Las
pocas mujeres que se han atrevido a denunciar que fueron
violadas por paramilitares, ahora son amenazadas,
desplazadas y denuncian que no han tenido el acompañamiento
del Estado.
“No
preguntaron nada. Sacaron a mi marido, en ropa interior, lo
amarraron. A mí me apartaron y abusaron de mí. Solamente
me decían perra, esa era la palabra que más escuchaba Yo
les suplicaba que vieran mi estado, estaba embarazada. Se reían
a carcajadas”, recuerda Ana* de la noche que los
paramilitares asesinaron a su esposo, la violaron y además
la quemaron.
Tras
huir a otro lugar con sus hijos, Ana necesitó recurrir a
una sentencia de la Corte Constitucional para obligar a la
Fiscalía a abrir una investigación. Miembros de un
organismo de seguridad la ubicaron y la citaron a la misma
región donde había sido violada. Días después, un periódico
regional divulgó su foto, su historia y el
pueblo donde vivía.
“Después
de eso ya no confío en nadie, di esas declaraciones pero no
pensé que me iban a sacar en un periódico; nunca me
preguntaron si estaba de acuerdo; dijeron hasta donde me
encontraba y lo que me había ocurrido”, se lamenta.
Ese
día empezaron sus problemas. La llamaron varias veces diciéndole
que sabía en qué andaba y donde estaba. Después de
semanas de intimidaciones telefónicas Ana recibió una
carta con un dibujo intimidatorio: una cruz, un revólver y
un águila, en la misiva le daban 72 horas para salir del
pueblo.
“Ahí
me vi acorralada, me di cuenta que me iban a matar”.
Este
no ha sido un caso aislado. Según pudo conocer
VerdadAbierta.com las pocas mujeres que se han atrevido a
denunciar sus violaciones por parte de los paramilitares están
atravezando por la misma tragedia que hoy le ocurre a Ana:
han sido amenazadas, muchas de ellas les ha tocado abandonar
sus pueblos y sienten que han sido desamparadas.
La
Iniciativa de las mujeres colombianas por la paz (IMP)
defiende a más de 450 mujeres víctimas de la violencia,
entre desplazadas, viudas y violadas. Aunque sólo tienen 35
casos de violencia sexual, todas estas mujeres han recibido
amenazas de los violadores.
Un
crimen que nadie confiesa
Para
una abogada de IMP las violaciones tienen un fuerte estigma
social hay un gran interés para que se mantenga oculto. Es
más aceptable matar, masacrar que violar. La mayoría de
las mujeres empezaron a ser amenazadas desde que entraron al
proceso. "Cada vez que se da un paso ante la justicia,
llega una amenaza”, añade.
Los
investigadores que se han dedicado a estudiar la relación
entre el género y la guerra dicen que es un tabú el que
rodea las violaciones.
En
los cuatro años de funcionamiento del proceso de Justicia y
Paz han sido
pocos los paramilitares que han confesado haber violado,
porque es un crimen que se sale de lo que es “admisible”
hacer en la guerra.
Según
un funcionario de IMP la violación es un ataque contra la
honra del hombre porque quiere decir que no puede conseguir
mujeres, que tiene que forzarlas a pesar de su dinero, sus
armas, de su poder. Eso explica que muchos ‘paras’
nieguen lo ocurrido y quieran tapar el crimen amenazando a
sus víctimas.
Sonia
Fiscó, politóloga de la Universidad Javeriana, analiza en
un artículo sobre violencia sexual en el conflicto
colombiano que “las mujeres son vulneradas sexualmente en
los conflictos armados porque lo son también fuera de los
conflictos bajo la mística de la masculinidad”. En ese
sentido los violadores no consideran que forzar a una mujer
a tener sexo sea un crimen y persiguen a los que lo
denuncian por algo “injusto”.
Camila*
vivó esta historia, cuenta que un
paramilitar la sacó de la habitación y la llevó a
un corredor para interrogarla. Allí, en un banco que hay en
el corredor, me amenazó con matarme si no me dejaba. Me
quitó la ropa, me tapó la boca y me forzó. Me violó.
Luego me dijo que me vistiera y también dijo: ‘aquí no
pasó nada. Las mujeres, al fin y al cabo son para esto’
”.
Otra
de las razones que explican las intimidaciones por denunciar
abusos sexuales es que muchos ex jefes ‘paras’ han
reiterado que en sus grupos la violación se castigaba con
la muerte, lo que expone a muchos paramilitares a que sean
atacados por sus compañeros desmovilizados.
En
una versión libre de noviembre de 2008 Edgar Ignacio Fierro
Flores, alias 'Don Antonio' confesó que integrantes del
Bloque Norte de las Auc abusaron sexualmente de mujeres,
pero que “eso no hacía parte de las políticas de la
organización y quienes lo hacía eran inmediatamente
considerados objetivos y ajusticiados”. Edilson Cifuentes
Hernández, alias ‘Richard’ otro paramilitar del Bloque
Centauros reveló que tres integrantes del grupo violaron y
mataron a una mujer, pero “apenas nos enteramos los
matamos. Eso estaba terminantemente prohibido”.
Muchos
desmovilizados creen además que confesar violaciones los
excluye de Justicia y Paz. “Esta idea es falsa, lo único
que los puede sacar es que no digan la verdad, que no
confiesen sus crímenes, no importa la naturaleza del
crimen” dice una abogada de IMP.
El
eterno desplazamiento
Según
un informe de Oxfam sobre violencia sexual en Colombia, la
inseguridad lleva a que muchas de las mujeres desplazadas
decidan volver a huir junto a sus familias buscando un nuevo
refugio donde sentirse protegidas. Después de que las
desplazan, mas de la mitad de ellas han sufrido algún tipo
de maltrato físico y el 36 por ciento han sido forzadas por
desconocidos a tener relaciones sexuales.
El
estudio concluye que “esta inseguridad y las continuas
amenazas llevan a que muchas mujeres decidan volver a huir
buscando un nuevo refugio donde sentirse protegidas”.
Ana,
para salvar su vida, tuvo que desplazarse por segunda vez.
“Desplazarse
es algo fuerte; es como si muriera una parte de mi vida.
Este segundo desplazamiento me genera más temor porque la
primera vez ellos me daban por muerta, pensaron que no
sobreviviría, pero ahora me tienen ubicada”.
La
primera vez que huyó Ana quedó sola, sin su esposo, con la
responsabilidad de sacar adelante a sus hijos pero estaba en
una región que conocía.
“Ahora
estoy en una ciudad completamente diferente, me siento
amarrada, no sé ni por dónde empezar, ni de dónde
agarrarme” dice.
El
abandono del Estado
Sin
embargo además del miedo, las amenazas, del dolor del
desplazamiento, las mujeres se enfrentan que las
instituciones y los funcionarios del estado que tienen que
acompañarlas no están preparados para este tipo de crímenes.
Un
vocero de Oxfam consultado para este reportaje resalta que
en Colombia no existen ni los espacios, ni la formación de
los funcionarios, ni los recursos para que las mujeres se
atrevan a denunciar los crímenes. Además no hay mecanismos
formales para que las mujeres violadas reclamen reparación
de sus victimarios y del Estado.
Por
su parte, para funcionarios de IMP antes de que las mujeres
se atrevan a llevar sus casos ante la justicia, es necesario
que sean vistas por sicólogos, con trabajadores sociales, y
se reúnan con otras víctimas y se les informe sobre sus
derechos.
“Crear
un ambiente de confianza para que denuncien se puede demorar
más de un año, el gobierno no se toma ese tiempo”
denuncia la abogada de IMP.
Olga
Amparo Sánchez, de la Casa de la Mujer, dice que las
mujeres “empiezan a deambular por cada una de las
instituciones y a contarle a cada funcionario su situación
que hace una interpretación de lo que pasó. Existe la
costumbre de pensar que a las mujeres les suceden este tipo
de situaciones por su culpa. Esa es una forma de
revictimización. La mujer no sólo termina siendo víctima
del delito, sino de cada uno de los funcionarios”.
Además
de ésto, las víctimas tienen que contar sus historias en
oficinas abiertas e incluso cuando llegan a los despachos
tienen que contarle al celador para que las oriente.
Alejandro
Mattos de Oxfam, en una entrevista de Semana.com, recuerda
un caso donde “una mujer que, dando el testimonio en la
Fiscalía, se puso a llorar y le dijeron ‘aquí no vino a
llorar. Cuente los hechos’”.
Ana
se acuerda que la Policía no quiso darle importancia a su
historia y a las amenazas que le estaban haciendo. “Una
vez recibí dos llamadas estando con los policías; ellos me
dijeron que apagara el celular y más nada, no le dieron
importancia; lo único que me decían era que iban a ver qué
podían hacer”.
Para
completar el panorama de la poca visibilización de esta
tragedia, muchas de estas mujeres no van a tener la
oportunidad de ser reparadas en el proceso de Justicia y
Paz.
Esto
porque la reparación administrativa si la mujer fue violada
tiene que entregar la prueba del crimen.
Así
para certificar que fue violada, una mujer tiene que
realizarse un examen en Medicina Legal o en un hospital en
un término de 32 horas después del crimen.
Si
ya de por sí es difícil que las víctimas denuncien y
cuenten lo ocurrido varios años después del crimen, muy
pocas de ellas tuvieron el coraje para hacerse un examen
horas después la violación.
Ahora,
en el sistema de Justicia y Paz, para que reparen a las víctimas,
los crímenes tienen que ser reconocidos por sus autores o
en el peor de los casos por el jefe del Bloque donde actuaba
el violador.
“El
problema es que el tema es tabú, entonces los postulados ni
lo aceptan, ni lo confiesan y los ex cabecillas dicen que no
era política del grupo. Aunque si se prueba que alguien del
bloque cometió la violación, hasta si no se identifica el
victimario, hay una esperanza para que reparen” dicen las
abogadas de IMP.
A
pesar de todos los obstáculos, Ana sigue luchando, “lo
que necesito es no coger para atrás sino arrancar para
adelante. Mis hijos siguen siendo el único motor de mi vida
y las ganas de que esto no vaya a quedar impune”.
(*)
Los nombres originales y las indicaciones de tiempo y lugar
fueron ocultados por razones de seguridad.