Entre algunas de las características más notorias del régimen uribista,
el cual va a durar 8 años si todo marcha en forma normal,
se encuentra la de propalar mentiras en todos los terrenos
para engrandecer las supuestas realizaciones del dueño de
El Ubérrimo. En el terreno económico se nos aseguró que
estábamos viviendo en un paraíso de prosperidad que ni
siquiera la crisis iba a dañar, porque la política económica
de este régimen había sido tan benéfica que nos iba a
blindar contra los peligros de la recesión mundial. A
partir de tal falacia se postularon los “milagros económicos”
a todos los niveles. Ya sabemos, con precisión, que tales
milagros son en realidad pesadillas, como puede vislumbrarse
al repasar de manera rápida unos cuantos aspectos de la
economía colombiana, como los referidos al café, a la caída
de las exportaciones a Venezuela y al deterioro del empleo y
las condiciones de trabajo de los colombianos.
Café
cada vez más amargo
El colombiano común y corriente todavía sigue creyendo que Colombia es un
país cafetero y que el café es nuestro principal producto
de exportación. Eso es cosa del pasado, porque los datos más
recientes indican que el año anterior tanto las cosechas
como las exportaciones del grano cayeron al peor nivel de
los últimos treinta años: de 11,5 millones de sacos
cosechados en 2008 se pasó a 7,8 millones de sacos en 2009,
con una caída del 32%; al mismo tiempo las exportaciones
cayeron de 11,1 millones de sacos en 2008 a 7,9 millones en
2009, con una reducción del 29%. En lo que va de año las
cosas no van mejor, porque sólo en el mes de enero la
producción de café cayó en un 41% respecto al mismo mes
de 2009. Colombia dejó de ser el segundo productor mundial
de café y ha caído al cuarto, desplazado por Vietnam y
Malasia, y ya ni siquiera es capaz de abastecer el mercado
interno, pues tiene que comprar anualmente unos 500.000
sacos de café en el exterior. Por supuesto que este
desastre cafetero, que arrastró a la ruina a millones de
pequeños caficultores del país, no es culpa del clima, ni
de las abundantes lluvias, como arguye la Federación de
Cafeteros, sino de la política agraria del uribismo,
caracterizada por dejar que el libre comercio, es decir las
multinacionales, determinen el precio internacional del
grano. En ese mismo sentido, durante este gobierno se han
envejecido los cafetales, aumentó el precio de los
fertilizantes y se ha tolerado la revaluación, que drena
los ingresos de los productores.
Pero como todo en este régimen traqueto ha sido manejado a las patadas, la
excepción no podía ser el café: en el Congreso cafetero
de 2009, Uribe propuso para solucionar los múltiples
problemas del sector, léase bien, la aprobación de un TLC
con Europa, con el cual van a llegar a nuestro país cafés
procedentes de África y Asia y caerán todavía más los
precios internacionales de las materias primas, que es uno
de los objetivos supremos de las aperturas comerciales.
Ahora sí se entiende por qué el nuevo atractivo del Parque
Nacional del Café es una Torre de Caída Libre, un símbolo
de la manera como se derrumba el principal producto agrícola
de toda la historia de Colombia.
Cierre
forzoso del mercado venezolano
Puede decirse que uno de los objetivos del uribismo ha sido el de liquidar
el comercio exterior con los países vecinos, entre los que
se encuentran el segundo y el tercer destino de las
exportaciones colombianas (Venezuela y Ecuador
respectivamente). No podía esperarse otra cosa de un país
que se plegó por completo al programa imperialista de la
guerra preventiva y que se ha prestado a llevar a cabo múltiples
agresiones, incluso ataques militares directos contra
Ecuador, y a aceptar la instalación en su territorio de
bases militares de las fuerzas armadas de los Estados Unidos
para agredir, de eso no hay ninguna duda, a Venezuela.
El resultado de esta política servil del uribismo ante los Estados Unidos
no podía ser otra que la de deteriorar el comercio con los
países limítrofes, que se ha reducido a niveles que no se
veían desde hace 7 años. Examinenos el caso de Venezuela.
En 2008 las exportaciones a ese país ascendieron a 6.000
millones de dólares y en 2009 cayeron a 4.000 millones de dólares.
Entre los sectores más afectados por esta caída se
encuentran los de confección, autopartes, textiles, cosméticos,
perfumería, carne, leche, derivados lácteos y en general
las llamadas exportaciones no tradicionales, cuyo principal
destino era Venezuela. Mención especial merece el sector
automotriz por constituir un verdadero record mundial económico
del uribismo, digno de figurar en el libro Guinness de la
incompetencia, puesto que sus exportaciones a Venezuela
pasaron de 45.000 vehículos, entre carros y camiones, en
2007 a 0 en 2009 (cero pollitos, es decir, ni un solo
carrito o camioncito, como se diría en la jerga de caporal
de hacienda propia de AUV) , lo que representa una caída
absoluta, del cien por cien, algo difícil de encontrar en
otros lugares del mundo y en cualquier época de la historia
del capitalismo.
Lo más tragicómico del caso estriba en que de esos 2.000 millones de dólares
que se perdieron en el comercio exterior con Venezuela, sólo
se han podido recuperar entre 16 y 20 millones de dólares
procedentes de “mercados sustitutivos”. Decimos que es
tragicómico porque desmiente las falacias del uribismo
sobre un fácil reemplazo del mercado venezolano y porque no
puede remediar el terrible impacto económico y social que
tiene la caída de las exportaciones a Venezuela en términos
de empleo. Por ello, resultan cínicas las afirmaciones de
ciertos ex ministros, como Ángela María Orozco, para quien
"las exportaciones a Venezuela han sido nuestra gran
debilidad y eso no es nuevo". Qué los neoliberales
digan tales cosas indica hasta donde puede llegar la
estupidez mental, por qué en sana lógica debían
mantenerse las relaciones económicas con los países
vecinos, que tienen estructuras económicas similares y
complementarias en lugar de sacrificarlas por la firma de
tratados de libre comercio con países y continentes
distantes o por firmar pactos militares lesivos para toda la
región latinoamericana Parece que cosas tan “complejas”
no pueden ser entendidas por el "narcoparaneoliberalismo"
que se instauró en Colombia en los últimos 8 años.
En 2010 las perspectivas son aún peores, ya que en los dos primeros meses
de 2010 las exportaciones colombianas a Venezuela cayeron en
un 80%. Las regiones más afectadas con esta caída han sido
Cundinamarca, Antioquia y Valle del Cauca, lo que ha
ocasionado un aumento del desempleo en esas regiones y en
todo el país. Por ejemplo, según reporta la Asociación de
Autopartistas, en 2009 se perdieron cerca de 30.000 empleos
directos en el sector de autolocomoción como resultado de
las restricciones comerciales que ha implantando Venezuela.
En algunos casos no hay posibilidad real de que las
exportaciones colombianas sean sustituidas, tal y como
sucede con la carne, que a finales del año anterior registró
una disminución de sus ventas a Venezuela del 92%. ¿Qué
país en sus cabales va a comprar un cuero duro y seco, como
el que se produce en las fincas de los paraganaderos, en
lugar de la jugosa carne argentina?
Y el ilegitimo inquilino del Palacio Presidencial cree que un problema de
tan alta monta como el cese del comercio con Venezuela se
soluciona con insultos como aquel de decirle a Hugo Chávez
que “sea varón” o a los trabajadores de la industria
del automóvil que “no lloren” y aguanten como machos el
desempleo. Qué se puede esperar de alguien que ha manejado
el país como su finca privada y cree que lo mismo puede
hacer con el resto del mundo y que todo se soluciona, como
suele decir, “con plata y con plomo”.
Desempleo
creciente y salarios de hambre
En estos momentos Colombia ostenta el mayor índice de desempleo de toda América
Latina, con una tasa del 14,6%, lo que se complementa con un
aumento de la informalidad, que alcanza al 58% de la fuerza
de trabajo. Hasta el mes de marzo de 2010 se completaron 21
meses continuos de aumento del desempleo. Estas cifras no
reflejan, sin embargo, la gravedad del problema, porque no
tienen en cuenta el aumento real del desempleo, puesto que
en el país más de 8 millones de personas trabajan por
cuenta propia, lo que quiere decir que 45 de cada 100
trabajadores están dedicados al rebusque diario en lo que
sea. Estos “trabajadores por cuenta propia” superan en más
de un millón de personas a los empleados que laboraban en
empresas privadas en diciembre de 2009 (6.453.000) y del
Gobierno (834.000). Asimismo, lo más preocupante radica en
que el volumen de ocupación está jalonado por el
incremento de los trabajadores familiares (que no reciben
remuneración alguna y ya superan el millón de personas),
los de cuenta propia y los del servicio doméstico, estos últimos
más de 700.000.
En cuanto a los ingresos de las personas empleadas, las cosas no son muy
envidiables que digamos: el salario mínimo que devengan
unos 3 millones de personas es de $515.000, habiendo
aumentado en un 3,64% con respecto al de 2009, lo cual
corresponde a paupérrimos 18.100 pesos mensuales. El
aumento del salario mínimo fue tan espectacular que según
la “profunda reflexión” del usurpador de la Casa de
Narquiño “con una inflación del 2, un aumento del 3,64,
(por ciento) equivale a un aumento de más del 70% de la
inflación” ¡Una explicación tan científica que los
grandes matemáticos de todos los tiempos se quedaron en pañales!
¡Tanta sapiencia amerita un Nobel en economía matemática
o algo así!
Los problemas laborales no se reducen al desempleo y a los pésimos
salarios, pues deben considerarse las condiciones generales
de precarización en el trabajo. En ese sentido ha quedado
bien claro que la “reforma laboral” uribista de 2002
tuvo como objetivo fundamental flexibilizar el trabajo,
mediante la reducción de los costos laborales, el aumento
del número de horas trabajadas y la intensificación del
trabajo. No por casualidad esa “reforma” proclamó, en
una especie de revolución de la astronomía que avergonzaría
a Kepler y a Copérnico, que en nuestro país, situado en el
trópico, el día se extiende desde las 6 de la mañana
hasta las 10 de la noche, todo con el fin de no pagar ni
horas extras ni recargos nocturnos. Tal disposición produjo
regocijo entre los empresarios, que han dicho que en medidas
tan “revolucionarias” como ésas no se puede dar marcha
atrás. Esto trajo como consecuencia inmediata el aumento de
la jornada de trabajo de los colombianos empleados, sin que
se generase nuevo empleo en ningún sector de la economía.
Por eso las tasas de desempleo se mantuvieron siempre
constantes y hacia arriba después de la reforma laboral y
ni siquiera cuando se pregonó que la economía iba muy bien
para los capitalistas, entre 2006 y 2007, se aminoró la
desocupación.
Para completar, durante este régimen se mantuvo la persecución,
hostigamiento y asesinato de sindicalistas, hasta el punto
que entre 2002 y 2009 fueron asesinados 587 sindicalistas,
39 de ellos durante el año anterior. Con tan
“halagador” panorama, no le falta razón al uribismo
cuando se felicita porque ha disminuido el número de
sindicalistas que han muerto violentamente a manos de los
sicarios, ya que, por sustracción de materia, quedan tan
pocos que de manera forzosa tiene que disminuir la tasa de
homicidios. A ese paso, en el futuro inmediato en Colombia
los capitalistas nacionales y extranjeros ya no tendrán que
mandar matar a los sindicalistas porque simplemente ya no
habrá ni sindicatos ni dirigentes sindicales.