En la Colombia de Uribe:
Jefe paramilitar relata cómo en
2003, durante la primera presidencia de Álvaro Uribe,
exterminó a un pequeño pueblo
Chengue, una masacre sin ruido
Por Tadeo Martínez
Corresponsal en Barranquilla
Revista Semana, Bogotá, 07/30/08
Uber Bánquez Martínez, alias
Juancho Dique, describió cómo asesinaron con machetes y
morteros a 29 personas en el pequeño pueblo sucreño. También
dijo que dos agentes del CTI y dos amigas, desaparecidos en
el Golfo de Morrosquillo en 2003, fueron descuartizados y
arrojados al mar.
La mayoría
de las ventinueve personas que murieron en la madrugada del
13 de febrero de 2001 en el corregimiento de Changue, en los
Montes de María, fueron asesinadas por golpes propinados
con mortero y unos cuantos más fueron degollados.
La razón
para haber ejecutado está acción sin armas de fuego,
explicó Uber Bánquez, alias Juancho Dique, fue porque a
media hora estaba la Infantería de Marina y muy cerca había
campamentos guerrilleros del frente 35 de las Farc. No querían
hacer mucho ruido, por eso usaron armas “silenciosas”.
La acción
fue ordenada según el ex jefe del Frente Canal del Dique,
por Carlos Castaño, quien habría enviado a Rodrigo Mercado
Pelufo, alias Cadena, el listado de las personas que debían
ser asesinadas.
Alias
Cadena mandó a buscar a Juancho Dique a Palmar, donde se
reunieron y le dio las instrucciones. Dijo que él salió en
tres camiones con 60 hombres y el único obstáculo que
tuvieron se presentó a la salida de San Onofre, donde había
un retén con ocho policías qué les preguntaba quiénes
eran y para dónde iban.
Juancho
Dique sin ningún recato dijo que ellos les dijeron a los
policías que eran autodefensas y que iban para Chengue y
que si no querían que los “pelaran” (asesinaran), que
se apartaran. Los policías se replegaron y dejaron pasar
los tres camiones con el cargamento de paramilitares.
Llegaron en los tres camiones hasta el corregimiento de
Macayepo, donde descendieron e iniciaron el ascenso a pie. A
Chengue llegaron a las cuatro de la mañana y enseguida
pasaron de casa en casa buscando a las personas que estaban
incluidas en la lista y los iban llevando a la Plaza.
Cada una de
las víctimas pasaba por un falso reconocimiento que habían
instalado en un sitio cercano a la plaza donde tenían un
computador con el que hacían creer a las víctimas que
estaban confirmando sus identidades. Alias Macayepo, uno de
los encargados de las ejecuciones se comunicaba con la mesa
del computador y pedía que le mandaran a otro. Como los
mataron golpeándolos con morteros o acuchillándolos con
machetes y cuchillos la masacre transcurrió en silencio, y
nadie pudo venir al auxilio de los pobladores. Así fueron
ejecutando uno a uno a las víctimas que esa madrugada
perdieron la vida.
¿Todas las
personas incluidas en la lista fueron ejecutadas?, preguntó
la fiscal. El ex jefe paramilitar le dijo que no, que
algunas personas se dieron cuenta de lo que estaba
ocurriendo y se escaparon por los patios y se escondieron en
el monte. La silenciosa masacre fue ejecutada
entre las cuatro y las once de la mañana, cuando el grupo
de hombres abandonó la población ante la presencia de
helicópteros y aviones del ejército que comenzaron a
bombardear la retirada de los paramilitares.
El ex jefe
paramilitar dijo que en ese pueblo vivía la novia de Martín
Caballero, a quien fusilaron y colgaron de un árbol junto
con otra persona que no sabe quién era. Las paredes del
pueblo fueron pintadas con consignas de las Auc, incendiaron
casas, robaron en tiendas y casas y aunque ellos pidieron a
las personas que se devolvieran a sus casas, la población
se desplazó.
La fiscal
le preguntó si lograron el objetivo de someter la región,
y alías Juancho Dique le dijo que nunca pudieron someter a
los pueblos de los Montes de María, que después de que
ejecutaban asesinatos selectivos, siempre que subían tenían
bajas, hombres muertos y heridos.
Dijo que
pudieron escapársele a la Infantería porque la guerrilla
los emboscó y ellos pudieron romper el cerco y caminar
hasta la orilla del playa, donde los esperaba alias
“Cadena”, quien ordenó engrasar las armas, guardarlas
en unos tanques y enterrarlas en la playa. Los 60 hombres
que participaron en la acción fueron enviados a Urabá y Córdoba,
mientras pasaba el momento.
Pero dos
meses después regresaron, desenterraron las armas y
arrancaron para Mampuján, otro corregimiento de la región
donde asesinaron a once personas, al parecer inocentes,
porque los paramilitares llegaron en busca de un campamento
guerrillero del Eln y encontraron los cambuches desocupados.
Ante eso
recogieron a once habitantes de la vereda de El Loro y los
asesinaron en una cancha de fútbol. En esta acción
participaron alias “El Gallo y “Amaury”, jefes
paramilitares de frentes en El Guamo y Magangue, Bolívar,
que obedecían órdenes de Jorge 40 y Salvatore Mancuso.
Los
agentes del CTI
Durante años
se ha dicho que los agentes del CTI, Fabio Coley Coronado y
Jorge Luis de la Rosa, desaparecidos desde 2003, habían
sido enterrados en el que carro que se movilizaban. Coley y
De la Rosa, dos curtidos investigadores desarrollaban
labores de inteligencia en San Onofre, Rincón del Mar y
Verrugas, sobre la vida y actividades de Cadena. Pero en la
zona mucha gente estaba al servicio del sanguinario jefe
paramilitar y éste supo de la labor que desarrollaban los
agentes del CTI [1], quienes se habían hecho acompañar por
dos amigas de Sincelejo, también desaparecidas.
Cuando los
investigadores iban de retirada el mismo Cadena les salió
al paso con varios de sus hombres de confianza. Entre otros,
lo acompañaban, alias “Macayepo”, el “Rolo”,
“Blancanieves”, “Caraeloco” y el “Latigo”. Uno
de los agentes del CTI intentó arrebatarle el arma a
“Caraeloco” y lo asesinaron. El otro agente fue
asesinado de inmediato.
Aunque
alias Juancho Dique que esos hechos no le constan, los
conoce porque hablando con los miembros del bloque Héroes
de los Montes de María, le han contado estos detalles. Las
dos jóvenes que los acompañaban también fueron
asesinadas.
Pero no sólo
los asesinaron. Sus cuerpos fueron descuartizados y Cadena
mandó a buscar a Roberto Ruiz, el administrador de la
gallera del ex jefe paramilitar para que trajera una lancha
hasta el sitio donde ellos estaban en Rincón del Mar.
Mientras el carro de los investigadores fue enterrado en la
finca la 70, los cuatro cuerpos fueron metidos en unos
costales, embarcados en la lancha y arrojados al fondo del
mar, bien adentro.
1.– CTI: Cuerpo Técnico de
Investigaciones de la Fiscalía de Colombia. (Nota de SoB)
Los 18 pueblos
Por Iván Cepeda Castro
El Espectador, Bogotá, 24/07/08
18 pueblos indígenas que habitan
en Colombia están actualmente en proceso de exterminio o de
extinción. Así quedó constatado en una sesión del
Tribunal Permanente de los Pueblos, que se realizó por
estos días en la Sierra Nevada de Santa Marta. Estos son
algunos de los casos que allí se presentaron:
La explotación del petróleo en
Arauca por parte de la empresa española Repsol y por la
estadounidense Occidental Petroleum ha afectado gravemente a
la comunidad u’wa, y tiene al borde de la desaparición a
los sicuani. A mediados de la década de 1990, los u’wa
advirtieron que podrían llegar al suicidio colectivo ante
la violación de su dignidad y su territorio. Las empresas
petroleras han convertido el hábitat de los indígenas en
zonas de exclusión, quitándoles su espacio físico y
contaminando su medio ambiente. En Putumayo, los cofanes y
los sionas están en proceso de ser aniquilados por efectos
de la violencia. Sus territorios han sido invadidos por la
compañía petrolera estadounidense Argosy.
En Chocó, Antioquia y el Eje
Cafetero, los embera son asesinados y desplazados. Se busca
optimizar la explotación del oro, que realiza
principalmente la empresa Anglo Gold Ashanti. En Córdoba,
los embera katio han denunciado en múltiples oportunidades
los efectos de la construcción de la represa de Urrá. En
abril de 1999, solicitaron asilo en la embajada de España.
Pidieron que los cerca de 2.500 miembros sobrevivientes del
asentamiento de su comunidad en el Alto Sinú fueran
recibidos en España en calidad de refugiados políticos.
Las comunidades que conforman el pueblo wayuu han perdido
sus territorios y se han tenido que desplazar a la Alta
Guajira o a Venezuela.
Sus tierras ahora son controladas por
los grupos paramilitares, y han sido invadidas por
megaproyectos de explotación de gas e hidrocarburos. En la
Sierra Nevada de Santa Marta, los kankuamos han sufrido en
siete años 228 asesinatos políticos y el desplazamiento de
400 familias. Los grupos paramilitares los han perseguido
por la defensa que han hecho de la riqueza hídrica de su
territorio.
Arhuacos, koguis y wiwas los otros
tres pueblos que habitan la Sierra Nevada también afrontan
la violencia de los grupos armados y las pretensiones de las
empresas nacionales y extranjeras de convertir la
privatización del agua en un megaproyecto económico.
Quedan no más de 400 nukak maku en el Guaviare. La invasión
de su territorio por los colonos y los grupos armados está
llevando a la desaparición física de este pueblo nómada.
Los wipiwi también se encuentran en una situación de alto
riesgo de extinción, pues sólo quedan 12 familias
integradas por 83 miembros en Casanare.
¿Cómo calificar esta realidad? No
cabe otra definición que la de un cuadro de múltiples
genocidios, o si se prefiere, de múltiples etnocidios. La
desaparición de estos pueblos es la muerte de lenguas,
cosmovisiones y culturas que hacen de nuestro país uno de
los más diversos del planeta. Lo atroz de esta situación
no es sólo el desvanecimiento progresivo de poblaciones
enteras arrasadas por la codicia de las multinacionales, y
en medio del conflicto armado.
Lo monstruoso es además el silencio
cómplice de la sociedad colombiana y de la comunidad
internacional ante fenómenos criminales tan graves y
masivos. Los pueblos indígenas están siendo aniquilados en
medio de la indolencia generalizada. Sin multitudinarios
conciertos de superestrellas ni marchas ciudadanas que
exijan poner fin a estos etnocidios.
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