Las
mentiras del gobierno para justificar el asesinato de sindicalistas
Encubridores
Por
Alberto Aguirre
Revista Cromos, Bogotá
Septiembre de 2007
Entre 1991 y 2001
fueron asesinados en Colombia 1.075 sindicalistas. Entre estos, 24 de
Adida, 11 de Fecode, miembros de la USO, del ISS, de sindicatos
universitarios, etc. Es amplio el espectro: esto y el gran número están
indicando que se trata de una política de Estado.
El país más
peligroso de la tierra para ejercer el sindicalismo es Colombia",
dice la CIOSL (Confederación Internacional de Sindicatos Libres).
Siendo la salud pública un sector descuidado por el Estado, no es de
extrañar que los sindicalistas de la salud figuren en aquella lista
macabra. (Recuérdese que son los sindicatos los más firmes
defensores de la instituciones que los albergan). En dicha lista
figuran estos sindicalistas de Anthoc (Asociación Nacional de
Trabajadores de Hospitales y Clínicas): Gabriela Galeano, asesinada
en Cúcuta el 9 de diciembre de 2002; Ricardo Luis Orozco, asesinado
el 2 de julio de 2001, en Barranquilla, y Saulo Guzmán Cruz,
asesinado en Aguachica (Cesar), el 11 de abril de 2001.
Son antecedentes de
la masacre ocurrida el 5 de agosto de 2004, en Caño Seco, Saravena
(Arauca), donde fueron muertos Jorge Eduardo Prieto Chamucero, Héctor
Alirio Martínez y Leonel Goyeneche; el primero era presidente de
Anthoc, en Arauca; Héctor Alirio Martínez era presidente del
Sindicato Agrícola de Arauca, y miembro de la Junta Nacional de ANUC;
y Goyeneche era tesorero de la CUT, y maestro en Puerto Nidia
(Saravena). Informa El Tiempo (7 de septiembre de 2004): "Los
militares dijeron que en el momento en que iban a ser detenidos los
sindicalistas intentaron huir y abrieron fuego contra la tropa y ésta
respondió dándoles muerte". Falso. La masacre de Caño Seco fue
un episodio más de esta persecución incesante contra la clase
obrera, que se manifiesta desde despidos injustos, terminación
indebida de contratos, recorte de prestaciones, cierre de sindicatos,
hasta el asesinato de sus líderes. Contra los trabajadores, el
Gobierno y los patronos forman dañado y punible ayuntamiento. Ante la
masacre de Caño Seco, el vicepresidente, Francisco Santos, y el
ministro de Defensa de entonces, Jorge Alberto Uribe, aseguraron (La
Patria, 28 agosto) que "las víctimas eran guerrilleros del
ELN". Era ésta una mentira lisa y llana. (Santos rectificó
luego).
Dijo El Tiempo (7 de
septiembre de 2004): "El comandante de las Fuerzas Militares,
Carlos Alberto Ospina, afirmó que los sindicalistas dispararon a la
tropa con armas de 9 mm y que tenían tacos de dinamita". Falso.
Agregó: "No creo que los sindicalistas hayan estado en una reunión
muy santa, cuando en su poder las tropas encontraron dos pistolas,
tres tacos de dinamita, unos cuatro metros de cordón detonante".
Falso. De modo aún más cínico y falaz habló el ministro de
Defensa, Jorge Alberto Uribe, quien justificó así el asesinato (ver
el mismo diario): "Primero, eran delincuentes; segundo, fue en
combate con la fuerza pública; tercero, estaban armados; cuarto,
tienen orden de captura". Cuatro mentiras redomadas.
Informan La Patria
(28 de agosto), y los principales diarios del país: "Un
subteniente y tres soldados del Ejército fueron condenados, por un
Tribunal Militar, a 40 años de cárcel por el asesinato, en agosto de
2004, de tres sindicalistas en Arauca que fueron presentados como
guerrilleros". Se comprobó que la tropa entró disparando a la
choza donde dormían los sindicalistas y allí los acribilló. Tienen
tiros a quemarropa en la cabeza (a menos de 50 cm). No trataron de
huir. No tenían arma alguna. No hubo combate alguno. Las víctimas
estaban en estado de indefensión. Los mataron de rodillas.
Para mayor escarnio,
Prieto y Martínez debían estar gozando de medidas precautelativas
impuestas por la OEA, dado el peligro que corrían. El Estado no les
brindó protección ninguna. Todo lo contrario. Sal a la herida.
La ley penal no solo
condena a los autores de un crimen, sino que persigue también a sus cómplices
y auxiliadores; entre estos, a los encubridores, esto es, a aquellos
que ocultan o adulteran los hechos, sea para borrar, sea para atenuar
la culpa.
La masacre de Caño
Seco fue un episodio más de esta persecución incesante contra la
clase obrera, que se manifiesta desde despidos injustos, terminación
indebida de contratos, recorte de prestaciones, cierre de sindicatos,
hasta el asesinato de sus líderes.
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