Chávez
y el “rescate humanitario”
La
internacionalización de la guerra en Colombia
Por
Claudio Testa
Socialismo o Barbarie, periódico, 24/01/08
Los
noticieros de la primera quincena de enero, habitualmente
escasos de novedades, estuvieron copados mundialmente por el
reality show de la liberación de dos damas de la
alta sociedad colombiana –la ex parlamentaria Consuelo
González y la ex candidata a la vicepresidencia Clara
Rojas–, desde hacía varios años en poder de las FARC
(Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Además, las
vicisitudes con Emmanuel, el hijo que la Sra. Rojas tuvo en
cautiverio, agregaron un contenido adicional de telenovela
latinoamericana.
Como
en muchos otros casos, la “información” de los medios
–especialmente de la TV– pone en primer plano algunos
hechos... parar ocultar mejor otros de mayores dimensiones.
Así,
el televidente puede llegar a la conclusión de que las
principales víctimas del largo conflicto armado son estos
políticos, militares y empresarios prisioneros de las FARC,
para los que se implementan esas resonantes “operaciones
humanitarias” –motivo de tira y afloje entre Uribe, las
FARC, Chávez y una multitud de otros gobiernos–. En
cambio, no informan que se calcula en unos 30.000
el número de campesinos asesinados por las bandas
paramilitares –uno de cuyos fundadores en la década
pasada fue el presidente Uribe, que antes había iniciado su
carrera política como hombre del Cartel de Medellín–. O
que, según la Cruz Roja Internacional,
el número de desplazados que huyeron de esas matanzas
supera largamente el millón (para esos no hay
“rescate humanitario”). O que esa expulsión masiva de
campesinos permitió a los
terratenientes colombianos apoderarse en ese período de 4
millones de hectáreas. O que en ese mismo lapso fueron
asesinados centenares de dirigentes sindicales, la mayoría
de ellos sin relación con las FARC pero que molestaban a
patronales como la Coca-Cola, empresas bananeras, petroleras
y otras.
Sin
embargo, el trasfondo de la liberación de la Clara Rojas y
Consuelo González –y del enfrentamiento Uribe-Chávez–
tiene gran importancia política internacional.
Muchas
manos en el plato
Un
primer hecho relevante es la internacionalización
del conflicto armado de Colombia. Como recordó Chávez en
sus discursos, aunque formalmente las FARC fueron fundadas
en 1964, la situación de guerra en el campo colombiano
lleva ya 60 años. Se remonta al “Bogotazo” de
1948, cuando una colosal rebelión popular estalló contra
el gobierno conservador de ultra-derecha, después del
asesinato del líder populista Jorge Eliécer Gaitán.
Esto
marcó el inicio de una guerra en el campo (Colombia era en
ese entonces un país con gran mayoría de población
agraria y su principal producción era el café). La situación
política, económica y social del país pasó por múltiples
cambios en estas seis décadas. Sin embargo, también con
grandes variantes y altibajos, esta guerra nunca finalizó.
Las FARC (y secundariamente el ELN), aunque hoy sean
organizaciones muy diferentes de las guerrillas originarias,
representan también su continuidad.
Aquí,
por supuesto, no podemos contar la historia de estos 60 años.
Sólo digamos que el conflicto colombiano parece estar
en un nuevo período, caracterizado por lo que podríamos
llamar su internacionalización.
Una
cantidad de gobiernos latinoamericanos (con Chávez a la
cabeza) y también europeos, aparecen metiendo allí la
mano. En principio, para promover operaciones
“humanitarias”, como la de hace unos días. Pero, tras
eso, con el objetivo político más de fondo de lograr una
negociación y un “acuerdo de paz” entre la guerrilla y
el estado colombiano.
Esta
internacionalización es toda una novedad. Si antes
en Colombia sólo EEUU metía la mano, ahora hay muchas
manos en el plato... y no es la de Bush la que lleva la
iniciativa...
Desde
su inicio, el imperialismo yanqui ha tenido una importante
injerencia en el conflicto. No podía ser de otra manera, ya
que históricamente el estado colombiano y su burguesía se
cuentan entre los más serviles lacayos de Washington.
Hoy
EEUU participa directamente en esta guerra, con 500
efectivos (con la pantalla de la “lucha contra el narcotráfico”)
y varios centenares de “contratistas” al estilo de Iraq.
Israel, por su parte, contribuyó al entrenamiento de los
sanguinarios paramilitares. Pero la fundamental intervención
yanqui es la “ayuda” financiera y militar: Colombia es
el tercer país del mundo (después de Israel y
Egipto) en la lista de esa mortal “ayuda”.
En
agosto del 2000, Bill Clinton llegaba a Bogotá para poner
en marcha el Plan Colombia, supuestamente dedicado a
combatir el narcotráfico, y realmente dirigido contra las
guerrillas.
Con
el ascenso de Bush en el 2001 y de Álvaro Uribe un año
después, el Plan Colombia se dinamiza. Uribe –uno de los
fundadores del paramilitarismo, cuando en los años ‘90
era gobernador del departamento de Antioquía– sintoniza a
la perfección con Bush. El nuevo presidente colombiano
declara que el añejo conflicto rural de Colombia, es parte
de la “guerra mundial contra el terrorismo” de Bush. Y
Washington a su vez pone a las FARC y al ELN en la lista de
“organizaciones terroristas”, junto con Al Qaeda.
Lo
que es más importante, Uribe se constituye de hecho en “el
hombre de Bush” en Sudamérica. Y se plantea que el
Plan Colombia, concebido inicialmente como un operativo político-militar
dentro de las fronteras de ese país, debe ser un “plan
regional”. O sea, apuntar también a los vecinos,
en primer lugar Venezuela y Ecuador, pero también a las
regiones lindantes de la Amazonia brasileña.
Pero,
seis años después, ni a Bush ni al mini-Bush de Bogotá
les ha ido muy bien en sus respectivas guerras contra el
“terrorismo”. Ambos están políticamente en su ocaso.
Uribe
logró asestar algunos golpes a la guerrilla, hacerla
retroceder en ciertas regiones, y dar más seguridad a la
circulación en algunas carreteras importantes. Sin embargo,
no ha habido ningún cambio substancial en las relaciones
de fuerza. El objetivo proclamado de Uribe, tanto con el
Plan Colombia como con el posterior Plan Patriota, era
aniquilar militarmente a la guerrilla, descartando cualquier
acuerdo de paz que no fuese de hecho la rendición
incondicional. Y, en eso, hasta ahora ha fracasado.
Además, el segundo mandato de Uribe, iniciado en 2006, ha
sido una sucesión de crisis y escándalos, encabezados por
el destape público de sus lazos con el paramilitarismo, y
el encarcelamiento de casi 20 de sus diputados y ministros
por la misma razón.
Sin
embargo, la situación interna no ha sido el factor decisivo
para la internacionalización del conflicto. El determinante
principal es la situación del imperialismo yanqui y,
en especial, la crisis de la administración Bush.
Sin
que se haya producido un derrumbe político y/o militar, es
evidente que el imperialismo yanqui bajo Bush no está
precisamente en “su hora más gloriosa”. Aunque siga
manteniendo la ocupación de Iraq y Afganistán, y, en vez
de irse, amenace con una guerra contra Irán, a nadie se le
escapa que las cosas no le van muy bien.
Es
evidente un debilitamiento –aunque hasta ahora sólo
cuantitativo– del poder del imperialismo yanqui.
Por todos lados, aparece gente que ya no lo obedece sin
chistar, como sucedía antes. En América Latina, Chávez
expresa el punto más extremo de esta desobediencia. Pero, aún
sin llegar a eso, es claro que las pautas latinoamericanas
de las relaciones con Washington no las fija hoy un Uribe
(como antes lo hacía Menem con sus “relaciones
carnales”).
Este
debilitamiento de la hegemonía global del imperialismo
yanqui ha abierto las puertas para que en la prolongada
guerra colombiana comiencen a aparecer otros actores
internacionales.
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