Ola
de desapariciones y asesinatos que los medios
internacionales no registran
Plan
Canje
Por
Santiago O’Donnell
Página 12, 20/07/08
|
Detienen
al presidente del partido de Uribe por sus vínculos
con los "paramilitares"
Arrestan
a parapolítico
La
Jornada, 26/07/08
Bogotá,
Afp y Dpa, 25 de julio. El senador colombiano Carlos
García Orjuela, presidente del principal partido de
la coalición del gobierno del presidente Álvaro
Uribe, fue arrestado hoy por orden de la Corte Suprema
de Justicia por presuntos vínculos con grupos
paramilitares.
En
el contexto del proceso de la llamada parapolítica
que estalló en 2006, García fue detenido cuando
vacacionaba en el balneario caribeño Santa Marta; se
dijo “tranquilo” al declararse “completamente
inocente”.
El
líder del Partido Social de Unidad Nacional fue
implicado en abril pasado en este caso de relaciones
de políticos con los ultraderechistas, en particular
con los grupos que se movilizaban en su departamento
de Tolima.
El
escándalo de estos nexos no sólo involucra a
congresistas, sino también a ex gobernadores,
alcaldes, diputados y políticos regionales. A la
fecha son investigados 68 congresistas elegidos en
2006, de los cuales 33 están presos bajo cargos de
delinquir y la conformación de grupos armados
ilegales.
Entre
los detenidos figura el ex senador Mario Uribe, primo
del presidente Álvaro Uribe y dirigente del partido
oficial Colombia Democrática. García, líder del
Senado entre 2001 y 2002, es uno de los principales
representantes del uribismo en el Congreso.
La
detención del congresista surgió del testimonio de
varios testigos que vinculan al senador con ex jefes
del Bloque Tolima de las AUC.
Según
tres ex miembros de ese grupo, identificados como
'Soldado', 'Teniente' y 'Orlando Carlos', García se
reunió en 2001 con sus jefes en la finca de una
reconocida actriz de la televisión colombiana,
localizada en el municipio de El Guamo, en el
departamento del Tolima, en el sur del país.
Para
los integrantes del "Partido de la U", la
detención de García Orjuela cayó como un
"balde de agua fría", según dijo Jairo
Clopatosky, miembro de la agrupación.
De
la cifra total de casi 70 congresistas enjuiciados por
tener nexos con paramilitares de ultraderecha que,
según la Fiscalía, habrían obligado a los
pobladores a votar por Uribe para la Presidencia de
Colombia, cuatro ya fueron condenados.
Entre
los investigados está el senador Mario Uribe, primo
hermano del presidente colombiano, que siempre ha
negado tener nexos con estos grupos. |
En estos días
tuvo lugar en Colombia una especie de canje de rehenes
secuestrados. No fue un canje humanitario, sino más bien
todo lo contrario. El pasado 11 de julio, nueve días después
de la liberación de Ingrid Betancourt y sus catorce compañeros,
un grupo armado sin identificación irrumpió en las
viviendas de los dirigentes campesinos Manuel Garcés,
Rusbell Gómez y Edilmo Papamija, Islenio Muñoz, Guido Muñoz
y Evelio Rodríguez en el municipio de Patía, en el sur del
Cauca. Dos de ellos son directivos de la Junta de Acción
Comunal de la manzana “El Convenio” y los otros cuatro
son miembros de la Junta de Acción Comunal de la manzana
“La Ceiba”. Los asaltantes acusaron a los campesinos de
“sospechosos de colaborar con la subversión” y los
secuestraron.
“Clamamos
que les respeten la vida, toda vez que los secuestrados son
gente honesta, trabajadora, la mayoría son padres de
familia, nacieron y han vivido todas sus vidas en estas
veredas y no están involucrados en nada distinto al
desarrollo de actividades agrícolas y al servicio de la
comunidad”, denunciaron en un comunicado las Juntas de
Acción Comunal del municipio, con copia a la Cruz Roja, la
OEA y la Defensoría del Pueblo. El comunicado agrega que el
mismo grupo armado había secuestrado, semanas atrás, a
cuatro campesinos del vecino municipio de Argelia. Las víctimas
permanecen en poder de los pistoleros.
Curioso. El
presidente colombiano Alvaro Uribe reclama como uno de los
mayores logros de su gobierno el haber desmantelado al
aparato paramilitar que surgió a fines de los ’80,
primero para combatir a los carteles narco, luego para
disputarle rutas y plantaciones a la guerrilla. Durante toda
su existencia estas fuerzas irregulares amparadas por el
Estado funcionaron también como máquinas de aniquilamiento
de los líderes sindicales y comunitarios que osaban
oponerse a su esquema de control territorial. Eso que según
Uribe no sucede más se parece demasiado a lo que pasó esta
semana en Patía, que no es más que una muestra de lo que
viene sucediendo últimamente en Colombia.
Otra
muestra: el martes pasado fue encontrado en un cementerio de
Ibagué el cadáver del dirigente sindical de la Contraloría
Distrital Guillermo Rivera, secuestrado el 22 de abril en
Bogotá.
Qué raro.
El presidente dice que el paramilitarismo no existe más,
que lo que hay ahora es una red de bandas criminales
dedicadas al narcotráfico, con un alto grado de
militarización, similar a lo que ocurre en Brasil y México,
y no formaciones dedicadas al terrorismo de Estado. Sin
embargo, los paramilitares de antes también se dedicaban al
narcotráfico, además del secuestro y el asesinato político.
Y los de ahora hacen más o menos lo mismo.
Claro, en
el medio Uribe auspició el llamado proceso de desmovilización
de los paramilitares. Entre el 2003 y el 2008, más de
31.000 miembros y supuestos miembros de estas formaciones
entregaron sus armas y se sometieron a proceso. Lo hicieron
al amparo de la llamada Ley de Justicia y Paz, que es una
especie de blanqueo. A cambio de una confesión, la ley
limita la pena de cárcel a ocho años y provee distintos
beneficios sociales y financieros para facilitar la
reinserción social del supuesto arrepentido.
No fue un
proceso muy prolijo. Algunas formaciones guardaron sus
mejores fierros para entregar a cambio mosquetones de la
Segunda Guerra Mundial. Otras guardaron a sus mejores
cuadros y mandaron en su lugar a perejiles ávidos de un
subsidio. Las confesiones tampoco aportaron demasiado salvo
algunas excepciones, suficientes para encarcelar a una
veintena de congresistas aliados a Uribe.
Pero justo
cuando los desmovilizados empezaban a soltar la lengua,
Uribe embaló en un paquete a los 15 jefes más influyentes
y los mandó extraditados a Estados Unidos. De yapa, extravió
o hizo extraviar los discos duros de las computadoras de los
extraditados. Cuando se enteraron las autoridades judiciales
que los estaban juzgando, los jefes paras ya estaban
aterrizando en Estados Unidos.
La nueva
generación de paramilitares no tardó en llenar el vacío.
Según un experto consultado para esta columna, las nuevas
formaciones, activas en las regiones de Cauca y Nariño, se
dividen en tres grupos. Primero, grupos nuevos en
territorios nuevos con metodologías similares a las de los
viejos paramilitares. Segundo, grupos nuevos con metodologías
similares que vienen a ocupar el mismo territorio que antes
controlaba un grupo paramilitar. Tercero, grupos nuevos
reclutados por mandos medios no desmovilizados de viejos
grupos paramilitares.
Ante este
panorama, que nadie discute, porque ahí están los nombres
y las direcciones de las víctimas para probarlo, el
gobierno colombiano insiste en caracterizar a los nuevos
paramilitares como “bandas de delincuentes”, ignorando
sus crímenes políticos y sus vinculaciones políticas,
casi como que secuestran a campesinos y sindicalistas por
deporte.
La historia
oficial de Uribe cuenta con el inestimable apoyo de la Misión
de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia de la Organización
de los Estados Americanos, llamada MAPP–OEA, que depende
directamente del secretario general José Miguel Insulza.
A pesar de
las evidencias del reciclaje, Insulza avaló sin medias
tintas la tesis de Uribe sobre el fin del paramilitarismo en
el último informe de MAPP–OEA, publicado en junio. “Las
facciones armadas que surgieron después de la desmovilización
de las autodefensas (paramilitares) adquieren un perfil
delincuencial que se encuentra vinculado al narcotráfico.
No existe evidencia, hasta la fecha, de acciones
contrainsurgentes que vinculen a estas estructuras con el
concepto y el accionar paramilitar”, declaró en un
comunicado.
Sin
embargo, en el mismo comunicado el secretario general de la
OEA reconoció que le preocupaba “la persistencia de
grupos de naturaleza delincuencial... especialmente desde la
afectación que generan sobre las comunidades”. ¿Pero cómo?
¿No eran delincuentes comunes dedicados a la venta de
droga? ¿Qué significa generar “afectación sobre las
comunidades”? ¿Qué es lo que se esconde detrás de
semejante eufemismo?
A lo largo
de los años, con pulso de equilibrista, la MAPP–OEA ha
alternado elogios y críticas al proceso de desmovilización.
La semana pasada, sin ir más lejos, alertó sobre el
asesinato de más de 800 paramilitares desde que empezó la
desmovilización y dijo que pone en riesgo todo el proceso.
¿Quién los mató? ¿Por qué los mataron? Según la
MAPP–OEA, la mayoría fue por “disputas por el control
de zonas y por no querer reincorporarse a nuevas bandas”.
Curioso. Si están desmovilizados, ¿por qué disputan el
control de zonas? Si los de ahora no tienen nada que ver con
los viejos paramilitares, ¿por qué quieren reclutarlos por
la fuerza?
Los
secuestros de Patía desnudaron la falacia de la definición
de Uribe que Insulza hizo suya. El ex ministro y politólogo
Camilo González Posso, cofundador del opositor Polo Democrático
Alternativo, lo puso en evidencia esta semana en un artículo
que tituló “el despiste de la OEA”. González Posso
dice que la MAPP–OEA “tiene buena gente en el terreno”
que sabe lo que pasa. Pero agrega que la misión “se torna
inoperante” porque sus responsables “están ocupados en
vericuetos diplomáticos para no molestar al gobierno con
hechos que muestran la reproducción y emergencia del fenómeno
narcoparamilitar.”
A
continuación ofrece un diagnóstico que parece más
ajustado a la información disponible: “Ahora como antes
estamos ante grupos armados cuyos objetivos centrales son
los negocios ilícitos, cuidado de laboratorios, rutas y
procesos de apropiación de tierras y de lavado de activos
en macroproyectos. Y ahora como antes, aunque en forma
diversa según la zona, esos grupos prestan servicios de
‘orden’, persiguiendo especialmente a líderes y a
comunidades que no se ajustan a sus planes de control
territorial... El objetivo es subordinarlas a sus proyectos
y de paso ofrecerles a las autoridades una colaboración en
la guerra (contra la guerrilla) a cambio de favores en otros
negocios. Como antes, esos tratos con algunos agentes
estatales y parapolíticos en un lado no impiden que en otro
tengan acuerdos pragmáticos con frentes guerrilleros”.
Queda claro
que el plan de “seguridad democrática” de Uribe no
provee seguridad democrática, porque no protege a los líderes
de los movimientos sociales. También, que negar la
persistencia del paramilitarismo es una forma de cobijarlo.
Y que más allá de los golpes mediáticos, la vida de un
campesino vale tanto como la de Ingrid Betancourt.
¿Y
la libertad para los desaparecidos cuándo?
Por
Juan Diego Restrepo (*)
Revista Semana, , 21/07/08
Bogotá.–
Del secuestro sabemos mucho: cifras, grupos
responsables, modalidades, nombres de las víctimas, tiempo
de cautiverio. Pero es poco lo que conocemos de la
desaparición forzada: las estadísticas no son precisas y
no está en boca de las sociedades generadoras de opinión y
de información.
¿Y los que
sufren el flagelo de la desaparición forzada cuándo
regresan a la libertad? La pregunta me sigue rondando después
de presenciar las multitudinarias marchas que recorrieron
este 20 de julio las principales calles de decenas de
ciudades del país y del extranjero protestando contra el
secuestro y clamando por la liberación de los cautivos en
poder de las guerrillas.
Debo
aceptar que la pregunta es inoportuna en este momento de
efusividad patriótica, pero es justo tener en cuenta a
todos aquellos que hoy están desaparecidos de manera
forzada y reclamar por su libertad. Y admito que no tiene
respuesta optimista, entre otras razones porque gran parte
de la sociedad colombiana y mundial se han ocupado de darle
la espalda a quienes padecen desde hace décadas esta
modalidad delictiva, considerada como crimen de lesa
humanidad por el derecho internacional y cuya acción
punitiva no prescribe en el tiempo.
En esa
perspectiva, Medellín vive una tragedia. Mientras en el
primer trimestre del año se presentó un solo caso de
secuestro en la ciudad, las desapariciones forzadas sumaron
21.
Una revisión
de registros de personas desaparecidas adelantada por
funcionarias de la Personería a las bases de datos del
Cuerpo Técnico de Investigaciones de la Fiscalía, Medicina
Legal y a los comandos de la Policía Metropolitana del
Valle de Aburrá y Antioquia, detectó que entre enero 1 y
marzo 31 de este año se reportaron 85 desapariciones de
personas; de ellas, 12 ya aparecieron vivas y una más
muerta.
Lo que
impresiona de ese informe es que no sólo en un trimestre
continúen desaparecidas 72 personas, sino que en por lo
menos 21 casos se haya evidenciado un perfil violento que
clasifica la desaparición como forzada y que, según el
informe de la Personería, no son tratadas como tales por
las autoridades.
Entre los
casos más dramáticos ocurridos en la capital antioqueña
quisiera destacar el que involucró a tres muchachos
afrodescendientes – Ángel David Buenaños, Jesús Daniel
Robledo Zea y Jhon Emilio Robledo Zea –, obreros de la
construcción, desplazados del departamento del Chocó y
habitantes del barrio 8 de Marzo, un populoso sector de las
laderas orientales de la ciudad.
Este caso
de desaparición forzada múltiple ocurrió al anochecer del
27 de enero de este año. Sus parientes me contaron que a
eso de las 8 de la noche llegaron a la humilde vivienda
cerca de 10 hombres vestidos de negro y encapuchados,
retuvieron a los muchachos, los sindicaron de
"guerrilleros" y se los llevaron. Desde ese día
no se volvió a saber nada de ellos.
Un aspecto
de este hecho que sorprende es el argumento que expuso un
comandante barrial de la Policía Nacional, quien sostuvo
que los desmovilizados de las Auc están pendientes de la
gente que llega nueva al barrio, y con relación a los tres
chocoanos dijo que los ex paramilitares "estaban muy
'tocados' porque esos muchachos a pesar de ser tan nuevos en
el barrio se 'movían' con mucha propiedad".
Del
secuestro sabemos mucho: cifras concretas, grupos
responsables, modalidades, clasificación de las víctimas,
nombres de los afectados, tiempo de cautiverio. Frente a
este delito, la sociedad siempre se ha manifestado y los
medios de información lo han destacado de manera reiterada.
Pero es poco lo que conocemos de la desaparición forzada:
las estadísticas no son precisas, no es un tema que esté
en boca de las sociedades generadoras de opinión y de
información, y, por lo tanto, no es agendado por los medios
de comunicación.
Un estudio
reciente sobre un conjunto de titulares referidos a dichos
crímenes y publicados en un medio impreso regional entre
1995 y 2005 determinó que el 75 por ciento correspondió al
tema del secuestro y 25 por ciento a la desaparición
forzada. Comparativamente, esa tendencia se ha reflejado en
las marchas del 4 de febrero, del 6 de marzo y de este 20 de
julio.
Tanto el
secuestro como la desaparición forzada son dos prácticas
aberrantes que subyugan la libertad del individuo y la de
sus familias, pero la mirada sobre el segundo delito es, tal
vez, más benévola por parte de un amplio sector social,
como si consideraran que es políticamente legítima y
conveniente, dado que a las víctimas se les acusa de
"ser guerrilleros", sin que puedan defenderse.
Cuando
concebí la idea de escribir esta columna, hablé con una señora
que hace parte de la Corporación Madres de la Candelaria y
quien lucha por el regreso de su hijo desaparecido. Al
preguntarle qué hay que hacer para devolverle la libertad a
los desaparecidos me contestó: "debemos devolverle su
dignidad, conservar su memoria, ponerle voz y rostro a todos
ellos, y no olvidarlos, porque al olvidarlos se
mueren".
Ojalá el
triunfalismo patriótico que siente un amplio sector social,
tanto dentro como fuera del país, no les nuble la razón y
acaben matando con su amnesia a quienes sufren la desaparición
forzada. Sus familias reclaman solidaridad nacional e
internacional porque también los quieren de regreso a la
libertad.
(*)
Periodista y profesor universitario.
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