"Llegó la hora de la limpieza social. Para el pueblo en general.
Ustedes han notado una creciente de la violencia, robos o
atracos, prostitución, consumo de drogas en los últimos
tiempos. Debido a todo esto nuestra organización ha tomado
la irrevocable decisión de atacar la violencia con
violencia".
La "organización" son los paramilitares. Estamos en San Antonio,
que junto a Ureña, conforman el corazón paramilitar en la
región de Táchira fronteriza con Venezuela. Este panfleto,
siguiendo el mismo modelo que durante meses ha atemorizado a
distintas zonas de Colombia, fue repartido hace días. El Ejército
detuvo a varios miembros de Los Rastrojos, la banda criminal
emergente, como se denomina a los paramilitares
desmovilizados que han regresado a las armas y continúan
delinquiendo.
El comandante Pablo, jefe de los paras de Ureña y delegado de Los Rastrojos
en la zona venezolana, no se pasea estos días con sus
guardaespaldas por las calles de la ciudad fronteriza. La
llegada de cientos de efectivos del ejército venezolano ha
aconsejado resguardarse unos días en la colombiana Cúcuta,
donde también viven sus superiores. Eso sí, las vacunas
(impuestos revolucionarios) con las que extorsionan a
empresas, comercios, viviendas, líneas de taxis y a los
propios contrabandistas se siguen cobrando.
Los paramilitares de la extrema derecha son los reyes de la frontera.La
exportación del conflicto colombiano a Venezuela ha
dibujado un nuevo mapa de la violencia.
Los últimos que llegaron a la frontera fueron las AUC (Autodefensas,
paramilitares), comandadas por el Bloque Catatumbo, para
robarse su parte del narcotráfico y meterse de lleno en el
lucrativo contrabando de gasolina. Las guerrillas del FARC y
el ELN se reparten el territorio más recóndito, al sur del
Estado. Y el FBL (Fuerzas Bolivarianas de Liberación), la
guerrilla de inspiración chavista, se mantiene acantonada y
protegida en la frontera con Barinas, el estado de la
familia de Chávez.
En el otro lado, la región del Norte de Santander ha acogido como un imán
parte de la violencia endémica de Colombia. Sus estadísticas
de los últimos ocho años están manchadas de sangre:
12.000 asesinados, 100.000 desplazados y 1.350
desaparecidos. Con estos precedentes, no extrañan las
palabras de Ñoño, joven empresario que vive del comercio
binacional: "Los paracos han echado a los malandros
(delincuentes) de Ureña. A cambio de una vacuna, te dan
protección. Incluso el comandante Pablo vino aquí para
pedir disculpas por un tiroteo".
El culpable de la ensalada de tiros que agujereó el local de Ñoño fue un
hombre que cometía pequeñas tropelías al grito de
"soy el comandante de los paras" bajo los efluvios
del alcohol. Cuatro paracos le persiguieron a balazo limpio
y se escondió en el local de Ñoño quien, con otros
amigos, intercedieron por él ante el verdadero comandante
Pablo. Pagó 6.000 bolívares (más de 2.000 euros) de
multa. El precio de su vida.
Corrupción
total
"Desde que los paras imponen su ley se puede pasear tranquilo por la
calle. Y al malandro que no se quiere enterar, le ejecutan.
En dos años han caído decenas", añade Cardán, joven
de Ureña que dice conocer la frontera tanto como a sí
mismo. "Andan en motos deportivas, como los
sicarios", dice. Hay empresarios que pagan de 30 a 60
bolívares al mes por la protección de sus negocios y otro
tanto por sus viviendas. Los taxistas abonan 10 bolívares
mensuales y los contrabandistas cotizan cada viaje,
dependiendo de la mercancía. Los Sopranos tendrían mucho
que aprender en la frontera más sangrienta de Suramérica.
"Los paracos se mueven aquí como pez en el agua, en complicidad con
los cuerpos de seguridad del Estado", denuncia Alexis
Balza, comisionado de la frontera. "Gracias a esa
connivencia su presencia es menor en número, pero mayor su
influencia", sentencia. En Ureña y San Antonio,
paramilitares y funcionarios policiales corruptos se
reparten los dividendos del contrabando. Más que peces en
el agua, parecen pirañas.
"Ahora le toca el turno a las malparidas, putas, basuqueras y sidosas,
vendedores de drogas, ladrones callejeros y apartamenteros,
jaladores, secuestradores y jóvenes consumidores",
remata el panfleto de los paramilitares. "Ya tenemos
una lista de barrido inicial". Eso sí, la limpieza
social "es sólo por unos meses". Y en un tono muy
educado, "le pedimos perdón a la sociedad si caen
inocentes". Se agradece.
"La Disip [inteligencia venezolana] viene bajando. ¡Rápido, rápido!".
El Capullo "así me llaman" maniobra con su
motocicleta. "Yo voy vacío, por eso puedo correr y
avisar a los parceros (socios)". Las motos, cargadas
con sacos de cemento y depósitos de combustible, saltan sin
perder el milagroso equilibrio, entre la maleza y sobre un
camino polvoriento. Son los contrabandistas de la frontera más
caliente de América.
Toca huir. "Salga usted también, si no la Policía le pegará unos
palos. Ayer casi me agarran, casi, pero corrí y corrí",
rememora el joven colombiano mientras agita las manos para
avisar a sus compañeros.
Estamos en la trocha (camino rural) del barrio Cementerio, en la Ureña
venezolana. El objetivo es eludir el control fronterizo del
Puente de Santander. O unos kilómetros más al sur, el paso
del Puente Bolívar, que comunica San Antonio con Cúcuta.
El Capullo aparca moto y adrenalina. Antes de la primera pregunta, deja su
carta de presentación: "Nosotros no vendemos droga, sólo
cemento, alimentos, gasolina. Y lo hacemos para ganarnos la
vida". Son casi un centenar de personas las que
comparten correrías en esta trocha, incluida una mujer, La
Machito, "una nena ruda, tiene más fuerza que
yo".
Otra vez sobre la moto. El recorrido hasta el puente no tiene mayor
contratiempo que el arrebato de las prisas. En este viaje no
se ha pagado la cuota a los paracos [paramilitares], que
aguardan en la trocha para cobrar su peaje, 20 bolívares (7
euros al cambio oficial). No hay problema, a la vuelta
resolverán cuentas pendientes. Se puede vadear al poder
oficial. Pero jamás a los paras.
"Y ahora, con todo lo que ya tenemos, también han llegado los
cazadores, guardias camuflados. ¡Qué carrerota me pegaron
ayer!", se ufana El Capullo haciendo girar su
acelerador. La prensa local confirma las palabras del
contrabandista: el Ejército ha puesto en marcha una operación
de peinado de las trochas.
Unos metros más allá, Colombia. El viaje, tan corto como agitado, ha
valido la pena. Atravesamos el puente y nos damos de bruces
con la gran parada del contrabando. Decena de motos, depósitos,
sacos de cemento, alimentos y los maleteros contando sus
andanzas. Aquí no llega la Guardia Nacional de Chávez, es
territorio de Uribe. Desde este lugar partieron algunos de
los que se enfrentaron a pedrada limpia la semana pasada
contra el Ejército venezolano. Hubo heridos, se cerraron
los puentes.
Las mujeres cambistas, con fajos de billetes de un papel tan manoseado que
parece contagioso, se alinean a lo largo de la carretera
buscando clientes. Tras ellas, las gasolineras clandestinas
con el preciado combustible venezolano. "Hoy está a
28.000 pesos (20 litros a casi 10 euros, nueve veces por
encima de su precio original)", cotiza uno de los
vendedores.
Esta es la primera parada de venta, con la gasolina recién traída del país
vecino. Pero el objetivo es distribuir el preciado líquido,
tan barato en Venezuela, por toda Colombia. El negocio es de
tal calibre que los expertos lo sitúan, en esta zona, al
mismo nivel que la droga.
Las cifras aportadas por el Gobierno venezolano lo confirman y proporcionan
la justa dimensión al asunto. En la zona fronteriza del Táchira,
donde se calcula existen hasta 1.500 transportistas ilegales
de gasolina, se consumen 100 millones de litros al año,
tres veces más que Caracas, pese a contar con 100 veces
menos automóviles que la capital. Por supuesto, casi todo
este combustible se revende en Colombia a precios golosos
para ambas partes.
Depósitos
trucados
La gasolina se contrabandea con las motos, con depósitos trucados en los
coches (como los taxis de Los Patrulleros de Nelson),
incluso en camiones cisterna. Cardán ha nacido en Ureña,
pero un italiano le rebautizó con este apodo. Dice que
conoce la frontera tanto como a sí mismo. Y por eso narra
libremente lo que todo el mundo sabe y calla: "Antes de
llegar al control fronterizo, los paracos interceptan los
camiones. Pagas la cuota y ellos te dan un número. Al
llegar donde la Guardia, te preguntan qué llevas. Y tú
dices: el 80. ¡Paso libre!".
Ajuste
de cuentas
Son los claroscuros de la frontera. Saber de qué lado está cada uno es
cuestión de fe. "Aquí nadie cree que a los dos
guardias nacionales les mataran por el lío político.
Fueron paracos, seguro, pero por un ajuste de cuentas,
ajustes económicos entre ellos (el Gobierno atribuyó a una
acción paramilitar dentro de un plan de desestabilización)",
se atreve a contar Ñoño, caraqueño nacido en el 23 de
enero, el bastión revolucionario de la capital, pero que
comercia y vive en Colombia.
A este joven empresario también le correteó la Policía en la trocha.
"Los guardias son unos abusadores, nos maltratan, nos
pegan, cuando nosotros lo único que queremos es hacer
negocios". En los últimos días, el Ejército
venezolano ha decomisado más de cuatro toneladas de
gasolina y ha descubierto 50 depósitos clandestinos.
Los vientos de guerra entre Chávez y Uribe están deteriorando el comercio
de subsistencia en los 2.219 kilómetros de la frontera y
han dificultado el contrabando, que es la vía natural de
escape cuando hay problemas. Pero este conflicto también
tiene sus víctimas colaterales: los trabajadores y empresas
de ambos lados, que se necesitan mutuamente.
Aló
presidente
A Cardán le suena el móvil. Toque de corneta. Y una voz que truena ¡Es el
presidente Hugo Chávez! "Otra vez ahí, ¡ajá! ¡¡Al
ataque!!". Es el tono que emplea el líder bolivariano
para sus discursos más encendidos, esta vez acompañado por
el redoble de cornetas del Séptimo de Caballería. Han
pasado unas pocas horas tras los vientos de guerra del Aló
Presidente y ya han comercializado una nueva sintonía. En
pocos días será hit de ventas en la frontera caliente.