Conflicto entre Colombia, Ecuador y Venezuela
Se abre una nueva coyuntura regional
Editorial Socialismo o Barbarie, periódico, 06/03/08
La brutal agresión de Uribe-Bush contra las FARC y el
conflicto que le ha sucedido entre Colombia, Ecuador y
Venezuela ha abierto una nueva coyuntura dentro del ciclo
político que viene recorriendo Latinoamérica desde hace
varios años.
1. El inicio de este ciclo –que dimos en llamar de las “rebeliones
populares”– estuvo marcado por las rebeliones en
Bolivia, Ecuador, Argentina y Venezuela llegando a teñir,
de manera desigual, el conjunto del subcontinente.
Una segunda coyuntura fue precisamente la de la mediación
de estas rebeliones. Mediatización que se construyó
apelando a dos mecanismos: un momento económico
internacional muy favorable y el desvío del ascenso popular
por intermedio del voto y una serie de concesiones a
sectores del movimiento de masas y/o cambios en los términos
de explotación de la región por parte del imperialismo.
Esto dio lugar a una situación de estabilización
“progresista” que se extendió a lo largo de los últimos
años, pero sin que se llegara a cerrar del todo las
profundas contradicciones estructurales que dieron origen a
estas mismas rebeliones. Tampoco se logró imponer derrotas
decisivas al desigual proceso de acumulación y/o
recomposición comenzado con las rebeliones entre las masas
trabajadoras, y que continúa hasta hoy.
2. Pero la crisis actual desatada entre Colombia, Ecuador y Venezuela,
que tiene impacto sobre el conjunto de los gobiernos
de la región, ha abierto una tercera coyuntura general
marcada por tendencias crecientes a la inestabilidad y/o
polarización política y social.
En realidad, desde hace varios meses se venían acumulando
elementos de distinto orden que iban en este sentido. Sin
embargo, es esta crisis, por su magnitud
–independientemente de que sea “cerrada” de manera más
o menos rápida– la que ha terminado de decantar
esta tercera coyuntura general.
3. Son varios los elementos que la han condicionado, así como son
variados sus rasgos. Podemos identificar al menos tres de
importancia general.
En primer lugar, se comienza a desarrollar en las
circunstancias de un eventual cambio en las condiciones
en que opera la economía regional. La crisis económica
que se ha abierto en Estados Unidos y que ahora mismo se está
trasladando a la Unión Europea (todos los analistas se
inclinan a señalar que una recesión yanqui será seguida
por una situación de igual tenor en el Viejo Continente)
acumula más y más elementos para una tendencia a la
recesión económica mundial.
Es verdad que economías emergentes como China, India o
Rusia –que según algunos observadores podrían tomar
relevo como motores del crecimiento mundial en sustitución
de EE.UU.– por ahora prosiguen con altos índices de
crecimiento, arrastrando de paso el mantenimiento de altos
precios de muchas de las materias primas que exporta la región
(petróleo crudo, soja y otros granos, cobre, estaño,
etc.).
Sin embargo, las teorizaciones acerca del eventual
“desenganche” de una parte de la economía mundial de lo
que sigue siendo su centro –la tríada Estados Unidos,
Europa y Japón– son cada vez menos convincentes.
No sólo porque la potencialidad de China o India no llega
hoy para alcanzar a sustituir como centro económico
mundial a los países imperialistas históricos. A la
vez, por el encadenamiento de los flujos de la economía
mundial por mil y un conductos, de suyo un subproducto de la
globalización económica de las últimas décadas, no es
plausible que se dé una situación en la que cuando los países
productores de la mitad del producto mundial caen más o
menos en recesión, esto podría no afectar al resto de la
economía mundial. Sería un cuento de hadas, y el
capitalismo tiene de todo menos eso.
En estas circunstancias, la base material de la
estabilización post rebeliones populares podría estar cada
vez más cuestionada, llevando a un deterioro
creciente en la situación de las economías regionales,
y por tanto en uno de los pilares decisivos de la
coyuntura anterior. Por ejemplo, es creciente el asedio
inflacionario (en algunos casos con elementos ciertos de
desabastecimiento) que están viviendo gobiernos como el de
Chávez en Venezuela, el de Evo Morales en Bolivia e incluso
el de Cristina K en la Argentina, por nombrar algunos de los
casos más evidentes.
4. Junto con lo anterior, está el traslado de toda una serie de
contradicciones subsistentes al plano de la política.
En este terreno están ocurriendo fenómenos de importancia,
que vienen ya de hace tiempo. Se trata de la emergencia de fuertes
oposiciones burguesas de derecha a los gobiernos
“progresistas”. Estas oposiciones –que son más
“radicalizadas” según el grado de profundidad del
proceso mismo que vive cada país– expresan una creciente
resistencia ante las tibias medidas “reformistas” que se
han visto obligados a tomar gobiernos como el de Chávez o
Evo Morales para canalizar la crisis de dominación-gobernabilidad
que afectaba a sus respectivos países.
No se trata sólo de ellos. También en Ecuador y la
Argentina se pusieron en cuestión determinados aspectos del
consenso neoliberal de los ’90 tras los estallidos
vividos en estas sociedades. Y este cuestionamiento –que
ha redundado, más que en elementos de mejoramiento real de
las condiciones de vida de las masas explotadas, en la
emergencia de otro polo gran burgués de acumulación y
superganancias imperialistas– incluyó también
determinada renegociación de los términos de la
explotación de los recursos naturales con las empresas
imperialistas.
Este curso político –sin dejar de ser muy ligera y
limitadamente reformista– ha dado lugar a la
emergencia de esta oposición burguesa con rasgos reaccionarios.
Precisamente cuando, como ha sido históricamente habitual,
estos mismos gobiernos, por su carácter burgués y
al no tomar medidas de fondo y estructurales que acaben con
las lacras económico-sociales del capitalismo semicolonial,
acaban desmoralizando a las masas populares, abriendo el
curso hacia la derecha.
Ejemplo de esto último es el triunfo del No en el reciente
referéndum del 2 de diciembre pasado en Venezuela. Y la
previsión es que de no mediar cambios de importancia en la
orientación del gobierno de Chávez, con su actual giro a
la derecha, podría eventualmente volver a ser derrotado
en las próximas elecciones a gobernadores e intendentes en
noviembre de este año.
Lo anterior recuerda también que –como ha ocurrido
recurrentemente en el siglo XX con este tipo de gobiernos
“nacionalistas”– cuando asoma la crisis económica,
invariablemente estos gobiernos tienden a adoptar un curso crecientemente
conservador, como ya se puede ver en el caso de Chávez
o Cristina K en nuestro país.
Y la paradoja siempre fue que a pesar de estas tendencias
conservadoras y de la búsqueda de alianzas, acuerdos y
concesiones con las “burguesías nacionales”, cuanto más
se cede a sus reclamos y agendas, más duras se ponen estas
mismas oposiciones burguesas derechistas.
Es lo que se está viviendo ahora mismo con el chantaje
separatista de las oligarquías del Oriente en Bolivia,
envalentonadas por la historia de concesiones que han sido
los dos años de gobierno de Evo Morales –aunque al mismo
tiempo subsistan contradicciones en el bordado de un acuerdo
entre ambos sectores burgueses en pugna– o con los “escuálidos”
en Venezuela.
5. Sin embargo, al calor del deterioro de la estabilización lograda por
estos gobiernos, surge potencialmente otro elemento
de enorme importancia: las tendencias al desborde no ya por
la derecha a los gobiernos nacionalistas burgueses y/o
“progresistas”, sino la eventualidad de un desborde
por la izquierda. Es decir, desde los sectores
obreros y populares que comienzan a hacer la experiencia con
los estrechos límites capitalistas de estos gobiernos. Aun
muy embrionariamente, esto es también lo que está pasando
tanto en Venezuela como en Bolivia, y podría ser el caso
–más atenuadamente y a lo largo de 2008– de nuestro
país bajo la gestión de Cristina K.
Un rasgo distintivo de este posible desborde es el relevo
social que parece expresar. Ya no se trata tanto –como
al inicio del ciclo de rebeliones populares– de la
emergencia de sectores plebeyos urbanos –que fueron los
que dieron la tónica al inicio del proceso y son base
social fundamental de estos gobiernos– sino más bien de
las tendencias –aún incipientes– a la entrada a la
escena de la clase obrera.
Es que en los últimos años la clase obrera se ha visto reforzada
estructural y materialmente con la recuperación de la
economía, al tiempo que no ha podido dejar de recibir el
influjo de los aires de rebelión, aunque, inicialmente,
se esté movilizando por reivindicaciones más económicas
que políticas, como la lucha contra la carestía de la
vida, por salarios dignos y contra la esclavitud laboral
heredada de los ’90, que estos gobiernos no han dado un
solo paso para cuestionar.
Es el caso del creciente descontento obrero con el
gobierno de Chávez en Venezuela, expresado en luchas
potencialmente enormes, como la que podrían desencadenarse
entre los obreros de SIDOR (acería del grupo Techint
en íntima alianza con el gobierno chavista) en las próximas
semanas, el creciente malestar entre los mineros
asalariados en Bolivia o el proceso de lucha y
recomposición en curso en porciones de la vanguardia obrera
en la Argentina. Proceso que viene llevando a connotados
analistas burgueses a señalar la preocupación por las “comisiones
internas de determinadas fábricas y lugares que no
responden a las direcciones tradicionales de los sindicatos
y son influenciadas por la izquierda dura”.
6. El conjunto de estos elementos actúa, reitereamos, en las condiciones
de una creciente crisis económica mundial así como de una crisis
de hegemonía del imperialismo yanqui que, aun
mediatizada por los elementos de fuerte consenso burgués
que se expresan entre los dos partidos principales de
Estados Unidos –demócratas y republicanos–, así como
sus principales candidaturas, sin embargo, ante los pantanos
simultáneos en Irak y Afganistán, no hace más que
agravarse, cambiando las relaciones entre
Estados en el orden internacional.
Estos elementos mundiales tienden a recrear un
escenario internacional con rasgos más “clásicos”, en
el sentido de que quizá se puedan observar en el futuro próximo
más contradicciones interestatales e interburguesas
que lo que nos hemos acostumbrado a ver en las últimas dos
o tres décadas. Esto es, atisbos de crisis, guerras y
revoluciones, claro está que sin llegar a constituir
por ahora escenarios tan catastróficos como los que se
vivieron en determinados momentos del siglo pasado,
fundamentalmente en el período de entreguerras, dado que
hoy las tendencias todavía se expresan de manera mucho más
atenuada.
7. Latinoamérica es una de las regiones donde los desarrollos de la
lucha entre las clases han venido siendo de los más
ricos y profundos en el orden mundial. Y esto es lo que
hace prever quizá un desarrollo algo más agudo y
radicalizado de las tendencias operantes en el nivel
internacional.
Es en estas circunstancias que se pueden comprender y se
plantean hechos como la actual crisis entre Colombia,
Ecuador y Venezuela. Crisis que, independientemente de que
difícilmente derive efectivamente en una conflagración
militar, por el solo hecho de anunciar “tambores de
guerra” es una muestra de la polarización potencial en
que se podría sumir toda la región, haciendo estallar
por los aires la estabilización lograda en los últimos años.
Estas tensiones, por ejemplo, son las que recoge una
situación como la boliviana, marcada por una creciente
crisis de Estado que ha puesto en cuestión la unidad
nacional misma del país y que parece en estos días
tener un nuevo pico. Se trata de la querella por los referéndums
cruzados, convocados tanto por el gobierno nacional de
Morales como por la mayoría de los departamentos
“autonomistas” del país, y que pretenden someter a
ratificación textos (la nueva Constitución del MAS
boliviano; los Estatutos Autonómicos de los prefectos del
Oriente) abiertamente contrapuestos. Sólo por
nombrar algunos de los epicentros más críticos de la
actual coyuntura, donde no es descartable que, a mediano
plazo, se puedan sumar otros.
8. En síntesis: estaríamos entrando entonces en una coyuntura marcada
por más elementos de inestabilidad y polarización política,
con los gobiernos “progresistas” en un giro
conservador y en un proceso de crecientes concesiones
hacia las oposiciones burguesas de derecha, que sin embargo
no parecen estar dispuestas a ceder en su hostigamiento al
oficialismo.
Pero precisamente de esta tendencia a divisiones y
crecientes peleas en las alturas, y de
confirmarse y desarrollarse estas tensiones
desestabilizadoras, pueden emerger de una vez por todas
elementos de un desborde por izquierda de parte de la
clase obrera y los sectores populares, hartos de las
crecientes concesiones a los sectores más reaccionarios, de
los “ajustes inflacionarios” y del consecuente deterioro
salarial y de las condiciones de vida en general.
Desde el nuevo MAS y SOB Internacional, peleamos
precisamente por esa perspectiva. Es decir, la afirmación
de una estrategia de intransigente independencia de clase
respecto de los gobiernos del progresismo burgués, que
ponga todos sus esfuerzos en el desarrollo del proceso de
recomposición en curso entre los trabajadores, en la
independencia de las organizaciones obreras del Estado
patronal (caso UNT en Venezuela) y por la construcción de fuertes
corrientes y partidos obreros socialistas
revolucionarios que pugnen por la transformación del
actual ciclo de rebeliones populares en uno de apertura
de auténticas revoluciones socialistas en el siglo XXI.
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