La
explosión de Uribe
Por
Constanza Vieira
Inter
Press Service (IPS), Bogotá, 23/10/06
La reacción del
presidente colombiano Álvaro Uribe a un coche bomba que estalló en
el principal cantón militar del país fue para muchos un movimiento
impulsivo contra las FARC, a las que atribuyó el ataque. Pero quizás
haya sido una respuesta de fondo a esa guerrilla insurrecta desde
1964.
El derechista Uribe
habló 24 horas después y en el lugar de la explosión que dejó el
jueves 23 heridos y lesionados y causó daños por unos 171.000 dólares
en el cantón ubicado al norte de Bogotá, rodeado de sus oficiales,
su ministro de Defensa y el alcalde capitalino, el ex líder sindical
Luis Eduardo Garzón.
Allí renovó su
declaración de guerra total a las FARC (Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia), la bandera con la que ganó su primer
mandato en 2002.
También ordenó el
rescate violento del grupo de civiles rehenes y de uniformados que esa
guerrilla mantiene cautivos, algunos desde 1997, para canjearlos por
unos 500 rebeldes presos.
La sola idea
horroriza a las familias. "Las posibilidades de éxito de un
rescate son cero", según la reportera española Salud Hernández.
Cada rehén o combatiente en manos de las FARC es vigilado por tres
guerrilleros con orden de asesinarlo en caso de un acoso militar
cercano.
Días antes de las
elecciones que lo llevaron a su segunda Presidencia, Uribe dio señales
de querer avanzar hacia dicho canje ––apoyado abrumadoramente según
encuestas––, que lograría la libertad, por ejemplo, de la ex
candidata presidencial Ingrid Betancourt, de ciudadanía
colombo–francesa, y de tres contratistas estadounidenses capturados
mientras actuaban en el marco de la asistencia militar y antinarcóticos
que brinda Washington a Bogotá.
Asumido su segundo
mandato el 7 de agosto, el gobierno afirmó que existían contactos
con las FARC sobre el canje, pero el 24 de septiembre la guerrilla lo
desmintió.
La cúpula de las
FARC indicó que "sería lamentable que el gobierno sólo
estuviera tratando de ganar tiempo para anillar más, con nuevos
batallones, brigadas y paramilitares", las bandas
ultraderechistas que actúan en apoyo de la fuerza pública, dos
municipios en el suroccidental departamento del Valle del Cauca, que
esa guerrilla juzga escenario apropiado para negociar el intercambio,
previa desmilitarización.
Y aunque la guerrilla
entregó un vídeo como prueba de supervivencia de 12 de los políticos
rehenes, advirtió que el gobierno impedía la distribución de
pruebas similares sobre los demás, en implícito reconocimiento de la
presión militar a la que está sometida esa insurgencia campesina.
En los vídeos, los
políticos se veían indignados con sus captores y con el gobierno,
pero también "más flacos, más cansados y más
desesperados", como comentó una familiar.
El 2 de octubre,
Uribe instruyó a su alto comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo,
"adelantar de manera inmediata con las FARC un acuerdo para las
condiciones propicias a fin de poner en marcha una zona de
encuentro" para efectuar el canje.
El mandatario fue más
lejos al proponer un proceso de paz que culminara con una asamblea
constituyente, salida a la que aspiran tanto las FARC como la
treintena de jefes paramilitares y narcotraficantes que Restrepo logró
desmovilizar tras una negociación secreta durante el primer mandato
Uribe.
La condición
presidencial era que la propuesta no podía implicar "el
debilitamiento de la política de seguridad democrática", su
estrategia bandera, con la cual logró avances pero que analistas
consideran estancada.
La seguridad democrática
se basa en combinar la ofensiva militar con la participación de la
población civil en las hostilidades, mediante distintas estrategias.
El 9 de octubre, el gobierno retrocedió en el canje.
La reversa coincidió
con un mensaje de las FARC a los tres poderes del Estado, con siete
condiciones para negociar la paz una vez hecho el intercambio, y 13
temas de discusión política que implicarían profundas reformas
sociales y la devolución a los campesinos de bienes expropiados
mediante la guerra, además de la depuración de la fuerza pública,
entre otros puntos.
En la carta, las FARC
daban por fracasado el Plan Patriota, la mayor ofensiva
contrainsurgente iniciada en 2003 con apoyo estadounidense, y que ha
buscado, hasta ahora infructuosamente, dar de baja o capturar a alguno
de los 31 miembros del Estado Mayor de la guerrilla.
Gracias al apoyo de
Washington, Uribe incrementó el pie de fuerza en 30 por ciento, creó
tropas de elite contrainsurgentes y reforzó la inteligencia y la
aviación de combate, cuyas incursiones bélicas son coordinadas por
estadounidenses, según supo IPS, versión que ahora confirma el
periodista colombiano Germán Castro Caycedo.
Ese día 9 de
octubre, Uribe volvió a condicionar el canje a que los guerrilleros
liberados no retornaran a filas, algo que no había vuelto a mencionar
y que quienes trabajan por el canje consideran un obstáculo.
Entretanto, uno tras
otro estallaban graves escándalos que han puesto en duda el
publicitado éxito de la desmovilización paramilitar y han expuesto
la participación de la fuerza pública en violaciones de derechos
humanos, en corrupción y narcotráfico.
Operaciones de
inteligencia con el aparente fin de evitar siete atentados terroristas
en Bogotá quedaron en entredicho, mientras expertos cuestionaban las
cifras oficiales en materia económica y social.
Entonces, la bomba
estalló en el Cantón Norte. Minutos antes, según el programa de
televisión Noticias Uno, dejaron de funcionar las ocho cámaras de
seguridad en ese sector del complejo militar que alberga la Escuela
Superior de Guerra, la Universidad Militar y la Central de
Inteligencia del Ejército.
En su discurso del
viernes, Uribe se apartó del lenguaje moderado que, según él, venía
usando su gobierno para facilitar un acercamiento a las FARC. En 25
minutos pronunció 36 veces "terroristas" o
"terrorismo". Los jefes guerrilleros con los que pensaba
negociar son "cobardes", "fantoches",
"vedettes internacionales".
El lenguaje moderado
"crea confusión en la ciudadanía", "desorienta a la
fuerza pública" y "facilita que los terroristas posen de
personajes de la política", dijo Uribe. Canceló toda colaboración
internacional con miras al canje y pidió, a cambio, apoyo militar.
"A alguien no le
interesa que haya paz", dijo el director del programa radial de
humor político La Luciérnaga, Hernán Peláez, y recordó que el
gobierno impulsará esta semana en el parlamento un nuevo impuesto de
guerra, que tendrá una vigencia de cuatro años por el que se espera
recaudar 3,6 millones de dólares.
La reafirmación de
la guerra total ocurre antes de la visita a Colombia de una delegación
del Departamento de Estado (cancillería) estadounidense encabezada
por Nicholas Burns, subsecretario de Asuntos Políticos, desde este
martes hasta el jueves.
Estados Unidos se
opone en público al canje aunque ha buscado acercamientos discretos
con las FARC, recurriendo incluso a periodistas a quienes ofrece
dinero por colaborar, como insólitamente consta a esta reportera.
"Los arreglos con el terrorismo motivan más terrorismo", ha
dicho el embajador de ese país, William Wood.
Mientras, en
Washington avanza desde la semana pasada el juicio a "Simón
Trinidad", nombre de guerra del economista especializado en
Harvard Ricardo Palmera, ex jefe de uno de los frentes de las FARC,
extraditado por Uribe hace 22 meses y sin cuya liberación y la de la
guerrillera de alias "Sonia", también extraditada, no habrá
canje, según la insurgencia.
El lunes 16, el
general John Craddock, quien dejó el jueves la jefatura del Comando
Sur de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, dijo que "los
colombianos están ganando", lo que justifica la anunciada
reducción de la financiación estadounidense de la guerra, que suma
4.700 millones de dólares desde 2000 y que ha sido
"crucial" para poner a las FARC "a la defensiva".
El gobierno del
Partido Republicano prevé reducir esa suma a la mitad para 2010 pero,
según el analista Daniel García–Peña, con un triunfo del opositor
Partido Demócrata en las elecciones legislativas de noviembre, la
disminución de recursos a Uribe "ya no sería tan gradual".
De la visita de
Burns, el gobierno colombiano espera "que la cifra de cooperación
no disminuya, por el contrario, si es posible que aumente", dijo
este lunes la canciller María Consuelo Araújo.
Los temas a tratar
con Burns "incluyen el mantenimiento de la ayuda social y militar
a Colombia (...) la protección de los derechos humanos y los avances
en el proceso de reinserción de los desmovilizados"
paramilitares, anunció la cancillería colombiana. El domingo, 1.500
militares arremetieron en la cordillera central de los Andes mediante
la "Operación Sagaz" con el fin de rescatar a los
"canjeables".
Un
bombazo contra los secuestrados
Por
Reinaldo Spitaletta
Argenpress, 26/10/06
Bogotá.– La
primera sensación que quedó flotando, en medio de la humareda, los
23 heridos y el pánico general, fue la de si, en efecto, no se trataría
de otro “falso” positivo del ejército. El carrobomba en la
Escuela Superior de Guerra, acto repugnante cualquiera haya sido su
autor, hacía añicos las ilusiones de los familiares de los
secuestrados y de los mismos secuestrados por las FARC.
Casi veinticuatro
horas después del atentado, el presidente Alvaro Uribe, en un
discurso que más parecía el de un agitador veintejuliero que el de
un estadista, echaba por la borda los pasos dados en búsqueda de un
acuerdo humanitario y volvía por sus fueros guerreristas.
En un país donde las
investigaciones tardan años para dar algún resultado, si es que lo
hay, en menos de un día ya se tenían, según el Presidente, las
pruebas de que el atentado en pleno corazón de la inteligencia
militar había sido perpetrado por las FARC.
Y no es que esta
guerrilla sea incapaz de cometer un acto de tal naturaleza, y aun
otros peores, sino que era extraña tanta eficiencia para, con solo la
interceptación de unos mensajes, tener la claridad suficiente para señalar
a tal grupo como el autor del desafuero. Además, cómo había sido
posible que en las propias barbas de los militares les hubieran metido
un vehículo cargado con un cilindro bomba.
¿Acaso estaban
fallando las precauciones de quienes son, en la práctica, los que
deben llevar a cabo las acciones de la denominada seguridad democrática?
¿Sería ese el atentado sobre el cual semanas antes había advertido
la embajada de los Estados Unidos?
La energía mostrada
por el presidente durante su discurso no era, por ejemplo, la misma
que hubiera podido expresar cuando llamaron a indagatoria a tres
congresistas uribistas acusados de paramilitarismo. Sobre este asunto,
no se escuchó ni un “mu”.
Tampoco hubo ninguna
reacción ante las revelaciones sobre los crímenes de Jorge Cuarenta,
ni acerca de los más de tres mil asesinatos y desapariciones
ocurridos en su primer período de gobierno, y cometidas por los
paramilitares. Muy poco o nada sobre ejecuciones extrajudiciales de
miembros del ejército a ciudadanos que hicieron pasar como
guerrilleros y casi nada sobre los “falsos positivos”.
La credibilidad del régimen,
en picada vertiginosa, no sólo por lo antes expresado sino por las
infiltraciones paramilitares en el DAS, los casos de Guatarilla y
Jamundí, la creciente corrupción, que incluso ha conducido por
ejemplo al ex candidato presidencial Horacio Serpa a declarar en un
programa de televisión que éste ha sido el gobierno más corrupto en
muchos años en Colombia, en fin, todo esto y otras cosas hacen poco
creíble al gobierno.
Y en esas estaban
cuando lo de la bomba en las entrañas de la fortaleza militar.
Volvamos a lo del intercambio humanitario. Este no es, como se sabe,
un diálogo de paz, ni de negociaciones para su búsqueda. Los
intercambios se realizan en medio del conflicto (ah, verdad que Uribe
ha dicho que aquí no hay conflicto) y, en el caso colombiano,
pretenden es preservar la vida de los “retenidos” por las FARC.
Los intercambios
humanitarios no están sujetos a treguas, ni a que un estado no siga
haciendo uso del monopolio de la fuerza. Por encima de todo, está la
defensa de ese valor universal que es la vida, y que si este principio
no es una divisa de un grupo alzado en armas, sí tiene que serlo de
un estado que se dice democrático.
Desde hace casi diez
años hay militares y policías prisioneros (secuestrados) por las
FARC, además de dirigentes políticos y una ex candidata
presidencial. No se sabe que es más cruel: si esas retenciones de la
guerrilla o la falta de voluntad del Estado para liberarlos, pero no a
sangre y fuego (asuntos que en Colombia ha terminado con la muerte de
los secuestrados) sino mediante un acuerdo humanitario.
El bombazo en la
Escuela de Guerra, en últimas, le hizo un “favor” a Uribe, pues,
con la reanudación de su lenguaje de guerrero, ha podido sofocar los
incendios circundantes, que estaban a punto de quemarlo. Los falsos
positivos, la criminalidad paramilitar, la corrupción, la implicación
de militares en actos delictivos, pasaron a un plano secundario.
Y los que
definitivamente perdieron con el cilindro bomba fueron los
secuestrados y sus familias. Ganó, eso sí, la guerra, cada vez más
vieja y sangrienta, y que, además, es un negocio para las partes en
confrontación y una tragedia para la mayoría de colombianos.
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