Todavía
con timidez, diferentes voces comienzan a hacer visible la
dimensión real de cuánto los paramilitares usaron la
violencia sexual como una estrategia para sembrar el terror
y dominar a la población.
Detrás
de la mayoría de las acciones violentas de los grupos
armados ilegales permanece silencioso e impune un crimen
atroz: el abuso, la humillación, la esclavitud y muchas
otras vejaciones contra las mujeres. Madres, niñas, y
mujeres en los mejores momentos de su vida han tenido que
sufrir los embates de hombres armados que buscan dominar sus
regiones y someter a la población.
Aunque
se conoce poco de este delito, se han documentado más casos
en los que los perpetradores han sido los paramilitares. Y aún,
hoy después de su desmovilización oficial, siguen
apareciendo víctimas de violaciones y mutilaciones sexuales
en los lugares donde no se ha llevado a cabo en su totalidad
su desmonte y desarme.
“En
el contexto armado, somos también perdedoras”, dice Olga
Amparo Sánchez, directora de la Corporación Casa de la
Mujer, y explica que en el campo de batalla se las viola,
humilla, controla, rapta y maltrata para complacer
sexualmente a los combatientes y hacer venganza. “La
cultura militar valora la agresividad y refuerza los
estereotipos machistas”. (ver artículo anexo ¿Por qué
usan la violencia sexual como arma de guerra?)
Debido
a que se trata de delitos privados, pertenecientes al cuerpo
y a la intimidad no se denuncian. Por eso es imposible
calcular su magnitud real y las cifras que se conocen son
muy bajas. Apenas se han denunciado ante la Fiscalía 100
hechos de violencia sexual hasta junio de 2008, atribuibles
a grupos paramilitares desmovilizados antes del 25 de julio
de 2005, salvo por un bloque pequeño que se desmovilizó a
comienzo de 2006. Y solamente 96 de las 138 mil víctimas
registradas oficialmente han sido catalogadas como víctimas
de delitos sexuales. La Defensoría del Pueblo ha registrado
un indicador más elocuente. Según sus cuentas, dos de cada
diez mujeres que se han desplazado en Colombia, ha citado
como causa hechos de violencia sexual en su contra o contra
algún familiar.
Las
denuncias son cada día más, pero siguen siendo muy bajas
con respecto a realidad. Patricia Buriticá, directora de
Iniciativa de Mujeres por la Paz (IMP), una organización
que trabaja con miles de colombianas afectadas por el
conflicto en todo el país, está segura que detrás del 98
por ciento de los delitos hay agresiones contra las mujeres.
“Todas las mujeres que están muertas, yo me atrevo a
decir que fueron violadas antes”, dice.
La
fiscal de Justicia y Paz, Patricia Hernández, que se ha
interesado particularmente por desentrañar este delito
escondido dice que según su experiencia, “las denuncias
son pocas en comparación con las que sabemos fueron
abusadas”. En concreto, que se sepa los fiscales de
Justicia y Paz apenas están investigando 21 casos de
mujeres de diferentes zonas que sufrieron ataques sexuales
por parte de integrantes de este grupo.Sin embargo, una vez
desplazadas, la pesadilla para muchas mujeres no termina.
Debido a su particular vulnerabilidad social, psicológica y
económica, las mujeres desplazadas corren un gran riesgo de
ser víctimas de agresiones sexuales y violaciones, así
como de verse obligadas a ejercer la prostitución. El
Ministerio de Protección Social tiene una cifra
escandalosa: una de cada tres mujeres desplazadas han sido
forzadas a tener relaciones sexuales.
La
violación, no obstante, es un delito difícil de demostrar
en los estrados judiciales. Una herida de bala, un homicidio
o una desaparición forzada son comprobables, incluso muchos
años después. En cambio, el daño físico de una violación
no se detecta, si no se denuncia inmediatamente después que
ha sucedido, algo imposible cuando sucedió en medio de un
conflicto armado. Y aunque el daño psicológico puede durar
para siempre es difícil de confirmar jurídicamente.
Por
eso es tan difícil que los perpetradores de violencia
sexual paguen por este delito. Menos aún, cuando ni
siquiera las autoridades competentes que han podido
constatarlo, lo hacen. Si no, no se explica por qué el
Instituto de Medicina Legal no reporte como agresor de
violencia sexual a ningún miembro de grupos paramilitares,
guerrillas o fuerza pública en el período entre 2003 y
2007.
Humillar
antes de masacrar
Que
se haya comenzado a hacer visible la violencia sexual que
sucede en el conflicto armado colombiano, con
investigaciones, con denuncias, con movilización social es
trabajo de años de un puñado de organizaciones de mujeres.
También se debe a la valentía de las pocas víctimas que
se han atrevido a denunciarlo.
Los
delitos sexuales no son solamente violaciones sino que hay
otras formas de abuso sexual. “La comunidad internacional
ha tipificado delitos como prostitución forzada, aborto
forzado, embarazo forzado, sometimiento doméstico, tortura
con manoseo del cuerpo en privado o delante de otros y
tratos que atentan contra la dignidad de la mujer”, explicó
Liliana Chaparro, abogada de la Corporación Sisma Mujer.
Cada
día más los testimonios, informes y recuentos de memoria
histórica confirman que en la guerra colombiana los hombres
armados han apelado a todas estas formas de violencia contra
las mujeres.
La
más documentada ha sido la violación a las víctimas
mientras un grupo comete una masacres. Según confirmó la
Corte Constitucional, en por lo menos nueve masacres hubo
casos de violencia sexual contra las mujeres. Estas son El
Salado; La Hormiga, Putumayo; Alto Naya; Ovejas, Sucre; San
Benito Abad, Sucre; El Tarra, Norte de Santander; La Sabana,
Norte de Santander; Teorema, Norte de Santander; y Puerto
Caicedo, Putumayo.
En
El Salado, a las mujeres las desnudaron y las pusieron a
bailar delante de sus maridos. Varias fueron violadas y “a
una joven de 18 años con embarazo le metieron un palo por
las partes y se asomó por arriba. La descuartizaron”,
dijo un testigo a Amnistía Internacional. Desde un rancho
próximo a El Salado se escuchaban los gritos.
También
se sabe de otras masacres donde han violado a las víctimas.
En la de Trujillo, por ejemplo, a Alba Isabel Giraldo, de 18
años, sobrina de Tiberio, el párroco del pueblo, la
violaron y le cercenaron los senos ante la mirada impotente
de su tío. Luego la mataron. Era una forma de deshonrarlo a
él.
La
Mesa Mujer y Conflicto Armado recogió en agosto de 2002 el
siguiente testimonio de una mujer: “Era de noche. Llegaron
dos varones armados vestían prendas militares, camuflado,
armas y se identificaron como paramilitares. Se llevaron a
mi esposo fuera de la casa y todo el tiempo le apuntaron con
el arma. La niña lloraba. Yo cerré la puerta. Uno de los
varones se devolvió y gritó que abriera la puerta o la
tumbaba (...) Entonces el hombre me sacó de la habitación
y me llevó al corredor para interrogarme. Allí, en un
banco que hay en el corredor, amenazó con matarme si no me
dejaba. Me quitó la ropa, me tapó la boca y me forzó. Me
violó. Luego me dijo que me vistiera y también dijo:
“Aquí no pasó nada. Las mujeres, al fin y al cabo son
para esto”.
El
23 de agosto de 2002, unos 60 paramilitares entraron a San
Benito Abad, Sucre, intimidaron a sus pobladores, saquearon
tiendas y viviendas y violaron a cuatro mujeres en presencia
de sus hijos.
“Trabajamos
para comprobar que los bloques de las Auc actuaron con
estrategias de control territorial y de la comunidad a través
de la violencia sistemática contra las mujeres, que es un
delito de lesa humanidad. Sería la manera de que condenen a
sus jefes y a sus miembros”, dijo Buriticá, quien además
de dirigir IMP, es comisionada de la Comisión Nacional de
Reparación y Reconciliación.
La
esclavitud del siglo XX
Otra
forma del delito es la esclavitud sexual que consiste en que
los paramilitares o los guerrilleros llegan a un pueblo, y
eligen a una muchacha, se la llevan para que les cocine, uno
de ellos la hace su mujer y la somete sexualmente, bajo la
amenaza de reclutar a los demás hijos de la familia o de
asesinarlos. Según dicen las voceras de la Corporación
Sisma Mujer es usual saber de niñas reclutadas forzadamente
para ser esposas de jefes de 40 y 50 años.
Usualmente,
según Chaparro, se escoge a las mujeres a las que se les
achaca ser parientes del enemigo, con la tragedia de que
luego, también son rechazadas por el otro bando al que se
suponía pertenecía. Según los informes recibidos por
Amnistía Internacional, en Cúcuta, Norte de Santander, las
muchachas que habían sido obligadas a tener relaciones
sexuales con mandos paramilitares se convertían
posteriormente en objetivos militares de la guerrilla.
Los
paramilitares también han obligado a mujeres y niñas a
ejercer la prostitución, y ellos mismos han controlado el
negocio. Según registros, en 2002, en Barrancabermeja, 15
adolescentes que habían sido obligadas a ejercer la
prostitución para los paramilitares tuvieron que salir de
la zona por temor a sufrir nuevos abusos. Las trabajadoras
sexuales denuncian también que las han obligado a realizar
servicios sexuales para los combatientes.
Según
el informe de Amnistía Internacional, en 2002, en un barrio
del nordeste de Medellín, dos adolescentes fueron
secuestradas: “A mi hija de 13 años se la llevaron por 8
días. Cuando fui a la Policía me dijeron que de pronto
aparecía. La niña logró hacerme una llamada, lloraba, decía
que no podía decirme nada. Me la regresaron en un taxi por
la noche. A ella la tuvieron en una casa de prostitución
que los paramilitares controlan. A otra chica de 14 años,
igual. La tuvieron vendada en una casa de citas por 15 días.
La amenazaron con matarla si contaba algo. La chica quedó
embarazada y ahora el niño tiene mes y medio. Esos (los
paramilitares) las buscan niñitas”.
Saña
contra las madres
La
expresión “no dejar ni la semilla”, que data de la época
de La Violencia de la década de los cincuenta hoy en día aún
se utiliza. Según el informe de Amnistía Internacional,
entre el 1 y el 7 de mayo de 2003 soldados del Batallón
Navas Pardo, adscrito a la Brigada XVIII del Ejército
Nacional y con brazaletes de las AUC, entraron en las
reservas (resguardos) indígenas de Betoyes –Julieros,
Velasqueros, Roqueros, Genareros y Parreros–, en el
municipio de Tame, departamento de Arauca y violaron y
mataron a Omaira Fernández de16 años, embarazada, a quien
“ante los ojos de todos la abrieron y le sacaron el bebé”.
Sus cuerpos fueron lanzados al río.
Otra
forma común de violencia es el embarazo forzado, que hace
parte de una estrategia de limpieza social que parte de la
premisa de que los paramilitares son gente sana y su
“raza” debe reproducirse. Por ejemplo, según Sisma
Mujer, donde se cree que hay mucha guerrilla, comunidades
indígenas o afrodescendientes, los paramilitares procuran
dejar muchas embarazadas. Por razones similares, incluso
varones han sido objeto de castración en masacres y
homicidios selectivos.
La
esterilización y la anticoncepción forzada ha sido más
una vieja práctica de las guerrillas, aunque también ha
existido entre las AUC. Tanto el ELN como las Farc obligan a
sus combatientes, en algunos casos niñas de tan sólo 12 años,
a abortar y a utilizar anticonceptivos. En Putumayo, según
testimonios recogidos por Amnistía, los jefes guerrilleros
obligaban a los jóvenes a tener relaciones con ellas y a
ponerse inyecciones para no quedar embarazadas.
Los
abortos y la anticoncepción forzados son violaciones de los
derechos reproductivos de las mujeres, y en particular de
“su derecho a adoptar decisiones relativas a la reproducción
sin sufrir discriminación, coacciones ni violencia”. En
el Derecho Internacional Humanitario, en particular en el
Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, se definen
el embarazo forzado y la esterilización forzada como crímenes
de lesa humanidad y crímenes de guerra.
En
cambio en el código penal colombiano, la violación, la
prostitución forzada y la esclavitud sexual son delitos
tipificados, pero otros como forzar a una mujer a abortar, a
esterilizarse, a desnudarse o usar métodos anticonceptivos
no lo son.
El
silencio de las inocentes
Muy
pocas mujeres denuncian por miedo a la venganza, porque no
quiere revivir hechos dolorosos o por temor al rechazo de su
propia familia. Es usual que sus propios maridos las dejen
de lado y no vuelvan a tocarlas porque han sido violadas.
Como señala Buriticá, las víctimas sienten vergüenza de
confesar. “La mayoría de las mujeres no quieren hacerlo público.
Hay mujeres con las que Iniciativa de Mujeres por la Paz (IMP)
llevan trabajando tres años y no se han atrevido a
denunciar”.
“También muchas mujeres no denuncian porque la respuesta
institucional es muy deficiente. Sólo hay unidades de
delitos sexuales en seis ciudades. En ellas no hay
privacidad para hablar, no existe personal suficiente, ni
está bien preparado”, añade Sánchez de la Casa de la
Mujer.
Otra
razón es porque ahí siguen los actores armados y para
denunciar tendrían que desplazarse. Hay tanta impunidad,
que puede ser un gran riesgo porque además no son denuncias
que se puedan echar para atrás, no son delitos querellables.
Sin
embargo no hay cifras solo porque no se denuncie, sino
porque el Estado no tiene un registro sólido de los casos
de violencia contra la mujer. Los casos denunciados por
mujeres que la comunidad y la Fiscalía han sabido, no están
registrados en ningún lugar, observa Chaparro, quien añade
que “la Policía, la Fiscalía, las Comisarías, Medicina
Legal deben hacer un trabajo interinstitucional, pero se
cree que la violencia sexual es un delito menor. Cuando una
mujer es violada, se habla de que por lo menos quedó
viva”.
Además
del daño físico como desgarraduras musculares,
enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados,
el daño psicológico que conlleva una violación puede ser
devastador. El menoscabo en la autoestima y en la futura
vida sexual y emocional son efectos imposibles de calcular.
“Es
en el cuerpo donde se reciben todos los efectos del
conflicto. Uno después de eso no puede querer a nadie, se
destroza el mundo afectivo”, observa Sánchez, quien añade
que se trata de un tema delicado, muchas mujeres se enamoran
de su agresor al final del abuso sistemático y existen
quienes tienen un hijo de un paramilitar, uno de un
guerrillero y uno de un soldado. Ese entramado social se
vuelve oscuro y complejo.
¿Habrá
justicia?
Por
esta y otras razones, son muy pocos los guerrilleros y
paramilitares responsables de abusos a los derechos humanos
como la violencia sexual que han sido identificados y que
son investigados.
De
otro lado, “será prácticamente imposible identificar a
los victimarios. La razón es que mayoría de ellos han
ocurrido de noche y los victimarios se tapaban la cara. Es
un problema entrar a identificar al victimario, que debería
estar en Justicia y Paz, pero la mayoría de los casos no
están ahí, están en la justicia ordinaria”, explica
Chaparro.
De
los 30.000 desmovilizados beneficiados por el proceso de
Justicia y Paz, salieron libres 28.000. Solamente quedaron
postulados 2.902. Entre los 28.000 libres están la mayoría
de los casos de violencia sexual, señala Chaparro, “la
Ley de Justicia y Paz ha afectado a todas las víctimas,
pero aún más a las de delito sexual. No es protectora de
las víctimas, y menos de las de violencia sexual”.
Hasta
el momento no ha habido ni una sola imputación por delitos
sexuales, afirma Buriticá, aunque los fiscales han empezado
a preguntar sobre el tema en sus indagatorias. “En la
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR)
también hemos hecho sensibilización a los fiscales”.
En
alguna de sus indagatorias, Mancuso dijo que el abuso a las
mujeres no era una orden a la tropa, sino una decisión
individual, y que cuando sabían de alguno que lo hiciera,
lo mataban. Sin embargo, se sabe que a muchos les pagaban
los éxitos de guerra con una mujer y una bonificación, eso
se llama prostitución forzada, añade Buriticá. De tal
manera que si se logra comprobar sistematicidad, los delitos
sexuales se podrían tipificar como una forma de tortura.
La
reparación es un tema que se está empezando a abordar.
Como comenta Chaparro, para las víctimas, un tema muy
reparador son las condenas, que sean integrales, sin
disminución. Para las víctimas no es prioritario el
dinero, persiguen más que los victimarios sean castigados.
Como
explica Buriticá, el trabajo con las mujeres consiste en
desestigmatizar el hecho para que la mujer no se sienta
culpable, lo mismo que sus familias. Se está tratando de
que la sociedad asuma que es un delito para denunciar porque
no puede ocurrir más. Si se juzga públicamente el delito,
cambiará el contexto cultural.
Al
final, hacer justicia es una forma de empezar el cambio de
los imaginarios de desigualdad y de discriminación, como
los que yacen en las estructuras mentales de actores armados
como Henry Loaiza, alias 'el Alacrán', quien en una
entrevista comentó que “Toda la vida me he dedicado es al
ganado y a las mujeres”; y también significa un punto de
partida para que las mujeres se miren al espejo, como una de
ellas que en este proceso de denuncia reflexionó: “Yo no
sabía que tenía que vivir la guerra para saber que tengo
derechos”.
Arma
de muchas guerras del mundo
Los
delitos sexuales, y las violaciones en particular, han sido
parte de muchas de las guerras de la historia, y sus
diversas motivaciones han ido desde la venganza por parte de
los soldados rusos en Berlín en 1945; la frustración de
los soldados estadounidenses en Vietnam y la limpieza étnica
en Bosnia. Los ejércitos han utilizado los cuerpos de las
mujeres como arma de humillación de los actores enemigos.
Según un informe acerca de la violencia contra las mujeres
en tiempos de guerra: “Una mujer violada es una propiedad
devaluada y es la marca de la derrota para los varones que
no pudieron protegerla. La violación es, por lo tanto, un
medio para establecer jurisdicción y conquista al mismo
tiempo contamina y ocupa el territorio de una nación,
transgrede las fronteras, derrota a quienes lo protegen. La
violación es un crimen de dominación, y de lo que trata la
guerra precisamente es la dominación”.
Sin
embargo, la violación como arma se intensificó durante las
guerras de la década de los 90 como una forma de sembrar el
terror entre la población civil, como sucedió en Bosnia,
Ruanda y Haití. En Mozambique en 1992 cada mujer y niña
fue ataca sexualmente. Lo mismo sucedió en la limpieza étnica
de Kosovo. Igualmente, se sabe que en las guerras en
Liberia, Sierra Leona, Burundi, Argelia, Indonesia,
Cachemira y Burna, el abuso sexual fue una práctica de
guerra.
La
violación sexual durante la guerra –que incluye la
prostitución forzada– es considera ilegal desde la década
de los 50 por las leyes internacionales como la Convención
de Ginebra de 1949 y los protocolos de 1977. Estas normas lo
concebían como un crimen en contra del honor, diferente de
otros. Sólo hasta 1996, el tribunal para juzgar los crímenes
de guerra de la antigua Yugoslavia incluyó el ataque sexual
entre los “crímenes en contra de la humanidad”, abrió
un capítulo para juzgarlo y juzgó a ocho sospechosos. Pero
el uso sistemático de la violación en la guerra solo fue
definido como un asunto de derechos humanos en la IV
Conferencia Mundial de la Mujer, en 1995.
Un
hecho reciente que demuestra un ejemplo en el pago a la
deuda de impunidad por los crímenes sexuales con las
mujeres sucedió en noviembre de 2008, cuando más de 400
mujeres y niñas violadas por terroristas islámicos durante
la década de los 90 fueron indemnizadas por las autoridades
en el marco de la Carta por la paz y la reconciliación
nacional en Argelia.