La
verdad sobre la reelección de Uribe se encuentra en la marginalización
de la pobreza y el crecimiento de la Izquierda
La
victoria de la abstención en Colombia
Por
Dan Feder
The Narco News Bulletin, 28/06/06
Bogotá: Durante los
últimos cuatro años, algunos corresponsales que informan a la opinión
pública de Estados Unidos y de otros lugares del mundo, desde Bogotá,
no han hecho más que efusivas afirmaciones sobre la sorprendente
popularidad del presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, entre la
gente. Por primera vez, según el mito, los colombianos ven a su
presidente trabajando día y noche, incansablemente, para mejorar sus
vidas. Así lo caracteriza el siguiente aparte tomado de un artículo
publicado en el Boston Globe, publicado en las vísperas de las
elecciones:
“El intenso e
inquebrantable presidente colombiano Álvaro Uribe no vacila en llamar
a los celulares de sus asistentes, ya sea antes del amanecer cuando se
le ocurre alguna idea genial, o los domingos, cuando necesita ayuda
para resolver una duda, durante sus consejos comunitarios.
“Su apasionado y práctico
método para asumir el mando en el país, lo ha ayudado drásticamente
a mejorar la seguridad y a impulsar el crecimiento de la economía en
este país devastado por la guerra lo que le ha dado una ventaja para
ganar la reelección mañana… Pero Uribe, el presidente colombiano más
popular de quien se haya tenido memoria, enfrentará las enormes
expectativas en una segunda gestión.
“El sentimiento
popular está, seguramente, de lado del presidente de 53 años. En su
última reunión con simpatizantes de su campaña en la capital del país,
el pasado viernes, la plaza principal de la ciudad estaba llena de
banderas y partidarios que lo estimulaban gritando la consigna «¡Adelante,
presidente!»
Después de su cómoda
victoria del domingo, ésta semana Colombia se prepara para cuatro años
bajo el mando de Álvaro Uribe, el presidente que ha hecho de Colombia
una isla de servilismo a Estados Unidos, mientras gran parte de América
Latina se inclina lentamente hacia alternativas políticas más
soberanas, populares y democráticas. Uribe va a continuar en el poder
con uno de los mandatos populares más pequeños de la región. La
figura que realmente encabezó los resultados de las elecciones en el
2006, que no ocupó ningún titular en los medios comerciales – pero
que continúa dominando la escena política, es el desencanto con el
sistema.
La izquierda– que
alguna vez fuera un ente que no tenía mucha incidencia dentro de la
esfera política institucional colombiana– demostró que se está
convirtiendo en una fuerza importante, que finalmente ha logrado
ensombrecer al Partido Liberal, que por mucho tiempo se consideró
como la única oposición contundente a las tendencias políticas
conservadoras en el país. Esto no fue un mero golpe de suerte, sino
el resultado de años de trabajo duro en que se ha unificado a varias
facciones de la izquierda y se ha logrado ganar lentamente la
confianza que se había desgastado luego de tantos años de guerra y
represión.
De hecho, en el 2002,
Luís Eduardo Garzón se postuló como candidato a la presidencia de
una nueva coalición de izquierda llamada Polo Democrático
Independiente (PDI), recibiendo sólo el seis por ciento de las
votaciones. No obstante, al año siguiente, el ganó en las elecciones
para asumir la alcaldía de Bogotá y otros candidatos del PDI también
ganaron las elecciones para asumir ese cargo en otras ciudades. Estos
fueron los primeros resultados contundentes conseguidos por la
izquierda, desde la masacre contra el partido de izquierda colombiano,
conocido como Unión Patriótica (UP) – muchos de sus más
importantes candidatos a cargos públicos, junto con activistas,
fueron asesinados –, desde mediados de los años 80 hasta principios
de los 90. En las elecciones para el congreso que tuvieron lugar en
Marzo de este año, Gustavo Petro –un “radical” congresista del
PDI y ex guerrillero del M–19 –considerado como uno de las figuras
más populares de la Cámara de Representantes del Congreso de la República,
se postuló como candidato para el Senado y recibió un número más
alto de votos que cualquiera de sus otros competidores. Ahora, un
reconocido promotor de las reformas a las políticas de drogas en
Colombia, Carlos Gaviria, ha recibido la cantidad verdaderamente sin
precedentes de 2.6 millones de votos, o 22 por ciento, como candidato
a la presidencia del reorganizado PDI, bajo el nombre de Polo Democrático
Alternativo (PDA).
Entre tanto, a pesar
del supuesto entusiasmo sin precedentes por el presidente y su
reelección, una relativamente pequeña de la población colombiana
arrojó votos para Uribe. De acuerdo con las últimas mediciones
realizadas por las autoridades electorales en Colombia, sólo concurrió
a las urnas un deprimente 43% de electores (el punto de los
“electores” también es bastante discutible, pues muchos de ellos
fueron rechazados en los puestos de votación por una u otra razón
burocrática, aunque no haya ninguna cifra concreta con respecto a
cuantos fueron afectados).
Comparen esto con el
69.2% de la concurrencia a las urnas para el referendo revocatorio a
la presidencia de Venezuela en el 2004. O con el 77.21% de los españoles
que –meses antes, en ese mismo año– votó en las elecciones
generales donde ganó el Partido Socialista. O con el 83.6% de los
italianos que, recientemente, fueron a las urnas para elegir a la
izquierda, en las elecciones generales de su país (aunque ganó por
un margen muy pequeño). Incluso en México y los Estados Unidos
–dos naciones caracterizadas por su apatía electoral– los
candidatos llegaron a cubrir más del 60% de los votantes en cada uno
de estos países, que participaron en las elecciones del 2000 y el
2004, respectivamente.
El apoyo al
presidente derechista Uribe, luce cada vez menos contundente en
comparación a los de mandatarios, o posibles mandatarios, de los países
vecinos:
Peru, 2006: 88.71%
arrojado en la primera vuelta, con el candidato
izquierdista–nacionalista Ollanta Humala, a la cabeza.
Chile, 2006: 87.12%
arrojado en la segunda vuelta. Gana la candidata centro–izquierdista
Michelle Bachelet.
Bolivia, 2005: 84.5%
arrojado en las últimas elecciones. Gana el candidato izquierdista
Evo Morales.
Uruguay, 2005: 88.29%
arrojado. Gana el candidato centro–izquierdista Tabaré Vásquez
Panamá, 2004: 76.90%
arrojado. Gana el candidato centro–izquierdista Martín Torrijos
Espino.
Argentina, 2003:
77.53% arrojado. Gana el candidato centro–izquierdista Nestor
Kirchner.
Brazil, 2002: 79.5%
arrojado. Gana el candidato izquierdista Lula Da Silva.
Ecuador, 2002: 71.21%
arrojado por el candidato izquierdista–nacionalista (en ese entonces
apoyada por las oganizaciones indígenas), Lucio Gutiérrez.
Y bueno, todos estos
países tienen leyes que obligan a votar, mientras que en Colombia (al
igual que en México, Estados Unidos, Italia y España) no hay tales.
No obstante, en casi todas estas elecciones obligatorias, la
concurrencia a las urnas fue, sorprendentemente, aún más alta de lo
normal, pues los electores sintieron, o bien que existía la
posibilidad de un cambio para bien en el sistema, o que bien iba a
haber un ataque contra ese sistema que querían defender. Cualquiera
que sea la opinión que se tenga sobre las leyes que obligan a votar,
los líderes de los países anteriormente mencionados pueden hacer
afirmaciones mucho más creíbles que las de Uribe, sobre el hecho de
que los votos que los pusieron en el poder fueron los de una amplia
mayoría.
Entonces, ¿que pasó
con las masas de colombianos que, supuestamente, por primera vez han
tenido fe en su gobierno? ¿Que se sienten protegidos y a salvo, como
nunca antes? En comparación con las elecciones del 2002 – cuando
ganó su primer mandato –, Uribe sólo obtuvo esta vez alrededor de
1.3 millones más de votos, en un país de casi 46 millones de
habitantes. Puede ser que algún día Colombia tenga un candidato que
inspire a la gente a involucrarse nuevamente en los procesos
electorales, creyendo que votar puede marcar una diferencia en sus
vidas. Pero Uribe no es ese candidato.
El
panorama visto desde los barrios bajos
“Aquí la gente no
vota”, me dijo Roberto Camacho –una de las millones de personas
que viven en los barrios más pobres que se encuentran en las afueras
de Bogotá– en la sala de su casa, al día de las elecciones. “El
presidente es sólo de los ricos. Los candidatos hablan de los pobres
en sus campañas, pero una vez asumen sus cargos ellos se olvidan de
todo lo que tiene que ver con nosotros.”
Diez años antes, la
violencia provocada por la actual guerra civil que vive Colombia, forzó
a Camacho a salir de su finca – ubicada en una zona rural de Chocó,
uno de los departamentos más pobres del país, pese a sus tierras fértiles
y a que cuenta con el status que lo cataloga como uno de los lugares
con más biodiversidad en todo el planeta. No obstante, Camacho tuvo
que huir de allí, y pronto se convirtió en uno de los primeros
afrocolombianos que ocupó los cerros de la “Comuna 4”, un
empobrecido sector de la localidad de Soacha, ubicada al sur, en las
afueras de Bogotá. Hoy, 64.000 personas habitan viviendas construidas
ilegalmente o en casas de lata, situadas en los lados de estos cerros;
el 80% de ellas, dice Camacho, son desplazadas, al igual que él. Son
refugiadas en su propio país.
En las últimas décadas,
Colombia se ha convertido en uno de los países más urbanizados del
mundo. Desde 1996 –el año en que Camacho huyó de su finca para
venir a Bogotá –, anualmente hay más de 100.000 desplazados dentro
del país, y desde entonces este numero no ha bajado. El peor año de
todos fue el 2002, cuando Uribe fue reelegido la primera vez y cuando
se unieron a las filas de los refugiados internos, 413.000 personas,
según datos de la Consultoría para los Derechos Humanos y el
Desplazamiento (CODHES). La cifra ha bajado desde entonces, pero la
gestión de Uribe realmente no ha podido mostrar una mejora general en
cuanto al problema del desplazamiento.
Como Sean Donahue
informó el año pasado, a mediados de los noventa se inició una década
de masacres en el lugar de origen de Camacho: el Chocó. Allí,
poderosos intereses económicos comenzaron a apoderarse de las
tierras. Cuando el Plan Colombia dio su puntapié inicial en el 2002,
y una intensa campaña de fumigación impulsó la producción de la
coca – en pequeña escala – afuera de los departamentos del sur
del país, las tierras vírgenes del Chocó atrajeron a muchos
campesinos cocaleros desplazados, seguidos hasta allí por la brutal
guerra contra las drogas impuesta por los Estados Unidos. Ahora
–asegura Camacho, junto con otros chocoanos que viven en el
barrio– están comenzando a llegar personas provenientes de las
selvas del Chocó, huyendo de las fumigaciones, así como de otras
manifestaciones de la guerra contra las drogas.
Estas personas
desplazadas por la guerra, se suman a aquellas que se encuentran
desplazadas por la pobreza, viéndose obligadas a buscar trabajo en
las ciudades, al igual que sus hermanos de toda América Latina, pues
las políticas económicas de Uribe y sus predecesores hacen que sea
cada vez más y más duro sobrevivir como un pequeño agricultor. La
mayor parte del tiempo, el desplazamiento a las ciudades no termina en
ellas, pues la violencia paramilitar también existe allí. A esto se
suma el status ilegal de las casas donde los desplazados se ven
obligados a vivir. Una vez llegan a los focos de refugiados como Bogotá
y Medellín, los habitantes de los barrios bajos continúan huyendo de
un barrio a otro.
Mucha de la abstención
que se dio en las pasadas elecciones – lamentada por los medios
masivos que parecieron no entender tanta apatía frente a una elcción
“histórica”– tuvo lugar en lugares como Soacha. Uno puede vivir
en Bogotá por años, sin ver tales comunidades marginales; la
peculiar geografía de la capital las esconde tras cerros y árboles.
Los barrios pobres del sur se convirtieron, simplemente, en un ente
borrosos y desconocido: el Sur, allí donde todas las cosas malas
suceden.
En medio de tal
marginalización, cada vez más y más gente nota que la
“democracia” en Colombia parece ser irrelevante. ¿Qué importa
tal democracia pregunta Camacho–, si diez años después de que la
guerra llevada a cabo por el gobierno lo obligara a salir de sus
tierra, todavía no puede volver sin que sea asesinado? Ningún
candidato presidencial ha venido alguna vez a la Comuna 4 para hablar
con la gente, dice Camacho. Caminamos hasta un puesto de votación que
quedaba a pocos pasos de su casa. La verdad es que la mayoría de la
gente parecía tener poco interés en ir a votar; las largas filas
para ello – que mostraban, en vivo, los noticieros de televisión,
desde el centro y en los barrios de clase media y alta de la ciudad
– no se veían por ninguna parte.
Muchos han dicho que
pese a que la concurrencia en las urnas fue baja, las encuestas de
opinión pública han mostrado constantemente durante los últimos
cuatro años que más de la mitad del país apoya a Uribe, lo que
supuestamente quiere decir que los resultados de las pasadas
elecciones sí reflejan de la voluntad popular. Ciertamente, una parte
enorme de la población apoya al presidente. La violencia política
continúa desarrollándose, sin parar, en las zonas rurales, donde el
año pasado tuvieron lugar más ataques particulares que nunca, por
parte de los paramilitares. No obstante, las estadísticas de actos
criminales, especialmente asesinato y secuestro, has disminuido en la
mayor parte del país. Algunas de las más importantes carreteras –
que alguna vez fueron blancos de la guerrilla y atacadas por
delincuentes comunes – están siendo custodiadas por soldados y
equipos de artillería, y se considera que nuevamente son seguras para
viajar.
Pero las encuestas no
cuentan la historia completa. La misma marginalización que desanimó
a la gente para votar, mantuvo invisible su manera de pensar, frente a
los encuestadores. Alfredo Molano, uno de los más importantes
periodistas e intelectuales de Colombia, le dijo a Narco News en el
2004:
“…en términos de
encuestas de opinión, tiene gran apoyo. Las encuestas de opinión en
Colombia son encuestas telefónicas, de unas mil o mil quinientas
personas en ciertas ciudades.. en ciudades grandes como Bogotá y
ciudades medianas como Villavicencio. Pero todas son hechas por teléfono.
En primer lugar, ya entenderás que hay una gran parte de la población
que queda fuera de las encuestas. En Colombia hay siete millones de líneas
telefónicas. Y hay, digamos, cuarenta millones de habitantes.
Entonces hay un grandísimo porcentaje, setenta por ciento, que no
participa en esas encuestas y nunca le han preguntado y nunca le van a
preguntar.
“… Otro elemento
que hace pensar que de todas maneras hay un gran sesgo estadístico en
las entrevistas. Hay otro elemento. Cuando a la gente le preguntan, ¿Ud.
está de acuerdo?... Llaman anónimamente, porque la gente no sabe que
puede ser la encuestadora Gallup, por ejemplo. Entonces, le preguntas
¿a ti te gusta Uribe? La gente tiene miedo de decir, no, no me gusta,
porque finalmente puede ser una trampa. Lo misma pasa con el ejercito.
Si a mí me llaman y me preguntan ¿estás de acuerdo con el ejercito?
por teléfono, está bien pesado. Porque me da miedo contestar que no,
y esos son factores que naturalmente nunca se toman en cuenta.”
Amenazas
en el trasfondo de la situación
Al otro lado de la
calle donde se encontraba el puesto de votación, las palabras
“Bloque Capital” (uno de los frentes urbanos de las Autodefensas
Unidas de Colombia –AUC–, la coalición paramilitar que llegó a
logara un “acuerdo de paz” con el gobierno Uribe) estaban escritas
en la pared, a manera de graffiti.
Uno de los argumentos
más fuertes de Uribe para seducir a la gente ha sido el “trato
preferencial” que firmó con los grupos paramilitares, lo que
esencialmente significó perdonar sus crímenes (dichos grupos son los
principales ejecutores de masacres a civiles y asesinatos políticos)
a cambio de que “entregaran las armas”. Camacho en su vida diaria
como líder comunitario ve la realidad que se esconde detrás de esta
farsa. Aunque es cierto que la violencia ha disminuido en el barrio,
dice, los paramilitares todavía están ahí y siguen teniendo sus
propias armas. “Las cosas siguen siendo iguales. Amenazaron a mi
familia. Mis hijos tuvieron que abandonar el barrio porque los iban a
matar. No pueden volver a la casa”.
Las intimidaciones,
provenientes de grupos de derecha, fueron difundidas en vísperas de
las elecciones. De hecho, cuatro días antes de las elecciones, un
grupo autodenominado “Colombia Libre de Comunistas: Brazo armado de
las ex – AUC)” publicó un comunicado que decía:
“Compatriotas:
“Es el momento de
elegir de verdad el presente y el futuro de nuestra sagrada patria.
Nosotros, el grupo Colombia Libre, estamos atentos a cualquier paso
que ustedes puedan dar en favor de la autentica democracia. El único
camino que nos queda a todos los colombianos es apoyar
incondicionalmente la política de seguridad democrática de nuestro
candidato–presidente Doctor Álvaro Uribe Vélez.
“De ninguna manera
vamos a permitir que otro sea el resultado de la elección que se
avecina el próximo día domingo. El señor presidente y su selectísimo
grupo de colaboradores saben muy bien que tienen todo nuestro
respaldo, en ese sentido les queremos advertir a ustedes por una última
vez más que: dadas las actuales circunstancias en que se ve el país,
estamos en pie de lucha a sangre y fuego contra cualquier interés que
no sea el de la continuidad del periodo presidencial de nuestro legítimo
líder.
“No permitiremos
que sea otro el resultado, y así parezca el domingo que la mayoría
sean camisas amarillas, nosotros nos encargaremos de teñirlas con
otro color, ese mismo que la insurgencia y el liberalismo arrodillado
usan sin ningún respeto: ¡el rojo sangre!”
Cartas similares
–con amenazas de llevar a cabo actos de violencia y que manifestaban
lealtad hacia el presidente Uribe– han sido enviadas a
organizaciones sociales específicas. El asesinato de un veterano
activista político de izquierda, Higinio Baquero Mahecha –un
sobreviviente de la violencia desatada en 1980 contra el ahora
desaparecido Partido de la Unión Patriótica– junto con otras
muertes y desapariciones misteriosas que han tenido lugar,
recientemente, dentro y en los alrededores de Bogotá, han mostrado lo
serias que pueden llegar a ser las amenazas de violencia provenientes
de la derecha.
Al
borde de la explosión social
“Estamos muy
preocupados”, le dijo a Narco News – un día antes de las
elecciones– el senador y presidente del Polo Democrático
Alternativo (PDA), Samuel Moreno. “Mucha gente aquí ha mostrado que
están dispuestos a sacrificar las libertades civiles a cambio de la
paz”. Esta es una buena descripción del 62% de los electores que
voto nuevamente por Uribe. Pero, ¿qué pasa cuando la gente comienza
a darse cuenta de que Uribe no puede conseguir la paz, sino sólo más
represión?
Los mitos que los
medios de comunicación han sostenido –aprovechando que una población
aburrida con la guerra está ansiosa por escuchar buenas noticias –
no pueden durar por mucho tiempo. La insurrección guerrillera es
demasiado fuerte, demasiado sofisticada y demasiado aguerrida, como
para dejarse “derrotar”, propiciando la victoria militar que el
gobierno de Uribe siempre ha prometido. Como representante de los
sectores más conservadores de la elite terrateniente, con un pasado
lleno de conexiones con paramilitares y narcotraficantes, el
presidente nunca estará dispuesto a negociar seriamente con las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Los escándalos
sobre infiltración de narcotraficantes y paramilitares en las fuerzas
de seguridad estatales, hasta ahora, han quedado en las sombras, entre
otras cosas, gracias a las campañas presidenciales. Pero ahora que
dichos escándalos han terminado, los funcionarios del gobierno Uribe
que están implicados en ellos pueden provocar que su imagen comience
a deteriorarse. El “Tratado de Libre Comercio” (TLC) que Uribe está
negociando con los Estados Unidos, es, desde ya, ampliamente
antipopular, incluso entre los seguidores pobres del presidente . El
crecimiento económico de que se jacta, todavía no ha marcado una
diferencia en cuanto el nivel de la pobreza, y la historia reciente de
otros países de Latinoamérica muestra que la paciencia de las masas
con el modelo neoliberal muy probablemente terminará por acabarse.
Desde el mes de Mayo
hemos comenzado a ver lo que podrían deparar los próximos cuatro años.
Hace poco informamos sobre las movilizaciones populares alrededor del
país en pro de la reforma agraria, contra las políticas antidemocráticas
del gobierno, el TLC. Y, además, en muchas regiones, los campesinos
protestan frente ca la guerra química, evidenciada a través de las
fumigaciones, que los gobiernos de Colombia y Estados Unidos emprenden
contra sus tierras de cultivo (uno de los dos departamentos donde
Gaviria ganó fue Nariño, el más fumigados del país). Pese a la
represión desatada por la administración Uribe –que califica a
aquellos manifestantes desarmados como combatientes enemigos– los líderes
sociales han declarado que ellos mismos están más determinados que
nunca a mantenerse organizados y en resistencia.
Durante la estadía
de Uribe en el poder, los Estados Unidos han inyectado 3.500 millones
de dólares a su gobierno. Los funcionarios de Estados Unidos le han
dado vía libre pese a los potencialmente desastrosos escándalos de
corrupción relacionados con narcotráfico y a las atroces violaciones
contra los derechos humanos. Uribe probó que, con esta ayuda de
Washington, podía anular el artículo de la constitución de Colombia
que limitaba a un presidente a una sola gestión, para así volver a
ganar las elecciones presidenciales gracias a la figura de la reelección.
Pero con el colapso del viejo sistema bipartidista en Colombia, el
surgimiento de una izquierda electoral a nivel nacional, y la
inminente posibilidad de que, algún día, una mayoría real pueda
votar, para Uribe no va a ser tan fácil gobernar en esta gestión
como lo fue en la anterior.
.–
Publicado en inglés el 30/05/06.
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