El tóxico
de Uribe
Por
Atilio A. Borón
La
Haine, 06/08/09
¿Qué
pretende Uribe con su frenética gira por América? Nada
menos que vender una iniciativa tóxica, para utilizar el
lenguaje impuesto por la crisis capitalista: justificar la
escalada de la ofensiva militar del imperio con el propósito
de revertir los cambios que en los últimos años alteraron
la fisonomía sociopolítica de la región. Ante esta
desconcertante realidad, la táctica de la Casa Blanca ha
sido abandonar la retórica belicista de Bush y ensayar un
discurso igualitarista y respetuoso de la soberanía de los
países del área, pero desplegando nuevas bases militares,
manteniendo la Cuarta Flota y fortaleciendo sin pausa al
Comando Sur.
En
este sentido, Barack Obama, a quien los perpetuamente
desorientados “progres” europeos y latinoamericanos
continúan confundiendo con Malcolm X, está siguiendo al
pie de la letra los consejos de Theodore Roosevelt, el padre
de la gran expansión imperialista norteamericana en el
Caribe y Centroamérica, cuando dijera “speak softly and
carry a big stick”, es decir, “habla bajito pero lleva
un gran garrote”. Roosevelt fue un maestro consumado en
aplicar esa máxima a la hora de construir el canal de Panamá
y lograr, con la infame Enmienda Platt, la práctica anexión
de Cuba a los Estados Unidos. Con su política de
remilitarización forzada de la política exterior hacia América
latina y el Caribe Obama se interna por el camino trazado
por su predecesor.
La
justificación que Uribe esgrime en apoyo de su decisión de
conceder a las fuerzas armadas de Estados Unidos siete bases
militares es que de esa manera se amplía la cooperación
con el país del Norte para librar un eficaz combate contra
el narcotráfico y el terrorismo. Excusa insostenible a la
luz de la experiencia: según una agencia especializada de
las Naciones Unidas los dos países donde más creció la
producción y exportación de amapola y coca son Afganistán
y Colombia, ambos bajo una suerte de ocupación militar
norteamericana. Y si algo enseña la historia del último
medio siglo de Colombia es la incapacidad para resolver el
desafío planteado por las FARC por la vía militar. Pese a
ello el general Freddy Padilla de León –quien gusta decir
que morir en combate “es un honor sublime”– anunció días
pasados en Bogotá que las siete bases estarían localizadas
en Larandia y en Apiay (ambas en el Oriente colombiano); en
Tolemaida y en Palanquero (en el centro de Colombia); en
Malambo (sobre el Atlántico, en la costa norte); en
Cartagena, sobre el Caribe colombiano y la séptima en un
lugar aún no determinado de la costa del Pacífico. El
Congreso de Estados Unidos ya aprobó la suma de 46 millones
de dólares para instalar su personal y sus equipos bélicos
y de monitoreo en estas nuevas bases con el objeto de
reemplazar las instalaciones que tenía en Manta. En la
actualidad ya hay en Colombia 800 hombres de las fuerzas
armadas de Estados Unidos y 600 “contratistas civiles”
(en realidad, mercenarios) pero los analistas coinciden en
señalar que la cifra real es mucho más elevada que la
oficialmente reconocida.
No
hace falta ser un experto militar para comprobar que con la
entrega de estas bases Venezuela queda completamente
rodeada, sometida al acoso permanente de las tropas del
imperio estacionadas en Colombia, amén de las nativas y los
“paramilitares”. A ello habría que agregar el apoyo que
aportan en esta ofensiva en contra de la Revolución
Bolivariana las bases norteamericanas en Aruba, Curaçao y
Guantánamo; la de Palmerolas, en Honduras; y la Cuarta
Flota que dispone de suficientes recursos para patrullar
efectivamente todo el litoral venezolano. Pero no sólo Chávez
está amenazado: también Correa y Evo Morales quedan en la
mira del imperio si se tiene en cuenta que Alan García en
Perú arde en deseos de ofrecer “una prueba de amor” al
ocupante de la Casa Blanca otorgándole facilidades para sus
tropas. En Paraguay, Estados Unidos se aseguró el control
de la estratégica base de Mariscal Estigarribia –situada
a menos de cien kilómetros de la frontera con Bolivia– y
que cuenta con una de las pistas de aviación más extensas
y resistentes de Sudamérica, apta para recibir los
gigantescos aviones de transporte de tanques, aviones y
armamento pesado de todo tipo que utiliza el Pentágono.
También en ese país dispone de una enorme base en Pedro
Juan Caballero, ¡localizada a 200 metros de la frontera con
Brasil!, pero según Washington pertenece a la DEA y tiene
como finalidad luchar contra el narcotráfico. La amenaza
que representa esta expansión sin precedentes del poder
militar norteamericano en Sudamérica no pasó desapercibida
para Brasil, que sabe de las ambiciones que Estados Unidos
guarda en relación a la Amazonía, región que “puertas
adentro” los estrategas imperiales consideran como un
territorio vacío, de libre acceso, y que será ocupado por
quien tecnológicamente tenga la capacidad de hacerlo.
Ante
estas amenazas los países sudamericanos tienen que
reaccionar con mucha firmeza, exigiéndole a Estados Unidos
archivar sus planes belicistas en Colombia, desmilitarizar
América latina y el Caribe y desactivar la Cuarta Flota. La
retórica “dialoguista” de Obama es incongruente con la
existencia de semejantes amenazas, y si quiere lograr un mínimo
de credibilidad internacional debería ya mismo dar
instrucciones para dar marcha atrás con estas iniciativas.
Por su parte, los gobiernos de la región nucleados en la
Unasur y el Consejo Sudamericano de Defensa deberían hacer
oídos sordos ante las falacias de Uribe y pasar del plano
de la retórica y la indignación moral al más concreto de
la política, impulsando algunos gestos bien efectivos: por
ejemplo, ordenando el inmediato retiro de las misiones
militares y los uniformados estacionados en nuestros países
mientras no se reviertan aquellas políticas. De ese modo el
mensaje de rechazo y repudio al “militarismo pentagonista”
–como precozmente lo bautizara un gran latinoamericano,
Juan Bosch– llegaría claro y potente a los oídos de sus
destinatarios en Washington. Las súplicas y exhortaciones,
en cambio, no harían sino exacerbar las ambiciones del
imperialismo.
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