra civiles en el marco
del Plan Patriota cometidos en Cartagena del Chairá entre enero de
2004 y el 5 de julio de este año.
La organización
responsabiliza en 579 casos al Estado, en 10 a las FARC, en uno a
ambos actores y deja cuatro casos sin claridad sobre la autoría.
Las autoridades esperan
apresar o dar muerte a algún ”pez gordo” de las FARC, con el fin
de generar impacto psicológico y reforzar la política de
”seguridad democrática” del presidente Álvaro Uribe.
El mandatario busca que
toda la sociedad se alce contra los ”terroristas”, como califica a
la guerrilla rural surgida en 1964 en respuesta a otra campaña con
asistencia estadounidense, el Plan LASO (por Latin American Security
Operation), que enfiló baterías contra sectores campesinos.
Así, se habilita el
pago de informantes civiles y se mantienen unidades de soldados
campesinos reclutados en la propia región para golpear más
eficazmente a la guerrilla, cuyos miembros suelen provenir de las
comunidades.
A su vez, el Plan
Colombia fue diseñado con el Departamento de Estado estadounidense
para asegurar la continuidad de la producción petrolera y combatir
los cultivos de coca, materia prima de la cocaína, cuyo comercio
resulta estratégico para las finanzas de las FARC.
El Plan Colombia continúa
con costosas campañas de fumigación aérea sobre plantaciones de
coca, utilizando una mezcla de químicos producidos por empresas
estadounidenses, como la gigante Monsanto.
En 2003, otras 16
empresas de Estados Unidos recibieron contratos por más de 150
millones de dólares en el marco del Plan Colombia, afirma Ricardo
Vargas, director de Acción Andina e investigador asociado del
Instituto Transnacional, con sede en Ámsterdam, en su libro
”Narcotráfico, guerra y política antidrogas”, publicado a
mediados de julio.
Las fumigaciones son
acompañadas de cinco helicópteros artillados en plan de combate, y
muchas veces hay desembarco de tropas en las fincas de los campesinos,
que además denuncian la destrucción sistemática de sus cultivos de
alimentos.
En el Caguán, según
constató IPS en un viaje realizado en marzo, los militares se
comportan como ejército de ocupación y tratan a la población como
enemiga potencial.
La guerrilla obstruye
incluso la misión médica y desconfía de alternativas legales de
sustento para los campesinos, promovidas por organizaciones civiles.
Desde septiembre, los
narcotraficantes dejaron de comprar pasta base (primera fase de
elaboración de la cocaína) en el Caguán, el dinero circula cada vez
menos y la mayoría de los cocaleros se marcharon a establecer
sembrados a otras regiones de Colombia.
Permanecen en la zona
sobre todo campesinos que, si bien sembraron coca en tiempos de
bonanza, no llegaron a la región atraídos por ese cultivo ilegal.
La declaración
manifiesta alarma ante la ”hambruna” por las fumigaciones y el
bloqueo de alimentos, y señala también las barreras al paso de
medicinas y de personal médico, la restricción a la libre locomoción
y la ”constante acusación” de complicidad con la guerrilla a los
habitantes de los cuatro departamentos.
Los campesinos pidieron
a la Organización de las Naciones Unidas una verificación de sus
denuncias y una ”recomendación urgente” al gobierno.
Habrá marchas sobre la
capital ”si no hay solidaridad nacional” con los reclamos, dijo el
campesino Torres, sin dar más detalles.
”¡Y no nos vayan a
llamar cocaleros porque no lo somos!”, advirtió enérgico a los
periodistas.
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