Claves
para entender la marcha del 4 de febrero
Por
Simone Bruno (*)
Alai–amlatina, 06/02/08
La
marcha del 4 de febrero ha sido, como se podía imaginar, un
éxito contundente en cuanto a participación. Los reportes
hablan de 1 millón de personas solo en Bogotá.
La
gente ha marchado en más de 50 ciudades colombianas y otras
130 en todo el mundo. La atmósfera ha sido muy tranquila y
por la calle han desfilado personas de todos los extractos
sociales, desde los ricos de los barrios bien hasta los
habitantes de las áreas más degradadas. Indudablemente un
evento histórico, a tal punto que se la considera como una
de las más grandes marchas de la historia del país. No se
ha verificado ningún problema de orden público. La
consigna de la marcha era: “No más FARC, no más
secuestro”, pero mucha gente desfilaba también con
pancartas en contra de los otros actores armados y en favor
del acuerdo humanitario.
Uno
pocas centenares de personas han acompañado a los
familiares de los secuestrados que han decidido no marchar y
organizar una liturgia en la Iglesia del Voto Nacional.
Ha
sido un día de fiesta cívica inusual en Colombia, que se
ha unido por la paz. Este insólito evento, por realizarse
en un país que generalmente no se expresa masivamente en
las calles, no obstante ser uno de los más conflictivos del
planeta, puede tener por lo menos 3 claves de lectura: el
rechazo, la manipulación y la expropiación del dolor.
El
rechazo
Ya
son 6 las generaciones de colombianos que han nacido y se
han criado en el contexto de la guerra y han tenido que
acostumbrarse a magnicidios, violencia, desapariciones,
desplazamiento y secuestro. La falta de un
“post–conflicto” por 60 años ha hecho que los
colombianos no hayan podido “vomitar sus muertos”, como
lo sugirió el premio Nobel José Saramago en un reciente
viaje al país, o sea no hayan podido analizarse, en una
situación pacificada, para aprender de sus errores y no
volver a repetirlos. Un conflicto tan largo tiene pocas
referencias en los tiempos modernos como para poder comparar
y analizar los efectos sociales sobre la población.
Pero
un conflicto tan largo demuestra también, que existe, en
las clases dominantes, una incapacidad, cuando no una falta
de voluntad, para poner fin al conflicto. Cosa que contrasta
fuertemente con las ganas y la ilusión de vivir en un “país
normal” de la mayoría de la población. Esto es posible
porque Colombia es un país quebrado: por una parte las
ciudades volcadas hacia la modernidad, el lujo, y hacia
modelos económicos globalizados, y por otra parte, el
campo, las áreas rurales, atrasadas y ahogadas en la guerra
y la violencia.
Unos
de los pocos hechos que lleva el conflicto a las clases
medio altas de las ciudades es el secuestro. Los actores
armados trasladan físicamente a políticos y a gente común
en medio de la selva y de la guerra, creando un cordón
umbilical que une las dos partes de esta Colombia rota por
la violencia.
En
este escenario, la marcha del 4 de febrero, organizada por
un grupo de la red Facebook, es una novedad, una de las
pocas ocasiones en las cuales la población sale a la calle
en forma masiva.
Los
colombianos han interiorizado la impotencia y el dolor por
su país, y se esfuerzan por borrar el conflicto de su
mente.
Por
esto, la fuerte reacción frente a las inhumanas condiciones
de los rehenes en manos de las FARC es positiva y podría
marcar un despertar de la sociedad. Es un raro momento de
espontáneo y genuino rechazo a la violencia que vive el país.
Pero
es un rechazo a un conflicto que la gente no conoce. La
mayoría de los colombianos ignora las formas, los números
de la violencia de su país y la naturaleza de los actores
en armas. No existe una sociedad civil organizada y
consciente que haga un llamado a una multitudinaria marcha
de rechazo, existen poderes fuertes que aprovechan este
espontáneo sentimiento para encaminarlo hacia sus
intereses.
La
manipulación
El
presidente Uribe llegó al poder en el 2002 después de 4 años
de un infructuosos e interminable proceso de paz. Un proceso
nacido con gran expectativa, transformado en un engaño y
enterrado indudablemente como consecuencia de los hechos del
11/9/2001. Las elites colombianas se convencieron que, en el
nuevo escenario internacional, era posible derrotar
militarmente a la guerrilla, evitando un ajuste social que
inevitablemente hubiera conllevado un acuerdo de paz con el
grupo guerrillero.
Uribe
niega la existencia de un conflicto, trasforma a los actores
armados de políticos a simples terroristas, y hace de la
opción armada la única solución.
Construye
un discurso político en donde todo tiene sentido y se
justifica en cuanto existe un enemigo terrorista que se
tiene que aniquilar, a continuación vienen los planes
militares, las batallas se intensifican y la victoria final
parece siempre cuestión de días.
Sin
embargo, esta postura no permite soluciones negociadas y no
prevé terceras posiciones. Existen solo uribistas o
guerrilleros. Pero, sin un enemigo, el beligerante
presidente podría retirase junto con su gobierno; sin un
conflicto, el ejército colombiano tendría que renunciar a
las enormes cantidades de ayudas de los EE.UU. que asciende
al 6.5% del PIB y a su poder casi ilimitado sobre la población
civil. La realidad es que la paz no la quiere nadie en el
gobierno y en las elites colombianas. Mientras que hay
guerra hay negocio.
Uribe
se transforma en el bien absoluto contrapuesto a la
guerrilla que se vuelve simple terrorismo y encarnación del
mal. El conflicto armado se banaliza y el paramilitarismo se
tiende a justificar como un mal menor frente al horror de
las FARC.
Para
poder sustentar este discurso, el presidente hace una
utilización masiva de los medios de comunicación
complacientes. La mayoría de los colombianos que vive el día
a día ni se entera de lo que está sucediendo fuera de las
pantallas de la TV. La visión oficial del conflicto armado
se vuelve la única realidad, la guerrilla y sus crímenes
el único enemigo.
Klaudia
Girón, profesora de Psicología de la Universidad Javeriana
comenta: “De este escenario se desprende que a partir de
esa imagen desfigurada del conflicto, se ha ido configurando
un país cada vez más desinformado y aterrorizado[…] La
mayoría de la gente ni sabe, ni quiere saber las
atrocidades que comete el Estado o los paramilitares”.
Así
que cuando los colombianos bajan a la calle a marchar, lo
hacen en contra del único enemigo que conocen.
Consecuentemente humillan a las víctimas de los otros
actores y legitiman el proyecto beligerante del presidente.
Es
claro que el Gobierno quiere aprovecharse de la jornada para
afianzar su imagen como el principal referente anti–FARC
en el país, y por esa vía abrirle paso a una eventual
segunda reelección presidencial.
Expropiación
del dolor
Cuando
los organizadores se niegan marchar contra todas las
violencias y deciden marchar solo contra las FARC,
desconocen a las víctimas de los otros actores armados y
las vuelven invisibles. Se reconoce la atrocidad que viven
los más de 700 secuestrados en mano de las FARC, pero se
suprime la realidad de un país destrozado por las
violencias paramilitar y estatal; peor aun, estas se
legitiman. Prueba de ello, es que los jefes paramilitares
respaldaron, en un comunicado, la marcha del 4 de febrero.
En
Colombia 120.000 personas, según cifras de la Comisión
Nacional de Reconciliación y Reparación (CNRR), se han
identificado como víctimas del paramilitarismo ante la
Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía General de la Nación.
Se piensa que los desaparecidos a manos de los paramilitares
de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) podrían llegar
a 14.000. ¡Las AUC no tienen rehenes, llenan fosas comunes!
Con
las AUC, el gobierno Uribe ha adelantado un proceso de paz
muy cuestionado, en este marco, una sentencia de la Corte
Suprema de Justicia ha declarado que no se puede aplicar el
crimen de “sedición” a los integrantes de las AUC,
porque no se levantaron en contra del Estado, sino a su
favor.
Efectivamente,
más de 60 congresistas y políticos uribista están
involucrados en el escándalo conocido como la “parapolítica”
y se los acusa de haber financiado y creado grupos
paramilitares. Entre estos se encuentra el primo del
Presidente, Mario Uribe.
Hablando
solo del 2008, entre el 31 de diciembre y el 14 de enero, el
Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (MOVICE),
reportó que presuntos paramilitares de ultraderecha han
asesinado a 12 personas, han desaparecido a nueve, han
obligado a 120 a desplazarse y han herido a otras tres.
“Pareciera
que esas víctimas son inexistentes”, escribió Iván
Cepeda Castro, presidente del MOVICE, en una carta al
presidente Álvaro Uribe. “Ni los gremios empresariales,
ni la Iglesia ni los alcaldes, ni los gobernadores, ni los
grandes medios de comunicación convocan a marchas de
rechazo ciudadano ante esos crímenes”, agregó, en
referencia a la manifestación del 4 de febrero.
En
la carta, Cepeda continúa: “¿Cuándo se pronunciará
Usted sobre los crímenes contra la humanidad que siguen
cometiendo los grupos paramilitares? ¿Cuándo hará una
alocución solemne para condenar las desapariciones forzadas
masivas que han llevado a miles de compatriotas a fosas
comunes y cementerios clandestinos?”.
La
marcha del 4 de febrero expropia a todas la victimas del
conflicto de su dolor. No es casual que ninguna organización
de víctimas, o de derechos humanos la haya apoyado.
(*)
Simone Bruno es periodista italiano.
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