“Su
muerte natural es un triunfo sobre el enemigo”
La
última batalla de ‘Tirofijo’
Por
Alfredo Molano Bravo
El Espectador, Bogotá, 25/05/08
El sociólogo
Alfredo Molano estuvo dos veces con ‘Manuel Marulanda Vélez’.
Lo describe como un hombre tímido y sagaz, con algo de la
astucia indígena. Hablaba poco y, cuando tomaba una decisión,
la sostenía hasta el final.
Pedro
Antonio Marín ha muerto. De muerte natural, faltándole
menos de dos meses para cumplir los 80 años. Había nacido
en Génova (Quindío). Era mayor, por un día, que Ernesto
Che Guevara. A diferencia de Guevara, era un campesino y
siguió siéndolo hasta su muerte. Se levantó en armas en
1948 cuando sus tíos, simples liberales, fueron condenados
por los “pájaros” de Ceilán (Valle) donde vivían.
Deja las
armas unos días y se ensaya como comerciante en el Valle
del Cauca. Tiene éxito, pero El Cóndor no perdonaba.
Hubiera sido un hombre muy rico de haberse dedicado al
cambalache. Vuelve a las andadas detrás de sus primos,
levantados en el sur del Tolima. Tenía sangre indígena, se
le veía en los ojos, pequeños y vivaces. Por eso, sin
duda, tenía una gran puntería. Hasta aquí era un mero
gaitanista.
El Bloque
Sur se divide entre limpios y comunes. La utopía comunista
le atrajo no sólo por identificación ideológica, sino por
razones pragmáticas: las armas no eran del guerrillero que
las ganara, sino patrimonio de la organización. Fue la gran
diferencia con los generales liberales Mariachi o Santander.
En el gobierno de Rojas Pinilla, los limpios se entregan.
Manuel Marulanda Vélez —como comienza a llamarse en honor
de un dirigente obrero antioqueño asesinado— merodea por
la Cordillera Oriental.
Se liga con
Jacobo Arenas y con Isauro Yosa. El gobierno de Alberto
Lleras Camargo le concede la amnistía y Pedro Antonio Marín
se vuelve contratista de obras públicas; construye la
carretera entre Planadas y Gaitania. Vuelve a las armas
cuando los militares lo persiguen por el robo a una avioneta
de la Caja Agraria.
Por esa época
nacen las autodefensas campesinas y Marquetalia, que no fue
más que un intento de gobierno propio en una zona de
colonización, donde se dieron el bombardeo y el legendario
quite que hizo Marulanda a 5.000 hombres del Ejército. De
allí nacen las Farc, con una docena de insurgentes que en
44 años se convierten en un ejército.
Hablé con
Marulanda dos veces. La primera en La Caucha, un campamento
en el Sumapaz a 80 kilómetros de Bogotá. Me lo presentó
Alfonso Cano. Andaba con un perro y una carabina M1. Más
que tímido, prudente y sagaz, tenía algo de la astucia indígena.
Estuvimos hablando una mañana entera y muy a su disgusto me
contó lo que estoy contando. Sandra, su compañera, a la
que murió abrazado según Timoleón, nos preparó un caldo
de papas.
¿Cuál era
el encanto de Marulanda para que personas bien formadas como
los miembros del Secretariado lo respetaran y le obedecieran
incondicionalmente? Creo que además de su experiencia
militar, el hombre era serio y cumplido. Hablaba poco,
miraba mucho y cuando tomaba una decisión, la sostenía
hasta el final, y ese aspecto le abría un enorme crédito
con sus subordinados. Era un hombre de fiar. Astuto,
intuitivo, nada fantasioso. Tenía un lazo de identidad
profunda con campesinos e indígenas.
La segunda
vez que conversé con él fue en el año de 1990, días
antes del bombardeo al campamento en el río Duda. Yo
buscaba —amparado por el gobierno— que las Farc
redujeran el número de delegados para la Constituyente.
Conversábamos cuando un helicóptero se posó sobre el
campamento. Marulanda caminó hasta una lomita descubierta y
al regresar dijo: el ataque no se demora. Al otro día, el
avión gris soltaba sus bombas sobre el cañón del río
Duda y la cuenca del Sinaí. Cargó su equipo y escapó con
su gente por la hoya del río Papamene.
A pesar de
lo que podría creerse, Marulanda combatía, es decir, hacía
frente al Ejército, montaba emboscadas, dormía en
cambuche, y no era ajeno al secuestro ni al gramaje. El
Papamene es el mismo río por donde se dice entró Nicolás
de Federmán y donde el Ejército asegura haber bombardeado
el campamento donde se escondía Marulanda Vélez.
Francamente no creo que un bombardeo hubiera precipitado el
ataque al corazón. La fecha de esta heroica acción militar
no coincide con la fecha que dan las Farc de su
fallecimiento.
Por tanto,
piensa el Ministro de Defensa —un auténtico chisgarabís—
que debió morir del susto. Hay cosas raras en la noticia,
comenzando por la forma como Juan Manuel Santos anunció su
muerte: “Está en el infierno por malo”, le dijo a María.
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