Bases
militares para proyectarse a toda América Latina
EEUU
acelera la fase militar del Plan Colombia
Por
Marco A Gandásegui, h. (*)
ALAI, América Latina en Movimiento, 22/07/09
Informes
indican que antes de fin de mes, EEUU acordará con el
gobierno colombiano en Bogotá un acuerdo mediante el cual
se distribuirán tropas norteamericanas en, por lo menos,
siete bases del país andino. El ministro de Defensa, el
general Freddy Padilla anunció que el acuerdo tendrá una
duración inicial de 10 años. La principal instalación
militar es Palanquero, apenas a 100 kilómetros de Bogotá,
a orillas del río Magdalena. Las tropas norteamericanas
también operarán desde la base de Apiay en los llanos
orientales de Colombia así como en Barranquilla, en la base
Alberto Puowels, en la costa del Caribe.
El acuerdo
militar entre los dos países incluye un incremento de
visitas de naves de guerra norteamericanas a los puertos de
Málaga, en el Pacífico, y Cartagena, en el Caribe. Los
voceros militares colombianos señalan que los nuevos
arreglos le permitirá a EEUU reemplazar la base que opera
en Manta, instalada en el norte de Ecuador. Washington tiene
un total de 220 efectivos que hacían 8 vuelos diarios.
Manta ha servido para identificar barcos y aviones sobre el
espacio aéreo de Colombia y otros países de la región.
El acuerdo
que permitirá a EEUU ocupar a Colombia por diez años,
también extendería el pacto actual para incrementar la
presencia de hasta 1400 soldados y contratistas militares
estadounidenses en territorio colombiano.
La base de
Palanquero se abrió a operaciones norteamericanas en abril
de 2008. En 1998 un helicóptero que operaba desde
Palanquero bombardeó a una comunidad al norte de Bogotá
matando a 17 personas. El incidente fue encubierto hasta que
los grupos de defensa de los derechos humanos obligaron al
gobierno de Bogotá a admitir la responsabilidad de las
Fuerzas Armadas colombianas en la masacre.
En la
capital norteamericana, el Congreso está a punto de aprobar
una partida para invertir 46 millones de dólares en la
ampliación de Palanquero. En la actualidad, Palanquero
cuenta con una pista aérea de 3500 metros de longitud, dos
hangares y aloja la división más importante de la Fuerza Aérea
colombiana.
La embajada
de EEUU en Bogotá se niega a hacer declaraciones. El
embajador William Brownfield señaló hace poco que EEUU no
invertiría en la construcción de nuevas bases. Al
contrario, dijo, su país sólo hará uso y modernizará las
instalaciones ya existentes en Colombia. Brownfield era
embajador de EEUU en Venezuela en 2002 cuando la conspiración
para derrocar al presidente Hugo Chávez fracasó.
Washington no negó su participación en ese golpe frustrado
por el pueblo venezolano.
Colombia
actualmente es el país más comprometido con las políticas
norteamericanas de “contención” en América del Sur.
Sus vecinos inmediatos, Venezuela y Ecuador, han sido objeto
de constantes provocaciones tanto por Bogotá como por
Washington. El incremento significativo de militares
norteamericanos en Colombia creará aún más tensiones
entre los países de la región con Bogotá. Según
declaraciones de un militar colombiano a una agencia de
noticias de EEUU, el Pentágono (Departamento de Defensa)
pretende convertir a Colombia en un hub (“centro de
operaciones”) para sus operaciones militares. Quienes se
oponen en el Congreso de EEUU a la ampliación de la
presencia de su país en Colombia están preocupados por los
efectos que tendrá esta política intervensionista en la
región. Además, a EEUU no le conviene, dicen,
comprometerse más en los conflictos internos de Colombia.
El
escenario colombiano se asemeja mucho al Vietnam de hace 40
años cuando EEUU desplegó tropas en ese país para luego
atacar a los países vecinos de Indochina (Laos y Camboya).
En este caso, EEUU podría estar pensando en Venezuela y
Ecuador, de paso repetir una invasión–castigo a Panamá.
A pesar del
hermetismo, el documento oficial del Pentágono,
“Estrategia hacia una ruta global” ofrece algunas pistas
sobre las intenciones de EEUU. El documento fue presentado
en abril de 2009 en la base aérea de Maxwell, en Alabama,
EEUU. El documento señala que Palanquero puede servir como
una “base para la seguridad cooperativa” desde donde se
podrían “ejecutar operaciones móviles”. En otras
palabras, se convertiría en una plataforma para realizar
operaciones militares en la región. Según el mismo
documento, “la mitad del continente puede ser cubierto
desde Palanquero por un transporte militar C–17 sin tener
que reabastecerse”.
Tanto el
senador opositor colombiano, Gustavo Petro, quien calificó
este plan como “una violación de la soberanía”, como
el candidato a la Presidencia, Rafael Pardo, se oponen a los
planes de Bogotá y Washington. Pardo, que está en campaña
para las elecciones de 2010, se queja del secretismo y la
naturaleza provocativa de una presencia militar de EEUU en
Colombia. Según Petro, “lo que busca el acuerdo es tener
tropas norteamericanas en Colombia. Un país soberano debe
respetarse por el hecho de que sólo las tropas colombianas
son las que tienen derecho a estar en Colombia”.
El
canciller colombiano, Jaime Bermúdez, quien viajo a
Washington para defender el proyecto en una Comisión del
Senado de ese país, aseguró que las operaciones militares
de EEUU no penetrarían el territorio de otros países sin
el permiso correspondiente. “Se trata de un acuerdo entre
Bogotá y Washington que cubre sólo territorio
colombiano”. El presidente colombiano, Alvaro Uribe, ha
declarado muchas veces que sus tropas cruzarían todas
fronteras para defender su país. Así lo han hecho en múltiples
ocasiones en Venezuela, Ecuador y Panamá. Las declaraciones
de Bermúdez parecen no coincidir con la historia reciente
de agresiones colombianas en los países vecinos.
En la
actualidad, EEUU mantiene alrededor de 600 efectivos y
contratistas militares en Colombia. Los “asesores”
norteamericanos están incrustados en las divisiones del Ejército
colombiano, tienen sus propias oficinas y han entrenado a
miles de oficiales desde 2000.
(*)
Marco A. Gandásegui, hijo, es docente de la Universidad de
Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios
Latinoamericanos (CELA) Justo Arosemena. http://marcoagandasegui.blogspot.com
El
cuento viejo de las nuevas bases militares estadounidenses
en Colombia
Un
atentado a la soberanía y la estabilidad regionales
Por
Juan Alberto Sánchez Marín
ALAI, América Latina en Movimiento, 20/07/09
Las nuevas
instalaciones, según lo reveló la revista colombiana
Cambio, son las cinco principales bases de la Fuerza Aérea
y la Armada en el país: Apiay, Malambo, Palanquero,
Cartagena y Bahía de Málaga. Las bases harían parte de la
nueva "arquitectura del teatro", como ha llamado
el Comando Sur a la extensa red de facilidades y funciones
militares en América Latina y el Caribe.
Dice la
Wikipedia, enciclopedia libre de la red, que le dio en la
cabeza a un Artrópodo como Microsoft y le sacó de
circulación su Encarta, que "una base militar es una
instalación que es propiedad directa y operada por y/o para
el ejército o una de sus ramas. En su mayoría acogen
material y personal militar, así como instalaciones para
entrenamiento y operaciones".
Dice el
gobierno colombiano, que ni es libre ni mucho menos tiene
apuntes enciclopédicos, sobre las bases militares gringas,
que de labios para afuera se instalarán pronto en el país
y que corazón adentro ya están operando hace años y a sus
anchas, dice que estas serán más bien centros de
intercambio, formación, cooperación, en fin, cosas amables
y beneficiosas que lo extraño es que no hayan sido
reconocidas antes y que un gobierno abiertamente sagaz haya
tardado dos mandatos para acogerlas en su seno.
Pero la
realidad, ay, es otra y bien distinta. Si a la enciclopedia
no se le puede creer todo, ni siquiera mucho, a la verborrea
subrepticia y culebrera del gobierno hay que creerle menos,
o, mejor aún, nada. Por supuesto, la Wikipedia está en lo
cierto. Y, también por supuesto, el gobierno no está
errado ni es engañado: sólo nos mete los dedos a la boca.
Palabras,
palabras
William
Brownfield, el embajador de los Estados Unidos, un tejano de
pura cepa, que exuda por cada poro la misma patética moral
de su anterior jefe, George, a la que se afilia a pasos
agigantados el actual, Barak, porque nunca ha tenido otra,
dijo hace pocos meses que "Colombia y Estados Unidos
estamos colaborando en los esfuerzos contra la droga ilícita,
en los esfuerzos contra la delincuencia internacional".
Y, claro, "parte de esa colaboración, sin duda
ninguna, requiere acceso a instalaciones entre los dos países
y requiere un ajuste".
Ya quisiera
yo ver, en medio de tanta reciprocidad, a algún militar
colombiano en territorio estadounidense, abriendo la boca
para algo más que bostezar. Así fuera en cualquier cenáculo
de cortapalos y así fuera para pedir que lo manden de sapo
al frente afgano o al iraquí, o a los altos del Golám,
"a morir por mis amigos".
Ahora
Brownfield, el pequeño guerrero, egresado del National War
College (NWC), una especie de lobanillo en la National
Defense University, quien de paso también fue asesor político,
entre 1989 y 1990, del Comandante en Jefe del U.S. Southern
Command, Comando Sur, en Panamá, insiste en que las bases
en Colombia no serán bases, y en todo caso y si por algún
azar lo fueran tampoco serán como la Eloy Alfaro de Manta.
Así que parece que el desmantelamiento de la base aérea
ecuatoriana en los mismos días en los que se anuncia que lo
que sea que se monte "para entrenamiento y
operaciones" en el país, es mera coincidencia.
Y sostiene
el embajador, con un acento de western y un tartamudeo
calculados, que lo hacen parecer cándido cuando en verdad
es insolente a más no poder, que se trata de una colaboración
en la que a los Estados Unidos no sólo van a servirles las
bases aéreas, sino también las navales. Que todas les son
necesarias a su país para tanquear aviones y barcos, helicópteros
y lanchas, en fin.
La misma
pavada que ya canturreaba hace meses nuestro actual ministro
de Defensa encargado, Freddy Padilla, cuando afirmaba que
"una de las funciones que podría asumir Colombia, tras
la salida de Estados Unidos de Manta, podría consistir en
prestar instalaciones militares para que los aviones
americanos se puedan reabastecer y recibir mantenimiento técnico,
para evitar que tengan que viajar hasta su país y recibir
la misma ayuda que se le puede brindar en Colombia".
La única
diferencia es que nuestro general hablaba de los hechos como
dudosos, posibles, quizás deseables, es decir, con los
verbos en un modo subjuntivo y en un tiempo digamos que
imperfecto, en tanto que el embajador, dando la cara con la
impunidad que le otorga ser quien es, en emisión de
noticias de televisión del 18 de julio de 2009, lo refería
como un hecho no sólo cotidiano, ya en ejercicio, sino como
una práctica vieja, sin importancia de lo acostumbrada, o
sea, soltando revelaciones en un pretérito perfecto simple
del indicativo.
Un
tris de memoria
Es una
vieja historia la de las bases militares. Los romanos
dejaban legiones enteras en las distintas rutas de sus
avanzadas coloniales. Esas bases eran la manera obvia de
garantizar la sujeción de los territorios conquistados y
ocupados. Muy al oriente, unos siglos atrás, Gengis Khan
había hecho lo mismo, para hacer posible la cohesión de
las miles de tribus que conformaban la colcha de retazos de
su imperio. Y España, en su momento, cuando la conquista,
atiborró de bases la geografía del Nuevo Mundo. Los hijos
de Cristóbal Colón, Diego y Fernando, fueron expertos en
el tema. Asesores perfectos aún sin Pentágono. Y España
las mantuvo y reforzó durante la colonia, no solo para
cuidar las entrañas, sino para defenderse de las bases móviles
inglesas y francesas, pioneros como se sabe en las ardides
usurpadoras de nuestros tiempos.
Las bases
militares son algo consustancial a los afanes imperiales.
Ellas permiten mantener bajo control a los pueblos
sometidos, sofocar voces y fuegos contrariados, mantener a
buen recaudo las riquezas conquistadas, y actuar pronto y a
discreción contra cualquier ruido en el sistema.
Estados
Unidos, el imperio que en desventura nos tocó, ha echado
mano de la estratagema desde que es imperio. No le han
bastado las incesantes invasiones. En realidad, esas son sólo
la fase inicial del cuento. La invasión, el acuerdo, la
concesión, por la guerra o por la paz, por presiones,
chantaje o voluntad interesada y entreguista de las élites
ungidas con el poder local, abren la puerta. Las bases
garantizan al gringo adentro.
El Canal de
Panamá, desde su inauguración, hasta la entrada en
vigencia de los tratados Torrijos – Carter, fue una base
militar con canal. Después de eso, no se sabe a ciencia
cierta lo que es, pero sí claramente que Panamá érase que
se es un pequeño país a un canal pegado. Y la plataforma
ahí, más trancada, menos visible, por la que vuelan y
revuelan los mismos de antes, aunque ahora el cuartel
central del Comando atienda en Miami.
Los Estados
Unidos convalidaron internacionalmente el régimen
franquista, que tantos devaneos tuvo con la Alemania nazi y
la Italia fascista, a punta de bases militares, por la
gracia de un tratado oscuro y oculto que todavía no se
devela por entero y que facultaba a los Estados Unidos para
operarlas con total impunidad. Una aquiescencia costosa, que
el país ibérico, ya sin Paco y más de cincuenta años
después, sigue pagando por cuotas y a punta de bases
estadounidenses autónomas, en un país al que tanto le
seducen las autonomías.
Pero no se
trata sólo de España. Toda Europa fue minada de bases
militares por los Estados Unidos y la OTAN, desde la guerra
fría, con el pretexto de hacerle frente a una supuesta e
inminente agresión de la Unión Soviética, la cual, claro
está, nunca llegó, pero que dejó un cinturón de bases de
norte a sur y de este a oeste, la mayor parte de las cuales
continúa operativa.
Ratones
cuidando el queso
América
Latina, desde el punto de vista geopolítico, significa para
los Estados Unidos exactamente el papel que sus gobiernos le
han endilgado con desprecio, desde Harry Truman para acá:
el de patio trasero, en el que están los recursos, las
reservas, la despensa.
Las bases
estadounidense, también por esas casualidades que ya
notamos, rodean la Amazonía, pacen junto al Acuífero
Guaraní, florecen en las rutas comerciales más
importantes, engordan en los lugares estratégicos y acechan
como águilas a los gobiernos que no son amigos, que les
producen malestar o que causan inestabilidad para sus propósitos,
que son todos los de la región, con excepción de Felipe
Calderón, en México, Alan García, en Perú, y, quién lo
duda, Álvaro Uribe, en Colombia, y no más de 2 o 3 lacayos
vergonzantes, en un mapa que suma 36 países.
Algunas de
estas bases no tienen límites al número del personal de
los Estados Unidos en ellas; le ofrecen acceso a puertos,
espacio aéreo e instalaciones de los gobiernos no
especificadas consideradas pertinentes; siempre buscan
enraizarse, apropiarse, perpetuarse y expandirse en los
lugares en los que se instalan; no son transparentes ni están
sujetas a fiscalización, y muchas no son cobijadas por las
leyes del país en el que están, ni siquiera por las de los
propios Estados Unidos o por las leyes internacionales.
Todas son un atentado flagrante a la soberanía del país
anfitrión, burlando constituciones y llevando a cabo toda
clase de funciones soterradas, a parte de las netamente
militares, en los terrenos ideológicos, políticos y económicos.
Las
gracias de una desgracia
En
Colombia, las bases militares estadounidenses siempre han
cumplido una función clara, que muy poco tiene que ver con
la tergiversación oficial de su cometido, relacionada con
pretextos que desmontan las propias cifras de una ojeada.
El combate
al narcotráfico es una falacia de la que da cuenta cada
informe de Naciones Unidas. El antiguo Plan Colombia, luego
Plan Patriota, ahora modelo de la Iniciativa Mérida que se
implementa en México, es digno de capítulo aparte. Los
mentados logros al respecto devienen de unas magnitudes que
se volvieron directamente proporcionales: a mayor inversión,
aumento de las fumigaciones con glifosato e incremento de la
guerra, el desplazamiento y la persecución, pues más
tierras cultivadas con coca y amapola, más
"mulas" portando droga en los vientres y más
narices enyesadas en las calles de los propios Estados
Unidos y Europa.
La
militarización constituye el armazón primario sobre el que
se monta el proceso de colonización de los Estados Unidos
en la región, que se complementa con el andamiaje el económico.
Las bases
de Tres Esquinas y Larandia, en el departamento de Caquetá,
y de Villavicencio, en el departamento del Meta, que operan
con la presencia de aviones y la inteligencia técnica del
Pentágono, llevan tiempo apoyando el combate a los grupos
subversivos, vigilando las fronteras y soltando en las
calles gringos mestizados de afán, consumidores de whiskey,
coca y putas silvestres.
Las nuevas
instalaciones, según lo reveló la revista colombiana
Cambio, son las cinco principales bases de la Fuerza Aérea
y la Armada en el país: Apiay, Malambo, Palanquero,
Cartagena y Bahía de Málaga. Estas bases harían parte,
abiertamente, de la nueva "arquitectura del
teatro", como llama el Comando Sur a la extensa red de
facilidades y funciones militares en América Latina y el
Caribe, y, de seguro, estos engendros se parecerán más al
ambiguo nombre inventado hace unos años por el mismo
Comando, las llamadas "localidades de seguridad
cooperativa", CSL (por sus siglas en inglés). Un
mecanismo más acorde con los tiempos y los designios
actuales, más ágiles, expansivos y peligrosos, de fiera
espantada a punta de palos y de los procesos liberadores del
vecindario.
Colombia,
pues, es el lugar perfecto, geopolíticamente estratégico,
con dos mares, cinco fronteras y un presidente vil y servil,
un simple mozalbete de espuelas, que los propios gringos ni
siquiera tienen que arriar, sino atajarlo. Como cuando pidió
a los Estados Unidos, durante la reunión de Davos de enero
de 2003, la invasión de la zona del Amazonas, para rematar
la lucha contra la guerrilla, y que llegó a impulsar la
idea de una "fuerza de paz americana", para que
interviniera militarmente en Colombia. Un aliado al que se
tiene por el mango.
Un gobierno
que se salta las talanqueras legales internas, a espaldas de
una Comisión Asesora ornamental, un Congreso propicio,
aunque con voces lúcidas e incómodas, unos medios de
comunicación que hacen de parlantes de sus frases y
comunicados, aunque también con algunas voces claras y
chocantes, y un país entero, según sus propias encuestas,
inconsecuente y obsecuente.
Un
presidente, eso sí, definido y decisivo, que reclamará
como un acto más de soberanía la presencia en el país de
los estadounidense, sus radares, sus buques, sus aviones y
portaviones, por cuanto nos facilitará pelarle los dientes
al vecino que sea. Y que reivindicará el acto a través de
algún raciocinio para enmarcar: "En las bases de los
Estados Unidos instaladas en nuestro territorio, obligamos a
los estadounidenses a hacer lo que les venga en gana, dentro
o todo el país alrededor de ellas, y nos damos el lujo de
ignorar lo que hacen, y, de saberlo, nos permitimos la
gracia de que no nos importe." Queridos compatriotas,
¿qué más queréis?
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