Con una abstención de 56 por
ciento del padrón electoral, en el contexto habitual de violencia –16
muertos reportados en la jornada– y con el antecedente de las denuncias de
la compra masiva de votos por el gubernamental Partido de la U, el candidato
oficialista Juan Manuel Santos obtuvo un aplastante triunfo anunciado sobre el
aspirante del Partido Verde Antanas Mockus en la segunda vuelta de los
comicios presidenciales, realizada ayer en Colombia: 69.05 por ciento frente
al 27.52 de los sufragios emitidos.
Se consumó así el
dispositivo de perpetuación del régimen de Álvaro Uribe Vélez, de quien
Santos fue ministro de Defensa, y la continuidad del proyecto oligárquico y
contrainsurgente del actual gobierno. Si ha de creerse lo dicho por la
senadora liberal Piedad Córdoba, la candidatura de Mockus fue un instrumento
de la oligarquía para dar cierta verosimilitud a un proceso comicial que fue,
de acuerdo con la información disponible, una elección de Estado.
Con la legisladora coincidió
el ex aspirante presidencial del Polo Democrático Alternativo, Gustavo Petro,
quien hace unos días señaló, en entrevista con este diario (18/6/10), que
la derecha fabricó el fenómeno de la Ola de Verde con apariencia de
izquierda e infló artificialmente las encuestas en favor de Antanas Mockus
para cerrarle el paso al Polo Democrático Alternativo, que era la única opción
claramente distinta a la de la clase dirigente.
El mes pasado, la Misión de
Observación Electoral (MOE) para Colombia detectó masivas compras de
sufragios por el gobierno para favorecer a su candidato en los departamentos
de Antioquia y Cauca, así como en la capital.
A ese documento se sumó el
de la Misión de Veeduría Electoral de la OEA, la cual documentó la
realización de esa práctica fraudulenta en los departamentos de Atlántico,
Bolívar, Cundinamarca, Magdalena, Nariño y Norte de Santander.
Ya en los comicios
legislativos de marzo, la MOE advertía que la táctica del constreñimiento
–la obtención de votos por medio de amenazas, practicada por los grupos
paramilitares vinculados al actual presidente– ha disminuido, pero se
transformó en una compra venta masiva con dineros del narcotráfico.
A ello se añade la
generalizada sospecha de que las encuestas de intención de voto fueron
manipuladas para aparentar que Mockus tenía alguna posibilidad real de
disputar el cargo a Santos.
Recientemente, el politólogo
Faric Fraija señaló que, en los días previos a la primera vuelta electoral
–el 30 de mayo–, las firmas encuestadoras inflaron artificialmente las
preferencias del ex alcalde de Bogotá de 9 a 38 por ciento para colocarlo en
una situación de supuesto empate técnico con el aspirante oficial. Pero el día
de los comicios, Santos obtuvo más de 46 por ciento y Mockus, apenas 21.
En todo caso, las propuestas
de gobierno de uno y otro apenas podían diferenciarse por algunos matices y
ambas proclamaban, en lo fundamental, lo mismo: continuación de la política
económica neoliberal, mantenimiento de Colombia en la esfera de los intereses
estratégicos estadunidenses y aplastamiento militar de las organizaciones
guerrilleras que operan en el país.
La continuación de la política
uribista constituye un factor de desesperanza para Colombia, la cual verá
postergadas, durante al menos cuatro años más, cualquier expectativa de
atenuar las desigualdades sociales, poner fin a la violencia y depurar una
clase política abiertamente infiltrada por los paramilitares, el narcotráfico
y otras expresiones de la mafia.
Para la región la noticia es
igualmente funesta, pues muy probablemente con Santos se mantendrán la
hostilidad del Palacio de Nariño hacia los países vecinos –especialmente,
Venezuela y Ecuador–, el alineamiento de Bogotá con las directrices del
Pentágono y los empeños por sabotear los esfuerzos de integración y
cooperación en curso en la porción sur del continente.