Las diferencias entre
Uribe y Santos –las que se encuadra la crisis con Venezuela– vistas por la
principal revista semanal de Colombia (SoB).
Desde el día de la elección
de Juan Manuel Santos se ha especulado que la luna de miel con su antecesor,
Álvaro Uribe, no iba a durar mucho. Se anticipaba que, dada la
hipersensibilidad del Presidente saliente y la independencia del entrante, más
temprano que tarde se presentarían roces. Lo que no se podía prever es que
estos tuvieran lugar antes de que Juan Manuel Santos llegara a la Casa de Nariño.
Y esta es precisamente la situación en la actualidad y el tema del momento en
el mundillo de la política.
Las señales del
distanciamiento son sutiles pues los dos protagonistas son profesionales de la
política, y las grietas apenas se empiezan a formar. Lo que se está gestando
es una especie de guerra fría con interpretaciones y justificaciones de lado
y lado, cuyo origen principal son los primeros nombramientos que ha hecho
Santos y el manejo que les está dando a temas de política exterior,
particularmente con Venezuela y Ecuador.
En honor a la justicia, lo
primero que hay que reconocer es que Álvaro Uribe no le está haciendo
recomendaciones burocráticas a Santos ni pretende decirle qué debe hacer.
Pero esto no significa que no le choquen algunas de las movidas de su sucesor.
Igualmente, Juan Manuel Santos tiene vuelo propio y con sus nueve millones de
votos considera que puede tomar sus decisiones autónomamente sin consultarle
a Uribe. Eso sí, trata en todo momento de ser respetuoso, hacerle
reconocimientos y evitar fricciones. Sin embargo, el criterio con que toma sus
determinaciones es qué le conviene al país y no qué opinaría Uribe de esa
medida.
El nuevo capítulo de la
crisis en las relaciones entre Colombia y Venezuela ha sido el principal
motivo de tensión entre los presidentes. Santos ha enviado señales claras en
el sentido de que modificará el tratamiento diplomático frente a los
vecinos. Durante la campaña electoral de este año, en su discurso de
victoria el día de la segunda vuelta, y en las semanas que han transcurrido
desde entonces, Santos se ha aferrado a un tono conciliatorio frente a Quito y
Caracas, y ha buscado que Chávez y Correa asistan a su posesión. En
condiciones normales, este sería un ritual protocolario y de trámite, pero a
la luz de las tensiones de los últimos años adquiere un significado político
profundo: el nuevo gobierno quiere cambiar la mano dura que estaba mostrando
Uribe frente a Venezuela y Ecuador por una mano tendida para normalizar, o
mejorar, los vínculos con esos países.
Así lo ha entendido el
presidente Uribe y no ha ocultado su molestia por el inminente cambio de
rumbo. Ha hecho declaraciones en las que es evidente la crítica a la
estrategia diplomática de Santos –e incluso su viaje por capitales
europeas– calificándola de "cosmética", "babosa" y
"meliflua". En carta blanca quiere expresar su desacuerdo ante la
posibilidad de que la política exterior deje de ser una extensión hacia
fuera de la seguridad democrática. La modificación irrita a Uribe, quien por
estos días les insiste a sus más cercanos colaboradores que "hay que
defender la obra como leones".
Más que el cambio, sin
embargo, a Uribe le ha incomodado que el nuevo gobierno proyecte la imagen de
que es una especie de salvador de la diplomacia. Un rescate para una situación
crítica, que de paso deja al gobierno saliente como guerrerista y
conflictivo. Por eso, el jueves pasado el alto gobierno puso en marcha una
curiosa campaña mediática que incluyó comunicado de la Presidencia, reunión
del ministro de Defensa, Gabriel Silva, con directores de medios, y rueda de
prensa con reporteros, para divulgar pruebas de inteligencia que demuestran
que varios jefes de las Farc y del ELN tienen campamentos permanentes en
Venezuela y viven allí a sus anchas. Los eventos produjeron una nueva crisis
entre Bogotá y Caracas –otro eslabón de una larga cadena de los últimos años–
que incluyó el llamado a consultas del embajador venezolano por parte de su
gobierno.
La actitud del gobierno
saliente recibió todo tipo de críticas por inoportuna y por actuar como un
palo en la rueda que obstaculiza la posibilidad de una distensión en las
relaciones con Venezuela que se abre con el cambio de gobierno. Cualquier
intento por bajar la tensión entre Colombia y sus vecinos es bien recibido en
la comunidad internacional. Uribe, por ese motivo, quiso dejar en claro que el
estado crítico de las relaciones con Chávez –semibloqueo comercial,
comunicación mínima, incidentes frecuentes y diplomacia desactivada– no se
debe a un capricho personal ni a su posición política, sino a la desfachatez
con que Chávez ha apoyado a la guerrilla. Con la controvertida salida de los
últimos días, Uribe quiere transmitir el mensaje de que, ante esas
circunstancias, no había nada más que hacer.
Pero la andanada del
presidente Uribe y de su Ministro de Defensa contra Hugo Chávez no solo
produjo tensiones entre Bogotá y Caracas, sino que reflejó la existencia de
grietas que lo separan del futuro gobierno de Juan Manuel Santos. La manzana
de la discordia tiene que ver con la molestia que le genera a Uribe ver a
Santos, quien fue coautor de la política firme hacia Chávez, como abanderado
de una línea conciliatoria y de mejor presentación. Santos fue un duro
antichavista antes de lanzar su candidatura presidencial: lo fue en su columna
dominical de El Tiempo, y como ministro de Defensa en varias ocasiones hizo
declaraciones y tomó decisiones que generaron roces con los gobiernos de
Ecuador y Venezuela y que llegaron a generarle problemas a la Cancillería
colombiana. En la Casa de Nariño no ven con buenos ojos que ahora Santos
aparezca como un rectificador de su propia política y que, de paso, con la
invitación a Chávez y a Correa a la posesión obligue a Uribe a recibirlos y
darles la bienvenida en su calidad de Presidente saliente.
Y este no ha sido el único
factor de la alta tensión que se está viviendo entre el Presidente y su
sucesor. Algunos de los nombramientos de nuevos funcionarios que ya han sido
anunciados por Juan Manuel Santos también han irritado la sensibilidad de
Uribe que, como se sabe, siempre está a flor de piel, y más aún ante la
inminencia de su salida. La lista es larga: María Ángela Holguín, la futura
canciller, fue uribista de primer orden hasta que tuvo roces con el Presidente
que desembocaron en su salida del gobierno; Juan Camilo Restrepo, próximo
ministro de Agricultura, hizo abierta oposición al gobierno saliente; Juan
Carlos Echeverry, ministro de Hacienda designado, tuvo un enfrentamiento con
Jerónimo Uribe, hijo del Presidente, cuando era decano de Economía en la
Universidad de los Andes; Carlos Rodado, el nuevo ministro de Minas, en Atlántico
apoyó a Eduardo Verano de la Rosa en las elecciones por la Gobernación y no
al candidato uribista José Name Terán.
Y se podrían citar varios
ejemplos más. Sin embargo, históricamente ha quedado demostrado que los
roces entre mandatarios y sus sucesores son inevitables, y eso lo saben dos
políticos curtidos como Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Uribe, sin ir muy
lejos, nombró como ministro del Interior y Justicia a Fernando Londoño, el
archienemigo de su tutor y amigo Ernesto Samper, y hasta incluyó en su
gobierno a contradictores personales como Fabio Valencia Cossio, con quien
llegó a darse golpes por un incidente relacionado con la elección de la
Gobernación de Antioquia. También dos de sus contendores en las elecciones
presidenciales de 2002, Noemí Sanín y Horacio Serpa, terminaron como
embajadores suyos. Por lo tanto Uribe más que nadie sabe cómo funciona la
política en ese sentido, ya que él mismo ha sido uno de sus más exitosos
practicantes.
En su interpretación más
amplia, el memorial de agravios es extenso. Uribe seguramente no estará feliz
con múltiples movidas de Santos en varios frentes. Su visita a la Corte
Suprema, aunque necesaria y protocolaria, tiene aroma de rectificación y
acercamiento hacia una entidad que se radicalizó contra Uribe. La llegada del
Partido Liberal a la coalición de unidad nacional, con César Gaviria a la
cabeza, generó una dura pelea pública entre este último y el Presidente. La
reunión con Gustavo Petro y los anuncios de que el gobierno y el Polo
trabajarán algunos temas tampoco gustaron mucho en la Casa de Nariño. El
anuncio de que la nueva administración volverá a crear los ministerios que
Uribe fusionó hace ocho años –Justicia, Medio Ambiente y Salud–, que se
vislumbran como necesarios, tiene tono de reversazo. Y no menos incómoda para
Uribe es la felicidad que cada día ocultan menos Ernesto Samper y Andrés
Pastrana por la presencia en el nuevo equipo gubernamental de figuras cercanas
a ellos como María Ángela Holguín y Juan Mesa –en el caso de Samper– y
de Juan Carlos Echeverry y Juan Camilo Restrepo, en el de Pastrana.
Sin embargo, pese a esta
larga lista de posibles factores de perturbación, son pocas las cosas que han
indignado de verdad a Uribe. La principal ha sido la llegada de Juan Camilo
Restrepo al Ministerio de Agricultura, aunque su designación ha sido muy bien
recibida y ampliamente elogiada en los círculos de opinión. Parte de la
molestia de Uribe obedece a que, como se sabe, Restrepo ha sido uno de los más
duros críticos de su gobierno, particularmente del ex ministro de Agricultura
Andrés Felipe Arias, quien era el protegido del jefe de Estado. En sus
columnas se opuso a las dos reelecciones, propuso el voto por el NO en el
referendo de 2003, y se fue con todo contra el gobierno a raíz del escándalo
de Agro Ingreso Seguro. En esa ocasión escribió: "Al gobierno del
presidente Uribe le encanta regalar dineros públicos a los más ricos y
cobrarles pesados impuestos a los más pobres". Y en marzo pasado,
Restrepo formó parte de un grupo de 12 reconocidos antiuribistas de la talla
de Iván Cepeda, Ramiro Bejarano, Alfredo Molano, Cecilia Orozco y Vladdo, que
publicó un libro llamado Las perlas uribistas.
Pero los más allegados a
Uribe agregan que hay otro factor: según ellos, Santos estaba apoyando a su
propio protegido, Gabriel Silva, entonces gerente de la Federación de
Cafeteros, en que lo reemplazara en ese cargo Genaro Muñoz y no Restrepo, que
era el otro candidato opcionado. Por esto el gobierno se esforzó por bloquear
las aspiraciones de Juan Camilo, lo que intensificó su conflicto con el
Presidente.
En defensa de Juan Manuel se
podría alegar que Juan Camilo no solo criticó a Uribe sino también al
propio Santos. En una reciente columna manifestaba su rechazo a la actitud del
entonces candidato, quien alegaba que había "salvado al gobierno de Andrés
Pastrana" con su gestión como ministro de Hacienda. Restrepo, quien había
sido su antecesor en ese cargo, le reviró señalando que el grueso del camino
a la recuperación había sido trazado por él. Todos estos rifirrafes son
relativamente menores e insignificantes, pero para los santistas adquieren
peso como prueba de que el Presidente electo hace a un lado las
consideraciones personales en aras de escoger a los funcionarios indicados.
Otro nombramiento que en teoría
podría alterar a Uribe sería el de Germán Vargas Lleras, a quien los
gabinetólogos pronostican como próximo ministro del Interior. En Palacio
consideran que en el Congreso de la República Germán Varón Cotrino, en su
calidad de presidente de la Cámara y miembro de Cambio Radical, embolató la
discusión de la ley que habría permitido la aprobación del referendo
reeleccionista, y que algo semejante hicieron los amigos de Vargas Lleras en
el Consejo Nacional Electoral.
Sin embargo, Vargas Lleras
había sido un conspicuo y leal miembro de la coalición de gobierno en los últimos
dos cuatrienios hasta que se opuso a la segunda reelección de Uribe. A pesar
de esto, tuvo el cuidado de que la bancada de Cambio Radical apoyara todos los
proyectos del gobierno en el Legislativo, y durante la campaña jamás hizo
comentarios críticos o desobligantes contra el Presidente. Su posición de
uribista antitercer período lo distanció del Presidente, pero interpretó el
sentimiento de amplios sectores de la opinión pública, incluyendo uribistas.
Por otra parte, Vargas es un jefe político a nivel nacional y difícilmente
puede ser excluido de un gobierno de unidad nacional.
Un tema que aleja a Álvaro
Uribe y a Juan Manuel Santos es el del futuro del Partido de la U y quién
ejercerá su liderazgo. La colectividad es uribista por vocación pero fue
Santos quien operó la mecánica de su creación. En las últimas semanas
algunos voceros del uribismo pura sangre han propuesto que el actual
Presidente asuma la jefatura formal. Lo hizo José Obdulio Gaviria en su
columna de El Tiempo. Según dijo, "la primera obligación histórica de
Uribe debiera ser dedicar su mayor esfuerzo a consolidar el Partido (de la
U)", y se considera que, por su cercanía con Uribe, Gaviria no publicaría
una opinión sobre este tema sin consultarla con su jefe. Otro miembro del círculo
más cercano, Ernesto Yamhure, se quejó por la falta de miembros ligados al
gobierno saliente en los primeros nombramientos del gobierno entrante: "¿Será
que en la cacareada unidad nacional caben todos menos los uribistas? Porque el
antiuribismo biliar ya ingresó con Juan Camilo Restrepo a la cabeza",
escribió en su columna de El Espectador.
Estos mensajes hacen pensar
que existe la posibilidad de que se presente una rivalidad de hecho entre
Uribe y Santos por la dirección de la U. Y aunque en la colectividad hay
muchos motivos de agradecimiento con Uribe, porque fue a su lado que surgió,
creció y llegó a convertirse en la primera fuerza política del país en
solo cuatro años, varios sectores tienen una estrecha afinidad con Santos,
porque trabajaron hombro a hombro con él en las recientes elecciones, tanto
las de marzo, para Congreso, como en las presidenciales. Santos y Uribe tienen
coincidencias ideológicas, pero pueden tener preferencias diferentes en
cuanto a los nombres que cada uno de ellos quiera promover dentro del partido.
Y en esos ajedreces burocráticos la ventaja por lo general la lleva el
entrante frente al saliente. La dura realidad es que los políticos se mueven
hacia donde están los puestos, y en ese sentido resulta más atractivo quien
los puede entregar en el futuro que quien los entregó en el pasado.
Los escenarios para un
posible conflicto entre estos dos pesos pesados no están circunscritos a los
episodios burocráticos. Hay temas que son simplemente considerados cuestiones
de honor, como podría ser para Uribe el cambio de la terna para la Fiscalía.
Él siempre ha insistido en que de acuerdo con la Constitución las facultades
de la Corte se deben limitar a la escogencia de uno de los tres nombres
enviados por el Presidente. Dado el choque de trenes que hay hoy entre la rama
judicial y la ejecutiva, este proceso se ha bloqueado con la Corte Suprema
argumentando que la terna no ha sido idónea. En estas circunstancias Uribe
vería mal que a Santos le diera por cambiar la terna. Pero no es imposible
que esto suceda si es la manera más rápida de superar el impasse y dejar atrás
este desagradable enfrentamiento.
Todo lo anterior indica que
es probable que la tensión aumente, los rifirrafes se multipliquen y una
especie de guerra fría tienda a consolidarse. Su explicación tiene que ver
con las diferencias de estilo y de intereses de corto plazo que tienen cada
uno de los dos presidentes, más que con el choque de dos proyectos opuestos.
Es natural que Uribe se obsesione con la defensa de "la obra" pero
también es lógico que Santos quiera dejar su huella propia ante la historia.
Y eso a la larga los alejará, a pesar de que ambos harán lo posible por
evitarlo, moderarlo y postergarlo. A diferencia de lo que ocurre cuando el
poder pasa de manos de un partido de gobierno a una fuerza de oposición, en
este caso no habrá espejo retrovisor por parte de Santos, ni críticas
prematuras en boca de Uribe. Pero aun así parece inevitable que crezca la
tensión.