El
rol de los mercenarios de Israel abre un abanico de complicidades
Agentes
israelíes formaron a los paras
Por
Sergio Rotbart (*) y María Laura Carpineta
Página 12, 21/10/07
El
entrenamiento que recibieron los primeros y más notorios líderes
paramilitares por parte de ex oficiales del ejército israelí
vinculados con los servicios de inteligencia de ese país, de Estados
Unidos y de Colombia, demuestra la injerencia oficial y la de
gobiernos extranjeros en la creación del aparato represivo.
Antes
de desaparecer misteriosamente, Carlos Castaño, quizás el
paramilitar más poderoso que haya conocido Colombia, escribió en sus
memorias: “Mi idea de las fuerzas paramilitares la copié de los
israelíes”. La frase pasó inadvertida, opacada por los
escalofriantes relatos de las masacres que ordenó como comandante de
las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Sin embargo, detrás de
ella se esconde uno de los capítulos menos conocidos de la historia
reciente del país: los mercenarios. Los mercenarios entrenaron y
armaron a los paramilitares en sus primeros años, bajo el auspicio de
los empresarios y las fuerzas armadas. Hay muchos interrogantes con
respecto a su paso por Colombia, pero todos los testigos de aquella época
coinciden en un mismo nombre: Yair Klein.
Klein
nació en 1943 en el kibutz Nitzanim, una de las cooperativas
comunales creadas por el movimiento sionista en Palestina desde
principios del siglo XX. En 1962, 14 años después de la creación
del Estado de Israel, se incorporó voluntariamente a la brigada de
paracaidistas de su joven ejército. En poco tiempo llegó a ser
instructor de la escuela de paracaidistas y, luego, oficial en un
cuerpo de elite entrenado para cumplir “misiones especiales”. En
esa unidad militar, se dedicaba a asesinar árabes–palestinos que
colaboraban con las fuerzas de seguridad israelíes y eran sospechosos
de haberse convertido en dobles agentes. “Cuando un soplón fijaba
una cita que no coincidía con los planes de las altas esferas,
entonces estaban seguros de que nuestros soplones se habían
convertido en dobles agentes. Era la oportunidad para liquidarlos. Yo
recibía la orden personalmente de un superior. Liquidé a personas
sin mirarlos a la cara. Al día siguiente eran recogidos por el
servicio de seguridad”, contó muchos años después al semanario
Tel Aviv.
En
el ejército israelí, Klein llegó a ser subcomandante de esa unidad
de elite, llamada Harub. Cuando fue desmantelada, a mediados de los años
’70, volvió al cuerpo de paracaidistas, en el que ascendió hasta
el puesto de subjefe de la zona del valle de Beit Shean, lindante con
el norte de Cisjordania. Allí volvió a sus “misiones
especiales”. Comandó operativos de captura de milicianos y
refugiados palestinos que intentaban ingresar desde Jordania al
territorio dominado por Israel.
Se
retiró del ejército en 1977 y, un año más tarde, montó la empresa
Spearhead (Punta de Lanza), por intermedio de la cual se dedicaba a la
exportación de armas y equipamiento militar. La compañía es casi
secreta. No aparece en Internet, excepto mencionada en artículos
periodísticos, y no se conoce ni su directorio, ni sus actuales
actividades.
Mi
hombre en Medellín
Después
de un frustrado negocio con las falanges libanesas, Klein decidió
probar suerte en Colombia. Las versiones varían sobre quién lo tentó.
Para la Justicia colombiana, el mercenario fue invitado por el Cartel
de Medellín de Pablo Escobar, por entonces camuflado por una asociación
que nucleaba a los grandes hacendados del Magdalena Medio. El dinero,
sin embargo, lo había puesto Uniban, la principal exportadora de
bananas del país. Aunque la empresa no estaba radicada en la zona,
había acordado que una vez formados y entrenados los grupos
contraguerrilleros se expandirían a sus tierras para garantizarles
seguridad.
La
otra versión la difundió el propio Klein hace siete años. “Estuve
en Colombia por invitación de los norteamericanos y punto. Todo lo
que Estados Unidos no puede hacer porque le es prohibido intervenir en
asuntos de gobiernos extranjeros, lo hace pero, por supuesto, por
otros medios. Yo obré con licencia y permiso en Colombia”, le confió
a la revista bogotana Semana. Klein no se refería a permisos legales.
Tanto el gobierno israelí como el colombiano le negaron la licencia
para vender armas y asesorar en ese país. Sin embargo, el extranjero
tuvo alguna ayuda oficial.
Un
informe del servicio de inteligencia colombiano, el DAS, aseguraba ya
en 1990 que todos los mercenarios que llegaban a Puerto Boyacá
–sede de los campamentos de entrenamiento– lo hacían escoltados
por oficiales o personal civil del ejército. Esto fue confirmado más
tarde por Luis Meneses, un capitán retirado, condenado por pasarse al
bando paramilitar. Según testificó, fue el ejército el que invitó
al mercenario israelí y a sus compañeros de armas a entrenar a los
incipientes paras. No sólo eso. La institución habría puesto los 80
mil dólares que costaban los “seminarios” y las armas.
Por
el contrario, nunca se pudo comprobar la participación de Estados
Unidos en esta historia. Sin embargo, una serie de documentos
desclasificados del Departamento de Estado y de Defensa demuestran que
los servicios de inteligencia norteamericanos sabían quién era Klein
y qué estaba haciendo en Colombia. Incluso dedican todo un informe a
desarrollar su perfil y sus posibles contactos con el poder económico
y político del país sudamericano. Su nombre también aparece en una
larga lista de “conocidos narcotraficantes” de la región. El azar
hizo que sobresaliera por quedar en medio de dos nombres famosos: el
entonces todopoderoso Pablo Escobar y el actual presidente Alvaro
Uribe.
La
mala educación
De
lo que no hay ninguna duda, en cambio, es sobre los “seminarios de
capacitación” que impartió durante su estadía en Colombia. El
folleto de su empresa, Spearhead, prometía entrenamientos físicos,
clases teóricas y ejercicios reales sobre el uso de explosivos, armas
de guerra y equipo de espionaje. El primer curso lo dictó, junto a
otros dos ex compañeros del ejército israelí, a principio de 1988.
Duró dos meses y se realizó en una granja del Cartel. El propio
Escobar y los otros jefes narcos pasaban de vez en cuando por la
estancia para controlar su inversión. Pagaron 2500 dólares por
alumno, aunque de los 80 que empezaron sólo 34 aprobaron. El resto
abandonó o murió en alguno de los ejercicios de combate. La mayoría
de los que sobrevivieron se ganaron un lugar en el segundo curso.
Esta
vez eligieron la Ciénaga de Palagua –también en Boyacá–, justo
al lado de los campos de la empresa petrolera norteamericana Texaco.
Eran sólo 22 alumnos y se especializaron en explosivos. Les enseñaron
todos los tipos de bombas más o menos caseras –de control remoto,
con reloj, con cables, baterías, etc.–. El costo fue de entre 75 y
80 mil dólares y sólo cuatro lograron aprobarlo.
También
clases de tortura
Klein
también aprovechó estos meses para incluir unas clases sobre
tortura. “Se colgaba a la víctima de los pies y debajo de la cabeza
se hacía una fogata, dejando que se queme de a poco”, testificó el
paramilitar Alonso Baquero, alias Vladimir.
Los
egresados de estos campamentos –entre ellos los hermanos Castaño,
Carlos y Fidel, para muchos los padres de las fuerzas paramilitares–
fueron responsables de más de una decena de masacres y atentados. En
su haber se cuentan los ataques en los noventa contra la central del
DAS, la revista El Espectador, el asesinato del gobernador de
Antioquia Antonio Betancur y las masacres campesinas en Magdalena
Medio. En 2001, una Corte colombiana condenó a Klein y al resto de
los mercenarios a diez años de prisión en ausencia.
La
cooperación militar entre Israel y Colombia continúa hasta el día
de hoy. Recientemente la prensa de Tel Aviv reveló que un general del
ejército (en reserva), Israel Ziv, es uno de los asesores de asuntos
de seguridad del gobierno de Alvaro Uribe. Sin embargo, Bogotá sigue
sin poder pasar el mal trago de Klein. En agosto pasado, el mercenario
fue detenido en el aeropuerto de Moscú por Interpol. En menos de 24
horas, la Cancillería colombiana ya tenía listo el pedido de
extradición, que probablemente no prospere debido a las presiones del
gobierno israelí. El ex coronel sigue manteniendo muy buenos
contactos en su país, entre ellos la actual presidenta de la Corte
Suprema, Dorit Beinish, la misma que evitó que lo condenaran por su
participación en el escándalo mundial Irán–Contras. Para muchos
analistas, Uribe quedó bien por intentarlo, pero tampoco se esforzó
demasiado por sacar a la luz el caso. Después de todo, Klein todavía
representa un capítulo de la historia colombiana que muchos en Bogotá
quieren dejar atrás.
(*)
Desde Tel Aviv.
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