Colombia,
nuevo presidente

Santos abrió un paraguas para Venezuela

Por Martín Granovsky
Desde Bogotá
Página 12/08/08

Juan Manuel Santos no precisó abrir el paraguas. Pegaba el sol sobre la plaza Simón Bolívar justo en el momento en que realizó los dos principales anuncios de su discurso inaugural. Uno, el llamado a la concordia. “Llegó la hora de enterrar los odios”, dijo. El otro, su disposición a un diálogo “franco y directo” con su colega venezolano Hugo Chávez. Con este tablero, Cristina Fernández volvía anoche a Buenos Aires desde Bogotá. Y Néstor Kirchner se quedaba en Colombia para completar los buenos oficios que inició el jueves en Caracas. Aprovechó para seguir en contacto con el canciller venezolano Nicolás Maduro, que asistió al cambio de mando. Lo verá mañana. Chávez ya dijo que estaría dispuesto a “dar vuelta la página” y a viajar en “los próximos tres o cuatro días a Colombia”.

Cinco mil paraguas blancos con un toque de colores colombianos (amarillo, azul y rojo) y una inscripción que decía “Posesión del Presidente Juan Manuel Santos”, fueron distribuidos en la plaza. Los invitados de Colombia y del mundo los cerraron y los abrieron unas 15 veces. Los chaparrones oscurecían, mojaban, pasaban y dejaban el sol fuerte de los 2650 metros de altura una y otra vez, en un ciclo que permitió escuchar una sinfónica de paraguas automáticos.

“Acompañamos al pueblo de Colombia en esta etapa que se inicia”, dijo Cristina Kirchner antes de regresar. “Aportaremos lo posible para que todo mejore en América del Sur”, dijo en alusión a la crisis entre Colombia y Venezuela.

El canciller Héctor Timerman rescató lo que definió como “la gran vocación del presidente de Colombia por mantener la paz y el diálogo en la región”.

Sin gente y con salvas

Santos habló con el Congreso detrás y sobre una bandera colombiana de lamparitas led que semejaban las ondas con el viento. A su derecha y adelante quedó la hermosa catedral barroca. Frente al presidente electo, por detrás de los invitados, el Palacio de Justicia, un bunker digno de la arquitectura fascista si no fuera que, en este caso, sus líneas rectas sin gracia tienen una explicación. Cuando el movimiento guerrillero M–19 aún estaba en plena acción armada, voló la construcción anterior.

Sin anotar la represión contra las fuerzas reformistas de Jorge Eliezer Gaitán, el Bogotazo que tan bien relató Gabriel García Márquez en Vivir para contarla, que abarcó el lugar y barrios enteros, el centro histórico de Bogotá ayer estaba acordonado porque en 2002, cuando Alvaro Uribe asumió su primer mandato, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia realizaron un ataque letal con proyectiles fabricados a partir de garrafas.

Santos ni siquiera pidió la presencia popular. Desde la noche del viernes, inclusive, las radios transmitían un consejo: “Será difícil andar por Bogotá, de manera que si no tiene nada que hacer por el centro, mire la ceremonia por televisión”.

¿Conocían esta historia los cinco mil invitados que pasaron los diferentes anillos de seguridad? En todo caso, un murmullo surcó la plaza Bolívar cuando la locutora anunció, con buena dicción y lentitud para que se entendiera bien: “Los ruidos que van a escuchar durante esta ceremonia serán la salva de 21 cañonazos a cargo del Ejército colombiano y los cazas que sobrevolarán más tarde”. Algo así como “chicos, quédense en el lugar”. Por si las moscas, en los balcones neoclásicos del Congreso, que como en los Estados Unidos llaman Capitolio, había grupos de francotiradores y vigías de fajina con prismáticos. Pero al revés de Washington cuando asumió Barack Obama y convocó a millones, ayer la consigna era el acceso restringido.

El guiño a Venezuela

Santos no leyó su discurso, que por momentos fue frío. Tomó calor con las referencias a las diferentes crisis que afronta Colombia.

La crisis con Venezuela estuvo muy presente. Al comentarla, Santos dijo textualmente lo siguiente:

– “Así como no tengo enemigos a nivel nacional, tampoco quiero tenerlos a nivel internacional.”

– “Uno de mis propósitos fundamentales será reconstruir las relaciones con Venezuela y Ecuador, restablecer la confianza y privilegiar la diplomacia y la prudencia.”

– “La palabra ‘guerra’ no está en mi diccionario. Quien dice que quiere la guerra es que nunca envió soldados a una guerra de verdad. Yo lo hice, y sé lo que es enfrentar muertes y consolar a los familiares.”

– “Agradezco sus buenos oficios a las muchísimas personas de buena voluntad que se han acercado, pero prefiero el diálogo franco y directo, y ojalá sea lo más pronto posible.”

– “Las buenas relaciones nos benefician a todos. Cuando los gobiernos son los que disputan, los pueblos sufren.”

Venezuela y Colombia rompieron relaciones el 22 de julio último, luego de que Uribe acusara a Chávez de ayudar a las FARC, cosa que el venezolano negó a rajatabla. La guerra a la que se refiere Santos data de cuando fue ministro de Defensa de Uribe (a quien no sirvió de ministro de Comercio, como erróneamente se publicó ayer. Sí había sido ministro de Comercio Exterior de César Gaviria. Ayer aprovechó para citar ese antecedente cuando rescató la colaboración con Ecuador y Venezuela).

Los buenos oficios a los que aludió el nuevo presidente son los que encarnaron en los últimos días el ex presidente Néstor Kirchner y el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Kirchner y Lula negociaron con Chávez jueves y viernes en la cumbre de países de América del Sur y de Africa, que como se sabe es uno de los temas a los que prometió dedicarse Lula cuando deje la presidencia, el 1º de enero próximo.

Kirchner asistió a Caracas como secretario ejecutivo de la Unión Suramericana de Naciones. A pesar de las presunciones sobre el supuesto chavismo del gobierno argentino, las posiciones de la Argentina y de Brasil hacia Chávez son iguales desde 2003. Se basan en el reconocimiento al carácter democrático del régimen de Chávez, al objetivo de sumar a Venezuela dentro de la matriz integradora sobre todo en energía, y también a la meta de contener al amigo que a veces incomoda por el tipo de sus relaciones con terceros, sean éstos los Estados Unidos o Irán.

Sobre Colombia ambos gobiernos también comparten la misma postura, que Kirchner le definió a Martín Balza cuando lo designó embajador en Bogotá: la no injerencia en asuntos internos. Es un principio general, naturalmente, pero cuando se aplica a un país que combina gobierno derechista y electo más guerrillas en actividad puede interpretarse como la seguridad de que no habrá espacio para simpatías pasivas o antipatías activas.

Kirchner ya se reunió con Santos en Buenos Aires. Aunque el ex presidente mantiene silencio sobre las negociaciones, el hecho de que haya decidido quedarse en Colombia aun luego de la vuelta a casa de la Presidenta, y con lugar garantizado en el Tango 01, es un dato diplomático. Si se queda en Bogotá es porque las tratativas siguen. Y después del párrafo de Santos sobre Venezuela y su disposición a dialogar de manera directa, el secretario de Unasur podría jugar un papel: facilitar la remoción de obstáculos que impidan esa conversación entre Chávez y Santos.

En su mensaje, el nuevo presidente dijo que “Alvaro Uribe es un colombiano genial e irrepetible”, frase que admite al menos tres lecturas. No necesariamente son contradictorias entre sí. La primera: que Santos lo piense de verdad. La segunda: que Santos no quiera despegarse del halo popular de Uribe, quien deja la presidencia con más de un 70 por ciento de aprobación popular. La tercera: si alguien puede resultar tan único e irrepetible, es que ya fue. Se hizo pasado. O, al menos, eso puede ser lo que Santos desee como destino de Uribe, un hiperquinético de 58 cumplidos el miércoles a quien parece difícil imaginar retirado para siempre tomando sol en Cartagena de Indias.

Saber cómo y cuánto se distanciará Santos de Uribe, cuánto querrá y podrá, es un buen tema para Nostradamus. Pero lo cierto es que un líder tan fuerte como Uribe dejó de ser presidente de Colombia –y lo dejó además cuando no consiguió apoyo para reformar la Constitución–, con lo cual la simbología de la región cambia. No siempre esos cambios representan algo significativo a largo plazo, porque a menudo los políticos duros y populares tienen mayor margen para negociar, pero pueden abrir un tablero diplomático inmediato.

Oigase bien

“La defensa de los derechos humanos será (óigase bien) un compromiso irrenunciable de mi gobierno”, dijo Santos en otro de los tramos principales de su mensaje. También citó a Eduardo Santos, su abuelo, que asumió como presidente otro 7 de agosto pero de 1938. Propietario del diario El Tiempo, que aún existe, Santos abuelo tomó una iniciativa que su nieto se privó de recordar. Consta en los archivos y, tal vez, en las tradiciones orales de una familia del establishment: en 1941 firmó un pacto de no agresión con Venezuela.

Dijo Santos que “llegó la hora de enterrar los odios” y vaticinó que “le llegó la hora a Colombia”.

Fueron algunas de las frases en las que usó un tono de voz más fuerte. Sin embargo, el aplausómetro de la plaza, donde debe tenerse en cuenta como atenuante que abundaban los funcionarios y legisladores afines a Uribe, no ubicó ninguno de esos momentos entre los estelares. Los instantes de aplauso más fuerte, los que hicieron poner de pie a los invitados, los que despertaron algún “¡Bravo!” desde el público, fueron los dedicados al colombiano irrepetible o al combate contra la guerrilla de las FARC y el minoritario Ejército de Liberación Nacional.

“Estoy abierto a cualquier diálogo, pero siempre que antes (los guerrilleros) renuncien a las armas, al secuestro, al narcotráfico, a la extorsión”, dijo. Aplausos. “Que liberen a los secuestrados y que interrumpan la leva de niños para pelear”, casi gritó. Aplausos. “Y ustedes, los que me escuchan, saben que somos eficaces”, dijo aún más fuerte. Aplausos eufóricos.

También prometió que “a los pobres no los vamos a defraudar”, consigna con sabor al “No los voy a defraudar” del Carlos Saúl Menem modelo ’89. Pero tampoco hubo aplausos fervorosos.

En una punta de la hilera de paraguas que subían y bajaban para no chocarse entre sí, en la misma línea del grandote de la delegación norteamericana que llegó a tener su hombro derecho empapado porque el petiso de al lado descargaba el agua de su paraguas como un pluvial, un señor hablaba desde atrás a una señora cabizbaja y encerrada, a su vez, en su propio artefacto contra la lluvia. Sería un traductor, probablemente, porque no paró de hablar durante todo el acto. Pero la señora o hacía zen o dormitaba. Su inmovilidad llegó a ser muy prolongada. Y bien: los aplausos sobre la guerra fueron tan fuertes que hasta ella despertó.